domingo, 27 de junio de 2010

La variable Pino

Vuelvo a esa pantalla imaginaria donde arriba a la izquierda se ubicarían los progres y abajo a la derecha los reaccionarios, que se llamaban conservadores. Aquí ya no hay partido conservador, ni un ánimo o ni un ínfimo movimiento conservador. El lugar de los conservadores lo ocupan los tecnócratas liberales, gente atenta a mantener los números en armonía y, si ésta falla por imponer condiciones de vida intolerables para algún grupo social, da un paso a un lado y transfiere el mando a los tecnólogos del control social, para reemplazar la mano invisible de los mercados, con la mano dura del estado que persigue lo mismo, pero, como se dice, “por otros medios”. Por eso el lado inferior derecho es tan permeable y valida eso de que “nadie es más fascista que un liberal asustado”. “Fascista” se usa vulgarmente para aludir a quien aprueba soluciones autoritarias de cualquier tipo por lo que a ese lema valdría la pena corresponderlo con su antítesis: “Nadie es más democrático que un fascista amortizado”, acuñado para dar cuenta de lo que vimos en 1983, con la fuga en masa de los liberales autoritarios hacia la centroizquierda alfonsinista. Casi no quedan “fascistas” el sentido vulgar. Hoy todo el espectro electoral con chance de figurar ha elegido instalarse en el ángulo progre superior izquierdo. Pensando en los antecedentes de sus protagonistas, (que vienen del movimiento menemista, como Solá, De Narváez, o Patricia Bullrich, hasta Duhalde y el propio Kirchner, del Frepaso delaruista como gran parte del la “izquierda” de la CC, y del radicalismo con su historia de colaboracionismo militar como todos los radicales de comité o de familia), sólo puede esperarse que cuanto mayor sea su acceso al poder, más rápido será su desplazamiento hacia la derecha, según apuestan sus simpatizantes recién venidos del empresariado, del clero y del campo, que digerirán la píldora del matrimonio gay tan dócilmente como tantos progres digirieron el Santo Rosario de la doctora Carrió, pionera en la fundación del magma opositor. Por eso acierta el kirchnerismo cuando anuncia que esa amalgama que venían proponiendo Duhalde y Terragno, una vez convertida en pacto, supone un Estado de mano dura. Falta ubicar en el tablero a Solanas, a quien Verbitsky se empeña en llamar por su apellido compuesto con el Pacheco que denuncia parentescos militares, reeditando el “Mauricio es Macri” que poco les sirvió . Si se empeña en clasificar a Kirchner como parte de su “galería de traidores a la patria”, insiste en correrlo por izquierda y no sucumbe a la tentación fácil de ganar en la Ciudad, su Proyecto Sur remitirá a los avaros patagónicos a una temida segunda vuelta. No es poco.
Rodolfo Fogwill

El mundo después de Saramago

A los 87 años, después de 17 novelas, murió José Saramago, y el Dios en quien él no creía debe de haberse puesto un poco triste, de ahora en adelante el mundo, su obra, ya no será como antes, ha perdido al hombre que sabía contarlo todo, hasta lo que Dios no quería que se contara.
Saramago era ateo, tal vez por eso leyó los Evangelios, y los leyó tan bien que encontró resquicios por donde entrevió verdades increíbles. La más conmovedora de ellas fue sin duda la revelación del crimen de José, el padre de Jesús.
Dice Saramago en El Evangelio según Jesucristo que después de la matanza de los inocentes un ángel con pinta de pordiosero se le apareció a María, no para traerle buenas noticias sino para anunciarle que José había cometido un crimen imperdonable.
María, espantada, le contestó que su marido era un hombre bueno.
Un hombre bueno que ha cometido un crimen, dijo el ángel.
¿Cuál?
El egoísmo y la cobardía que ataron los pies y las manos de las víctimas: todos los niños asesinados en Belén.
José, que se enteró de la orden de Herodes antes que sus vecinos, según el ángel, según Saramago, pudo haber avisado en la aldea que los soldados venían en camino para matar a los niños, y así habría habido tiempo suficiente para que los padres los escondieran o escaparan con ellos a Egipto. Pero no lo hizo. No por maldad, preocupado por salvar a Jesús, no se le ocurrió pensar en la salvación de los otros.
Eso le dijo María al ángel: Perdónalo, no se le ocurrió.
Y él le contestó: Imposible. No soy un ángel de perdones.
Para José todo cambió después de la masacre. Aquella misma noche se soñó soldado. Armado con escudo, lanza y puñal cabalgaba hacia Belén con la misión de matar a su hijo. Se despertó llorando y comprendió que no sólo había sido verdugo en el territorio de los sueños. Hasta el último instante de su vida cargó con esa culpa.
Ya no recuerdo quién fue el que dijo que en el interior de las iglesias no sentimos la presencia de Dios sino su falta, el peso terrible de su ausencia. Algo así pasa con Saramago y su obra. Ahora él ha muerto y según su evangelio, el alma que tuvo ya no existe, sin embargo el mundo en el que vivió no volverá a ser el mismo después de su palabra.
Como el José de su novela, ahora todos sabemos que no habrá ángel de perdones para Herodes ni para sus verdugos, pero tampoco lo habrá para los que pasen por la vida sin que se les ocurra hacer nada por los otros, ni siquiera avisar en la aldea que los soldados vienen por sus hijos.
Pelota de trapo

lunes, 21 de junio de 2010

El Factor Dios

Un texto de Saramago que vale recordar

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá ‘ver’ cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes.
En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo.
Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero.
En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras.
Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta.
En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda.
El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez ‘aquí estoy’ cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado.
Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura.
Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar.
Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios.
Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana.
Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real.
A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir.
Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.
Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente Links sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia.
Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella.
No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra…) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones.
Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia…) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del “factor Dios”. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

viernes, 18 de junio de 2010

Timerman dirigió un diario que defendía la dictadura

Nota publicada en Perfil el 03.11.2007
Las contradicciones de un defensor de los derechos humanos

