miércoles, 26 de diciembre de 2012

Y fueron por todo


El gobierno de Cristina es el principal responsable de los saqueos que generaron tanta angustia. No es políticamente correcto, pero hay que decir que los dramáticos sucesos fueron producto de las tres “I”: inflación, inseguridad e inequidad. Son tres realidades sistemáticamente negadas por un discurso oficial blindado. Juan Manuel Abal Medina fue irrespetuoso con los más humildes con tanta fanfarronería de Estado. Dijo que Moyano, Micheli y sus muchachos querían “quebrar la paz social y el gran momento que vive la Argentina”, y que “nunca estuvimos mejor”. Tiene razón el ex funcionario de Fernando de la Rúa: él nunca estuvo mejor. Me hizo acordar de un viejo chiste-chicana sobre la corrupción de los gobiernos. Dice que Cristina y sus ministros son ateos porque no pueden creer que haya una vida mejor después de ésta. Insisto, en el caso de muchos integrantes del oficialismo es rigurosamente cierto. De hecho, Puerto Madero tiene la mayor cantidad de funcionarios por metro cuadrado. El caso más emblemático, además de la Presidenta, es el de Amado Boudou, que tuiteó: “Seguimos trabajando para quien más lo necesita. Ellos no saquean ni se llevan plasmas en 4x4. Saben que hay una presidenta que trabaja para ellos”.
¿Tanto compraron su propio discurso que son incapaces de reconocer que en la Argentina todavía hay pobres, desocupados, excluidos y marginales? ¿Tan ciegos están en la defensa cerrada de sus privilegios que ignoran que hay un promedio de un millón de jóvenes “ni”, que ni trabajan ni estudian? ¿No pueden comprender que es cierto que hubo una gran mejora en el empleo, en el crecimiento vigoroso de la economía y en la ampliación de los derechos, pero que todavía falta muchísimo? ¿Creen que ésas son mentiras de la corpo? ¿No salen a la calle? ¿Se tragan el verso de que en Chaco no hay más pobres? ¿No se dan cuenta de que los problemas estructurales siguen vivitos y coleando? ¿Viven para engañar o se autoengañan?
Más lastimoso fue eso de que no tienen hambre porque roban plasmas. Son humildes pero no boludos. No sean hipócritas. Un LCD de 32 pulgadas con HD Ready y sintonizador digital vale igual que 375 panes dulces Festiva de 400 gramos, que están en oferta. Nadie come plasmas, pero tampoco vidrio. No se puede incitar a cometer delitos, pero tampoco masturbarse con el librito de Laclau donde dice que el pueblo es bueno, revolucionario y ama a Cristina y los vándalos son los que roban en forma organizada para Magnetto y los golpistas.
La vida real es un poco más compleja y mezclada. Es cierto que en su inmensa mayoría los pobres son honrados. Pero no se podría decir lo mismo de los más altos funcionarios. El que saquea a un saqueador, ¿tiene cien años de perdón? ¿Amado Boudou hubiera arrebatado el pan dulce o el plasma? “Plasmas para todos” es un lema que irónicamente hicieron correr los pibes que robaron todo lo que encontraron. Esos también son argentinos. Los de La Cámpora suelen cantar “Cristina corazón/ acá están los pibes/ para la liberación”. Los que sacudieron los supermercados y todo tipo de negocios también son pibes. Los saqueadores pusieron en acto la orden de Cristina de ir por todo. Y tampoco se detuvieron ante la ley.
Es que son los nuevos desaparecidos. Fueron ignorados por el triunfalismo del discurso oficial que sólo ve Tecnópolis y Bicentenarios delante de sus narices. Son muchachos que fueron borrados del mapa. No existen en la palabra ni en los números. No tienen trabajo ni paritarias, no tienen cajita de fin de año con sidra ni tienen futuro y, encima, los ignoran y todo el tiempo les están refregando en la cara que “nunca estuvimos mejor en este gran momento de la Argentina”. Ojo con esa provocación. Ambas cosas son ciertas: el bienvenido aumento del consumo y la malvenida presencia de la exclusión. Es la cara oculta de la Argentina. Es el subsuelo sublevado de la patria. No son lúmpenes al servicio de la oposición.
