lunes, 28 de marzo de 2011

Un país que camina hacia el autoritarismo

La Argentina camina derecho hacia el autoritarismo, perversión política de la que creyó haber salido para siempre hace casi 28 años. El bloqueo total al diario Clarín, que ayer no pudo acceder a sus lectores, y el bloqueo parcial a LA NACION, que vio seriamente demorada la distribución de sus diarios, quedarán registrados dentro de la madrugada más regresiva de la nueva democracia argentina.

Constituyen, al mismo tiempo, un gravísimo precedente, porque quedó demostrado que un pequeño grupo de personas violentas y vandálicas, protegidas por un Estado autoritario, puede quebrar la natural y cotidiana relación entre los diarios y sus lectores. ¿Cuándo será el próximo bloqueo? ¿Cuánto tiempo durará en un país donde la policía es sólo un testigo privilegiado, inmóvil e impotente, de las peores violaciones de las leyes?

La culpa más grande no es de los que ejecutaron la depredación en la larga noche del sábado. Si sólo hubieran sido ellos, la solución no habría tardado en llegar más que unos pocos minutos. Desde enero último, existe una resolución del juez Gastón Polo Olivera, que dispuso que la circulación de medios gráficos no debe ser interrumpida jamás por una manifestación. Esa orden debió ser cumplida de inmediato por la policía, que es el brazo ejecutor de la Justicia, pero la policía se encuentra bajo la virtual intervención de la ministra de Seguridad, Nilda Garré. Garré tiene una historia de absoluta disciplina a sus jefes políticos; esa permanente sumisión implica que debió consultar la actitud de la policía con Cristina Kirchner. Lo que sucedió anteanoche fue la más grave agresión contra el periodismo libre desde 1983, dispuesta por la cima de un poder político sin medidas ni límites.

Ya se ha hecho habitual, de todos modos, que el gobierno kirchnerista no cumpla con las órdenes de la Justicia, cuando esas órdenes incomodan sus planes políticos o sus intereses personales. Desde la negativa a cumplir la orden de la Corte Suprema de Justicia, que lleva más de una década, para reincorporar al fiscal Eduardo Sosa en Santa Cruz, hasta la reciente desobediencia de la Policía Federal a una orden del juez federal Luis Armella, que mandó desalojar la ocupación ilegal de viviendas en Villa Soldati, el gobierno kirchnerista convierte los recursos institucionales y las fuerzas policiales en instrumentos para combatir de hecho a la Justicia. ¿Qué queda de la Justica cuando sus decisiones resultan escritas en el agua?

La policía fue advertida en la noche del sábado por LA NACION y Clarín de que sus talleres, vecinos en el barrio de Barracas, podrían ser víctimas de bloqueos. Un cable de la agencia oficial Télam, propagadora del "periodismo militante" del poder, se anticipó a la policía y a los propios manifestantes. Dio por hecho un bloqueo que todavía no había comenzado. El caso laboral del diario Clarín se encontraba resuelto y cerrado; la empresa había decidido en febrero la reincorporación del personal despedido. ¿Se necesitan más pruebas de la complicidad de las máximas instancias del Gobierno con el salvaje asalto a los diarios?

La policía, mientras tanto, se entretuvo en las inmediaciones sin hacer nada y se limitó a responder que se trataba de "una manifestación, no de un bloqueo". El silogismo es memorable por su impostura, porque la manifestación concluía irremediablemente en bloqueo, como sucedió. Las fuerzas de choque tienen al final más poder que la policía, que es lo mismo que decir que la ilegalidad se ha puesto por encima del orden constitucional. Las fuerzas policiales sólo actúan cuando la ilegalidad es opositora al Gobierno. Se trata de la cancelación tan lamentable como creciente del Estado de derecho.

No se trató, tampoco, de un relámpago en cielo limpio. El contexto indicaba que en algún momento el oficialismo acometería el asalto definitivo sobre los dos principales diarios argentinos. En el reciente aniversario del último golpe militar, el jueves 24 de marzo, las organizaciones sociales paraoficiales dedicaron poco tiempo a recordar ese hecho luctuoso de la historia y a repudiar sus criminales consecuencias. Su ocuparon, más que nada, del señalamiento del periodismo "enemigo" del Gobierno; precisaron los nombres de periodistas y de medios periodísticos, entre los que figuraban de manera sobresaliente LA NACION y Clarín. La noche del sábado fue la quinta vez que se intentó bloquear la salida de los diarios, aunque nunca antes se había llegado tan lejos.

Una semana antes, el dirigente del sindicato camionero Raúl Altamirano había amenazado directamente al periodismo libre por revelar información que afectaba a su líder Hugo Moyano. En el bloque de anteanoche estuvieron piqueteros con la clara identificación del sindicato de Moyano, que no es víctima de persecución política ni personal, sino de pesquisas judiciales, algunas de las cuales se llevan a cabo en Suiza por la existencia de cuentas bancarias con dinero supuestamente suyo.

Mañana, estará en Buenos Aires Hugo Chávez para, entre otras cosas, recibir el Premio a la Comunicación Rodolfo Walsh de la Facultad de Periodismo de La Plata. No es una parodia, sino una noticia. El oficialismo, que estuvo tentado de censurar a Vargas Llosa como principal orador en la Feria del Libro, decidió premiar a Chávez por su contribución al "periodismo militante". Chávez es el maestro que divulga en América latina la escuela de la agresión violenta y perpetua al periodismo independiente, que no se deja vencer por los favores del poder político y que resiste la intimidación y la calumnia. Cristina Kirchner se convirtió, por derecho propio, en su mejor alumna.

La noción de la libertad parece vacilar, pero su defensa ya no puede ser, a estas alturas, sólo responsabilidad de los periodistas. ¿Qué hará la sociedad, que fue privada de acceder a la información del medio periodístico que ella eligió? ¿Se conmoverá sólo por un día, para pasar mañana a preocuparse por cuestiones menos trascendentes? ¿Qué hará cuando no sólo un diario, Clarín, perdió millones de pesos en un día, sino que los canillitas también se quedaron sin una parte importante de sus ingresos?

Un párrafo aparte merece la oposición. La lucha por la libertad es más importante que la competencia electoral para comicios que se celebrarán sólo dentro de siete meses. La responsabilidad suya no es sólo defender del acoso a los medios periodísticos y a los periodistas, sino también a los ciudadanos que fueron privados de acceder a la información que necesitan para tomar decisiones colectivas. No será suficiente la mera declamación de discursos conocidos y repetidos cada vez que una nueva escalada encoge los espacios de las libertades esenciales. Debería hacer algo más en conjunto, trazar un límite donde los límites ya no existen. Hasta ahora, el ombliguismo opositor y el autoritarismo oficialista están dejando al país sin el indispensable oxígeno de la libertad.
Joaquín Morales Solá

domingo, 27 de marzo de 2011

La democracia descarnada

El año 1976 se vivió de manera antagónica a un lado y otro del Atlántico: la Argentina entraba en el período más oscuro y doloroso de su historia, España, con la muerte del dictador Franco, ingresó en el proceso ejemplar de una sociedad que debió despojarse del autoritarismo y estrenó su libertad denunciando las muertes, las desapariciones que pasaban del otro lado del Atlántico. España no sólo nos acogió con solidaridad, sino que la hoy prestigiosa prensa española nació y se nutrió con las plumas de muchísimos argentinos, expulsados o perseguidos por la dictadura militar. Fui beneficiaria de lo que hoy vivo como un privilegio, haber sido testigo de la transición democrática. Y haber ejercido el periodismo en libertad.