El cónsul en Nueva York se mostró arrepentido por su paso por la dirección de La Tarde, un medio que apoyó el accionar de los militares, antes y después del golpe de Estado. En 1976, dirigió un diario que defendía la dictadura militar y condenaba al extremismo.
El cónsul en Nueva York, Héctor Timerman, suele tener una prédica consustanciada con la defensa de los derechos humanos. Pese a su actual discurso, en los álgidos días de marzo y agosto de 1976 dirigió el diario La Tarde, donde se condenaba al “ extremismo”, a la “subversión” y a los “sediciosos”, mientras se defendía a la dictadura, a Jorge Rafael Videla, Albano Harguindeguy y a Domingo Bussi. Actualmente, a este operador de Cristina Fernández de Kirchner se lo menciona como futuro embajador en Estados Unidos o como canciller.
El hijo del legendario periodista Jacobo Timerman admitió a diario PERFIL que su paso por la dirección del vespertino es "indefendible" y que " debería haber tenido otra conducta".
El diario La Tarde azuzó el golpe y con los militares en el poder ensalzaron las acciones de las Fuerzas Armadas en contra de los "elementos subversivos".
Titulares como “ Represión ajustada a las normas jurídicas”, “Vigencia de derechos humanos”, “Junta militar para reorganizar la Nación” demuestran el alineamiento de este diario con la Junta militar. Un titular afirmaba “Abal Medina dirige célula extremista” en relación a Juan Manuel Abal Medina, el mítico ex secretario general del justicialismo proscrito, quien podría ser el jefe de la SIDE del próximo gobierno y compartir reuniones con el ex director de La Tarde.
"Mi incidencia era escasa. Nunca antes había ejercido el periodismo salvo algunos veranos en que trabajaba en La Opinión", trató de relativizar Timerman, aunque luego admitió que "haber aceptado el cargo implica aceptar las responsabilidades".
" Asumo la responsabilidad por el contenido de las notas. Siempre me cuestiono esos meses de mi vida", dijo.
"Tenía 22 años y no iba casi nunca a la redacción, yo estaba estudiando en la facultad. Yo tenía varios años de militancia en la JUP y, por lo tanto, un grado de concientización política más alto que el promedio de jóvenes de mi edad, debería haber tenido otra conducta", agregó.


Nada nuevo en cuanto a travestismo ideológico, será un canciller acorde a los imaginarios pergaminos que dicen acreditar los progresistas Kirchner, autoproclamados paladines de los derechos humanos, con el furor tardío que genera la fe de los conversos.
Claudio Brunori

jueves, 17 de junio de 2010

La Ley de Medios y el debate que aún se debe el periodismo

A no confundirse: la Corte Suprema de Justicia no avaló ni rechazó el cuerpo normativo de la denominada “Ley de Medios”. Lo que hizo fundamentalmente fue revocar una medida cautelar promovida por un legislador mendocino y respaldada por una jueza que dista mucho de ser independiente.
“Que la cuestión sometida a la consideración de esta Corte no se relaciona con la valoración constitucional del contenido de la ley 26.522, sino con la validez de una medida cautelar que suspende la totalidad de sus efectos con fundamento en presuntas irregularidades en el trámite parlamentario”, reza el texto del supremo tribunal, para no dar lugar a confusiones.
Sin embargo, el fallo es una real pieza de colección. Pocas veces la Corte Suprema ha dado muestras tan contundentes —y unánimes— de “fastidio legal” por tener que poner los puntos sobre la íes en el marco de un expediente que sólo responde a intereses de ciertos grupos mediáticos.
El escrito completo es un implícito tirón de orejas a la jueza Olga Pura de Arrabal. “Queremos evitar que los jueces gobiernen a través de medidas cautelares”, parecen susurrar los supremos magistrados al oído de la mendocina colega. Al mismo tiempo, el cuerpo no deja de cuestionar al legislador que hizo la presentación de marras, por no tener legitimación como ciudadano para objetar una disposición emanada por el soberano Parlamento.
De manera implícita, la Corte demostró que está, no sólo a favor de la Ley de Medios, sino en coincidencia con el dictamen que oportunamente elevó a ese mismo respecto el procurador General de la Nación, Esteban Righi. Las coincidencias entre un documento y el otro no son casuales: el alto tribunal fue quien en su momento solicitó opinión al jefe de los fiscales para tener un sustento que permitiera respaldar el fallo de ayer.
Como sea, el documento del supremo tribunal ha sido un sano disparador para que se vuelva a debatir sobre la actualidad de los medios de comunicación y las normas que regulan su funcionamiento. Es una discusión que merece ser llevada delante desprovista de toda connotación subjetiva, especialmente porque el ciudadano común no entiende aún del todo de qué trata el fondo de la cuestión.
Es muy probable que la Ley 26.522 sea incompleta y perfectible, algo que en el futuro puede corregirse desde el Congreso Nacional; pero de lo que no hay duda alguna, es que la normativa que hoy regula a los medios es un engendro que ha permitido la concentración y manipulación mediática de manera escandalosa.
Sucesivos gobiernos, desde los años de la dictadura hasta el primer lustro de la gestión de los Kirchner —ningún gobierno se salva de esto—, han ido modificando la ley a la medida del grupo Clarín y otros grandes “pulpos” mediáticos.
Esto provocó dos inevitables efectos: por un lado, la información empezó a concentrarse cada más vez en menos manos; por el otro, el poder de empresas como Clarín creció de manera exponencial y estas terminaron transformándose en verdaderas armas de presión política. Paradójicamente, esos grupos terminaron conspirando contra los mismos que les dieron esas concesiones.
Al mismo tiempo, la profesión periodística se fue bastardeando como nunca antes en su historia, siempre en detrimento de los trabajadores de prensa. Merced al crecimiento y concentración de la información en dos o tres grupos —que terminaron fagocitando a los medios más pequeños—, los periodistas sufrieron la erosión de sus derechos más elementales, incluida la gradual pérdida del poder adquisitivo en sus salarios.
Eventualmente, la Ley de Medios permitirá deshacer esta irregular situación, toda vez que los medios no podrán permanecer en pocas manos y, al acrecentarse la oferta de fuentes de trabajo, los periodistas podrán volver a hacer valer sus privilegios…. O al menos intentarlo.
Se insiste en un punto: pueden cuestionarse no pocos detalles de la norma, pero no puede negarse que su aplicación trasuntará, más temprano que tarde, en una mayor pluralidad informativa. Hoy los medios se dividen mayormente en “oficialistas” y “opositores”, ostentando una enorme subjetividad a la hora de informar.
O se elogia completamente al gobierno o se lo critica sin miramiento alguno, los medios hoy no tienen término medio. Cada uno puja en torno a sus propios intereses políticos y comerciales sin adentrarse en las reales necesidades de la gente.
Teniendo en cuenta que hay una premisa fundamental que dice que “la información no nos pertenece, sino a la sociedad”, el uso y abuso de la subjetividad de esos medios termina jugando en detrimento de ese mismo principio.
¿Será la Ley de Medios la encargada de reencauzar al periodismo? sería demasiado pretencioso afirmarlo, aunque sí puede admitirse que la mera discusión por su promulgación —valga la cacofonía—, ha reavivado un debate que se viene postergando desde hace casi 30 años.
No es poco.
Christian Sanz

miércoles, 16 de junio de 2010

Karanchos en Gualeguaychú (La política carroñera)

