miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Estado impone su propia épica

Un reciente decreto creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. De sus fundamentos se deduce que el Estado argentino se propone reemplazar la ciencia histórica por la epopeya y el mito.

El mito y la epopeya están en la prehistoria del saber histórico. Los mitos explicaban el misterio y el papel de lo divino; los relatos épicos exaltaban la acción de los héroes, entre divinos y humanos. La historia se ocupó, simplemente, de los hombres, y trató de entenderlos basándose en el razonamiento y la comprobación. En la Antigua Grecia, Herodoto y Tucídides fundaron la historia como ciencia y dejaron en el camino mitos y héroes. A mediados del siglo XIX, Wagner recurrió al mito y a la épica, pero sus óperas se representaban en los teatros; en las universidades estaban los historiadores tan notables como Mommsen.

Más o menos así estamos hoy en la Argentina. No tenemos ópera, pero hay abundantes cantantes, poetas y escritores de mitos y epopeyas, que conquistan la fantasía de su público. Los historiadores, por su parte, trabajan en las universidades y en el Conicet.

El Estado tiene otra idea: la épica debe ocupar el lugar de la historia. La tarea que le encomienda al Instituto de Revisionismo es rescatar y valorar la obra de los héroes fundadores de nuestra nación, sistemáticamente ignorada por la "historia oficial". Nadie se sorprendería si leyera esa propuesta en los escritos de Pacho O'Donnell, presidente del nuevo instituto. Su pluma y su verba son familiares. Lo insólito es que una prosa tan idiosincrática sea asumida, sin correcciones ni matices, por el Estado nacional a través de un decreto firmado por la Presidenta, el jefe de Gabinete y el ministro de Educación.

El decreto amonesta severamente a los historiadores. Obnubilados por el "liberalismo cosmopolita", abandonaron su misión -la reivindicación de los héroes patrios- y ocultaron la gesta de las grandes personalidades identificadas con el ideario nacional y con las luchas populares. Entre otros héroes olvidados se encuentran personajes como San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón y Eva Perón. También son culpables de haber olvidado el aporte de las mujeres y, sobre todo, la contribución de los sectores populares a estas luchas. Al nuevo instituto se le pide que elabore una reivindicación de los auténticos héroes, con la salvedad de que debe hacerse mediante un saber científico riguroso, ausente de la investigación histórica actual.

Los historiadores profesionales vivimos en el engaño. Creímos que la investigación histórica científica y rigurosa se había consolidado en las universidades y el Conicet. Computamos como hechos positivos no sólo la excelente formación profesional, sino la ampliación de nuestros temas, inclusive -entre tantos otros-, los referidos a las personalidades mencionadas. Nos enorgullecimos de haber superado viejas controversias esterilizantes. Acordamos que no existen verdades únicas ni definitivas y que el nuestro es un conocimiento en revisión permanente. No se si efectivamente lo logramos. Pero lo cierto es que hoy hay una enorme cantidad de historiadores excelentes y altamente capacitados, que se han formado y han sido examinados en sus capacidades por las rigurosas instituciones del Estado argentino: sus universidades, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas o la Agencia Nacional de Investigaciones.

Creímos que retribuíamos al Estado lo que hizo por nuestra formación con buena historia, reconocida en todo el mundo. Pero a través de este decreto, la más alta autoridad nos dice que ha sido un trabajo vano, y que sus instituciones académicas y científicas han fallado. Todo lo que hemos hecho es historia "oficial", y, peor aún, "liberal".

El decreto también se ocupa del conjunto de los ciudadanos. Les advierte sobre los riesgos de las ideas equivocadas sembradas por los enemigos del pueblo. Los previene acerca del pernicioso relativismo del saber. Sobre el pasado -así como sobre el presente- hay una verdad, que el Estado conoce y que este instituto contribuirá a inculcar. Para ello se ocupará de la correcta educación de los docentes y los vigilará para que no recaigan en el error. Podrá además cambiar los nombres de las calles y las imágenes de los billetes, monedas y estampillas; crear museos y lugares de memoria, establecer nuevas celebraciones y, en general, promover la difusión de estas ideas a través de cualquier medio de comunicación. En estos prospectos, inquietantemente totalitarios, se dibuja una suerte de orwelliano Ministerio de la Verdad, del cual ya hemos visto algunos adelantos en la cuestión de la llamada "memoria del pasado reciente".

El revisionismo histórico, cuya tradición se invoca en este decreto, merecía un destino mejor. En esa corriente historiográfica militaron historiadores y pensadores de fuste. Julio Irazusta desarrolló una bien fundamentada defensa de Juan Manuel de Rosas, con sólida erudición, aguda reflexión y una prosa refinada. Ernesto Palacio dejó una Historia de la Argentina bien pensada y provocativa. José María Rosa, quizá más desparejo, tiene piezas de preciso conocimiento y convincente argumentación. Ellos y sus seguidores, como todos los buenos historiadores, cuestionaron las ideas establecidas, provocaron el debate y aportaron nuevas preguntas. Sobre todo, formaron parte de una tradición crítica, contestataria, irreverente con el poder y reacia a subordinar sus ácidas verdades a las necesidades de los gobiernos.

Quienes hoy hablan en su nombre impresionan por su mediocridad. El decreto los califica de "historiadores o investigadores especializados", capaces de construir un conocimiento "de acuerdo con las rigurosas exigencias del saber científico". Pero ninguno de ellos es reconocido, o simplemente conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador. Nada comparable con los fundadores del revisionismo.

