domingo, 26 de junio de 2011

El fin de la política

De acuerdo con la versión del kirchnerismo entusiasta, hemos pasado del “que se vayan todos” al “volvió la política”. También habríamos transitado de la decepción más grande al volver a creer, y de la apatía general al renacimiento de una juventud militante.

En fin, tiempos de gloria. Pero lo que sucede con las denuncias sobre el uso de fondos públicos, en relación con las organizaciones de derechos humanos, ha mostrado un flanco indeseado en la construcción del relato místico que ya tenía un prócer y una heroína. De un modo tradicional, la unción del panteón de los elegidos se hace en nombre de la muerte. La palabra “desaparecidos”, como la palabra “genocidio”, provocan el silencio de cualquier bípedo sin plumas que se digne llamarse tal. A sabiendas de esta verdad de Perogrullo de la psicología de los pueblos, este gobierno encontró su legitimidad ahora puesta en tela de juicio. Por lo tanto, la ética kirchnerista sustentada por Madres y Abuelas llegó al ágora nacional y es materia de debate. Le sigue la política. El retorno de la política, de acuerdo con la versión oficial difundida por los pastores del poder, contrasta con el menemismo neoliberal de la década de los noventa en la que la política estaba ausente. El diagnóstico es certero, pero la etiología está equivocada. No se silenció la política con cuotas –aunque se sabe que las compras a plazo y el endeudazo correspondiente hacen a la felicidad colectiva– como tampoco ahora se hace presente sólo por nuevas cuotas. Lo que hizo callar a los argentinos durante una década fue la memoria. Es increíble el poder que tiene la memoria en nuestro país. Podemos retrazar su historia por el modo en que el poder cuenta sus orígenes, y por las explosiones objetivas que le dieron nacimiento. El fin del gobierno de Raúl Alfonsín selló una época y puso una lápida sobre una ilusión compartida. La hiperinflación, la fuga de capitales y el poder militar eran nuevamente protagonistas en nuestro país como si nada hubiera ocurrido desde 1975. O sea que el alfonsinismo no había servido para nada, y el discurso democrático de tolerancia, pluralismo y “nunca más”, tampoco. El país estaba despojado de valores, tanto éticos como monetarios. Arcas vaciadas, gente en la calle con hambre, megaempresas del Estado en quiebra, petrodólares ofrecidos por la banca mundial. Menem lo hizo y el pueblo lo quiso. Por eso, el plan de convertibilidad se aceptaba como un milagroso mosaico que ordenaba un país y le devolvía la fuerza a un Estado exangüe. Nadie hablaba de política porque la verdad se imponía por sí misma. Llamé a este fenómeno en textos de la época: realismo trágico. Un fatalismo a la manera clásica en el que los dioses distribuían la suerte de los humanos, pero esta vez ya no decidido por seres celestiales, sino por un hormiguero de expertos y consultores que jugaban millones por minuto a la ruleta global. Ya no éramos una nación, sino un miembro más de los “emergentes”. Salir de la convertibilidad era una aventura sin retorno hacia el abismo hiperinflacionario y a la confiscación de inversores y ahorristas que tenían la garantía constitucional del valor de sus bienes. Quedarse era aceptar la realidad tal cual era. Se dependía de la buena voluntad del acreedor. La política volvió con el asesinato de José Luis Cabezas. El entramado mafioso del poder sacó de las sombras una verdad que ya no se pudo ocultar. Desde la jefatura de Aduanas de un coronel sirio, el crimen y el encubrimiento de la bomba a la AMIA, hasta el poder ubicuo de Yabrán, el menemismo mostró su otra cara, no tan graciosa ni tan Ferrari, bastante más siniestra. La crítica se hizo en nombre de la ética: se denunció la corrupción. Poco a poco, esta voz se hizo escuchar a medida que comenzaba un proceso deflacionario con altas tasas de desocupación. Para salir de su aguda crisis de los años ochenta, nuestro país se vio favorecido por la especulación financiera durante una década. Cuando este casino global dijo basta, se hundió en 2001. Estos ocho años de gobierno kirchnerista se han beneficiado con un nuevo capítulo de la tómbola financiera internacional. Los precios de los productos primarios son materia de especulación. Se hace “apalancamiento” con los valores de los granos. Se especula con el crecimiento de la India y China, y con las necesidades alimentarias de cientos de millones de nuevos consumidores. Se apuesta fuerte a futuro. Gracias a esta veta prometedora, las exportaciones argentinas de productos agrícolas pusieron en funcionamiento la economía. La llenaron de dólares. El Gobierno hizo caja, concentró el poder y el dinero y distribuyó favores de acuerdo con sus intereses. El tener dinero ofrece disfrutar del placer de la libertad, es decir, de elegir y decidir. La riqueza acaba con el fatalismo. Se venden y se compran voluntades y adulones.