“Carancho” es la última película protagonizada por Ricardo Darín. El término carancho vincula irónicamente, a abogados deshonestos con el ave de rapiña: ellos conforman organizaciones mafiosas para sacar provecho de indigentes que sufren accidentes de tránsito, mediante el cobro de indemnizaciones a las compañías aseguradoras involucradas. Al indigente le dan monedas, y los caranchos se quedan con cifras millonarias. Para ello confluyen en estas organizaciones policías, médicos de guardia, conductores de ambulancias: todos alivian sus miserias económicas al avisar al carancho de un accidentado nuevo, dándoles éste una comisión por su colaboración.

El protagonista exorciza su culpa con este razonamiento: “Si no existiéramos los caranchos, estos pobres miserables ni siquiera recibirían lo que nosotros les conseguimos”. Como describe la película – basada en hechos reales - todo vale: fraguar accidentes viales, al extremo de romper huesos de un indigente con una maza previo a la puesta en escena de un auto atropellando al mismo; ejercer como abogado a pesar de tener suspendida la licencia, timar a ignorantes…


Hoy un te quiero, mañana…

Las noticias relativas al corte del puente internacional Gualeguaychú-Fray Bentos hablan de una probable inminente decisión de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú de levantar el corte del puente 2 meses, a cambio del monitoreo ambiental dentro de la planta de la pastera UPM (ex Botnia). Esta respuesta obedece a la innovadora belicosidad de la administración Kirchner contra el corte: se le dio aire a la repetida orden del juez de Concepción del Uruguay, Gustavo Pimentel, de liberar el bloqueo e identificar a sus responsables, firmando la presidenta Cristina Kirchner un decreto para que el procurador general del Tesoro Joaquín da Rocha se presente como querellante en la causa.

Cuatro años atrás, en mayo de 2006, su marido y ex presidente Néstor llevó de las narices a sus ministros y a 17 gobernadores al corsódromo de Gualeguaychú a un acto multitudinario en apoyo al corte: “apoyamos la causa nacional”, “este problema la Argentina lo asume como propio”, “tenemos razón, el derecho está de nuestro lado”. El repudio contra la por entonces Botnia y el gobierno uruguayo se hablaba en términos de “nosotros”.

Los protagonistas del corte no pueden creer que el mismísimo jefe de Gabinete Aníbal Fernández dio cátedra acerca de los 18 delitos penales con los cuales el Gobierno los acusaría. Vale recordar que Fernández a lo largo del conflicto fue Ministro de Justicia y de Interior, y que anteriores fallos del juez Pimentel fueron desoídos por el Gobierno.


La nueva vieja gran estafa

Quienes hoy se sienten estafados se asumen que fueron demagógicamente usados. Más allá del problema ecológico de las pasteras a nivel mundial, de la supuesta falta de respeto del gobierno uruguayo a los postulados del Tratado del río Uruguay o del resentimiento de la pérdida nacional de inversión extranjera – un rumor instalado de vieja data habla de un pedido de “colaboración” excesivo de las antiguas autoridades entrerrianas a la ex Botnia – la administración kirchnerista fue fiel a su lógica de estudiante secundario: mostrarse intransigente, forzar la intervención de un Tribunal Internacional y terminar desconociendo su fallo. Jamás se planteó una solución civilizada al disparate de tener cerrado desde hace más de cuatro años un puente internacional por el accionar de un puñado de vecinos.

Y en eso la lógica kirchnerista se emparenta con los caranchos. ¿Surge el conflicto de tinte ecológico en Gualeguaychú? Se “manijea” hasta el infinito, todo sea por quedar como gobernantes progres a favor de la ecología. Si del apostolado eco-kirchnerista alguien duda, mejor preguntar sobre su veracidad al diputado Miguel Bonasso respecto al compromiso de la Presidenta con la ley de protección de glaciares…

Pero se puede jugar con el tiempo, más lejos, más cerca. ¿El doctor Borocotó anda perdido? Listo, el en ese momento ambulanciero Alberto Fernández – hoy mala palabra para los karanchos – modula por radio a la organización y es cooptado por el kirchnerismo. ¿Transversalidad o travestismo político? No importa, hay que agradecer el neologismo: borocotización (aunque los malintencionados dicen que ya existía un sinónimo, el “panquequismo”).

¿El presidente de la AFA Julio Grondona no logra que el maldito monopolio acepte financiar el despilfarro de los dirigentes de los clubes de fútbol?: listo, “Fútbol para Todos”, pagado por todos. El fútbol es el nuevo opio de los pueblos, por lo cual es vital televisar gratis partidos todos los días de la semana. No importa que genere sólo millonarias pérdidas. Otro ambulanciero avisa que periodistas conocidos habían sido dejados de lado por los multimedios autoritarios y los karanchos los rescatan: suman desde el respetable Alejandro Apo – abandonado por el Grupo Prisa – hasta al ahora relator del pueblo Marcelo Araujo. Sí, el mismo que era sinónimo de menemismo, el que brindó por el triunfo de Chiche Duhalde en vivo en plena veda electoral, y aún así Chiche perdió…

Ya que hablamos del “mejor Presidente de la historia”, si ya como Senador sorprende con útiles y pícaros faltazos que boicotean a la oposición, el doctor Menem merece que el ambulanciero Miguel Pichetto avise de su situación y los karanchos lo premien con unas migajas, nombrando a su subjefe de despacho Nicolás de Vedia en la estratégica Dirección de Comisiones del Senado…

Y siguiendo con el Congreso, si el Diputado “progre” Martín Sabbatella ayuda con otro faltazo a no lograr quórum para tratar la ley de impuesto al cheque, el ambulanciero estrella Julio De Vido interviene y la ínfima comisión consiste en destrabar el envío demorado desde 2006 de $ 19 millones para reacondicionar el hospital zonal de Morón. “Tenemos autonomía partidaria, no somos kirchneristas”, dijo Sabatella sin ruborizarse…


¡Al infinito…y más allá!