Estos epígonos del revisionismo comparten con sus predecesores ciertos rasgos, disculpables en quienes reunían otros méritos. Uno de ellos es la idea de la conspiración. Los "vencedores" han mantenido oculta una historia verdadera, que ellos revelarán. Lo que hemos leído muchas veces a propósito de Rosas y de otros se aplica hoy a Manuel Dorrego, cuyos méritos enumera el decreto. A los historiadores siempre nos asombra este permanente descubrimiento de lo ya sabido. Personalmente, hace cincuenta años ya aprendí todo eso con Enrique Barba y Tulio Halperín Donghi. Desde entonces, aparecieron abundantes trabajos académicos, algunos brillantes, que están al alcance de cualquiera que se tome el trabajo de buscarlos.

La retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el discurso oficial. Hasta ahora, se lo habíamos escuchado a la Presidenta en las tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina nacional. El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado -que es una y que él conoce- ha sido desnaturalizada por la "historia oficial", liberal y extranjerizante, escrita por "los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX". Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra "corpo" que miente, en otra cara del eterno "enemigo del pueblo".

En nombre del pueblo, el Estado coloca, en el lugar de la historia enseñada e investigada en sus propias instituciones, a esta épica, modesta en sus fundamentos, pero adecuada para su discurso. Más aún, anuncia su intención de imponerla a los ciudadanos como la verdad. Quizá sea el momento de que, en nombre del pueblo, se le diga a quien encabeza el Estado que hay cosas que no tiene derecho a hacer.
Luis Alberto Romero

martes, 29 de noviembre de 2011

¿Quién es el agente?

“Somos más libres cuanto más causa de lo que sucede somos.”
Spinoza

Ser causa de lo que nos pasa es ser el agente. Cuando somos mero efecto de lo externo, no somos libres. Cuanto más agente somos, más libres somos. Por eso, los políticos pelean por ser ellos quienes establezcan la agenda siendo, así, el agente de lo que pase. ¿Quién es el agente del aumento del dólar? ¿Los bancos y las grandes empresas que le imponen al Gobierno una devaluación? ¿O el propio Gobierno que con años de inflación en dólares consumió su colchón cambiario? Para Spinoza, la ley de la sabiduría era la ley de la libertad; el sabio era el libre, o sea el agente, pero sólo se era libre en la medida que se comprendiera la ley de la naturaleza. De lo contrario, no se conseguiría con la acción lo buscado porque no se sería sabio ni libre. ¿Qué querrá el Gobierno con la economía? Y en el caso del dólar, ¿entenderá “la ley de la naturaleza” de la que hablaba Spinoza para ser agente de lo que sucede?

La economía se rebela al orden del discurso. Es más fácil pelearse con Magnetto que con el mercado. Ya escribí que los kirchneristas más radicalizados no están peleados con Magnetto sino con el periodismo, que Magnetto es sólo el flanco más atacable, la excusa. Podría inferirse lo mismo sobre el neoliberalismo; los kirchneristas más radicalizados no están peleados con el neoliberalismo sino con la economía, y el neoliberalismo es su flanco más atacable.

Al mercado negro se lo puede llamar “dólar blue”, pero sigue ejerciendo las mismas consecuencias aunque tenga otro nombre. En economía el deslizamiento entre significante y significado no se produce con las mismas reglas de representación. Por ejemplo, se puede acordar con Brasil o Uruguay que nuestro comercio exterior no sea más en dólares sino en pesos, reales y pesos uruguayos. Pero eso no impedirá que en Uruguay se acepten los pesos argentinos por pesos uruguayos, aunque al equivalente de comprar dólares a $ 5,85.

El dólar blue, negro o paralelo es el problema que hoy enfrenta el Gobierno. Cuando hasta hace pocas semanas la diferencia con el dólar oficial era de tres o cuatro por ciento, no tenía ningún valor de referencia. Ahora que la diferencia entre el dólar oficial y el blue se acerca al 20% pasó a ser un dato tan relevante como la inflación de las consultoras privadas, o sea, el dato real, y significa un desdoblamiento no formal del mercado cambiario.
Este casi 20% de brecha se produjo justo después de que Brasil devaluara el real un 20% frente al dólar, ¿casualidad? Este 20% de brecha se produjo justo después de que se terminaran las elecciones, ¿casualidad?

De Papandreu a Papademos. En Grecia y aquí, ¿como papanatas? Los propios kirchneristas confiesan que la atomización de las decisiones por falta de un ministro de Economía en serio contribuye a potenciar el problema cambiario. El ministro de Economía del modelo fue Néstor Kirchner y aquí viene la paradoja: al ex presidente le hubiera costado más ganar las elecciones pero a la Presidenta le podría costar más ganar la gobernabilidad.

Su marido tenía peor imagen pero –por lo menos en el imaginario colectivo– transmitía más garantía de gobernabilidad. Se podría explicar que alguien más temido tenga peor imagen pero en momentos de crisis se valore más su autoridad. Si cuando la Presidenta designe al nuevo gabinete sus ministros claves transmitieran confiabilidad, probablemente el mercado cambiario se tranquilizaría. Hoy hay hasta versiones de pesificación de los argendólares, que a priori parecen disparatadas. Pero muchos creen que cualquier cosa es posible.

Dicen que la versión sobre que se estudia la alternativa de una pesificación la inició una calificadora de riesgo. Vale recordar que las calificadoras de riesgo en todo el mundo nacieron dentro de empresas de medios de comunicación y, antes de convertirse en mundialmente canónicas, comenzaron siendo una división editorial que vendía información más técnica y para especialistas. El odio de los políticos con los que difunden información (y los termómetros como el dólar blue o el índice de inflación de las consultoras privadas) refleja la problemática de la relación entre agente, libertad y saber.