El relato oficial habla del retorno de la política. Sin embargo, lo que volvió no es la política, sino el dinero al Estado. Lamentablemente, las fases históricas tienen fecha de vencimiento. No hay Bien que dure cien años. Por más que algunos hablen de “conflictos” y “hegemonías”, y otras palabras de una sociología escolar, en realidad, la política así entendida termina cuando aparece nuevamente la fatalidad. Y de hecho, se pueden percibir nuevamente sus alas negras. Nuestro país sigue siendo favorecido o condenado por la especulación internacional. Ayer eran bonos; hoy, granos. Un cambio de política, una nueva orientación de los grandes apostadores globales pueden provocar la caída de los precios de las materias primas o nuevas motivaciones para los capitales. Sería el derrumbe del Modelo. Quedará una tierra arrasada por la siembra intensiva de la soja, el desmonte y la tala de bosques, una ganadería en ruina y el “nunca menos”, convertido en una realidad esta vez sin candombe. Mientras tanto, los indicadores positivos de los primeros años del Gobierno tienden a ser neutros, con perspectivas de ser negativos. Los próximos años plantearán los mismos dilemas para cualquier gobierno que gane las elecciones. En los tres ámbitos estratégicos decisivos: la economía, la seguridad y el Estado, las políticas posibles tienen un mínimo margen de maniobra. Bajar la inflación, destinar menos fondos a los subsidios, controlar el gasto, diseñar una política más eficaz contra el narcotráfico, ubicar a cientos de miles de adolescentes en el circuito laboral y educativo son capítulos insoslayables de los programas de todos los partidos de la oposición, y también del oficialismo. Por eso se parecen, y sólo el encanto de sus dirigentes puede alterar las cifras electorales. Nada de lo que se necesita se logrará sin ajustes. La consecuencia de esta verdad amarga es que los políticos deben mentir. ¿Quién lo pagará? Pagar, pagan todos, pero donde más duele es en el que no tiene o tiene poco. Muchos rezan para que la soja se venda cada día más cara y que los apostadores a futuro sigan soñando con el Imperio Celeste. Los cambios en la economía que todos consideran imprescindibles sólo pueden ser graduales, consensuados, o imposibles. Pero ningún sujeto a merced de la codicia de conseguir votantes se anticipa a las catástrofes. Nuestro país no tiene política porque combina dos atributos demoledores: voracidad y megalomanía. Por eso la política ni se fue ni volvió. Está a merced de los vientos de la especulación financiera. Los presidentes exitosos son los que aprovechan los favores externos. Se legitiman con la memoria hábilmente construida y con el recuerdo fresco de la inmediata crisis anterior. Hasta que sobreviene una nueva.
Tomás Abraham

viernes, 24 de junio de 2011

Libertad y opinión

Si con los agravios se cancela la libertad de opinión y con la propaganda se reemplaza a la información se corre el riesgo de que como en el poema de Pessoa sobre el simulacro, simulamos tanto que vivimos en democracia que se nos hace creer que es democracia lo que en realidad es un régimen de poder personalista y por eso, autoritario. Y eso es lo que nos pasó: condenamos la dictadura, pero no desmontamos la cultura autoritaria que la sustentó. Hoy existe libertad, se nos enrostra desde el poder oficial como si se tratara de una concesión generosa del gobernante. Efectivamente: existe libertad, pero se castiga la opinión. ¿Pero quién tiene ganas de verse expuesto a las burlas, los insultos y las descalificaciones de aquellos que ostentan poder, o utilizan los medios del Estado para insultar o ridiculizar a los que piensan de manera diferente? La estrategia de la descalificación personal, el insulto, la burla, ha sido sumamente eficaz como censura, ya que al cancelar el debate plural se impide que se configure el espacio público de las opiniones, ese pacto verbal, fundamento de la democracia. Ser honesto, decir lo que se piensa, se ha convertido en un acto de coraje, lo que revela una sociedad amedrentada.
Norma Morandini