España antepuso los valores democráticos, exigidos por la Comunidad Europea como condición de integración a las razones del dinero y el mercado, que llegaron después. La Comunidad Europea le dio a España ese gran impulso democratizador que desde la segunda mitad del siglo XX fue consolidando la perspectiva jurídica que prioriza o antepone la libertad de expresión como un valor supremo de la democracia. Pruebas al canto: Este mes, la Corte europea de Derechos Humanos condenó al Estado español por violar la libertad de expresión del dirigente vasco Arnaldo Otegui, quien fue condenado a prisión por haber llamado al Rey, “el jefe de los torturadores”. El tribunal consideró que el Estado español vulneró la libertd de expresión, ya que la opinión no demanda demostración de exactitud y el dirigente se expresó en su condición de portavoz de un grupo parlamentario en el medio de una cuestion de interés público, la visita del rey Juan Carlos al país Vasco en febrero de 2003. Otegui había sido condenado en base al Código Penal español que otorga al jefe del Estado un nivel de protección superior al de otras personas o instituciones que prevee sanciones mas severas para el régimen común del delito de injuria. El tribunal consideró que la sanción fue “desproporcionada”, ya que una pena de prisión por los dichos en un discurso político no es compatible con la libertad de expresión garantizada por el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que sólo admite excepciones cuando los discursos incitan al odio y la violencia. Los jueces que condenaron a Otegui interpretaron el fallo como un llamado de atención a los legisladores para modificar una ley que acepta que el Rey tenga coronita, que esté por encima de los otros ciudadanos. En contraste con el debate que generó en España la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, salta escandalosamente nuestra tradición autoritaria, perpetuada en la naturalización de fenómenos que son incompatibles con una sociedad de legalidad democrática. Tal es que los gobernantes busquen influir sobre la información, distribuyan la pauta oficial con criterio propagandístico, se siga confundiendo Estado con gobierno y que los periodistas no se hayan dado a sí mismos pautas deontológicas, acordes a la nueva concepción del derecho a la información. Parece natural que los piquetes impidan la circulación de los diarios, que algunos dirigentes políticos sigan culpando a la prensa por el crimen de María Soledad o se busque la Justicia para amordazar las denuncias por corrupción de los millonarios dirigentes sindicales.

A 35 años del 24 de marzo de 1976, deberíamos saber que el Estado está obligado a garantizar la libertad del decir, opinar, expresar, de la que están excluidos los discursos que incitan al odio y la violencia. No esperemos que los tribunales internacionales nos sienten en el banco de la penitencia, ya que no se puede invocar a los Derechos Humanos y luego exaltar las teorías de confrontación que han contaminado el lenguaje y los discursos. Aún cuando muchos se valen de la legalidad democrática para imponerse, la democracia no está amenazada. Sí aparece descarnada en sus residuos autoritarios.
Norma Morandini

viernes, 25 de marzo de 2011

Albert Camus y la construcción de la verdad

La justicia no consiste en abrir unas prisiones para cerrar otras. Consiste, en primer lugar, en no llamar “mínimo vital” a lo que apenas si basta para hacer que viva una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años. La libertad no consiste en decir cualquier cosa y en multiplicar los periódicos escandalosos, ni en instaurar la dictadura en nombre de una libertad futura. La libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa. Está por construirse la verdad, como el amor, como la inteligencia. Nada es dado ni prometido, pero todo es posible para quien acepta empresa y riesgo. Es esta apuesta la que hay que mantener en esta hora en que nos ahogamos bajo la mentira, en que estamos arrinconados contra la pared. Hay que mantenerla con tranquilidad, pero irreductiblemente, y las puertas se abrirán. ¿Y por qué esperar a Navidad? La muerte y la resurrección son de todos los días. De todos los días son también la injusticia y la verdadera rebelión.

miércoles, 23 de marzo de 2011

24 de marzo

El 24 de marzo de 1976 un golpe de Estado cívico-militar derrocó al gobierno constitucional de la presidenta María Estela Martínez de Perón e instauró una dictadura que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983 a través de una Junta Militar encabezada por los comandantes de las tres Fuerzas Armadas: Jorge R. Videla (Ejército), Emilio E. Massera (Armada) y Orlando R. Agosti (Fuerza Aérea).Se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional” y es por eso que suele ser referida simplemente como "el Proceso".

Los golpistas tomaron al poder en un contexto de violencia creciente, caracterizado por acciones de terrorismo de Estado llevadas adelante por las Fuerzas Armadas y el grupo parapolicial Triple A y la actuación de organizaciones guerrilleras.

La Junta Militar llevó a cabo una acción represiva en la línea del terrorismo de Estado conocida mundialmente como la Guerra Sucia, coordinada con las demás dictaduras instaladas en los países sudamericanos mediante el Plan Cóndor, que contó con el apoyo de los principales medios de comunicación privados e influyentes grupos de poder civil, la protección inicial del gobierno de los Estados Unidos y la pasividad de la comunidad internacional.

El gobierno secuestró, torturó y ejecutó clandestinamente a decenas de miles de personas, sospechadas de ser guerrilleros o activistas civiles sin relación con las organizaciones armadas y estableció centros clandestinos de detención para llevar a cabo estas tareas. Las personas detenidas en estos centros clandestinos fueron conocidos como «los desaparecidos» y gran cantidad de ellos fueron ejecutados y enterrados en fosas comunes o arrojados al mar desde aviones militares. Otro perverso mecanismo implementado fue el de la apropiación de los bebés de madres en cautiverio por parte de la misma estructura militar. De esos más de 500 niños apropiados, casi 100 ya han recobrado su verdadera identidad gracias a la labor de las Abuelas de Plaza de Mayo.

La política económica del Proceso de Reorganización Nacional quedó a cargo de los sectores civiles que promovieron el golpe de estado. Bajo el liderazgo del empresario y estanciero José Alfredo Martínez de Hoz, se puso en práctica una serie de reformas económicas radicales, siguiendo las nuevas doctrinas neoliberales de la Escuela de Chicago, que tendieron a desmontar el Estado de Bienestar, desindustrializar y concentrar la economía argentina y a fomentar el sector financiero y el campo. Socialmente, el Proceso se caracterizó por aumentar notablemente la pobreza, que alcanzó a un tercio de la población, cuando en las décadas anteriores la misma no había superado el 10%.

En 1982 el gobierno militar emprendió la Guerra de Malvinas contra el Reino Unido. La derrota infligida provocó la caída de la tercera junta militar y meses más tarde la cuarta junta llamó a elecciones para el 30 de octubre de 1983, en las que triunfó el candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín.
Los miembros de las tres primeras juntas del Proceso fueron enjuiciados por los delitos cometidos durante su gobierno, como consecuencia del Decreto 158/83 del presidente Alfonsín, que también creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) para investigar las violaciones de derechos humanos ocurridas entre 1976 y 1983. Como resultado del Juicio a las Juntas, cinco de sus integrantes fueron condenados y cuatro absueltos. Los restantes responsables fueron enjuiciados en diversos procesos. En 1986 y 1987, a iniciativa del presidente Alfonsín, se dictaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida dando fin a los juicios por crímenes de lesa humanidad.

En 1989 y 1990 el presidente Carlos Menem dictó una serie de indultos que beneficiaron a los funcionarios del Proceso y a los jefes guerrilleros que continuaban judicialmente comprometidos. La situación de impunidad en Argentina determinó que los familiares de los desaparecidos buscaran apoyo en el exterior, por lo que desde 1986 se iniciaron procesos penales contra miembros de la dictadura militar en España, Italia, Alemania, Francia, por desaparecidos de esos países. En 2004 el Tribunal de la ciudad de Núremberg, Alemania emitió órdenes de captura y extradición contra Jorge Rafael Videla y Emilio Massera.

En 2003, tras iniciativas del Presidente Néstor Kirchner, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron derogadas por el Congreso de la República Argentina y los juicios se reabrieron, en tanto que la justicia comenzó a declarar inconstitucionales los indultos por crímenes de lesa humanidad que habían cometido los militares durante la última dictadura.

YPF: El emblema del saqueo kirchnerista

La historia del saqueo kirchnerista a YPF va a superar ampliamente al desastre que le causó a esta ex empresa estatal el menemismo en los años noventa al privatizarla (medida con la cuál Néstor Kirchner estuvo completamente de acuerdo y celebró con entusiasmo).