Desde la perspectiva oficial son los medios quienes están creando esta turbulencia cambiaria agitando a las audiencias con temores exagerados que consiguen realizar la profecía autocumplida. El agente no sería el mercado y sus principales actores, los dueños del capital, sino –cuándo no– los medios que harían terrorismo económico al ver que el Gobierno se inmunizó contra las denuncias de corrupción; por ejemplo, la Justicia declaró inocentes a todos los implicados en el caso Skanska y, entre otros, el caso Schoklender quedó invernando.

Coherente con esta visión paranoica es la de que De Vido y Boudou salieron a anunciar el comienzo de las modificaciones de los subsidios con más ruido que medidas concretas, para sacar el tema del dólar de la tapa de los diarios y distraer la atención de los ahorristas histerizados. Evidentemente no lo lograron.
La obsesión por el relato lleva al Gobierno muchas veces a confundir el mapa con el territorio: las reservas del Banco Central, que eran igual al circulante monetario más los depósitos, ahora son menos de la mitad. El agente de eso no fue Magnetto. Desplazar al mensajero los atributos del agente es un proceso mental primitivo, como aquellos dictadores arcaicos que fusilaban al correo del adversario. Se podría decir que el aumento del 50% de la tasa de interés en las últimas dos semanas es una consecuencia del incremento del dólar, porque mientras el dólar no se movía los ahorristas en pesos hacían de cuenta que recibían intereses en dólares, pero en realidad la tasa de interés actual es recién ahora similar a la de la inflación real: 22%. ¿Es el aumento del dólar la causa de la suba de la tasa de interés o es el aumento de la inflación la causa tanto del aumento de la tasa de interés como del dólar?

Una señal de la intoxicación de goce discursivo la refleja Emilio Pérsico al aclarar que cuando la Presidenta dijo en la reunión del G20 en Cannes que era necesario volver a un “capitalismo serio” no fue porque creyera eso sino que se trataba de una “chicana”.
Chicanas. ¿Estará allí el problema?
Jorge Fontevecchia

jueves, 24 de noviembre de 2011

Fisuras

El más letal de los peligros es haberse convencido de que así está bien. La presunción de que se puede conducir con una sola mano es embriagante. Infunde el sopor tóxico que envilece a quienes carecen de dudas. Pero dar órdenes no es conducir. No, al menos, en tiempos tan turbios y complejos. Sin embargo, ajeno al más elemental recaudo, el poder político que hoy impera en la Argentina, al que la sociedad le ha conferido un potente 54% de los votos, pilotea la Nación sin inmutarse.

No hay en las alturas de una Casa Rosada imperial ni el intento más mínimo de colegiar el poder. Se conduce en solitario y desde la estratosfera. ¿Puede creer Cristina Kirchner que lo que le dicen, le escriben y le muestran es la realidad? ¿Puede tomar como el mejor de los caminos este recetario de torpezas infantiles y manotazos autoritarios con los que se pretende ofrecer una semblanza de gobernabilidad? Pareciera que sí, porque si se deja de lado el edulcorado discurrir de las supuestas “autocríticas”, nada indica que entre El Calafate, Olivos y Balcarce 50 se haya dibujado un hilo conceptual cargado de reflexiones profundas y lecciones debidamente aprendidas.

Es un gobierno que se mece en una autocomplacencia desconcertante. Enamorada de sí misma y de todo lo que dice, hace, omite y destruye, Cristina Kirchner experimenta ahora los corcoveos feos de la turbulencia. No es bonito zarandearse en las alturas.

Ese malambo siembra pánico. Reza la vieja anécdota que cuando volaba a bordo del Tango 01 que se compró en los años noventa y el avión se metía en zonas inestables con el consiguiente temblor del aparato, el presidente Carlos Menem salía de su cabina imperial y les decía a sus cortesanos: “¡No temáis, van con el César!”. El riojano era un frívolo, pero con ciertas cosas no jugaba. Su noción del mando era peronista, pero en clave bastante más delegativa. Quince años más tarde, la Argentina vuelve a palpitar los avatares de una conducción más unipersonal y opaca que nunca.

La noción de república democrática parece ir quedando enterrada por el clamoroso jubileo de las decisiones plebiscitarias. La Presidenta no tiene dudas. No sabe lo que es una perplejidad. Así, reparte mazazos. Hay sindicatos que boicotean al pueblo, dice un día. Al siguiente, equilibra y escarnece a los burgueses que “se la llevan toda afuera”. No hay pasado del que hacerse cargo ni presente sobre el que rendir cuentas. Atornillada más que nunca a un mesianismo caprichoso que impide admitir equivocaciones, ahora anula subsidios que desde ya hace muchísimos años eran estériles, injustos e insultantes, pero ni remotamente imagina que debe explicarle a la sociedad por qué existieron y para qué sirvieron. Lo mismo hace con las cebadas corporaciones gremiales a las que les dio tajadas de Aerolíneas Argentinas. Montaña rusa política y cinismo ideológico: así como dije una cosa, ahora digo la otra. Brilla la ausencia de explicaciones o de argumentaciones razonadas. Se sabe: cuando un sistema de poder está edificado de manera excluyente sobre una o muy pocas personas, no queda más remedio que suplantar el análisis político por explicaciones que ahonden en lo subjetivo.

En la Argentina prevalece ahora mismo una cosmogonía del poder político cuya arquitectura empieza y termina en un liderazgo omnisciente: todo lo saben, todo lo pueden, todo lo conocen, a nadie necesitan, nada les falta. Es un liderazgo sostenido sobre el empacho autocomplaciente. Es un gobierno que se basta a sí mismo y a cuyos ya ruidosos tropezones los vive como episodios irrelevantes, respecto de los cuales considera que nada debe explicar.