Sofistas

En la antigua Grecia surgió un grupo de intelectuales, los sofistas, que hacían del ejercicio de la sabiduría su profesión y llegaron a ejercer gran influencia en la juventud merced a su destreza retórica y dialéctica.
En principio el término sofista no tenía la connotación negativa que hoy lo acompaña, es a partir de Sócrates y Platón que va a adquirirla, constituyéndose el sofista en alguien entrenado en los artificios del pensamiento y dotado de habilidad para la construcción de razonamientos capciosos. Su finalidad intelectual, a diferencia del filósofo, no era la búsqueda de la verdad, solo perseguían ganar el prestigio que les permitiera enriquecerse o acceder a posiciones de poder en el plano político y social, resultaron por ello precursores del uso desmedido de las opiniones, sin reparar en el absurdo o la falta de fundamento de las mismas.
Los sofistas cultivaban la retórica, el arte de convencer mediante la palabra, de manera tal que eran capaces de persuadir a su auditorio sobre algo en particular, pudiendo pasar de inmediato a demostrar lo contrario. Daban también gran importancia a la erística, el arte de polemizar y construían largas y complejas argumentaciones, que más que orientarse en la búsqueda de la verdad, lo que perseguían era poner en evidencia las debilidades en la argumentación del adversario.
El arte de la persuasión no era puesto en definitiva al servicio de la verdad sino de los intereses del que emitía su discurso. Para el sofista no había ninguna verdad auténtica, la verdad es subjetiva dependiendo de la interpretación de cada persona; por lo tanto lo verdadero y lo falso, lo que está bien y lo que está mal, dependen solo de la perspectiva personal con la que se valora una situación.
Sofística es, resumiendo, todo aquel ejercicio del pensamiento que subordina la verdad a algo distinto de ella misma, ya sea esto la fuerza, la ideología, etc. siguiendo un interés determinado.
El conocimiento es la valiosa herramienta que nos permite identificarla en el plano teórico, así como la sinceridad es lo que lo permite en la praxis cotidiana ya que si no fuese posible discernir lo verdadero y lo falso, pasarían a carecer de sentido la ciencia, la ética, la organización social incluso.
Claudio Brunori

domingo, 19 de junio de 2011

Pase de facturas

Está crujiendo el matrimonio de conveniencia entre Cristina Fernández y el progresismo. Como en toda pareja, la responsabilidad de las grietas que han aparecido es de ambos. Se pasan facturas mutuamente. La Presidenta no puede entender cómo es posible que, después de ocho años de actuación de una maquinaria de prebendas millonarias y de propaganda, su reelección siga dependiendo casi en exclusiva del pejotismo que tantas veces despreció.

El mapa electoral es contundente. Casi un teorema: allí donde hay candidatos de matriz progresista crecen las posibilidades de perder y, por el contrario, donde manda el peronismo, el triunfo estaría garantizado. De un lado hay que ubicar las dificultades que están padeciendo tanto Daniel Filmus en Capital como Agustín Rossi en Santa Fe. Ni hablar de Córdoba, donde el progresismo puede consagrar un gobernador llamado Luis Juez y el kirchnerismo se debate entre guatemala y guatepeor, es decir, entre no tener candidato o apoyar a un símbolo del otro bando: José Manuel de la Sota.

La excepción que confirma la regla es Sergio Urribarri en Entre Ríos. Pero los ejemplos de justicialistas que fingen cristinismo hasta el 23 de octubre son abrumadores, empezando por Daniel Scioli que, al igual que Jorge Capitanich, son cuadros permanentes de todos los peronismos, desde Menem a Cristina pasando por Duhalde y Néstor. La historia se repite como comedia con las caricaturas de los “eternos” Gildo Insfrán y José Luis Gioja o el respaldo saadista en Catamarca o menemista en La Rioja.