El ex presidente hizo verdaderos malabares para extorsionar al grupo español encabezado por Antonio Brufau con el fin de lograr que Repsol le vendiera una parte de la "joya" energética argentina al grupo Petersen, capitaneado por Enrique Eskenazi, un viejo socio del patagónico que compró por migajas el fundido Banco de Santa Cruz vaciado por Kirchner y Lázaro Báez, su gerente, en un maniobra que les debió haber costado la cárcel, si se hubieran seguido los mismos parámetros del ex Banco Social de Córdoba, donde Jaime Pompas fue condenado a nueve años de prisión.

Kirchner logró su cometido y hoy Sebastián Eskenazi es el CEO de YPF sin haber puesto casi un peso, en una maniobra financiero-económica que no registra antecedentes en la historia de las transacciones petroleras.

Mientras en otras partes del mundo se mata y se declaran guerras por el crudo, aquí los ibéricos casi "regalan" el manejo de la empresa a un grupo insignificante, sin el más mínimo antecedente en este sangriento y despiadado negocio.

Concretamente, los Eskenazi compraron YPF con los propios dividendos de la empresa, que, a pesar de su debacle, va dejando enormes ganancias porque no re-invierte. La firma va hacia el abismo acelerando más y más su marcha, sin importar el trágico final que le espera.

A la hora de estrellarse, sus nuevos dueños ya se habrán hecho inmensamente ricos.

Ayer, se conoció que el horizonte petrolero de YPF no va más allá de un lustro, algo con lo que se venía especulando. A Brufau lo acusaron los accionistas de haber convertido una gema petrolera en una compañía meramente destiladora, ya que desde hace una década la producción de la empresa creada por el general Mosconi cae en el orden del 3 por ciento anual.

Como se recordará, ocho ex secretarios de Energía de la Nación (Emilio Apud, Julio César Aráoz, Enrique Devoto, Roberto Echarte, Alieto Guadagni, Jorge Lapeña, Daniel Montamat y Raúl Olocco) suscribieron un reciente documento en el que acusan al kirchnerismo de haber dilapidado en ocho años nada menos que 100 mil millones de dólares en reservas de "oro negro".

¿Cuáles son las cifras del fenomenal timo?

Las reservas probadas de petróleo de YPF representan hoy sólo el 35% de las que compró Repsol en 1999. En aquel momento tenían en los yacimientos 1517 millones de barriles y hoy subsisten apenas 531 millones de barriles de reservas probadas.

Lo más importante, para el final

¿Cuál fue el secreto para perpetrar tal desfalco de forma alevosa y sin pagar mayores consecuencias?
La respuestas es tan sencilla que mueve a una amarga risa.
Simplemente, a diferencia de cualquier país serio del mundo, el estado nacional no tiene caudalímetros en los oleoductos y los pozos, por lo cual las compañías (YPF, Cristóbal López, Lázaro Báez, Pan American o Total) se llevan todo lo que quieran firmando una simple declaración jurada, ya que la Argentina no tiene capacidad para inspeccionar nada de lo que la industria hace.

Las dos grandes fuentes de corrupción de la política patagónica son la pesca y el petróleo. Una está bajo el agua y, cuando desaparecen las especies depredadas, los técnicos marinos siempre encuentran explicaciones para estos "fenómenos" ictícolas.

La otra está bajo la tierra y los estados nacionales y provinciales no tienen mapas geológicos adecuados para probar el fraude sistemático a que fuimos conducidos.

Este es un tema de campaña. De esto deberían hablar día y noche los candidatos de la oposición.

Se ha materializado la más atroz estafa, malversación, pillaje, atraco o como usted quiera llamarlo sin que a la mayoría de los candidatos —con excepción de Pino Solanas y “Lilita” Carrió—, se les mueva un pelo.
Marcelo López Masia

lunes, 21 de marzo de 2011

Nosotros, los de antes, ya no somos los mismos

Resulta paradójico como en la Argentina , quienes ayer eran aliados incondicionales se convierten en enemigos necesitados, del mismo modo como los buenos de ayer hoy son los malos, y el pueblo sigue esclavo.

En tiempos donde lo furtivo y efímero son protagonistas, donde las lealtades yacen en subsuelos impenetrables, y la palabra se ha devaluado tanto como los principios, creer en pactos políticos capaces de permanecer inalterables es delirante. En este contexto deliró tanto la Presidente como el jeque sindical cuyos trabajadores embanderan la vía pública con carteles que rezan: “Gracias Moyano por tanta dignidad”.

En apenas 24 horas, sutilezas hubo en demasía pero ninguna de ellas fue capaz de prevenir los boomerang tan comunes en la política argentina. De víctimas a victimarios hay sólo un paso del mismo modo como los buenos de ayer se convierten hoy en los malos, y aquello que asoma como novedad no es sino reiteración del ahora disimulado “estilo K”.

Basta observar como hasta hace unos años el mentado multimedios causante de todos los males era el mejor aliado, o de qué manera el mismísimo Hugo Moyano sostenía los actos del matrimonio aportando sus camiones y agremiados.

Recuérdese incluso que Barack Obama era rubio y de ojos celestes por ganarle a los republicanos aunque hoy sea deleznable por elegir a Dilma, en lugar de a Cristina.

Posiblemente, no sean los últimos quienes lleguen antes al frente, pero es factible que quienes estén en primera fila aplaudiendo vehemente a la Presidente , en breve sean los denostados por la jauría de un entorno que se olvidó hace 30 años de cambiar los calendarios.

Si bien las desconfianzas están a la orden del día, no es sano advertir que para gran parte de la ciudadanía este episodio del paro-no paro de Moyano se transforme en el tema del día. Las conveniencias nunca estuvieron ausentes desde hace ocho años cuando comenzara la gestión K, y el oportunismo dejó crecer la barbarie en el seno de un gremialismo que hasta ha enterrado miembros con un misterio inaudito, y de pronto se detiene en este imponderable que jaquea a los argentinos.

Y es, justamente en los imponderables donde quisiera detenerme. Hete ahí aquello que podría frenar el avance de Fernández de Kirchner en su afán de permanecer. Si hasta ahora, la capacidad de la oposición para limitar la hegemonía kirchnerista no ha dado muestras concretas de eficiencia, cabe esperar que el freno surja -ni más ni menos- que de la propia torpeza oficial, que encima fuera de las fronteras resalta más.

Imponderables como la valija de Antonini, la droga transportada por Southern Winds, los mails de Jaime, las coimas de Skanska o la cocaína que cargaban los hermanos Juliá hacia España, por poner apenas unos ejemplos. Todos con un protagonismo político oficialista, y con un comienzo de trama descubierto por el extranjero.

De algún modo, no debería ser tanto el temor a perder los medios nacionales si, en rigor de verdad, todo escándalo de magnitud se sabe gracias a voces externas a nuestras fronteras. ¿O de dónde sale el exhorto que jaquea al jefe de la CGT ? ¿En esta geografía no se sabía a la perfección los “deslices” del camionero, el enriquecimiento inexplicable de su patrimonio y la extorsión permanente que utilizaba como método?

El tema, sin embargo -y aunque haya mediado alguna mano local – fue puesto en evidencia desde Suiza y tomado puertas adentro a modo de excusa para desguasar una convivencia similar a la experimentada entre Michael Douglas y Kathleen Turner en “The War of the Roses”, por no exagerar y hablar de alguna sinonimia con “the Roses war”…

El Estado argentino es sordo, ciego y mudo salvo cuando se trata de inmiscuirse en asuntos que no le competen en absoluto.

Lo cierto es que ya nada será lo que antes fue entre Cristina y el líder sindical, suponiendo que alguna vez haya habido algo más que un interés espurio, y una mutua utilización por espacios de poder ambicionados con idéntica venalidad. Ahora, al menos, la batalla electoral será más trasparente, y hasta el debate por las colectoras quedará como un tema demasiado antiguo quizás.