¿Hay conflicto con el agro? Otro ambulanciero ayuda y se coopta con un cargo a María del Cármen Alarcón, y con puestos de trabajo a la senadora Roxana Latorre.

¿Los sindicalistas colaboran y silencian la falsificación de índices inflacionarios? Interviene el ambulanciero Carlos Tomada y se los premia con paritarias exorbitantes, vista gorda al desmanejo de sus obras sociales, congelamiento de sus causas judiciales…

¿Algún juez anda con problemas, por su vida privada – doctor Oyarbide – o por no privarse de buena vida – doctor Faggionatto Márquez -? Algún ambulanciero los convence de que, colaborando, se los sostendrá hasta donde se pueda…

¿Gobernadores económicamente desahuciados, intendentes sin fondos, barras bravas ávidos de más impunidad, presidente de país vecino se resiste a votar a favor en la Unasur? Siempre alguien avisará a los karanchos, estos asistirán con migajas a los miserables y el modelo gozará de buena salud y apoyo… mientras haya efectivo, como diría el querido Negro Olmedo.
Tomás Ryan

miércoles, 9 de junio de 2010

Use y tire

De como una causa nacional devino en causa penal.
Mientras el apoyo al piquete de Gualeguaychú resultaba funcional al gobierno nacional en términos de rédito político, el inefable Aníbal Fernández negaba sistemáticamente el concurso de las fuerzas de seguridad para cumplir las ordenes emitidas por la justicia a efectos de liberar el paso en el puente.
Pero ahora todo cambió, del rédito se pasó al descrédito y quienes se ufanaban de su voluntad de nunca criminalizar una protesta social, han borrado con el codo lo escrito con la mano.
Quienes gobiernan podrían hacer suyas las palabras del gran Marx (Groucho, no Karl): Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros.
Claudio Brunori

lunes, 7 de junio de 2010

El lobo que acecha a las ovejas perdidas

Las ovejas descarriadas deben ser reconducidas a su corral, pero no conviene que esa tarea quede a cargo del lobo feroz. Algo similar sucede con el periodismo argentino, que hoy está cumpliendo dos siglos de existencia.

Por supuesto, los que trabajamos en los medios tenemos todavía mucho que revisar y corregir, pero no parece ser el actual gobierno el más indicado para darnos clases de periodismo, materia cuya sola mención le produce intensa urticaria.

Tan importante aniversario (200 años de labor ininterrumpida) sorprende al periodismo argentino en su momento más oscuro desde la restauración de la democracia, en 1983. Es verdad que cualquiera puede todavía decir y escribir lo que quiera, pero lo cierto es que debe hacerlo en un clima de creciente agresión (escraches, pintadas o afiches anónimos, declaraciones intemperantes...).

El peor legado que dejará la era kirchnerista en materia de libertad de expresión, con todo, no será el diario hostigamiento verbal a medios y a periodistas desde lo más alto del poder, inédito en su persistencia desde el fin de la última dictadura militar, sino la captación mediante estímulos económicos o la prédica pertinaz, casi a manera de adoctrinamiento cerril, de personas y personajes que en otros contextos supieron ser honorables y lúcidos.

Esas personas ahora se han transfigurado, en el mejor de los casos, en ingenuos ganados por la causa oficial y, en el peor, transfugado como militantes enfáticos de una gestión que les da de comer y que, en no pocos casos, los ha vuelto prósperos cuentapropistas bendecidos por el pluriempleo superlativamente remunerado. Desde luego, no se incluye en el grupo que se acaba de describir a los muchísimos ciudadanos que, convencidos, avalan el proyecto político que gobierna desde 2003 y que merecen la debida consideración.

Una consideración que, llamativamente, los máximos referentes de "el modelo" (como gustan llamar a su proyecto político), Néstor y Cristina Kirchner, no suelen tener siquiera con su propia y creciente tropa mediática. En efecto: en sus diatribas constantes y despectivas a la "corporación mediática" ni siquiera hay, alguna vez, una distinción hacia aquellos periodistas que sólo aplauden cada uno de sus gestos.

Acaso el único reconocimiento presidencial en este sentido haya sido a los periodistas desaparecidos durante la dictadura, periodistas que ya no están entre nosotros.

Más llamativo resulta todavía que ese dócil grupo en aumento de periodistas (o, más bien, "prenseros") oficialistas festeje y avale alborozado cada uno de esos ataques indiscriminados contra la prensa. ¿Es, tal vez, un tácito reconocimiento de que han dejado de ser periodistas para convertirse en meros divulgadores revulsivos o propagandistas entusiastas de la prédica oficial?

Algo de eso hay: el conductor de un risueño programa televisivo nocturno de menudencias y el más renombrado columnista de un ciclo diario del canal oficial se reivindican desde hace poco con cierto orgullo como "ex periodistas". Sólo así se entiende que sean impermeables a los denuestos del matrimonio presidencial. Kirchner y señora también los ignoran a ellos con esos silencios despectivos que dicen mucho más que las palabras altisonantes.

Las paradojas se atropellan unas con otras de manera sorprendente: no pocos de los que hoy integran gustosos la claque oficial vituperaron durante años (lo siguen haciendo) a Bernardo Neustadt, al que siempre acusaron de haber sido oficialista de varios gobiernos. Más: ciertos sectores autodenominados generosamente "progresistas" que, efectivamente, sufrieron en los turbulentos años 70 injustos exilios, censura, persecución y marginación por sus maneras de pensar traicionan hoy escandalosamente su propia historia propiciando el férreo disciplinamiento de los contenidos periodísticos. Dictan cátedra de qué se debe decir y cómo; atribuyen intenciones aviesas a todo contenido que se aparte dos milímetros del evangelio K acusándolo de "destituyente" y dan fundamento seudointelectual a las huestes de bloggers y twitteros ad honórem y rentados que cada minuto del día salen a rebatir desde la difamación o la argumentación precaria cualquier cosa mínimamente negativa que se diga o se escriba sobre el Gobierno.

Todavía hay una paradoja mayor: durante la última dictadura militar había en la por entonces monopólica TV estatal unos funcionarios que aun vestidos de civil exudaban evidente prosapia castrense, a los que se los llamaba pomposamente "asesores literarios". Su labor consistía en revisar cada letra y cada coma de los libretos que se iban a representar para tachar cualquier tipo de inconveniencia que pudiese incomodar al régimen militar. Veteranos del medio recuerdan cómo se las ingeniaban, cuando tenían que someter a la autorización de estos sujetos la conformación de algún elenco: encabezaban sus listas con señuelos obvios para que estos nefastos censores se abalanzaran sobre ellos a tacharlos de inmediato, mientras que los actores que verdaderamente les interesaba convocar, pero que podían ser cuestionados, iban mezclados más abajo con otros más potables, y así pasaban.