Feudalismo en estado puro. Y el peor escenario aparece en la provincia que los Kirchner manejaron como si fuera propia durante tanto tiempo. Puede caer en manos del radical Eduardo Costa (que ya ganó en 2009) o mostrar la fractura expuesta entre el gobernador Daniel Peralta, otro pejotista derechoso, y el disfraz progresista de Rudy Ulloa que padeció la misma enfermedad de sus patrones: el enriquecimiento súbito.

El fenómeno se repite calcado entre los intendentes bonaerenses. Se dejan poner de prepo candidatos de La Cámpora y negocian bajo cuerda con Duhalde o Francisco de Narváez o con el mismísimo Scioli. Sienten que la única forma de responder al sometimiento es traicionar en defensa propia. Salvo que algún periodista militante se atreva a decir que Raúl Otacehé, Hugo Curto, Mario Ishii o Julio Pereyra se formaron en las lecturas de Gramsci. No lo descarto. Hay algunos conversos que han hecho un posgrado en explicar lo inexplicable, empezando por la fortuna que ganan y por la flojedad de sus papeles en el pago de los impuestos.

¿En dónde fallaron los Kirchner? ¿Cuáles son los motivos que les impidieron tener éxito en inocular progresismo bien pensante en las venas del peronismo silvestre? Primero, la sobreactuación. El haber alardeado de lo que no fueron ni hicieron. Era más sencillo y productivo decir la verdad que inventar un relato heroico de sí mismos. Los cimientos fueron de barro. Néstor hubiese ganado más solidez reconociendo lo que sí fue: un animal político sagaz, un administrador eficiente, un caudillo provincial típico que resolvió (siguiendo el manual de instrucciones peronista) interpretar los vientos keynesianos y centroizquierdistas que soplan en América latina. Esa falacia original intentó encubrir los negocios sucios. Ahora que se está corriendo ese velo, aparece la verdadera cara de una corrupción que desilusiona y desmoraliza. Por eso tiembla tanto la estructura cuando las vigas maestras de Hebe y Estela se debilitan. Concretaron el sueño de Alfredo Astiz y del terrorismo de Estado: sentar a Bonafini en el banquillo de los acusados. Y todo por culpa de la bulimia por el dinero de Sergio Schoklender pero también por el mecanismo de cooptación que aplicó Néstor Kirchner en todos los planos y, también, con las Madres de la Plaza. Carlotto, de intachable actuación previa, también cayó en la trampa de colocarse la camiseta K y de ser funcional al oficialismo al transformar la búsqueda legítima y necesaria de la identidad de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble en un ataque partidario. Si se prueba que Marcela y Felipe no son hijos de desaparecidos, otra vez la exageración del gesto los habrá dejado pedaleando en el aire y el costo político lo pagará la respetable entidad de las Abuelas. Y la Presidenta, que el 24 de marzo del año pasado, en la ESMA, arriesgó su investidura cuando violó el principio de inocencia y la división de poderes al acusar a la dueña de Clarín de “apropiadora”, casi como una expresión de deseo.

La guerra de los roses del Inadi también expresó como vómito una metodología perversa de reclutamiento y de conducción desde el Estado. Florencio Randazzo quiso zafar del atolladero elogiando a la Presidenta por su decisión de intervenir el organismo que lucha contra la discriminación. Dijo que ni Morgado ni Rachid “eran las personas adecuadas para el cargo”, como si las hubiera designado Héctor Magnetto. La revista Barcelona lo puso en clave de chicana humorística: “Nace el opoficialismo. Fuego Amigo. ¿Por qué Hebe, Morgado y Rachid hacen mejor campaña contra el Gobierno que Ricardito Alfonsín, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Fracisco de Narváez?”.

No hubo lugar para el humor durante la entrega del Premio “Rodolfo Walsh” que Hebe recibió sin la compañía de ningún funcionario. Nadie se atrevió a desafiar la orden de Cristina que batió todos los récords al no pronunciar ni una sola palabra del “Schoklendergate”. Y aquí aparece la otra razón por la que el progresismo K casi no tiene candidatos ganadores y ningún heredero de la altísima intención de votos que tiene la Presidenta. El verticalismo y la mano de hierro con los que el matrimonio Kirchner han conducido a su gente es tan concentrado que no permite que crezca ningún dirigente ni florezca ninguna flor. Tienen tan poco espacio para expresarse con autonomía sin ser castigados como Héctor Timerman o Hugo Yasky que nadie puede destacarse. De hecho los que más lo lograron, Filmus y Rossi, fueron combatidos desde la cima del poder por sus “rebeldías” y en ningún caso fueron los candidatos preferidos por Cristina.