La amenaza latente del paro nacional será la espada de Damocles para un Ejecutivo débil que debe enfrentar comicios, y la causa judicial será el talón de Aquiles para el émulo de Herminio Iglesias en esta actualidad. Aunque no suene muy académico, podríamos decir que quedaron parejitos.

Finalmente, la teoría del complot se agitará de idéntica manera para unos y otros. Fue utilizada en un sinfín de cuestiones y con ella parece ponerse paños fríos pero, en esta ocasión, la fiebre todavía es alta, y los remedios… a los remedios les cabe otro análisis y otras causas.

De todos modos, la tesis de la conspiración resulta tranquilizadora en la medida en que explica todos los acontecimientos mediante la acción de fuerzas subterráneas. Pero esa designación de un “gran culpable”, como expone Pascal Bruckner, puede tomar dos direcciones: o constituye una suerte de renuncia (¿para qué luchar si alguien más poderoso está tramando algo contra nosotros?), o bien designa un enemigo al que hay que aniquilar para recuperar la armonía perdida. Ofrece, por último, el consuelo supremo: creerse suficientemente importantes como para que unos malvados pretendan destruirlos.

El peor complot en definitiva es la indiferencia: ¿cuántos sobrevivirían a la idea de que no suscitan en otros, ni suficiente adoración ni suficiente odio como para justificar la más mínima malevolencia? Seguramente ni Moyano ni Cristina estén en condiciones de asumirse en esa postura como tampoco están dispuestos a admitir que la sociedad sabe, a ciencia cierta, quién es el verdadero convidado de piedra en esta impiadosa e indefinida guerra.
Gabriela Pousa

viernes, 18 de marzo de 2011

Militancia último modelo

Creer que todo ha sido militancia y peste emocional juvenil en el acto del kirchnerismo del viernes pasado sería tan errado como insistir en atribuir todo a los 80$ por asistente y los 1.500$ por micro que costó la modesta repetición de la historia como farsa de Huracán.

El kirchnerismo, tan hijo legítimo del setentismo como del noventismo, ha inventado una nueva categoría “superadora” de la antítesis entre el militante desinteresado y el operador rentado. Se trata de un híbrido militante-operador unánimemente rentado cuyo origen histórico son las elucubraciones leninistas sobre el revolucionario profesional. Lo que no hace más que revelar –otra vez- el carácter stalinista-débil del kirchnerismo : concentración del poder en una sola persona, culto de la personalidad pagado por el Estado, propagandismo, purgas ideológicas, desprecio por la libertad de prensa, el parlamentarismo y la oposición, estatismo, populismo, nacionalismo.

El ranking de los militantes-operadores-rentados, nuevo modelo de militante nac&pop, es amplio y va desde el soldado raso que concurrió genuinamente entusiasmado a Huracán y sumó unos pesos para el fin de semana, pasa por el bloggero K que capta unos 8.000$ mensuales para redactar un engendro destinado a convencer a los convencidos y termina en los líderes de esa agrupación devota de cierto odontólogo aparentemente carismático que se llevan 30.000 pesos por mes por aportar desde sus escritorios y sus despachos a la revolución.

Curiosa nomenklatura menemista que posa para la foto en actitud de haber bajado ayer de Sierra Maestra , a ninguno se le ocurre que esos dineros del Estado serían mejor aplicados a mejorar la salud y la educación del 30% de pobres que aún tiene el país, sino que creen que no hay mejor lugar para esos fondos pagados con el 21% de IVA a los alimentos que sus bolsillos .

Después de todo es lógico que piensen que el modelo nac&pop requiere esos sacrificios militantes, similares a los hechos por sus líderes políticos durante toda una vida de acumular fortunas que no pueden explicar.
Fernando Iglesias

miércoles, 16 de marzo de 2011

Escualidez

Claro que los medios tienen una responsabilidad decisiva a la hora de radiografiar a los responsables de la indigencia del debate argentino. Las culpas provienen de la crónica cotidiana, que parece inexorablemente condenada a reducir el espacio del pensamiento y la fijación de conceptos más trascendentes a un mero trapicheo de conjeturas. No sucede eso con las páginas editoriales y de opinión de los medios que el régimen gobernante llama “concentrados”, que suelen estar tapizadas de los puntos de vista más diversos y en los tonos más elevados.

Si la política argentina ha sido históricamente un caso clamoroso de personalismo en la región, la manufactura periodística de la agenda cotidiana es casi una caricatura de esa realidad, ya de por sí penosa.

Desde las recomposiciones democráticas que se fueron dando en América latina en los últimos 25 años, la Argentina permanece estólidamente fiel a su hábito de configurar planes y programas afincados en seres individuales. Liderazgos fuertes, como el de Lula, que durante ocho años fue presidente de Brasil, no alteraron la morfología de una sociedad en la que el partido del líder es más importante que el ser humano que lo conduce. En síntesis, no hay ni hubo ni habrá “lulismo”. Similar peripecia registra la Concertación chilena, cuyos cuatro exitosos presidentes (Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet) no pergeñaron corrientes basadas en sus apellidos, algo inimaginable en un país donde tampoco hubo “allendismo”.

De hecho, ese “ismo” favorecido por los argentinos (peronismo, menemismo, duhaldismo, kirchnerismo, cristinismo) tiene correlatos en otras fuerzas (macrismo, alfonsinismo), y asume a menudo contornos medio absurdos, como el de los seguidores del partido GEN de Margarita Stolbizer, identificados como “margaritos”, y los de Elisa Carrió, como “lilitos”.

¿Es un invento de esos medios? Claro que no, pero la reproducción periodística incesante agrava la preexistente penuria de ideas y termina funcionando como deseo hecho realidad. La rusticidad de los cronistas más bisoños reduce a seguidismos personales los choques políticos más interesantes. Así, dirán que en la ruptura de la CTA se enfrentan yaskistas y michelistas, en la interna porteña de PRO se pelean “larretistas” y “michettistas”, al igual que hubo legiones de “bilardistas” en guerra con “menottistas”. Diagnóstico irrecusable: la Argentina tritura impiadosamente los matices en aras de una corporización bestial. En las universidades, donde se supone que los estudiantes son gente que prioriza a las ideas como construcción colectiva, proliferan en la izquierda las agrupaciones nominadas en referencia sus ídolos y precedidas por la partícula “la”: Vallese, Cámpora, Simón Rodríguez, Cooke, Haroldo Conti, Pampillón, José Martí, Walsh.

Si este rasgo deriva de la propia escualidez del cuerpo político nacional, porque revela que en muchos casos los dilemas sólo son salvajes contiendas entre intereses patrimoniales muy privados, el periodismo tiene una fortísima cuota de responsabilidad pendiente en adecentar desde su tarea un relato que no tiene que ser mentiroso para ser más prolijo.

¿Huevo o gallina? Los medios no fabrican la realidad, como se cree, desde su arcaico dogma setentista, en el Gobierno y pregonan sus epígonos. No son los diarios y las revistas los que fabrican unilateralmente la realidad, naturalmente, pero tampoco son ajenos a la máquina reproductora de conceptos e ideas dominantes en que se convierten.

La agenda cotidiana, la diseñe o no la galaxia mediática, es suficientemente pobre en la Argentina como para ilusionarse con que un reduccionismo más no le hará un daño ulterior. A menudo resulta casi imposible diferenciar en ese caldo espeso de lo público a una tersa presentación de hechos, de una torpe simplificación de cuestiones delicadas.

No pueden los medios escamotear su responsabilidad, sobre todo cuando una generación ya madura de editores advierte las carencias de jóvenes reporteros que terminan empobreciendo el relato cotidiano. Desafortunadamente, ésta no es una cuestión de restringido interés para la colectividad periodística, porque el impacto global del combinado medios/sociedad tiene pesada influencia en la vida cotidiana del país.