¿No es una perversa metáfora de la historia que aquellos perseguidos de entonces hoy se constituyan en virtuales y voluntarios "asesores literarios" del kirchnerismo para objetar del derecho y del revés cada nota, columna o hasta tweet (que apenas tienen un máximo de 140 caracteres) que puedan incomodar a este gobierno?

La nefasta censura, que se enseñoreó durante décadas en la Argentina con oprobiosas listas negras de artistas, películas y libros, fue abolida a partir de la asunción presidencial de Raúl Alfonsín. En los 90, el periodismo político se atrevió a destapar las peores ollas de la corrupción menemista. Por entonces también sucedió algo realmente paradójico: nunca antes el periodismo había brindado una radiografía tan precisa de los ilícitos políticos y económicos del poder. Sin embargo, no hubo un correlato judicial acorde con todas esas gravísimas denuncias y conocimos entonces una nueva perversión estatal: la impunidad cínica.

Hubo, pues, previsible desencanto por unos años del periodismo de investigación mientras sucedían peores cosas en la Argentina (la aguda recesión de fines de los 90 y, a continuación, la abismal catástrofe social, política y económica desatada en 2001).

La porfiada decisión de reescribir la historia desde cero del matrimonio Kirchner a partir de 2003 se construyó sobre sucesivas negaciones: la economía NO mejoró a partir del interinato de Duhalde; los derechos humanos NO fueron preocupación de ningún gobierno anterior; la Argentina del Centenario NO fue próspera y la proyección sobre el Cabildo, en las celebraciones del Bicentenario, NO incluyó imágenes de Sarmiento ni de Mitre porque son figuras que no están bien vistas en el actual catecismo oficial.

Pero también echó sus bases sobre otras afirmaciones: el proyecto político iniciado en 2003 constituye el mejor gobierno de la historia; los militares son malos; los curas también; últimamente la Justicia, asimismo, cayó en desgracia, y, por supuesto, los medios y los periodistas que critican son enemigos acérrimos desde la primera hora.

Se machaca con el sonsonete de la "corporación mediática" para inculpar a un conglomerado de medios que compiten entre sí y que no arman su agenda informativa en una misma mesa y de manera conspirativa, porque fastidian con sus enfoques críticos. No hay que olvidar que los Kirchner provienen de Santa Cruz, donde predominó la prensa oficialista subsidiada desde el Estado y se redujo casi hasta la inexistencia cualquier voz disonante. El pecado de la "corporación mediática" es su alto grado de repercusión que obtiene por parte de la gente que la consume por puro gusto o afinidad.

Es que es el único "piolín" que el Gobierno aún no puede manejar, y por eso sangra por esa herida que quiere suturar como sea (agitación política en torno del juicio de filiación de los hijos de la dueña de Clarín , acoso a Papel Prensa, la ley de medios, etcétera).

Nada se habla, en cambio, de "la otra corporación mediática", un conglomerado multimediático de diarios, revistas, radios, prensa gratuita, canales de TV, periodistas, artistas y otros referentes, más la abultada publicidad oficial repartida discrecionalmente, el Fútbol para Todos y la TV digital estatal, que ya llega y que engruesa día a día un aparato estatal y paraestatal de comunicación bastante irregular y oneroso para el erario. Salvo 6 7 8 (una suerte de versión humorística del noticiero procesista por excelencia, 60 minutos ), que ha logrado cierta repercusión, ninguno de los medios creados a la sombra de empresarios amigos ha logrado más que una mínima influencia por fuera de sus reducidos públicos.

No obstante, la prédica envenenada contra la prensa ejercida sistemáticamente las 24 horas del día por los realmente convencidos y los que Perón denominaba acertadamente "idiotas útiles" colocan al periodismo en el banquillo de los acusados como sospechoso de todos los males: no hay inseguridad, no hay inflación ni falta el gas, sólo son pérfidas "sensaciones" maquiavélicamente impuestas por los malvados periodistas.

En tan inquietante contexto, 200 años después del primer número de la Gazeta de Buenos-Ayres , se comprenderá por qué no hay mucho para festejar: acá estamos entrampados discutiendo temas que se pensaban superados hace décadas y con un lobo feroz al acecho para dar nuevos zarpazos en el momento menos pensado.
Pablo Sirvén

viernes, 4 de junio de 2010

Los “desaparecidos” de Santa Cruz

RIO GALLEGOS (de nuestra corresponsal itinerante, S.C.).- A Diego Robles, el ministro de Economía, lo puso, según nuestras fuentes, el Rudy Ulloa Igor. Por instrucción de Néstor Kirchner, El Lupo. Y a pedido del antecesor. Juan Manuel Campillo. El Campi, uno de los doce integrantes del disco rígido del kirchnerismo.

Robles es quien clarificó, en declaraciones radiales, que, de los míticos fondos, no quedaba ninguna moneda. Pero después, por el estruendo que ocasionó la portada funcional de Clarín, Robles debió rebobinar. Para decir que quedan, aún, 200 millones de dólares. Aunque ya nadie, en Santa Cruz, al respecto, cree en nada. “Nadie nada nunca”, diría Saer. Con los (fondos) desaparecidos se alcanzó, en Santa Cruz, el grado de metafísica ideal. Hubiera fascinado a Heidegger. Y a Sanguinetti, el olvidado letrista del tango “Nada”.

Según Rocamora, los 12 miembros indispensables del kirchnerismo caben en una Van. Una Trafic. O en el avioncito emblemático. Similar al utilizado por Antonini Wilson, la señora Bereziuk y nuestro Uberti.
Es -Campillo- el baluarte experimentado que podrá describir, ante la próxima justicia terrenal, el periplo de los ”desaparecidos” de Santa Cruz. Supo El Campi manejar las finanzas secretas de la provincia -en general-, desde el plano secundario. Hasta que el gobernador Peralta lo designó ministro. Para transparentarlo y asegurarse las monedas para pagar los sueldos.
Por su parte, ahora Campillo trasladó su monumental sabiduría hacia el ONCCA. Nucleamiento especializado en los (subsidios) del Control Comercial Agropecuario. Pero transitoriamente. Porque Campillo apunta, según fuentes, a suplantar otra vez a Etchegaray. En la AFIP, para proseguir el curso ascendente.
Va a ser Campillo, acaso, el último ministro de Economía de los Kirchner.