Un intelectual que supo votar al peronismo, ayer, antes de almorzar con Juan Cruz, el escritor adjunto a la dirección del diario El País de Madrid, me dijo que “el kirchnerismo sin el peronismo es el Frepaso”. Tal vez eso explique el fracaso de un concubinato sin amor.
Alfredo Leuco

viernes, 17 de junio de 2011

Ni un paso atrás

Ni un paso atrás, esta frase contundente, portadora de un imaginario de fuerte carga emocional, ha sido en el devenir histórico, usada en numerosas ocasiones. Tal vez la más impactante que se registre, o la primera que viene a la memoria, es la presente en la orden 227 redactada por Josef Stalin el 28 de julio de 1942.
En ella se daban precisas instrucciones, que establecían la directiva a seguir con la mayor celeridad por los comandantes del ejército rojo en el frente, ante la defección de sus tropas. Y la conducta a seguir con los soldados que retrocedieran ante el avance de las fuerzas enemigas era una e indubitable: abrir fuego sobre quienes retrocedieran, oprobiosa tarea que deberían cumplir los miembros de los destacamentos de bloqueo creados al efecto.

Ni un paso atrás resulta al cabo, más allá de las características del contexto de su utilización, una manifestación violenta e intransigente, que conlleva implícita una negación sobre la existencia de los otros diversos.
Negación imprescindible de parte de quienes alientan el objetivo de fundar su propio capital simbólico, para lo cual se recurre sistemáticamente a la distorsión del relato instituido como conciencia social atacando la construcción de sentido de los otros significantes.

Ni un paso atrás, implica la certeza cerril sobre el rumbo elegido, asume la carga irreductible de una verdad revelada y clausura en su ciega convicción toda posibilidad de reflexión y dialogo.
Claudio Brunori

martes, 14 de junio de 2011

La persistencia del pacto colonial

En el siglo XIX exportábamos tasajo, cuero, lana y trigo e importábamos los zapatos, la ropa y la harina. Alrededor de 1930, nos dijeron que era bueno producir nuestra harina, nuestra tela, nuestros zapatos, las industrias más simples, pero que no nos podíamos aventurar con la industria liviana, pues ésta era muy difícil. A partir de 1945, nos dijeron que podíamos iniciarnos en la industria liviana de heladeras, lavarropas y similares, pero que la industria automotriz era muy difícil y mejor no intentarlo. A partir de 1955, nos dijeron que podíamos hacer nuestros primeros intentos en la industria automotriz, pero que la industria pesada no estaba a nuestro alcance, no podíamos ni pensar en ello. A partir de 1960, quedó establecido que podíamos tener nuestra industria pesada, pero que la petroquímica requería grandes tamaños y que eso no era posible para nosotros. Y así sucesivamente, después con la industria de computadoras y ahora estamos perdiendo la batalla del software.

De una manera simplificada (hay una discusión más compleja sobre el tema con numerosos papers y libros) hemos descripto con fechas tentativas cómo hemos actuado en el pasado, lo que nos ha llevado a estar un poco detrás de otros países. Y otros países están detrás del nuestro. Cuando llegaron los celulares pequeños a la Argentina desaparecieron los "ladrillos" que se usaban hasta ese entonces, pero en un viaje que hice a un país vecino encontré que ahí nuestros "ladrillos" se vendían como novedad.

¿De qué manera se puede romper esta dependencia? Básicamente con una visión estratégica, estimando cuál será el próximo salto tecnológico e ir directamente a él, sin pasar por las etapas del colonialismo industrial. Para esto se requiere estudiar bien hacia dónde van las tendencias internacionales y estar activamente involucrado en las posibles soluciones. Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir.