Si la Presidenta funciona así, proyectando en todo momento la sensación de que nada la alarma y tampoco la desafía intelectualmente, sus subalternos operativos llevan ese régimen funcional al paroxismo. El caso paradigmático es el de Guillermo Moreno, pero es simplista y hasta engañoso ensañarse sólo con él. Guillermo Moreno no existe. Es en todo caso un espantapájaros colocado donde está para disciplinar provisoriamente a quienes se insubordinan o no cumplen. Lo central es lo sistémico: gente como él a cargo de funciones tan delicadas revela la impronta profunda e inalterable. Es la que me confesó allá por el remoto 2003 el mismísimo Néstor Kirchner en aquellos dos cafés interminables a los que me invitó en la Casa Rosada (ver Lista Negra.La vuelta de los setenta, Sudamericana, 2006). La filigrana de este modo de poder es inconfundible. Se trata de una desnuda ideología del poder, al que se maneja de manera radial.

Todo sistema radial es un esquema imperial. Los planetas orbitan en torno del Sol, del que dependen y con el que se nutren. Sin Sol no hay sistema. Así funciona la Argentina en vísperas de 2012. Los errores no se pagan. Las equivocaciones quedan impunes. La permisividad es absoluta y la despenalización completa: subsidios y arbitrariedades sindicales fueron útiles hasta que dejaron de serlo. Vuelta de página para la rutina de un gobierno que, además de considerarse omnisciente, pareciera haberse convencido de ser omnipotente. Se ha pulverizado la noción de los arbitrajes. Ha muerto la ética de las consultas. Desapareció la conciencia de que el mundo es complejo y que los países no pueden ser conducidos arrastrándolos desde el hocico.

No es para hoy el problema, es para mañana por la mañana. Tanta concentración del poder, tanta jactancia para ejercerlo en solitario, llevan irremisiblemente a un trauma fuerte. Puede tardar, pero –así las cosas– resulta poco menos que un pronóstico certero. La guerrilla contra el dólar, la debacle de Aerolíneas Argentinas y el ruidoso final del festival de subsidios son apenas incidentes menores que revelan profunda fatiga del material. Si el curso no cambia de manera profunda, las fisuras se ensancharán.
Pepe Eliaschev