Los políticos y los funcionarios terminan tartamudeando en la misma jerigonza de sus fuentes informativas cotidianas, con ese jarabe repelente de peleas y cruces, donde se agigantan de manera artificial lo que son apenas matices de opinión. Lo penoso es que el fenómeno recrudece.

La paupérrima expresividad cotidiana de los medios no es una demoníaca operación destituyente, pero colabora activamente con el raquitismo de las ideas. En última instancia, la fábrica nacional de medios termina funcionando como una dieta pobre en proteínas civiles en cualquier cuerpo. Genera un resultado similar al que produce ese fenómeno en los seres humanos cuando se crían con nutrición deficitaria: sólo pensamientos pobres o rudimentarios pueden ser generados por organismos inconsistentes.

Estas preocupaciones se cargan de potente sentido de cara a las elecciones presidenciales y a su secuela previa de primarias e internas. Sanz y Alfonsín en el radicalismo, Duhalde, Rodríguez Saá, Das Neves y Solá en el peronismo, Scioli y Sabbatella en el kirchnerismo bonaerense, Giustiniani y Bonfaffi en el socialismo santafesino, Rodríguez Larreta y Michetti en el oficialismo porteño, son todas ocasiones de rivalidad que deberían ser exprimidas como escenas de divergencias de conceptos, abandonando la musculosa tendencia a ver en ellas meros choques de personas.
¿Querrán y podrán los medios aportar su esfuerzo a que las campañas de 2011 tengan un correlato más sofisticado y menos bárbaro? No pido una mise en scène mentirosa, como si la Argentina se considerara una democracia escandinava, pero una medida de la felicidad sería que este país, curado de los “ismos” más pedestres, comenzara a parecerse un poco más a sus vecinos.
Pepe Eliaschev

sábado, 12 de marzo de 2011

Batallas culturales

¿Qué significa ganar una batalla cultural? ¿Desde qué premisa indiscutible la tarea intelectual aspira a convertirse en una ideología dominante? ¿Cuáles son los procedimientos de los que se valen los portavoces culturales para llegar a formas de poder institucional? ¿Para qué dominar? ¿Cuáles son las batallas culturales de nuestra historia reciente que han dejado marcas victoriosas perdurables en la conciencia de los argentinos? Al general Perón de la década de los cincuenta le fue bien en su batalla cultural, que ganó con el monopolio de los medios de comunicación, con la expropiación de los diarios de la oposición y la difusión de una supuesta y única cultura popular. Pero llegó la Libertadora, que inicia un proceso hegemónico y liberador gracias a la eclosión de la juventud intelectual que se manifiesta en revistas como Contorno y El grillo de papel, entre tantas, a la vez que inaugura un proceso educativo inédito en la región en medio de nuevas listas negras. La Universidad de Buenos Aires, con sus carreras en ciencias sociales, adquiere una jerarquía que jamás recuperará desde entonces. La modernidad estética plasma sus creaciones en ámbitos como el Instituto Di Tella, al que hasta hoy se le rinde culto, como lo testimonia la reciente muestra del Malba de la obra de Marta Minujin. La poesía de Olga Orozco, Pizarnik, Madariaga, Bayley, la pintura neofigurativa y la arquitectura modernista, el talento de Miguel Brascó y Quino, ofrecen sus producciones artísticas en un clima de represión y proscripción de las mayorías populares. Son triunfos culturales que operan mediante la censura, el silencio de muchos y la marginación de varios. Dorados años en los que con María Elena Walsh, Ernesto Sábato y Julio Cortázar se plasmaba lo que ya es una identidad argentina a partir de sus creadores. Formidable batalla cultural ganó la dictadura de Onganía, que supo darles a los sindicatos las obras sociales al tiempo que cerraba la universidad y los centros culturales y todos los espacios institucionales en los que pululaban hippies, judíos y marxistas. Un jolgorio cultural se vivía en la década del sesenta con el nuevo periodismo de revistas como Primera Plana y Confirmado, que apostaban a los militares y a la difusión de la antropología estructural. ¿Quién puede olvidar el boom de la literatura latinoamericana y el cine de los “jóvenes viejos” mientras batallaban azules y colorados por el trofeo de un nuevo golpe de Estado. Vanguardias coetáneas de los cursillos de la cristiandad dispersos por todo un país impulsaban el desarrollismo neofranquista, adobado por el refinamiento de revistas como Adán, mientras mandaban al desván de los caídos a Landrú y su Tía Vicenta. Nadie olvida, por el contrario, el gran proyecto épico de la nueva cultura de los setenta, el de una juventud maravillosa que enarbola la bandera del poder total y militar, mientras se cava el foso en los que caerán tanto los que se oponían a la liberación como los que lo hacían contra la dependencia, los que simbolizaban el socialismo nacional como los que eran acusados de cipayismo. ¿Quién ganó aquella batalla cultural? ¿Y el Proceso con su mensaje de paz y armonía entre los argentinos? La esperanza depositada en el almirante Massera, que encuentra en muchos un modo de reestablecer la cultura nacional y popular contra el liberalismo, finalmente trabada por el entusiasmo patriótico de la gesta del general Galtieri, que deja sus cenizas rápidamente barridas por un urgente llamado a la democracia. Qué importante debe ser una cultura para que tantos quieran ganársela para hacerse dueños de la historia. Parece que no se dan cuenta de que ganar una batalla cultural es un asunto de necios. La cultura no es una cosa. No es un arma. No es un botín. Claro que lo es para las corporaciones, para los institutos de cine, para las sociedades de escritores, para las agencias de noticias, para las asociaciones de actores, los productores de televisión, las subsecretarías de Cultura y los capataces de medios de comunicación, para los periodistas militantes o falsificadores, para los burócratas; es decir, para la “nomenklatura”. ¿Qué duración tienen estos reinados que entronizan aquello que llaman cultura, que la hacen suya por asalto y apropiación de aparatos de Estado? Finalmente, la cultura, ese queso crema que se diluye en todas las sopas, es algo complejo. En su haber se depositan costumbres, obras de arte, producciones científicas, sedimentos lentos como eclosiones fulgurantes. Es una entidad estriada, no es lisa, más un mosaico que un pavimento, que vale por sus tensiones irresueltas y nunca por sus victorias pírricas. Quien aquí escribe es parte de la cultura argentina por ser profesor de filosofía, ensayista, columnista, y debe confesarlo: nunca he ganado ni una de las batallas culturales recién enumeradas. ¿Y qué? El oficio que me he propuesto desarrollar y al que entregué mis energías no es una actividad coral sino una labor que produce disonancia y disidencia. No es una actividad proselitista. No busca adeptos. No reina ni gobierna. No baja línea. Se vigoriza con los obstáculos. Tiene su tradición. De Sócrates y Nietzsche a Roberto Arlt y Martínez Estrada. ¿Cuál de los nombrados quiso “triunfar” al frente de una batalla cultural para imponer los parámetros de su pensamiento? Dicen que en estos últimos pocos años ha triunfado una nueva cultura. Debido a esta victoria, en el podio mayor se alinearían los cuarenta millones de argentinos definitivamente derechos y humanos. Hoy parecería que estamos educados en la tolerancia, el pluralismo, y en una voluntad colectiva de construcción nacional. Habríamos aprendido a escuchar voces distintas a las que pronunciamos nosotros mismos. Se supone que dejamos de lado los diabolismos históricos que sólo siembran odios y aplacan energías creativas. Eliminamos de nuestra memoria los himnos a la muerte. Ya no sembramos discordias que ni siquiera llegan a satisfacer nuestras ansias de venganza. No más Perón o muerte. No más Dios o muerte. No más justicia o muerte. No más muerte. No más estafas ideológicas. Lamentablemente nada de eso sucede. Cuando se dice batalla cultural, la gesta no pone en escena a un pueblo empobrecido que nutre con su esfuerzo los palacios suntuosos de una burguesía hipócrita y que una vanguardia revolucionaria liberará de sus cadenas, sino a una burguesía letrada que se apropia de pabellones de guerra en bibliotecas, pantallas y claustros, declama a sus héroes, se aplaude a sí misma y festeja a los caídos del otro lado de la trinchera. El griterío mediocre de siempre. ¿Así que el kirchnerismo ganó la batalla cultural? ¿Con qué? Con la calle y el Twitter? ¿Con la laureada educación conseguida? ¿Por arrogarse la exclusividad de darles derechos a minorías desconociendo a todos los sectores que hace tiempo luchaban por conquistarlos? ¿Hay alguien que tiemble por eso? ¿Qué lo haga por temor, frenesí o admiración? Puede ser que sí. A una persona tan fácilmente impresionable le bastaría desempolvar un libro de Gramsci, extraer la palabra “hegemonía” y hacer un monumento de bronce a los supuestos dominadores de turno. Sólo faltaría que les pida autógrafos a los campeones. Por lo general las batallas culturales se ganan por cansancio. La gente se calla, se va del país, se lleva su decepción a casa, piensa que no vale la pena, que el país está enfermo, se dedica al ikebana o a la cocina, y les deja el terreno a los activistas y heraldos de la cultura victoriosa. Ceder o resistir es una cuestión de aguante y de ganas de ser libres o, para ser más prácticos, de usar de la libertad de expresión hasta hacerla de goma.
Tomás Abraham