Con el surgimiento de la computadora personal se vio que la industria del software sería una clave en las ventas futuras y teníamos gente muy creativa que podía imaginar soluciones. Sin embargo, en el momento clave no hubo casi nada de desarrollo local y una buena parte de esa gente creativa no tuvo más alternativa que viajar al exterior para hacer sus desarrollos pues además de que les pagaban mucho más que aquí, la organización local en este rubro era muy amateur. No fue tomada como una prioridad nacional; ahora si, pero ya esta dominada por varias empresas de otros países. ¿Cuál será el próximo salto tecnológico? No me atrevo a decirlo, hay que estudiarlo, pero son varias las posibilidades que podemos aprovechar.

Aprovechar mejor lo que ya tenemos. En tanto estudiamos el futuro debemos aprovechar al máximo los sectores competitivos ya instalados. Por ejemplo, seguimos exportando granos y oleaginosos. ¿No sería mejor transformarlos en parte en carne, que es mucho más valiosa? Esto ha hecho Brasil que nos ha desplazado, cuando nunca lo hubiéramos imaginado, en exportación de carne vacuna con más de 2.000.000 de ton anuales contra nuestras 600.000/700.000 ton históricas.

La conversión de alimento vegetal balanceado en carne nos muestra las alternativas que tenemos. Con 1.6 Kg. de alimento balanceado se logra 1 Kg. de pollo, con 3.5 Kg. de dicho alimento se logra 1 Kg. de cerdo, con 5.0 Kg. de alimento balanceado se obtiene 1 Kg. de novillito y con 9 Kg. de alimento balanceado 1 Kg. de novillo grande de más 440 Kg. Es decir, el animal grande tiene una menor transformación de alimentos vegetales en carne. Nosotros cerramos la exportación de carnes, con lo cual los animales se tornan más grandes y consumen más de lo que rinden en aumento de peso y eso se vuelve no rentable. Estos coeficientes de transformación pueden explicar porqué los pollos brasileños son más chicos que los nuestros, pues a medida que el animal crece, no transforma tanto alimento en carne. Hay muchos más sectores en los que se puede optimizar el valor agregado obtenido. Por ejemplo, también podríamos exportar fideos en vez de trigo. En realidad hacemos lo contrario: mandamos el trigo y estamos importando los fideos más caros desde Italia.

La Fundación Mediterránea ha estudiado 17 cadenas de valor agregado que se podrían desarrollar en la Argentina, con demanda mundial de esos productos; las podríamos implementar en los próximos años en diferentes provincias y ocuparían a más de 3.000.000 de personas en puestos formales bien remunerados. Pero hay que hacerlo.

En conclusión, en tanto estudiamos con toda nuestra inteligencia el futuro de los cambios tecnológicos para posicionarnos mejor, deberíamos también aprovechar las ventajas que nos va dando la experiencia internacional para optimizar nuestras producciones actuales. La Argentina tiene ventajas en la producción agropecuaria y en lo que es inteligencia creativa. La Argentina será verde y gris, pero tenemos que hacerla, no se hace sola. A los candidatos presidenciales, ahora que vienen las elecciones, les decimos que no se trata sólo de ganar las elecciones sino también para qué ganarlas. Se requiere saber qué es lo que cada espacio propone concretamente. Si no sabemos lo que haremos, seguiremos, como desde el siglo XIX, en el pacto colonial implícito cuando ya estamos viviendo el siglo XXI.
Orlando Ferreres

domingo, 12 de junio de 2011

Billetera no mata verdad

Sergio Schoklender dirime sus diferencias a punta de pistola. Hace ocho años, ya se mostraba como un matón armado en la Universidad Popular de las Madres y nunca abandonó esa maldita costumbre de imponer sus decisiones con el dedo en el gatillo.

Todavía la Justicia no tomó cartas en este asunto. Está muy ocupada rastreando los orígenes de su fortuna y las características de la asociación ilícita que lideró para lograrlo. Aseguran que irá preso más temprano que tarde. El patoterismo de Schoklender, que utilizó como escudo el pañuelo blanco de Hebe de Bonafini, fue tal vez el principal motivo del alejamiento de intelectuales de izquierda, como Vicente Zito Lema o Néstor Kohan (director de la Cátedra Che Guevara), de otras madres de Plaza de Mayo que luego se llamaron Línea Fundadora, como Nora Cortiñas y Taty Almeida, y de las distancias que tomaron líderes de la lucha por los derechos humanos como Estela de Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel y Graciela Fernández Meijide, entre otros.