martes, 22 de noviembre de 2011

El turbulento vuelo de AeroCámpora, símbolo de desmanejo y corrupción

Los errores de la gestión de Mariano Recalde al frente de Aerolíneas se suman a un historial de desaciertos. Los números que la hacen insostenible.
Si en la Argentina quedara un juez o un fiscal que merezca el nombre de tal, debería hacer algo con esto: la historia de Aerolíneas es la de un pozo negro, una empresa quebrada desde los 90 que vuela aún ante la anomia de toda la clase política que decide lavarse las manos. Es la historia de una empresa vaciada al menos tres veces en su patrimonio, endeudada otras mil y que asiste a su decadencia como línea de bandera de la que sólo queda el mástil. Desde que se transformó en AeroCámpora, en julio de 2009, recibió 2.100 millones de dólares del presupuesto y sigue siendo deficitaria: el rojo proyectado en 200 millones subió este año a 387. Nada más inexacto, en este caso, que los números: los balances de AeroCámpora son un secreto de Estado. La pérdida de la gestión de Mariano Recalde hubiera permitido que AeroCámpora comprara TAM, la aerolínea brasileña que duplica a la argentina y que fue premiada recientemente en Francia como “la mejor aerolínea de América del Sur”. TAM, por otro lado, da ganancias, y fue valuada en 2.395,8 millones: dobla a AeroCámpora en flota y en cantidad de pasajeros transportados. La historia de los balances secretos no es nueva: ya en el ’90, el primer balance de Iberia fue objetado por la inclusión de 70 millones de dólares en “gastos de representación”. Aquel era, obviamente, un eufemismo por la coima que había tenido lugar a la hora del remate. El balance en crisis era acompañado por aviones que partían a Madrid con las cubiertas nuevas y volvían con viejas: una pequeña muestra de la actitud que desguazó a la empresa en poco tiempo. Se desarmó el centro de instrucción de Retiro, se vendieron los DC9 de Austral y Aerolíneas quedó desmantelada hasta que el gobierno español decidió sacársela a Caperucita y entregársela en la boca al Lobo: la CEPI asumió la deuda y entregó 680 millones de euros al Grupo Marsans-Mata, que vuelve al vaciamiento, dejándola con un pasivo de 800 millones. Finalmente, el Estado argentino expropia en las peores condiciones: asume la deuda sin revisarla, se expone una futura sentencia en el Ciadi por más de mil millones y no se presenta como parte querellante. Hoy, según la revista especializada Air Transport World, AeroCámpora es una de las tres empresas aéreas que más pierde en el mundo, junto a Kuwait Airways y Air India. Si se la compara con otras compañías de la región, nuestra aerolínea militante pierde como Suriname Airways y Pluna, frente al resto que da ganancias: Aeroméxico, 194 millones; Avianca Taca, 50 millones; Copa Airlines, 241 millones; Gol, 128 millones y LAN, 420 millones.Esta semana, mientras La Cámpora se reunía en el estadio de Ferro y juraba “dar la vida por Cristina”, el conflicto de Aerolíneas se volvía político y el Gobierno decidía militarizar a los controladores aéreos para poder, precisamente, controlarlos. La reacción del ambiente aeronáutico fue de preocupación: entregar a la Fuerza Aérea la aviación civil es como darle los subterráneos al Ejército. Enrique Piñeyro, documentalista y piloto, recordó ante PERFIL un triste antecedente de la misma decisión:—En el ’86,durante Alfonsín, se hizo un intento de militarizar la cosa y meter pilotos de Fuerza Aérea en el Fokker de Aerolíneas; son los que se fueron al agua en Ushuaia al tercer vuelo. Y para colmo, ¿sabés cuál era el nombre del piloto? El mayor Carnero.La imagen de aquel despiste terminó en afiche: el de Fuerza Aérea SA, documental de Piñeyro que el otro día, frente a la marcha atrás del Gobierno, decidió pasar por televisión un símbolo cambiado de sentido: puso al revés las imágenes de aquel día de 2004 en el Colegio Militar en el que Bendini retiró los cuadros de Videla y Bignone. Ahora aparecía volviéndolos a colgar.Cuando la discusión se volvió política, comenzaron las comparaciones:—Aerolíneas se lleva 1.000kilómetros por año de rutas pavimentadas –calculó Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad.—La Cámpora hace volar dos escuelas por día –dijo el diputado Morán, de la Coalición Cívica, calculando el déficit en dos millones de dólares diarios.
El que no corre, vuela. Aerolíneas y Austral tienen una flota total de 71 aviones, de los cuales vuelan sólo 47.Contrariamente a todas las aerolíneas del mundo, AeroCámpora no posee una “monoflota”, sino que tiene aviones de cuatro marcas y modelos, lo que cuadruplica los costos de mantenimiento, repuestos, cursos específicos y mecánicos. En diálogo con PERFIL, Jorge Pérez Tamayo, titular del gremio de pilotos, detalló la composición de la heterodoxa flota:
◆Austral: veinte aviones Embraer (15 operativos), seis Mc Donnell Douglas (cuatro operativos).
◆Aerolíneas: 15 aviones Boeing 737-500 (nueve operativos), 14 aviones 737-700 (11 operativos), tres aviones 747-700 (dos operativos), siete aviones A340 (tres operativos), seis aviones MD (tres operativos).
Sólo 28 aviones del total de 71, son propios. La tendencia mundial es tomar los aviones en leasing o comprar con muy buenas condiciones: TAM y LAN acaban de ordenar la compra de 220 Air Bus, con lo que terminan negociando la supervivencia de la propia Air Bus, lo que les permite lograr una amplia financiación. AeroCámpora, ahora, se apresta a vender dos Jumbos y cambiarlo por dos Airbus 340: duplicarán el precio de alquiler a 800 mil dólares al mes, sin mejorar las condiciones de transporte de carga o pasajeros.Otro desacierto de la gestión Recalde consiste en realizar los chequeos de los aviones en el extranjero al doble del precio: según la Auditoria General de la Nación, los “chequeos C” en el exterior cuestan 639 mil dólares por avión, contra 361 mil en Argentina. Enviaron 14 aviones MD a talleres de Costa Rica, por los que Aerocámpora pagó mas de ocho millones de dólares, cuatro aviones 735-500 a Panamá (alquilados) por los que gastarán como mínimo otros dos millones y medio, además de pagar el leasing que no utiliza durante el tiempo de reparación. Hay dos 737-500 con alquiler vencido que todavía no se devolvieron y por la demora AeroCámpora está perdiendo 300 mil dólares al mes. También siguen pagando el alquiler de otros dos aviones 737-200 obsoletos, que hace años que se demora en devolver.
◆El último hangar de Ezeiza fue inaugurado por Juan Domingo Perón y el último de Aeroparque se terminó en 1981. La Presidenta planea inaugurar un hangar que en realidad ya estaba hecho: construido a mediados de los ochenta por la desaparecida línea CATA, remodelado y propiedad de Eurnekian desde fines de los noventa.
◆Mientras el mercado de pasajeros se agranda, AeroCámpora se achica.De acuerdo con un estudio encargado por una línea aérea privada, en los últimos 18 años se triplicaron los pasajeros internacionales que llegan a Argentina, pero AeroCámpora redujo a la mitad los transportados: desde el 40 al 18%. En el año 1993, de cuatro millones de pasajeros arribados, Aerolìneas transportó al 40%; en lo que va del 2011 de 11,8 millones de pasajeros transportó solamente a dos de cada diez, el 18%.La vida por Banelco. Desde julio de 2009, Aerolíneas es manejada por integrantes de La Cámpora y ex gerentes de empresas ajenas al rubro aeronáutico: Mariano Recalde es un abogado especialista en derecho laboral, dio clases en la UBA y fue asesor de su papá en la Cámara de Diputados. En octubre de 2009, se tomó en serio lo del avión privado y agregó un vuelo no programado a Uruguay para ver un partido de la Selección argentina; lo acompañaron otros luchadores sociales, como Andrés Larroque y Juan Cabandié. En enero del año siguiente pagó 124 dólares por un viaje en business a Punta Cana: tuvo que volver por orden de De Vido. Cobró por su cargo unos 50 mil pesos al mes durante 2010 y superó los 70 mil mensuales en 2011, cobrando además un salario adicional por Austral, aunque maneja ambas líneas desde el mismo sillón. En su declaración de 2010 consigna el cobro de 703.581 pesos. Eduardo “Wado” De Pedro es abogado e hijo de desaparecidos, vicepresidente de AeroCámpora y declaró en 2010 un ingreso anual de 478.890 pesos como director titular de Aerolíneas y 4.860 pesos como director de Austral. Axel Kicillof, subgerente, fue profesor de Macroeconomía y Política Económica y, como el resto de los ejecutivos militantes, cobra entre 70 y 80 mil pesos al mes. Javier Rodríguez es director de Programaciones y agrónomo (¿lo habrán puesto ahí para el día en que las vacas vuelen?), Alvaro Francés es gerente del Area de Operaciones de Aeropuertos y fue antes director comercial de Musimundo, gerente de la zapatería Payless ShoesSource y de varios supermercados. Juan Pablo Lafosse, gerente comercial, viene de la agencia de viajes Asatej y hay quienes sostienen que sigue vinculado a los negocios turísticos.Los militantes del cielo nacional y popular odian sentirse solos: en los últimos tiempos AeroCámpora incorporó unos 400 empleados, 200 pilotos y 200 TCP (tripulantes de cabina de pasajeros, azafatas, call center). Las incorporaciones provocaron cierto revuelo: entraron por la puerta política empleados de más de treinta años, en muchos casos, con desconocimiento total del idioma inglés y quedaron afuera otros, mucho más jóvenes y capacitados, que fueron excluidos por no pertenecer a las filas revolucionarias. Aunque hay muchísimos más pilotos que aviones, la productividad bajó: en 2005 con 480 pilotos se volaron 46.852 horas; esto es 98 horas de vuelo por piloto. En 2008, con 678 pilotos se volaron 53.095 horas; es decir 78 horas de vuelo por piloto. Con 200 pilotos más contratados en 2009, bajó aún más: hay pilotos que vuelan diez horas por mes, otros no vuelan directamente y los de Jumbo hacen sólo un vuelo cada treinta días.—Los que más están trabajando contra el Estado son Recalde y compañía –dice a PERFIL Enrique Piñeyro.—¿Cree que el Gobierno querrá volver a privatizarla o “argentinizarla” con algún empresario amigo?—Me temo que esto termina en Cielos Abiertos. Si cedemos a la presión de la Barrick Gold, ¿por qué no vamos a ceder a la presión de TAM y LAN? Así como le devolvieron áreas a la Fuerza Aérea también podrían abrir los cielos totalmente; sería coherente con la ideología de Schiavi.Entretanto, el Gobierno caracterizó el conflicto con los controladores como un “intento de golpe de Estado”, y el comandante Recalde, luego de asegurar que “no hay conflicto alguno”, afirmó: “Este es un proyecto de la Presidenta”. Investigación: Jorge Lanata/Leonardo Nicosia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El problema de Aerolíneas no es sólo de Aerolíneas