miércoles, 9 de marzo de 2011

Ir por todo

¿Qué significará ir “por todo”? El interrogante le viene haciendo los rulos desde hace 72 horas a gobernadores, intendentes, gremialistas, empresarios, periodistas y políticos de la oposición, pero también a los pejotistas que integran el Gobierno nacional. ¿Qué habrá querido decir el jueves pasado el secretario de Medios, Juan Manuel Abal Medina, cuando recordó en un encuentro de la juventud K que le había escuchado decir a Néstor Kirchner, unos días después de la derrota de 2009, “¿ahora vamos por todo?”, se preguntan. ¿Es ir por los cargos, por el poder, por las cajas, por la prensa, por la alternancia constitucional o por cuantos ítems se deseen agregar, aunque sea de a uno en fondo hasta completar la faena, tal como si se tratara de un juego de capturas?

Como quien lo dijo no es un cualquiera hoy en el Gobierno, ya que más allá de ser reconocido como un intelectual de muchísimo peso ideológico, Abal Medina hasta suena como candidato a vicepresidente de una eventual fórmula cristinista, la afirmación causó muchísima urticaria.

Pero como está claro que decir “por todo” no tiene dobles lecturas, bien vale poner la situación en contexto. La primera opción para tomar en cuenta en el análisis es que quizás lo que en aquel momento en boca del ex presidente sonaba a arenga de confianza para que no decaiga la moral de la tropa, hoy puede haberse convertido también en un grito de guerra para seguir avanzando, ya que las diferentes vertientes de la juventud kirchnerista vienen logrando cada vez mayores espacios dentro del Gobierno en cargos e influencia y muchísima atención de la Presidenta, debido a que las encuestas que ha encargado la Casa Rosada parece que señalan que son mayoría los menores de 35 años que votarían por ella en octubre, incluidos los que viven en la Capital Federal.

Al respecto, habría que considerar también dos aspectos de la realidad económica referidos a la juventud: ninguno de esos votantes ha conocido los males prácticos de las hiperinflaciones aunque, en contrapartida, si todavía alguna cifra del tan controvertido Indec resulta confiable, no todo para ellos es color de rosa, ya que las estadísticas dicen que más de la mitad de los desempleados y subempleados de todo el país son menores de 30 años, aunque buena parte de ellos podrían estar recibiendo planes sociales.

Todo ese grupo de jóvenes políticamente muy activos, enrolados sobre todo en La Cámpora que ha organizado casi desde la nada Máximo Kirchner, es hoy parte del mismo entorno que le dice a la Presidenta, por ejemplo, que no se necesita más el aparato del PJ para ganar, que con los votos propios basta y que por eso hay que meter colectoras en todos lados para convocar a que los aliados de la izquierda avalen el proyecto y le minen poder a gobernadores y sobre todo a los intendentes del GBA. Son los mismos que, casi sin argumentos para refutar la realidad, creen de modo bien militante y agresivo, y así lo expresan a través de la prensa oficialista, que cuando el periodismo no regimentado habla de inflación o de inseguridad lo hace para minar al Gobierno y para que la gente no lo vote y no como una descripción honesta de lo que está pasando en la calle.

No en vano, Cristina Fernández le dedicó a la juventud conceptuosos elogios en su discurso del martes ante la asamblea legislativa y los puso en el pináculo, casi como si de la noche a la mañana hubiese cambiado la tradicional “columna vertebral” del peronismo. La referencia al gremialismo no es vana, ya que en esa alocución la Presidenta les dijo a los sindicalistas que ella quiere “seguir siendo compañera de mis compañeros de los sindicatos y no cómplice de maniobras que siempre terminan perjudicando a los trabajadores”.

El periplo discursivo de Cristina, que comenzó ese día con las “certezas” del modelo por las cuáles “queremos quedarnos nosotros”, cerró con un pedido (“no tengan miedo a la juventud, a esos miles y miles de jóvenes que se han volcado nuevamente a la política... que no creían en nada ni en nadie y que han vuelto a creer”) y con la seducción electoral hecha deseo de darle “la oportunidad a los jóvenes de tener un país diferente”.

El segundo punto a verificar es si la frase de Abal Medina estuvo dirigida por elevación también a la Presidenta, lo cual abre un interesante matiz al ir “por todo”, ya que ésta se distinguió en la semana por ponerle paños fríos a cuanto exceso de los ultras observó como piantavotos. Política de raza al fin y en un equilibrio muy evidente, la propia Cristina puso mucho empeño y tacto en desarmar todo aquello que le suena irritante a los votantes independientes, dentro de los cuáles tiene mucho peso la clase media, que en su mayoría es políticamente “gorila” por formación, pero que suele adorar a quien le ayude a solucionar sus penurias económicas de coyuntura y que, por estos días, hasta parece comerse gustosa el caramelito de la inflación.

En esa línea, hay que anotar la relativización de la reelección eterna que impulsó y no por “tonta”, como ella justificó, la diputada Diana Conti. La Presidenta dijo en el Congreso que “si no he podido lograr que me aprueben el presupuesto... ¿alguien me puede explicar cómo voy a lograr una reforma constitucional?” y ante la pregunta, la respuesta más simple que viene a cuento es un añadido: “Si en octubre me votan a mí y a mis legisladores”. También Cristina se mostró activa para apagar el dislate de los llamados intelectuales K, tras la ofensiva que propiciaron algunos de ellos para prohibirle al último Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que abra la Feria del Libro, debido a que se había referido desdorosamente, alegaron, “a la Argentina y al matrimonio Kirchner” y, de paso, porque expresa “las recalcitrantes ideas de la derecha”. Más allá del evidente macartismo de la situación, el primer revuelo partió de la simbiosis entre país y gobernantes que blandieron esos pensadores para solicitar la censura, que disfrazaron diciendo que no se oponían a sus conferencias de escritor, pero que consideraban una “provocación” que sea él quien inaugure la feria. Pero además de la bajeza ideológica, la situación demostró que la pretendida reserva intelectual del kirchnerismo está mal informada, ya que las ideas de Vargas Llosa, que desde su marxismo más juvenil transitaron hacia un liberalismo muy amplio, incluyen desde hace bastante tiempo la defensa de principios muy caros al progresismo, entre ellos la legalización de la droga, la igualdad para los homosexuales o el derecho al aborto.

En octubre pasado, apenas recibió el Nobel, el escritor español Javier Cercas, un insospechado intelectual “de izquierdas”, describió en el diario El País una de las virtudes más nobles de Vargas Llosa, de quien dijo que “nunca considera a un hombre equivocado un hombre inmoral”, tal como pretendieron mostrarlo los pensadores K y hasta el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández.