Son hijos de esas tres “I” negadas obsesivamente.
La “inflación” de los alimentos supera el 35% y es una piraña que se deglute los ingresos de los que hacen changas o trabajos no registrados. El Gobierno reconoce que son cuatro de cada diez argentinos. Para las consultoras privadas, el número es todavía más grave.
La “inseguridad” crece en esa tierra fértil de los que no tienen nada para perder. La vida no vale nada para ellos y por eso el paco, los narcos y las barras bravas de los clubes reclutan su tropa en esos lugares. Eso lo sabe cualquier vecino honesto de las barriadas populares y de las villas. ¿El Gobierno? Bien, gracias. Habla de sensación y en la práctica deja zonas liberadas porque congela a las fuerzas de seguridad por temor al gatillo fácil. Ningún gobierno democrático debería fomentar la mano dura jamás. Pero tampoco mirar para otro lado, porque multiplica el crimen que también mata al pueblo trabajador.
La “inequidad” es la que no se ha modificado, pese a la década de hipercrecimiento. Mejoró el empleo, bajó la pobreza y abrieron fábricas, pero la diferencia entre los más ricos y los más pobres sigue siendo la misma. Y ver cómo muchos consumen y a muchos otros ni se les reconoce la existencia produce un gran resentimiento.
Es un plan sistemático para olvidarlos. Los matan todos los días con la indiferencia. Por eso, cuando pueden se toman revancha. Asoman la cabeza y se hacen ver. Unos se beneficiaron con las tasas chinas y otros eligieron saquear los supermercados chinos.
Hugo Moyano dijo que Abal Medina, según el manual oficial para crisis, buscó culpables en lugar de soluciones y acusó sin pruebas, flojo de papeles, “al más puro estilo de la dictadura militar”. Otros voceros del Gobierno ya lo habían hecho en su momento. Aníbal Fernández contra los militantes de Pino y el PO por la quema de trenes, y Horacio Verbitsky contra Néstor Pitrola por los desmanes de la estación Constitución.
Nunca hubo una prueba. Esta vez fue tanta la sobreactuación que militantes kirchneristas fueron a los supermercados a defender el modelo al lado de la Gendarmería. Infantilismo irracional y peligroso.
La Justicia determinará quiénes fueron los autores materiales, pero los autores intelectuales están en el Gobierno nacional, por acción u omisión.
Un Estado ausente que niega la existencia de la inflación, la inseguridad y la inequidad social. Un Estado ausente incluso a la hora de garantizar la paz social. Un doloroso fin del año de las oportunidades perdidas.
Alfredo Leuco

lunes, 10 de diciembre de 2012

Disecación


Para disecar lo que sucede, hay que acudir a una anatomía del disparate. Tras el abortado 7D, hay rasgos tremendos de un modo de ser que explican el doloroso naufragio que viene de sufrir el grupo gobernante. Van por orden alfabético, como ayudamemoria de las características que pautan el accionar del Gobierno desde mayo de 2003.
Se ha querido imponer una decisión de manera tan imponentemente vertical que suscita asombro. Convencida de que su triunfo electoral de hace 14 meses fue una coronación imperial, la Presidenta se sumergió en una cruzada abroquelada en la idea feroz de la autoridad: ordeno y mando. Característica central de su gestión, el autoritarismo devino religión, base sacrosanta e intocable de una fe irracional. Se entiende el porrazo del 7D por ese mecanismo autoritario inflexible con el cual se maneja el Ejecutivo. Marca indeleble de personas emocionalmente vulnerables, el capricho ha sido durante siglos la forma preferida de ejercer el poder por parte de imperios, monarquías, satrapías y emiratos, flujo vital del modo vertical: desde el poder nada es imposible y todo se puede, hasta los antojos más evidentes.