El renovado conflicto entre funcionarios y sindicalistas de Aerolíneas Argentinas pone en superficie una vieja cuestión que nunca se resuelve. Y sobre todo evidencia que no se resolverá mientras no exista una política de Estado coherente en materia de transporte.
Es gravísimo lo que está sucediendo en nuestra zarandeada empresa aerocomercial, desde que se iniciara su destrucción en 1990. La privatización salvaje que duró casi dos décadas y que debemos a los señores Menem, Dromi y Cavallo, y fue revalidada por la vieja Corte Suprema Automática mediante un forzado "per saltum", inició el descenso a los infiernos para cientos de miles de pasajeros que somos rehenes permanentes de la ineficiencia operativa de AA. Aquel dislate se terminó de consumar cuando Cavallo le entregó a Iberia la acción de oro que todavía conservaba nuestro país y que era la herramienta de control más importante. La empresa, que en 1990 dejaba ganancias y era una de las más eficientes en manos del Estado, fue desguasada de manera poco menos que vil. Desde entonces, Aerolíneas estuvo al borde de la bancarrota y el cierre de operaciones en varias oportunidades, hasta que en 2008 y con fuerte apoyo de todos los gremios aeronáuticos, la Presidenta anunció la reestatización. La deuda era de unos 890 millones de dólares. Pero ahí se inició otra disputa, que es la que nos tiene en este presente lamentable: de un lado dirigencias de dudosa competencia en el manejo de la empresa; del otro dirigencias sindicales que proceden como bandas corporativas. Y los pasajeros, por millares, asistiendo a la nueva destrucción. La verdad es que la única manera de superar el conflicto sería, como siempre, el diálogo. Pero a la luz de las acusaciones y la creciente belicosidad de las partes en conflicto -el Gobierno y los sindicatos- todo parece mal encaminado y lo que más falta son ideas propositivas, generosas y superadoras. En esas circunstancias, especialmente los pasajeros que vivimos en provincias padecemos el pésimo servicio que nos dan. Yo invitaría a sindicalistas y autoridades a depender de esta compañía sólo un mes, y después nos cuentan. Pero el problema se hace más y más complejo, porque se enmarca en un contexto de atraso casi legendario que arrastra nuestro país: el del transporte. Que es motor esencial de un país moderno. Puesto que sin transportes no hay desarrollo, ni crecimiento ni inclusión social.
Pero en la Argentina no existe un plan que prevea y estimule acciones coordinadas con vistas, digamos, a los próximos 10, 20 y 50 años. Sí existen ideas de consultores, empresarios, sindicatos, lobbistas, y acaso funcionarios bien intencionados. Pero nada de eso representa una política de Estado de transporte que permita dar un salto cuantitativo y cualitativo. Así, el problema de Aerolíneas no es sólo de Aerolíneas y se relaciona con aquello. Porque la cuestión del monopolio aéreo no puede considerarse aisladamente. Debería ser parte de un Plan Nacional de Transportes que contemple la aeronavegación como un servicio público de fomento, que dé oportunidades a la iniciativa privada y funcione en coordinación con el desarrollo ferroviario y de líneas fluviales y marítimas, y aún del sistema vial.
La Argentina debería tener ahora mismo media docena de líneas aéreas transversales y complementarias, no para debilitar AA sino precisamente para fortalecerla. Y para que la ciudadanía pueda servirse de los más de 200 aeropuertos que hay en el país y que en su gran mayoría están inactivos, mientras siguen creciendo otros medios polucionantes, caros e ineficientes. De igual manera nuestro país necesita recuperar la flota fluvial y marítima, por la sencilla razón de que el 90% del comercio exterior argentino sale y llega por agua. La marina mercante argentina -fluvial y marítima- fue desmantelada en los años 90. En aquellos años, por ejemplo, por la hidrovía Paraná-Paraguay se movían 500.000 toneladas de cargas, pero hoy se mueven 15 millones y se estima que serán 28 millones en 2016 y muchos más dentro de un par de décadas. Eso requiere transporte eficiente y barato, sobre todo ahora que las cosechas se multiplican. Entonces, si se recuperó la industria naval con la reapertura del Astillero Río Santiago y de Tandanor, ¿no sería lógico tomar al toro por los cuernos en materia de transporte naviero? Lo mismo cabe decir del ferrocarril. Porque es francamente absurdo transportar millones de toneladas de cargas por carreteras sobre una planicie sobre la que ya tenemos tendida una extraordinaria red ferroviaria. La Presidenta debiera tener en cuenta que si el plan agropecuario que lanzó hace poco tiene previsto llegar a 160 millones de toneladas de granos en 2020, desde ahora mismo habría que prever cómo se los va a transportar. Y ni se diga de la urgente necesidad de reordenar el sistema de trenes populares, que hoy pueden ser refaccionados en talleres argentinos, lo que de paso llevaría a la recuperación de miles de kilómetros de vías. Cierto es que ya se inició la fabricación de trenes de doble piso para las líneas Sarmiento y Mitre, y eso es excelente. Pero todavía es un corcho en el océano. Porque todavía el Gobierno deberá resistir los lobbies de la construcción vial, y de las automotrices, de los camioneros, de los petroleros y de tantos más que pusieron y ponen trabas -éste es un fenómeno mundial- al desarrollo ferroviario, que es más limpio, más seguro y más barato. Para resistir y reordenar hace falta un Plan Nacional de Transportes coherente, que la Argentina hoy no tiene.
Todo esto enmarca el problema del transporte aerocomercial. Me parece que el Gobierno debería ser consciente de que este es el contexto en el cual habría que repensar Aerolíneas, sobre todo porque en materia de transportes ya perdieron demasiado tiempo sosteniendo a un funcionario sobradamente inútil. Y digo inútil por no decir otras cosas que espero dirá pronto la Justicia.
Somos muchos los ciudadanos que apoyamos la reestatización de Aerolíneas y ahora la padecemos. No queremos que se vuelva a privatizar. Pero no dejamos de advertir que si Aerolíneas se sigue viendo sólo como un problema con éste o aquél sindicato; o solamente se cuestiona a éste o aquél funcionario, la calesita de la destrucción de nuestra línea de bandera seguirá girando.
Mempo Giardinelli