La evaluación -respecto de Robles y la problemática de los fondos- sorprende. Indica que Robles llegó al ministerio con un objetivo preciso. De ser cierta la instrucción, puede decir: “Tarea cumplida”.
La misión consistía en blanquear, definitivamente, el litigio principal, que debiera proporcionar más capturas que honores. Blanquear el destino de los desaparecidos de Santa Cruz. La valentía programada del ministro complementa la información. “Los fondos ya no están más”. Se gastaron. Se esfumaron entre las canaletas del déficit. Del desastre lentamente acumulado por la monotonía gestionaría.
Gastos corrientes. Tema resuelto. Un poquitín más de escándalo y se termina.

La próxima contienda electoral debe ser encarada libre de riesgos.
A través de la divulgación, lo que hizo Clarín, a su pesar, y desde la portada, fue simplemente ayudarlo a Kirchner. Igual que cuando eran socios.
Años nostálgicos de felicidad. En los que El Lupo y Magnetto, de la manito, paseaban, como Hansel y Gretel, románticamente por el prado.
Cuando Clarín, pacientemente, le construía, a Kirchner, la magnitud de la hegemonía. Con la retribución de alguna ventajita comercial. La megafusión de los cableríos. Con la zanahoria implícita de las acciones de Telecom. El negocio del triple play.
Clarín, con la prepotencia de la portada, precipitó el blanqueo del conflicto. Colaboró con Kirchner. Sin siquiera sospecharlo.
Resultó funcional, Clarín, en su embestida, con los intereses inmediatos del súbito enemigo.
Mientras tanto, El Lupo se dispone, desde las diversas vertientes, a aniquilar a Clarín en la ofensiva final. Con el frente Papel Prensa, y con las esquirlas del doloroso frente humanitario. Contiene el destino programado de un presidio (de mujeres) común. Antes del final de año. Sin límites para la crueldad.
Después de liquidarse a Clarín, sólo resta decidir si vuelve El Elegidor.
O si prosigue, en el intento de re reelección, La Elegida.
Con Clarín destruido, les tienta, otra vez, pensar en el reparto del cuatro y cuatro. Hasta el 2019. Delirios que transcurren mientras la oposición, colectivamente, se auto celebra. Se hace, metafóricamente, la del mono.
La desaparición de lo que nunca estuvo

Así nadie, aquí, se haya robado un peso, la cuestión de los desaparecidos de Santa Cruz exhibe, al menos, en el primer plano, la insolvencia de Kirchner.
Muestra que Lupo llegó a juntar, para la provincia, sin quedarnos cortos, mil doscientos millones de dólares.
Pero Lupo resultó tan estratégicamente incapaz que no alcanzó, siquiera, a desarrollar, con tanto dinero, el menor proyecto integral de desarrollo para Santa Cruz. Ni a largo, ni a mediano plazo relativo. Un pepino.
Sin haber delinquido, el kirchnerismo ya se asegura la condena de la historia.
En cambio, si es verdad que Lupo “robó” -como lo asegura Eduardo Arnold-, la crónica debiera trasladarse hacia la esfera del derecho penal.
Arnold, El Chiquito, es aquel arrepentido que fuera, durante ocho años, el vicegobernador más distraído de Sudamérica.
“Mejor que Arnold se quede en Trelew. Hubiera hablado antes”, insiste la Garganta. “Como Acevedo”.
(Ampliaremos, sólo si viene al caso).

“Lo que desapareció, Serenella, nunca estuvo”, nos confirma otra Garganta.
Ocurre que, desde el inicio, está demencialmente demostrado que los fondos nunca ingresaron al presupuesto de la provincia.
“No puede desaparecer lo que nunca estuvo”. Fueron fondos fantasmales. Alucinaciones extrapresupuestarias que aluden a algo que nunca existió.
“Aquí se violó la ley más elemental. La ley que posee cualquier estado, nacional o provincial. La Ley de Contabilidad”.
Determina, expresamente, que los fondos públicos no pueden ser virtuales. Deben ingresar, como egresar, a través de la acotación que signa el presupuesto.
Aparte, aún más pecaminosamente prohibido, está que los fondos, que presupuestariamente no existieron, estuvieran a nombre de algún funcionario.
“Los desaparecidos nunca ingresaron a las cuentas oficiales de Santa Cruz”. Pero tampoco ingresaron los otros pagos, originados en otras regalías mal liquidadas. Los fondos que también recibieron, gracias al ministro Cavallo, las provincias petroleras.
Pero Maestro, el gobernador del Chubut, los hizo ingresar. Aunque El Lupo entonces se burlara, con ostensible frontalidad, de Maestro.
Tiempos cercanos de jactanciosa impunidad. Cuando El Lupo solía decir, para quien quisiera escucharlo, que tenía los glucolines verdes a resguardo. “Afuera”. Protegidos.
Mientras tanto los otros, los malos administradores, la gastaban.
La ética administrativa del usurero le permitía, al Lupo, acumular. Y secretamente custodiarla. Hacer con el dinero lo que se le antojara. Sin explicarle a la gilada de su parlamento. La provincia -total- le pertenecía. Como después, gracias a Duhalde, también el país.
Conste que Lupo se jactó del resguardo, incluso, durante la peripecia del “corralito”. La tragedia que había embocado, en varias decenas de millones de dólares, al Estado Libre Asociado de San Luís.
Proyecto nacional

“Lo que en realidad le correspondió a Santa cruz fueron 1.060 millones de dólares”, prosigue la Garganta.
La compensación por la deuda que la nación le debía a la provincia.
“Ahí entraron los cien millones que El Lupo, como gobernador, repartió entre las empresas amigas de la Casa”.
La tradicional Gotti, Giobbi, Empasa. Firmas más que amigas del poder. Representaban el poder mismo.
Conseguían el dinero a través del empleado jerárquico del banco provincial. Lázaro Báez, que pasaría a la historia -por el Portal- como El Resucitado. Otros ya lo llaman “Levántate y Anda”.
El dinero tampoco nunca se devolvió. “Pelito para la vieja”.