Cuando Néstor Kirchner comparó las luchas de los productores agropecuarios contra la Resolución 125 con la expresión de “grupos de tareas” y “comandos civiles”, mostró un ángulo proverbial del modo de entender y proceder de él y sus seguidores, un desbocamiento descabellado y visceral. Es el mismo Kirchner que en 2004 pidió “disculpas” por los “silencios” de la democracia en materia de derechos humanos, por lo cual después tuvo que pedirle él disculpas privadas, nunca públicas, a Alfonsín. Desmesura colosal determinante, no son espasmos involuntarios. Cuando el castrense Kunkel habla de “golpe” judicial o el precario Alak define como “alzamiento” una decisión judicial, no son tropiezos emocionales pasajeros. Zambullirse irreflexivamente es una clave del kirchnerismo, a suerte y verdad.
Desprovisto de elemental prudencia institucional, el grupo gobernante toma decisiones trascendentes como producto de su desesperación. El legendario “¿qué te pasa, estás nervioso?” es perfecta proyección de su propio mecanismo cotidiano. Vivir en el filo del precipicio, voluntariamente, genera una excitación carente de esperanzas. Para el grupo que gobierna la Argentina, conducir es existir desesperadamente. Todo empapado de ribetes monumentales, cancelada la sana rutina de la construcción silenciosa, el kirchnerismo se instala en el dramatismo y no sale de él. Todo lo que piensa, organiza y ejecuta va a ritmo desmesurado. No gobierna, refunda; no gestiona, estrena; no coordina, impone. Nada de esto puede hacerse desde una –por ellos detestada– normalidad. Viven y descarrilan al ritmo de acordes marciales, en alteración emocional permanente.
En la cruzada emprendida desde 2003 no hay límites ni marcos a respetar. Asumida la impronta castrense de guerra prolongada, ensañarse vilmente contra los “enemigos” es recurso admitido y exacerbado. Todas y cada una son la madre de todas las batallas, por lo que no hay tregua ni consideraciones. Para que estos criterios se asuman y perpetúen, se precisa adoptar y exhibir fanatismo sin respiro. El kirchnerismo y el cristinismo devinieron actos de fe. A la fe no se la discute ni matiza: se la abraza hasta la inmolación suicida.
Vivir y proceder así supone adoptar la ensoñación crónica de una fantasía existencial. De ahí la inicial y luego malograda apuesta a un Eternauta delirante. Esa vocación por mimetizarse con personajes diseñados desde construcciones irracionales define el entero aparato de la construcción kirchnerista, incluyendo una brutal capacidad de mentir y negar hasta lo más evidente. Mecanismo psíquico conocido y por el cual una persona no consigue evadirse de obsesiones persecutorias, el grupo gobernante padece la fijación de su odio visceral al periodismo desde su prehistoria santacruceña. Eso no cambió en treinta años de ocupar administraciones comunales, provinciales y nacionales. Supera largamente los delirios setentistas, cuando las vanguardias sostenían que el pueblo estaba alienado por culpa del adoctrinamiento burgués e imperialista. La fijación kirchnerista es mucho más de lo mismo, un automatismo que asfixia y del que no puede prescindir.
De la mano de esa fantasía indomable, se gobierna en total desapego de la realidad. Si el ‘68 francés consagró un frívolo “la imaginación al poder”, la metálica propuesta kirchnerista gira sobre una equiparable alucinación. En tal sentido, el inolvidable viernes 6D (nube tóxica porteña y diluvios jamás experimentados antes) expone la miseria social de esa imaginación. Con la vida patas para arriba, el Gobierno aguardaba la muerte del Grupo Clarín. Choco, me levanto y embisto. Tropiezo, fracaso y retorno a lo mismo. Marca registrada de un gobierno conceptualmente confesional que se maneja desde la fe ciega a sus preceptos; la obcecación es su manera de ser. Cree que eso es tenacidad. La obsesión es vivencia dominante y cautivante. El Gobierno no ha podido ni tampoco querido manejarse desde una paleta de amplio registro. El obsesionado reitera conductas excluyentes. Alguien o algo dentro de sí ha elegido una opción esclavizante de la que no puede librarse. La obsesión obsesiona, y el obsesionado sólo vive en función de su obsesión.