Hoy, a la distancia, vale la pena repasar un párrafo de ese artículo dedicado a describir la amplitud de ideas del peruano que, por contraposición, debería hacer poner colorados a quienes organizaron esa ofensiva desde una postura tan autoritaria, porque actuaron exactamente a la inversa:

“Cuando ataca las ideas, (Vargas Llosa) nunca lo hace caricaturizándolas, es decir debilitándolas, lo que en un pensador es síntoma de intolerancia y de impotencia, cuando no de vileza, sino exponiéndolas con la máxima fuerza, rigor y nitidez para luego lanzarse a refutarlas en buena lid y en campo abierto. Esto no es de derechas ni de izquierdas, ni reaccionario ni progresista: esto es algo que está mucho antes que todo eso y se llama honestidad y coraje”.

En su tarea de reparación de entuertos, la Presidenta tuvo que levantar el teléfono para ordenarle al líder de Carta Abierta, Horacio González, que retire la carta que había mandado a los organizadores de la feria. Además, y en medio de la advertencia a los gremios que hizo en el Congreso, Cristina retó muy fuerte a los sindicalistas por los trastornos en los servicios públicos, lo que fue también un modo de congraciarse con quienes sufren desde hace muchísimos años complicaciones en sus viajes en tren o en avión.
Hugo E. Grimaldi

lunes, 7 de marzo de 2011

El huevo de la serpiente reeleccionista

Fue con conocimiento de causa que Sergio Massa explicó a la embajadora norteamericana en Buenos Aires en una de las charlas reveladas por Wikileaks que hay una buena dosis de perversión en el ADN del poder kirchnerista. Compuesto de desparpajo y apenas disimulada violencia, ese rasgo le ha permitido hacer pasar gestos e iniciativas insólitamente brutales, como si fueran lo más normal del mundo. Al inaugurar las sesiones legislativas, la presidente, con su habitual sonrisa sobradora, retó a Cobos “y su gente” por no respetar las instituciones ni tener educación, al haberse atrevido a imitar los cantitos de cancha con que las barras de La Cámpora acompañaban el discurso presidencial, y que Cristina avaló con el gesto cómplice de quien se siente dueña del lugar y dicta las reglas de juego.

Se discurso sirvió también para que la jefa de la facción gobernante desmintiera a una de sus más entusiastas y verborrágicas seguidoras, Diana Conti, respecto a la posibilidad de que el oficialismo impulsara una reforma constitucional para introducir la reelección indefinida del presidente (que se haría tragable con el dulce de un simultáneo cambio de régimen en dirección al parlamentarismo). Cristina afirmó que esa reforma no estaba en sus planes. Pero lo hizo con un argumento que sutilmente transmitió el mensaje contrario: no dijo que descartaba la reelección indefinida por la concentración del poder que ella supone, sino porque no contaba con mayoría parlamentaria para imponerla, y porque la oposición en el Congreso ya había mostrado durante el último año que entorpecería todos sus planes, como cuando “no le aprobó su presupuesto”, ocultando el hecho de que eso fue lo que el oficialismo buscó, para ignorar por completo al Parlamento. Lo que la presidente dijo fue que la división de poderes es un obstáculo y que la sociedad se equivocó al repartir el poder de forma más equilibrada en 2009; que mientras esté “en otras manos” del Congreso sólo puede esperarse que “trabe al gobierno”, y que si impulsa cambios, no será a través de la negociación y el acuerdo con las demás fuerzas políticas sino de los resortes que controla monopólicamente.

La sociedad será sometida una vez más a la presión de una opción del tipo “yo o el caos”, para devolverle la suma del poder a la señora; no hay que guardar esperanzas respecto a una posible moderación de su estilo o de sus objetivos; seguirá buscando horadar, hasta romper si puede, los límites a su poder, porque hacerlo está en su naturaleza.
El anuncio y la desmentida del proyecto reeleccionista revelan otras dos cuestiones. Primero, que la perversión K se vuelve contra sus seguidores si es necesario: ¿alguién puede creer que Diana Conti se largó sola a hablar de un tema tan delicado? Igual que Horacio González con su pedido de censura contra Vargas Llosa, lo más penoso de estos episodios es ver a los dóciles instrumentos de la voluntad presidencial ir según le convenga a la patrona, dejando por el camino hilachas de dignidad personal y profesional.
Segundo, que el oficialismo va sembrando las semillas que espera le permitan, con el paso del tiempo, la normalización de la anormalidad. Ya hemos visto cómo funciona el mecanismo en un buen número de “desbordes”, que se dosifican hasta la medida justa que permita desarmar las resistencias, y ampliar el alcance del poder oficial en detrimento de la vigencia de la ley y de la república. A este respecto, el episodio del corto “Nunca menos”, podría ser considerado sólo otro “exceso” pintoresco si no fuera por lo sistemático del procedimiento: tras el escándalo inicial, habiendo medido la capacidad de reacción y los posibles daños colaterales, se redujo el corto de 4 a 1 minuto y se hace pasar por aceptable, moderado, en suma normal, que el estado sea cada día más y más utilizado para fines partidistas. Así como en su momento se naturalizó que el Indec no informara sobre los precios que mide, y los denunciantes y despedidos del organismo se deban hoy “conformar” con no ser enjuiciados por supuestos crímenes cometidos en el cumplimiento de su trabajo o en la difusión de información que contradiga las cifras adulteradas.

Entre los significados que para el kirchnerismo posee la celebrada “repolitización” de nuestra vida pública se destaca el que “lo normal” se puede fabricar, y que administrando los pasos y recursos adecuados lo que es en cierto momento “intolerable” puede hacerse pasar poco a poco como inevitable. Como enseña la película de Ingmar Bergman sobre el origen del totalitarismo, el espíritu humano demuestra extremada disposición a adaptarse a las circunstancias cuando es sometido a cambios que le quitan una a una sus libertades, sobre todo si le proveen incentivos materiales mientras tanto. El poder puede entonces salirse con la suya. Utilizando en su provecho incluso las tenues muestras de resistencia de sus víctimas para perfeccionar su control sobre ellas. Massa tiene razón. Lástima que haya hecho su advertencia sólo en un ámbito reservado y ella no alcance entonces para quebrar el efecto de tanta anestesia.
Marcos Novaro

jueves, 3 de marzo de 2011

Cristina, entre Vargas Llosa y los intelectuales K

Una visión desde España
La presidenta argentina, Cristina Fernández, ha pedido al presidente de la Biblioteca Nacional, Horacio González, conocido intelectual kirchnerista, que retire su carta exigiendo a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires que el escritor y Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, no fuera invitado como orador principal en la inauguración de la 37ª edición, que abre sus puertas a finales de abril. Cristina Fernández, según ha anunciado González, le explicó, se supone que muy cuidadosamente, que "no es concebible la vida literaria y el compromiso con la ensayística social sin el absoluto respeto por la palabra de los escritores —o de cualquier ciudadano— cualquiera que sea su significado o intención".

El director de la Biblioteca Nacional, iluminado por la presidenta y atraído por su idea de que "no se puede dejar la más mínima duda de la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro, en las circunstancias que sean y tal y como sus autoridades lo hayan definido", comprendió finalmente que no era ningún desdoro para los intelectuales argentinos que un Premio Nobel de Literatura inaugure una Feria del Libro y aceptó el consejo presidencial de retirar su demanda.

La polémica sobre la iniciativa de Horacio González tuvo una inmediata repercusión en medios culturales internacionales, perplejos ante la idea de que Mario Vargas Llosa pudiera ser vetado para hablar en la inauguración de una Feria del Libro. Para colmo, la discusión estalló el mismo día en que la presidenta Cristina Fernández inauguraba la legislatura con un importante discurso político ante el Congreso, que se vio, en parte, oscurecido por la noticia sobre Vargas Llosa.