Después vinieron, como de yapa, los glucolines por la venta de las acciones de YPF. Por ser provincia integrante de la OFHEPI, la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos. Gracias a otro consejo sabio de Cavallo, las acciones fueron vendidas, por Lupo, a 20 dólares cada una. A la Cruz Santa le correspondieron, en el festín del negoción, 560 millones de dólares.
Los que tampoco ingresaron -según la Garganta-, a la acotación del presupuesto. Para atravesar, en adelante, las fronteras de la virtualidad.
Por más cuentas que se dibujen en el aire, los números no cierran. Ni aparecen. El vacío de papeles agiganta la complejidad. La desmesura se transforma en la acusación popular más simple. Arnold la sintetiza con cierta contundencia, después del silencio de sus ocho años de obediente acompañamiento.
Para terminar la digestión del despacho, sin mayor dramatismo, esta cronista se tienta y cita, sólo como anticipo, el título del último opus del Pensador de La Toscana, El Picca: “El único proyecto nacional es el choreo”.
Serenella Cottani
para JorgeAsísDigital

miércoles, 2 de junio de 2010

Otra batalla que está ganando Kirchner

Néstor Kirchner no sólo está ganando la batalla para hacer creer a mucha gente que es invencible. También está ganando otra pelea crucial: la del uso de la palabra y el sentido que se le da a lo que se dice o escribe. Por supuesto, ni una ni otra cosa son verdades irrefutables: sólo percepciones de la realidad. Sin embargo, genera euforia entre los kirchneristas e impotencia y decepción entre los que no lo son. Y, además, desnuda la ineficacia de la oposición para fijar su propia agenda del lenguaje. (Y también la incapacidad de la misma oposición para ejecutar la acción que corresponde a ese lenguaje).

De tanto repetirlo, el kirchnerismo se ha apropiado, entre otros, de los siguientes términos: "funcional a la derecha", "el monopolio", "corporación mediática", "gorila", "partido judicial", "partido del ajuste" y "vende patria". También de los vaticinios políticos ("Lo que puede venir es peor de lo que hay"). Pero, además, se ha adueñado de otras falsas ideas, un poco más complejas, y cuyas consecuencias son más graves. La más extendida se podría resumir así: "En todos los gobiernos hay un poco de corrupción y en este también. Son errores del sistema. Es más importante la lucha contra los grupos concentrados y las cien familias que siempre mandaron en la Argentina que denunciar los casos de corrupción en los que se monta la derecha para tirar pálidas y aceitar la máquina de impedir".

Por supuesto, con cada uno de esos términos que los comunicadores oficiales usan para descalificar se podrían explicar las conductas del propio kirchnerismo.

El clientelismo, la corrupción, la persecución a políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas no kirchneristas que ejerce esta administración son prácticas típicas de la derecha autoritaria. Desde este punto de vista, no cabe ninguna duda de que los que apoyan a Kirchner y a la presidenta Cristina Fernández sin denunciar sus errores de gestión o los delitos que se cometen bajo su protección política, son "funcionales a la derecha".

De la misma manera, nadie se escandalizaría con la afirmación de que, a esta altura, hay una suerte de "corporación mediática" oficial y paraoficial cuya misión fundamental es descalificar y destruir todo lo que no sea K y defender y profundizar "el modelo" impulsado "por el mejor gobierno de toda la historia de la Argentina".

A su vez, al supuesto "partido judicial" que, según el ex presidente, "impide que la Argentina avance" le corresponde otro, formado por fiscales, jueces y camaristas que constituyen otro "partido judicial", pero de signo diferente. Es decir, "funcional al poder de turno". Se trata de magistrados que inventan causas, como el destituido Federico Faggionato Márquez, o las direccionan, como el polémico y controvertido Norberto Oyarbide, sólo por citar los dos casos más evidentes.

Así, a muchos kirchneristas fanatizados les entraría como anillo al dedo el mote de "gorila" porque todavía siguen culpando al peronismo de todos los males de la Argentina. O muchos militantes K podrían calificar a Kirchner y Fernández de "vende patrias", al pagar la deuda externa por anticipado, permitir la venta de YPF, terminar de destruir los Ferrocarriles Argentinos o haber apoyado el indulto cuando Carlos Menem lo ordenó.

Lo que cuesta entender es por qué prestigiosos periodistas que influyeron en generaciones enteras de colegas con la potente idea de que la corrupción era inherente al modelo que proponía Menem, ahora piensan que hay una corrupción mejor, más justificable o digna de ser ignorada. O por qué filósofos que llegaron a criticar los delitos de esta administración, de un día para el otro dejaron de hacerlo, a cambio de un programa en un buen canal del Estado o de unas cuantas audiencias con el ex presidente, la Presidenta o los ministros más importantes.

En ese sentido, Kirchner jugó otro partido difícil y también ganó. Utilizó su insuperable "detector de resentimientos" y sedujo a una importante cantidad de resentidos, con razón o sin ella. Resentidos contra la sostenida prepotencia de algunos directivos del Grupo Clarín. Resentidos porque no encontraron el lugar que suponen se merecen dentro del Estado, la cultura, la política y los medios de comunicación. Resentidos contra los intelectuales que no compran el paquete completo del ideario kirchnerista. Resentidos contra los periodistas que se atreven a cuestionar el discurso único del poder oficial. Todo este importante ejército de resentidos juega ahora al lado de uno de los políticos más resentidos de este país.

Pero el éxito de Kirchner no se explica sólo por la apropiación de las palabras. Se justifica también en la mística que logró transmitir al núcleo duro de sus seguidores. Y la carencia de sueños y de horizonte que se advierte en la mayoría de los líderes de la oposición.

¿Le alcanzará esa mística para esconder la verdad de los hechos y convencer a la mayoría de que se trata de un ex mandatario valiente, de alguien que necesita seguir gobernando para liberar a los argentinos del yugo de los poderosos?

Solo por dar un ejemplo: el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, al que todos los días le adjudican una nueva propiedad, no es un militante de los derechos humanos, ni un hombre con ideas progresistas, ni alguien a quien se pueda definir como un patriota del Bicentenario. Jaime fue, hasta que renunció un hombre de máxima confianza de Kirchner. Alguien que reportaba solamente a él.
Luis Majul

martes, 1 de junio de 2010

Para la libertad

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
aún tengo la vida.