Una conducta política clavada en la obsesión sólo respira en un clima de insufrible obstinación. Secuestrada la percepción de la realidad y la adecuación a sus preceptos, el grupo gobernante sólo funciona y halla su razón de ser desde la reiteración obstinada. Esto se complementa con prepotencia y torpeza. Una mala praxis común se transforma en desgracia institucional cuando va acompañada de hiriente altanería. Lubricada con un revanchismo asombroso, la gestión oficial revela gran parte de sus pulsiones por su voracidad patrimonial y política inocultable. Finalmente, todo se hace más grave por la pertinaz ideología de añejo voluntarismo que persiste en los métodos y las decisiones del poder. Si el delirio omnipotente del foquismo sesentista era que “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, los actuales tributan a ese desastre que hace medio siglo llevó a la muerte a decenas de millares de jóvenes, sazonada con la locura criminal de la “contraofensiva” montonera, que lanzó al martirologio en 1980 a centenares de militantes convencidos de que estaban alumbrando el futuro. Son 18 estas claves: autoritarismo, capricho, desbocamiento, desesperación, dramatismo, ensañamiento, fanatismo, fantasía, fijación, imaginación, obcecación, obsesión, obstinación, prepotencia, torpeza, revanchismo, voracidad, voluntarismo. Sumadas, dan 7D.
Pepe Eliaschev

domingo, 2 de diciembre de 2012

Relato engañoso


La prudencia oficial evitó el default. Pero la guerra por el 7D nubla la mirada del Gobierno.
La situación fue dramática. Por suerte, ante tanto dramatismo, la Presidenta por una vez escuchó; finalmente  comprendió lo imprescindible de actuar con prudencia, de dejar de lado los gestos tribuneros y de evitar expresiones más propias de patoteros que de un estadista. Todo ello, agregado a un cambio de 180 grados en las proposiciones hacia los fondos buitre, constituyó los ingredientes fundamentales que permitieron obtener un fallo favorable en la Corte de Apelaciones de Nueva York que dispuso dejar en suspenso hasta el 27 de febrero de 2013 el fallo del juez Thomas Griesa. De no haber ocurrido eso, lo que hubiera sucedido habría puesto al país en una situación de default técnico de consecuencias catastróficas para nuestra economía. La decrepitud moral de los fondos buitre está fuera de toda discusión. Sin embargo, el problema no es la calificación moral de lo que representan sino los fundamentos legales sobre los que asientan sus reclamos. Pues es sobre ellos que fundan sus demandas en las cortes en las que se ventilan este y otros casos. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha creído hasta aquí que la mejor manera de pulverizar esas demandas era ignorándolas. Ese fue un grueso error, como también lo fue creer que gritando aquí y allá que nunca les pagarían un solo dólar los obligarían a un destino de resignación, sin darse cuenta de que al decir eso lo que se estaba anunciando, en verdad, era que se desoiría un fallo de un juez.
La Presidenta está mal acostumbrada a que esto sea posible en este presente por el que atraviesa nuestro país. Lo que no advirtió es que Nueva York no pertenece a la Argentina y que allí las cosas son diferentes. El fallo de la Corte de Apelaciones de ese distrito le ha dado tiempo al Gobierno para reiniciar las negociaciones con esos fondos. Por lo tanto, la reapertura del canje habrá de ser un hecho. Eso es lo que debió haberse planteado hace mucho tiempo. Como señaló Roberto Lavagna, todo esto sucedió porque la Presidenta no cumplió con los pasos que se habían establecido en el canje de 2005. Hay ahora una nueva oportunidad para el país que el Gobierno no debe desaprovechar. ¿Habrá aprendido la lección?