Ya revelamos cómo el escritor y periodista Zito Lema, sospechando un posible ataque mafioso, en el punto 9 de su carta a Hebe escribió: “Con dolor debo advertir públicamente que todo atentado o ‘extraño accidente’ contra mi persona o contra mi familia caerá como responsabilidad sobre el administrador Sergio Schoklender, de quien ya conocemos perversas prácticas”.

Muchos artistas y personalidades de la cultura progresista dejaron pasar con un silencio cómplice este y otros hechos graves, como el día en que Schoklender, delante de Hebe, le puso un revólver en la cabeza a Alberto Lapolla y lo expulsó del edificio de las Madres. Lapolla falleció recientemente y fue uno de los cuadros de mayor formación intelectual de la izquierda. Ingeniero agrónomo, médico genetista e historiador, abandonó dolorido los alrededores de Hebe. Primero militó con Pino Solanas y después se sumó al grupo de Luis D’Elía. Lapolla supo siempre quién era Schoklender. Tal vez por eso, D’Elía sorprendió planteando que “Hebe tendría que haber estado al tanto y que hay que determinar dónde empiezan sus responsabilidades”.

Al triste tema de las amenazas a Zito Lema y Lapolla se refirió anteayer el doctor Alfredo Grande. Contó que la reunión que se hizo para informar los motivos de la renuncia de Vicente Zito Lema como director académico de la Universidad de las Madres y de la que “quedan testigos presenciales, fue con un alto nivel de violencia simbólica y real, como la que sufrió el corajudo Alberto Lapolla”. Con ese nivel de impunidad se movía Schoklender, con la complicidad de Hebe. Dice Grande sobre esa relación: “Pero el amor, nos enseña Freud, nos vuelve débiles y dependientes del objeto amado. Y cuando el amor transforma un ideal en idealización, entonces podemos hablar de los amores que matan, que no estoy tan seguro de que sean los que nunca mueren. En ese momento, en ese preciso momento, ya no fue suficiente abrazar a las Madres de la Plaza. Cuando se tensa el conflicto entre ética y amor, los que elegimos la ética no quisimos seguir disociando porque había dejado de ser operativo. Las notas que Zito Lema escribió en febrero de 2003 determinaron una escisión. Y las Madres eligieron por Sergio Schoklender.”

Grande es miembro “correspondiente de honor de la Sociedad Cubana de Psiquiatría” además de ser psicoanalista y director de Atico, una prestigiosa cooperativa de trabajo de salud mental. Escribe con belleza en distintos foros alternativos y es un experto en las conflictivas relaciones entre psicoanálisis y marxismo. Su valiosa nota ayuda a comprender más profundamente la crisis fenomenal que están viviendo las Madres. Grande recuerda lo que pasó después de aquella ruptura: “Sin Vicente en la Universidad, varios pudimos sostener lo que las Madres nos habían enseñado. Luchar y resistir. Curiosamente, las reuniones de alumnos eran mal vistas. Se implantó un estado paranoico, donde se había dejado de pensar para solamente dedicarse a acusar. En ese momento, la única disponibilidad simbólica que había era Braden o Perón, perdón, Hebe o Vicente. En el orden que se prefiera. Haber enfrentado a Sergio fue tomado por las Madres, en especial por Hebe, y por muchos docentes y pocos alumnos, como un ataque artero y traidor a las Madres. Y allí quedó sembrada la semilla de una yerba mala: Hebe y Sergio eran lo mismo. Enfrentar al Uno era traicionar a Todas las Madres”.

Grande, que fue cofundador de la Universidad de las Madres en 2000, escribió que “Kirchner era el Constantino de los derechos humanos, porque había logrado capturar para la lógica del Estado el colectivo revolucionario de las Madres”. Y se lamentó de la mutación de Schoklender, producto de “lógicas parásitas, de enriquecimiento ilícito pero legitimizado”.