Miguel Hernández

Piratas de Somalía

Publicado por Jorge Asís el 1 de Junio de 2010 en Artículos Internacionales para JorgeAsísDigital

“Ninguna explicación puede justificar o blanquear el crimen que se ha cometido”.
Cuesta no coincidir con el escritor David Grossman, en “Haaretz”.
Otro escritor, Amoz Oz, para referirse a los asesinatos, prefiere atenuarlos con la suavidad de dos adjetivos. “Torpeza, estupidez”.
Similar interpretación proporciona Ben Dror Yamini, en el diario “Maariv”. “El actual es un liderazgo de tontos”.
En cambio, Nahum Barnea, calificado como el “pilar de la prensa nacional”, hace menos hincapié en la idiotez imprescriptible de los estadistas israelíes. Para exigir, directamente, la dimisión del ministro de Defensa, Ehud Barak.
Es Barak el responsable sólo por aquel pragmatismo que pregonaba:
“El resultado es la única prueba de la eficacia”.
Por lo que se percibe, el resultado, para Israel, es desastroso.
Escarnio

En las actuales circunstancias, debe ser difícil ser el judío consciente, inteligentemente sensible. Que adhiera, con patriótica honestidad, a la persistencia del Estado de Israel. Sin horrorizarse ante las catástrofes cotidianas de sus conductores. Ante los agravios acumulados que se ejecutan, defensivamente, en nombre de la identidad bastardeada.
Se transforma (la identidad) en paradigma de represión. De brutalidad tiránica y sufrimiento ajeno. Como si no les importara, a los represores, ”ahorrar sangre de árabes”. Es sangre gratis. Para derrocharla.
La hazaña de la Operación Entebbe, de aquellos setenta, nada tiene que ver con los atropellos de la última carnicería. El asalto a la Flotilla Humanitaria, en las aguas protegidas por el derecho internacional.
Hubiera sido espectacular, la toma, si el buque turco estuviera cargado de asesinos seriales. Pero resulta penoso cuando se confirma que el barco contiene, apenas, voluntarios indefensos.
Seres saludablemente solidarios con la tragedia de seis décadas que padece el pueblo oprimido. Los palestinos bloqueados en el laberinto inadmisible de Gaza.
En cierto modo, los Sahyetet 13 merecían otro desafío para la historia. De ningún modo participar de esta inmundicia que los deshonra.
Los comandos navales de elite, del más sofisticado entrenamiento. Ante la magnitud del fracaso político, los Sahyetet 13 pueden ser perfectamente equiparados con los piratas de Somalía.
De aquella colectiva idealización de los héroes de Entebbe, celebrada por la literatura y la cinematografía, los Shayetet 13, como los Sayeret Mirkal, ingresaron al escarnio universal.
Fin de la “superioridad moral”

La caída, paulatinamente abrupta, del prestigio de Israel, es, a esta altura, irrecuperable.
Se asiste al final de la esgrimida “superioridad moral”.
La dilapidación coincide, justamente, con la gestión de los funcionarios impugnados por los sectores más lúcidos de la sociedad israelí. Los que formaron parte de las tropas de elite.
El ministro de Defensa, Ehud Barak. Laborista. Y el primer ministro Benjamin Netanhau. Del Likud.
Consecuencia, acaso, de la militarización del pensamiento. Del desperdicio de una dignidad.
El diseño del país es conducido, estratégicamente, por los comandos en acción. Entrenados para cometer hazañas militares. Para la epopeya del riesgo.
Sin embargo, por la patología del proceso político, signado por la dinámica de la venganza recíproca, los viejos comandos radicalizados del Sayeret Mirkal debieron hacerse cargo del estado.
La monotonía del conflicto permanente los llevó a desembocar, con legitimidad democrática, en la playa del terrorismo.
Se lo reprocha, dolorosamente, Recep Erdogan, el primer ministro de Turquía.
Era Turquía, hasta el innecesario colapso, el principal aliado, en la región, de Israel. Pagaba internamente -Turquía- los costos. Por ser el aliado, ante su sociedad menos tolerante, relativamente seducida por el menemismo de la occidentalización. Pedantería que le alcanzó, a Turquía, para ingresar a la OTAN. Aún le resulta insuficiente para entrometerse en la devaluada Unión Europea. Un voluntarismo que despierta, de manera inquietante, de las alucinaciones de grandeza.
“Terrorismo de estado”. Clava la sentencia Erdogan.
De sólo pronunciarse, el concepto de “terrorismo de estado”, en la Argentina, genera cierta convulsión.
Humillaciones

De haber sido consultados previamente, el cronista menos sensato del Yediot, o del Haaretz, les hubiera recomendado, a sus dirigentes, cuidar, como si fuera una planta mágica, la relación invalorable con Turquía. Pero los asesinos fundamentalistas con ropaje de patriotas, los comandos que patológicamente gobiernan, prefirieron destrozar la geopolítica desde un helicóptero.
Para deslizarse, a través de las sogas, en una proeza que merecía una causa más sublime. En pleno mar abierto. Para caer sobre la nave repleta de sensibles solidarios, pero con la causa palestina. Para disparar sobre ellos. De manera alucinante. Como si fueran piratas de Somalía y ante el testimonio de la televisión.
Deben aceptar, los comandos, que la solidaridad existe, también, para las víctimas de Israel.
Los palestinos de Gaza. Los gazauies, que no tienen motivos racionales para hacerse cargo de las afrentas históricas. Las que les ocasionaran, a sus victimarios, sesenta años atrás. En otro continente.

Concentrados en Gaza, los palestinos gazauies reciben las cotidianas humillaciones de los herederos de los antiguos humillados.
Legitiman los crímenes actuales en virtud de la memoria de aquellos estragos.
Pero la nueva bestialidad es consecuencia, también, de la vigente impunidad conceptual.
La extorsión intelectual suele explicitarse en la imposibilidad moral de emitirles, a los comandos y a quienes los defienden, ni una leve crítica. Sin ser estampillado con el sello del adjetivo despreciable.
Es explicable que les cueste, a los judíos conscientemente sensibles de hoy, asumir el significado de la parábola. Los arrastra, sin escalas.
Desde la cultura reclamatoria de la justa victimización. Hacia el indeseable precepto, fuertemente delictivo, de victimario.

Sin embargo reconforta saber que abunda, en Israel, entre tanta necedad, la sabiduría interpretativa. Desbarata el significado de la ceguera fundamentalista. La ultrarradicalización que sostiene discursos imperdonables. Como el discurso del excelentísimo señor embajador de Israel en -sin ir más lejos- la Argentina.
Es el comando oral que no vacila en faltarle el respeto a la inteligencia del argentino medio. Al decir, por ejemplo, que los “soldados israelíes sólo se defendieron”. De aquellos peligrosos que portaban palos y se disponían a colaborar “con el enemigo”. O que declare que en Gaza -”donde abundan los restaurantes de lujo”- no falta nada.
La inmunidad diplomática nunca debiera extenderse hacia la barbarie de concepto.
Jorge Asís