Con todo, el episodio de mayor gravedad institucional en la semana fue la presentación formalizada por los camaristas del fuero Civil y Comercial –algunos de los cuales tienen una conocida afinidad con el Gobierno– en la que denunciaron, ante la Comisión Permanente de Protección de la Independencia Judicial de la Corte Suprema, las presiones a las que vienen siendo sometidos por el Gobierno a través de la larga serie de recusaciones que ha paralizado a esa rama del sistema judicial. Esta denuncia, inédita en los casi treinta años transcurridos desde la recuperación de la democracia, se ve agravada por el documento anexo que la acompaña, en el que se lee un memorándum del ministro de Justicia, Julio Alak, con un instructivo destinado a señalarles a los magistrados cómo deben fallar. Esta es la concreción de uno de los actos de avasallamiento de la independencia de los jueces más escandaloso de los que se tenga memoria. Ello ha dado origen a una situación de denegatoria de Justicia que la Corte ha reconocido, que es consecuencia de la guerra del Gobierno contra Clarín, y que tiene implicancias ominosas que van más allá de este caso. Sin una Justicia independiente no hay República. Este es el contexo en el cual se entra a la semana decisiva que lleva al 7D, a la que el Gobierno ha presentado como una fecha en la que se refundaría la Argentina. En la Corte hay quienes esperan que el juez Horacio Alfonso emita su veredicto esta semana. Otros lo ven dudoso y piensan que eso ocurrirá después de la feria judicial. De todas maneras, los que conocen lo que se dice en los pasillos ubican al juez como cercano al Gobierno y, por lo tanto, descuentan que su fallo será adverso a Clarín. Ese fallo, sea cual fuere su contenido, no será firme y, por ende, dará pie a una apelación que llegará inexorablemente a la Corte. Por lo tanto, el 7D nada debería suceder. Sin embargo, en la Corte hay quienes creen que el Gobierno no respetará esta premisa elemental de cualquier Estado de derecho y actuará de oficio, procediendo a dar comienzo al desguace del Grupo Clarín. De ser así, la Presidenta habrá visto concretado su anhelado sueño de destruir TN, uno de los objetivos clave de la Ley de Medios. Será ése, además, el momento en el que el Gobierno habrá dado un paso más en su cruzada por hacer de la Argentina un país lo más parecido posible a la Venezuela de Chávez.
El último Aló Presidente debería ser motivo de un análisis profundo por parte del numeroso equipo de burócratas que manejan la comunicación presidencial. Algo raro, difícil de definir, le está sucediendo a la Presidenta. Llama la atención la falta de conciencia del real significado de algunas cosas que allí dijo. Básicamente dos, relacionadas con su embate contra los jubilados que reclaman que se les pague ni más ni menos que lo que les corresponde. La primera, cuando Fernández de Kirchner señaló que “es muy fácil hacer justicia social con la plata del Estado”. Pregunta: ¿Y con qué plata, si no la del Estado, hace justicia social la jefa de Estado? En realidad habría que decir que el Gobierno lleva adelante una política de injusticia social cuando, en lugar de destinar la plata de la Anses a pagar las sentencias favorables a los jubilados, desvía esos fondos a propósitos de propaganda política como, por ejemplo, el Fútbol para Todos. La segunda, cuando equiparó esos reclamos justos de los jubilados a los de los fondos buitre. ¿Considerará, pues, que su madre, Ofelia Wilhelm, actuó como un fondo buitre cuando demandó a la Anses por las deudas que el organismo tenía con ella, demanda que tuvo un fallo favorable que, además, se pagó sin demoras?
Uno de los rasgos de la enfermedad de poder es que quien lo padece cree que puede hacer o decir cualquier cosa sin que ello tenga consecuencia alguna. Esa es la idea que subyace en el “relato” en el cual sustenta la Presidenta buena parte de su gestión. Hay que reconocer que hasta aquí la ha acompañado el éxito. Sin embargo, debería tener en cuenta la famosa frase de Abraham Lincoln que dice: “Se puede engañar a todos durante algún tiempo; se puede engañar a algunos todo el tiempo; pero lo que no se puede es engañar a todos todo el tiempo.”
Nelson Castro