lunes, 7 de noviembre de 2011

Tírenme

Yo estaba encandilado por las luces del patio. Me puse la mano izquierda a modo de visera y miré hacia arriba a la izquierda, al contrafrente de dos de los edificios: nada. Después hubo otro grito más, del mismo sector:

—¡Gordo puto, empleado de Clarín!

La gente empezó a moverse inquieta, en los asientos, y hubo un murmullo general.

—¡Aguante 6, 7, 8!! –un grito más.
—¿Por qué no bajan a discutir acá? –se indignó uno de los asistentes.

Entonces desde las sombras dejaron de escucharse gritos y comenzó una pequeña lluvia de piedras.

Fue instintivo: yo podía suspender la charla por unos minutos o seguir. Elegí seguir hablando.

Estábamos en el patio de la sede de la Universidad de Palermo, frente a unas 400 personas, en un acto sobre la libertad de prensa. Me tocó hace unos meses encabezar una encuesta nacional de Fopea sobre mil periodistas en la que resulté elegido como el mayor referente de la profesión, seguido de Nelson Castro, Nadie y Rodolfo Walsh. Víctor Hugo Morales, Horacio Verbitsky y Magdalena Ruiz Guiñazú completaron los primeros puestos y fueron invitados al debate. Nelson estaba en ese mismo momento al aire en su programa en vivo, Verbitsky y Morales se negaron a concurrir. Y ahí estábamos: 400 personas escuchando y tres, quizá dos, tirando piedras. Fue un hecho menor, pero quiero contarles los detalles de lo que pasó antes y después, porque a veces los hechos menores hablan más de la vida real que los grandes gestos.

Promediada la charla, alguien preguntó por la situación del periodismo en Venezuela. Estuve hace unos meses en Caracas, invitado por el Colegio Nacional de Periodistas, y pude ver de cerca el tema. Magdalena me cedió el micrófono para responder: hablamos del “national and popular philosopher” Laclau y su teoría sobre la inexistencia del periodismo (Laclau, que interrumpió su estancia de treinta años en Londres para grabar unos programas del canal Encuentro y recomienda para países subtropicales como la Argentina la reelección indefinida, tal vez basándose en la Teoría de los climas de Montesquieu).

—El fondo filosófico es el mismo –dije– pero en Venezuela se ha pasado el límite de la agresión física. En el primer semestre de este año hubo 163 atentados denunciados contra periodistas; patotas –orgánicas y no– del chavismo los esperan en la puerta de los diarios o los canales.

Pero esta no era la única escena de la noche del jueves: en paralelo, y por el aire de Twitter, cientos de mensajes ya hablaban del incidente con las piedras. Las consideraciones personales de los tweets son lo de menos, de modo que voy a reproducir aquí sólo algunos y más que nada “los en contra”. Para ser justos, aclaro que los mensajes de solidaridad y condena a los piedrazos fueron los más; pero los que se alinearon apoyando a las sombras no fueron pocos. Y esos son los que me interesan, porque es ahí donde anida el huevo de la serpiente.