La decisión de retirar la protesta no implica, en absoluto, que en la Argentina haya terminado la polémica sobre si un escritor liberal, crítico con el peronismo y con el gobierno Kirchner puede ser invitado a hablar en un acto como una Feria del Libro. Decenas de intelectuales cercanos a la presidenta Cristina Fernández o militantes de grupos kirchneristas en general, hicieron oír rápidamente su disgusto, desagrado o malestar por la presencia del Premio Nobel en la feria porteña.

Según otra carta mencionada por el diario Página 12 (muy cercano a los Kirchner), otro grupo de intelectuales, encabezados por José Pablo Feinmann, Ricardo Forster y Diana Bellessi, entre otros, expresaron su "profundo desagrado y malestar" por la presencia de Vargas Llosa, "vocero de los grupos multinacionales editoriales y mediáticos, de un supuesto "liberalismo" de sometimiento y depredación, y de oposición a lo que ellos denominan gobiernos populistas". Para ese grupo de intelectuales, que proclaman su vocación "patriota", "Mario Vargas Llosa se ha ensañado de modo muy particular con nuestro país y nuestra sociedad".

Sin menciones a la política nacional

La guinda más curiosa la puso el conocido editor Daniel Divinsky, quien declaró que admitía la presencia estelar de Vargas Llosa en la Feria, "siempre que haya un compromiso tácito de que no va a incursionar en la política nacional, sobre la que tanto se equivoca", es decir siempre que se le advierta sobre de qué puede hablar y de qué no.

Eduardo Sacheri, autor de la novela en que se inspira la película El secreto de sus ojos, señaló cuidadosamente que "respeta profundamente" la posición del director de la Biblioteca Nacional , pero que no se siente "ofendido" (¿?) por la invitación. Por el contrario, opina que su presencia como invitado especial en la Feria ayudará a desmentir algunas de las críticas de intolerancia que el premio Nobel hace a gobiernos como el argentino.

La polémica ha ayudado, sin duda, a aclarar cuál es la posición política y el grado de tolerancia de algunos intelectuales argentinos y ha dado una especialísima relevancia a la presencia de Mario Vargas Llosa, cuyo discurso inaugural podría convertirse en escenario incidentes o "escraches" de grupos populares kirchneristas enfadados con su visita.

Mario Vargas Llosa aseguró este miércoles a El País que tiene la intención de participar en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires mientras que los organizadores no retiren su invitación. "Me parece muy lamentable que alguien quiera vetarme en Argentina, porque la única vez en que me ocurrió eso fue durante la dictadura militar, cuando un general que se llamaba Harguindey prohibió dos de mis libros, "Pantaleón y las visitadoras" y "La tía Julia y el escribidor".

El premio Nobel de Literatura reiteró su deseo de acudir a la feria, como estaba previsto, y que el acto se pueda realizar sin incidentes. Los escraches (americanismo que significa atacar a alguien reiteradamente y con dureza) son frecuentes en la vida política y cultural de Buenos Aires y han estado presentes en ediciones anteriores de la Feria del Libro, especialmente en los actos en los que se criticaba al gobierno de Venezuela o al kirchnerismo.
Soledad Gallego Díaz
El País.com

miércoles, 2 de marzo de 2011

Monumentos y estatuas a la corrupción

La nueva inauguración de Yacyretá es una buena noticia que habla del fracaso colectivo a la hora de planificar y ejecutar con eficiencia. Discrecionalidad y autoritarismo sembraron el país con otros casos.

En diciembre pasado, después de 24 años de construcción, se terminó, dicen los anuncios oficiales, la autopista Rosario-Córdoba. El viernes último, después de 37 años, se inauguró, aunque faltan algunas obras complementarias, el nivel definitivo de la represa de Yacyretá.
Dos buenas noticias que nos obligan a repensar cómo se encaran las inversiones públicas en el país.
Esas buenas noticias son, a la vez, la historia de un fracaso colectivo. Un fracaso en materia de planificación, administración, eficiencia, combate a la corrupción, etc.
A estas dos obras emblemáticas, podríamos sumarle, en un marco más actual, desde gasoductos hasta escuelas. Desde ferrocarriles hasta puertos.

La Argentina de los últimos años, pese al aparente éxito que reflejan estas “inauguraciones” y otras, no ha presentado una solución eficiente a su endémica incapacidad por hacer bien la infraestructura pública.
Este es un problema muy extendido en el mundo. Por definición, la obra pública es más “lenta” que la obra privada.
Al tratarse de la administración de recursos públicos, surgen sistemas, mecanismos de licitación y control, diferentes a los que utiliza el sector privado.
Y son, paradójicamente, esos mismos mecanismos los que llevan además, a ineficiencias, sobreprecios y corrupción. Pero no es menos cierto que en nuestro país, estas cuestiones se han exacerbado.

En el resto del mundo, este problema se trató de minimizar estableciendo esquemas de “asociación público-privada”, mal llamados, malintencionadamente, “privatizaciones”, para aprovechar lo mejor del mundo privado e insertarlo en un marco público. En esos contextos, un contrato bien diseñado, transparente y vigilado por organizaciones no gubernamentales y organismos de control profesionales ha permitido al sector privado, construir, financiar, y operar a su riesgo, infraestructura pública.
Nuestro país adoptó este sistema, en parte, en la nefasta década de los 90. Gracias a ello, una porción de la infraestructura pública sigue vigente, pese a la ausencia de inversiones de magnitud en los últimos años.

Luego de la ruptura de todos los contratos y esquemas, con la implosión de la convertibilidad en 2002, el ciclo kirchnerista, en lugar de retomar el sistema, corrigiendo lo malo y readaptando los contratos a la nueva realidad local y global, abandonó este paradigma, para encarar un esquema “mixto”, en donde las decisiones de inversión, los fondos y los riesgos, son, mayoritariamente, públicos, mientras el sector privado volvió al viejo y cómodo papel de contratista, en donde las responsabilidades de cada parte se han diluido y confundido con entes reguladores destruidos –salvo excepciones– en un marco de discrecionalidad y autoritarismo.

Yacyretá ha sido el monumento a la corrupción, pero hoy en día, tenemos una extensa lista de estatuas en homenaje al mismo dios, diseminadas a lo largo y ancho del país, que, si la Justicia argentina funcionara en serio. Mucho se ha hablado y escrito en los últimos meses, en torno a los problemas de sustentabilidad macroeconómica de largo plazo del crecimiento actual.
Pero aun cuando superemos con costos, sin dudas, las inconsistencias de la actual política macro, que se manifiestan en alta inflación, pérdida de competitividad, baja creación de empleo privado, restricciones crecientes al comercio exterior, precios relativos distorsionados, acortamiento de los plazos de negociación salarial, marañas de subsidios cruzados, etc., seguirán vigentes las limitaciones de infraestructura pública, claves para poder crecer persistentemente a tasas razonables.
Para superar esas limitaciones, tendremos que diseñar nuevos instrumentos que reemplacen el esquema arriba descripto.
Todo un desafío. Teniendo en cuenta que no podemos volver al diseño “puro” de los 90, ni simplemente “emprolijar” la situación actual.

Reconstruir un ámbito adecuado para una inversión en infraestructura eficiente se sumará, entonces, a la lista de temas que heredará el próximo gobierno, sea cual fuere.
Yacyretá por fin se terminó, felicitaciones. Pero no olvidemos lo que representa. La pagamos demasiado cara para olvidar.
Enrique Szewach

martes, 1 de marzo de 2011

Cristina eterna

Mientras que en el plano global se asiste en los países del norte de África a la caída de gobernantes eternizados en el poder y en el más cercano contexto regional se observa en las naciones vecinas una consolidación democrática y un afianzamiento de las instituciones, aquí se oye el discurso de voces trasnochadas en un anacrónico planteo de reelección indefinida. Un coro de lumpenes morales que en el paroxismo de su degradación como individuos claman Cristina eterna.
No importa el esfuerzo que hagan para disimularlo, tarde o temprano emerge el fascista oculto detrás de su máscara progresista y dejan ver su verdadero rostro, su esencia sectaria ávida de poder.
Claudio Brunori