Twitteó con intuición y buen olfato el crítico de cine Gustavo Noriega: “A ver si se dan cuenta: hay una conexión entre que el Estado financie El Pacto y que un par de boludos les tiren piedras a Magdalena y a Lanata”. “Si a Lanata y Magdalena los insultaron los vecinos de Palermo no quiero pensar cuando pinchen una goma del auto en el Conurbano”, posteó cronopio83 Aldo Raponi. A esa altura los tres de-subicados en un contrafrente de Palermo se habían transformado en “los vecinos de”, una especie de Fuenteovejuna.

Con los mismos elementos pero actitud más profesional, el periodista Nicolás Wiñazki twitteó: “Aguante 6, 7, 8 también gritaron los que tiraron piedras a Lanata. Fueron como diez piedras. No hay lastimados”.

A esa altura la “noticia” llegó a los medios electrónicos: “En 6, 7, 8 intentaron justificar la agresión a Lanata por decir que su verborragia incitó a la agresión. Flojito, no?”, twitteó “franciscoaure”. Un “victorhugo590” registrado como Víctor Hugo Morales –que algunos afirman es un “fake Morales”, aunque no se conoció públicamente desmentida alguna del relator deportivo– dijo: “No me sorprende que arrojaran piedras sobre gente como Jorge Lanata o Magdalena Ruiz Guiñazú. El pueblo se expresa como puede”.

Al poco tiempo yo ya estaba cerca de ser el verdadero culpable. ¿Qué hacía mi cabeza atrayendo piedras, eh?

“Testigos sospechan de que haya existido una verdadera agresión al periodista Jorge Lanata. Estilo radio”, twitteó gerarfernandez. “Alumnos de la Universidad de Palermo sospechan del origen de la agresión a Lanata”, concluyó @pimboleto, Daniel Ventura.

Y hasta hubo lugar para el cinismo: mientras todos los medios oficiales ignoraron por completo el incidente, Javier Romero (un asistente de Sergio Szpolski que se dedica en Diario Registrado a calumniarnos día por medio en Internet) quiso curarse en salud: “Quien le tira piedras a un periodista ataca a la libertad”, copió en su mensaje de un sobrecito de azúcar. La diferencia del peso específico entre un puñado de piedras y el habitual balde de bosta que significa Diario Registrado son notables.

La noticia, con sus versiones y contraversiones, duró un día más en la red.

Algunas consideraciones sobre la noche del jueves:

1)Un hecho aislado no puede, necesariamente, ser confundido con una política: en todos lados hay locos sueltos. Pero una política sí puede estimular que el hecho aislado se produzca: cuando la Presidenta identifica u hostiga, con nombre y apellido a los periodistas que ella imagina como “enemigos”, puede haber uno, o diez, o cien militantes freaks dispuestos a quedar bien con la Jefa. Nadie recuerda, por ejemplo, condena alguna del Gobieno cuando militantes de las Madres de Plaza de Mayo escupieron los retratos de varios periodistas del país, acusándolos de complicidad con la dictadura.

2)“A veces pienso si no sería necesario nacionalizar los medios de comunicación, que adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país. No seamos más tontos, no dejemos que nos envenenen y nos mientan”, dijo Cristina en un acto en Mercedes. “Los medios son cómplices de la política de entrega y subordinación”, agregó. “La libertad de expresión no puede convertirse en libertad de extorsión”, dijo también.

¿No le tiraría una piedrita a Lanata para complacer a Cris y defender al pueblo?

3)Al mensaje oficial “en on” se le suma la catarata de propaganda producida en la “Konzentrationslager Gvirtz”; hay más de cincuenta medios de comunicación paraoficiales, sin contar los blogs kirchneristas, los programas de televisión y radio acólitos y la vergüenza nacional de “Fútbol para Todos” (¿para cuándo Libros para Todos, o Agua para Todos o Comida o Justicia para Todos?).

4)No he recibido –y, por favor, tampoco espero– comunicación oficial alguna sobre el hecho. Sí de decenas de ONGs, público en general, periodistas, un comunicado de Adepa y muchos otros. El abanico de los 50 a 70 ¿u 80? medios de comunicación oficiales o privados (plata del pueblo que vuelve a Szpolski, Gvirtz, etc.) silenció el asunto con cuidado. Recordé el viernes la cara de mi tía Nélida diciéndome “El que calla otorga”.

5)Mientras se siga presentado al periodismo como “enemigo del pueblo, se le echará más leña al fuego. Es una democracia que a veces, desgraciadamente, parece una dictadura: la noche anterior a las piedras, 6, 7, 8 hizo otro goebbeliano informe sobre unas columnas de Martín Caparrós en El País y un comentario mío sobre Cristina en la Cadena Ser: lo titularon “Campaña Antiargentina”, del mismo modo que la dictadura tituló a las denuncias de los organismos de derechos humanos en el exterior sobre los desaparecidos. Martín estaba indignado:

—Es cierto –me dijo. Yo estuve en la campaña antiargentina en el Exterior. Fue en el ’77 o ’78. Yo fui uno de los exiliados que denunció a la dictadura. Pero nunca me imaginé que treinta años después la democracia iba a utilizar las mismas palabras.

Ni los dictadores, ni los presidentes, ni los gobiernos, representan exclusivamente a la Argentina. Son parte de ella, conformada también por los que piensan distinto al pensamiento oficial. Los afiches de Cristina hablan de amor, pero en varias ocasiones la Presidenta y su entorno ejercen el odio, o lo estimulan. Los acólitos –que para eso están– sobreactúan; escriben panegíricos, manipulan frases ajenas, cualquier cosa para lograr la distante sonrisa de la Jefa, un registro automotor, un plan, una caja regular de alimentos no perecederos. Y hay también, cómo no reconocerlo, quienes dan hasta la vida por sus pensamientos, como muchos dieron en su momento “la vida por Perón”. No volvamos a tropezar con la misma piedra.

Jorge Lanata