Los dirigentes inmaculados que hemos nombrado deberían revertir cuanto antes el viento nauseabundo que tira el ventilador que prendió Schoklender. Tal vez, el camino más ético sea volver a las fuentes, a escuchar a los honestos luchadores que no se quiso escuchar en 2003, a los que siguieron creyendo que la sagrada tarea de defender los derechos humanos no debe mancharse con dólares, ni yates, ni Ferrari, ni con delincuentes armados, ni apoderados de un poder abdicado por su madre y no permitir jamás la cooptación de las camisetas partidarias. Los partidos representan fragmentos de la Argentina. Los derechos humanos nos deben representar a todos. Schoklender se levantó en armas para hacer su fortuna y amenazó a los pobres del Chaco que estaban con Emerenciano Sena, a los desposeídos que seguían a Raúl Castells, a los de la Villa 20, a los “narcotraficantes” que –según él– tomaron el Indoamericano o a los pesados de La Salada o el Mercado Central. Hoy Hebe, en su desesperación, insiste con frágiles argumentos que merodean el marxismo, al decir que los Schoklender fueron traidores y estafadores por pertenecer a la clase social de los empresarios. Hasta ahora, por temor o hipocresía, nadie fue capaz de recordarle que a esa misma clase social pertenece el matrimonio Kirchner, que también acumuló un patrimonio difícil de explicar.

Hebe no tiene un peso y es honrada. Pero la diferencia no es de cuenta bancaria; es de honestidad intelectual. Es entre la heroica lucha que ella libró en pleno terrorismo de Estado y la nula actividad en ese rubro de los Schoklender y los Kirchner en esas horas terribles. Billetera no mata verdad.
Alfredo Leuco

miércoles, 8 de junio de 2011

El populista fino

En los años setenta, sectores de la burguesía intelectual brindaban por la guerra revolucionaria desde las cátedras, los consultorios, los estudios de arquitectura, los recintos psicoanalíticos, etc. Otros tomaron las armas y murieron en la lucha. Algunos debieron exiliarse y varios fueron secuestrados y asesinados. Pasadas cuatro décadas, recambios generacionales y conmociones políticas que cambiaron radicalmente el panorama mundial, el kirchnerismo ofrece la oportunidad de la emergencia de un simulacro de aquellos protagonistas de una era de gran violencia. En estos tiempos, vemos cómo doctorandos y posdoctorandos conservan la mueca de un doloroso recuerdo y trasmutan la tragedia en un melodrama. Disponen una cara de pensador, profunda preocupación por el destino de la humanidad, compromiso con la verdad, y le ofrecen a la cultura oficial la necesaria espiritualidad que todo poder ansía. Son los populistas finos. Los otros populistas, los de barricada, aquellos que gritaban ni yanquis ni marxistas, han quedado en el olvido. Ahora ya no se grita. Nos acostumbraron a que se rumia, se mastica con parsimonia, en nombre de Gramsci, Benjamin, y se les agrega Scalabrini, Jauretche y Rodolfo Walsh, para que la salsa sea nuestra y universal a la vez. Ni hablar del docto que en nombre de Lacan, Althusser y Derrida, aclara el motivo por el que nos conviene un Chávez argentino. Para no amedrentar a la muchachada con vocablos exóticos, el populista fino sabe que tiene que emplear palabras punzantes para que alguien lo entienda. Dice entonces “neoliberalismo”, porque si no lo hace se queda sin demonio y sin prójimos. Si antes decía nihilismo, Viena y Weimar, sociedad de consumo, el Yo y el Tú, el Rostro y el Otro, vanguardias estéticas, razón instrumental y tantas efigies de una filosofía pastoral y amarga, ahora con el neoliberalismo tiene la nueva partitura para acompañar su miserere moral.

El populista fino nos cuenta, entonces, las lacras del neoliberalismo. Pero como tiene cola de paja como las brujas, debe ponerse la máscara de Savonarola para declamar injusticias, subido al púlpito mediático. Pero en ese rinconcito del corazón en el que duerme con un ojo abierto la lechuza llamada Verdad, se deja oír el llanto del ave encadenada que recuerda que ese movimiento histórico fue el que catapultó a Néstor Kirchner al estrellato, gracias al cual recibió centenas de millones de dólares por la federalización de los recursos naturales y la venta de YPF. Tal dádiva le permitió convertirlos en Bonos que duermen enterrados en Calafate. El populista alta gama puede darle las gracias al amigo Cavallo, gracias al hermano Menem, porque aquellos años fueron felices en especial en el Sur, las imágenes lo muestran, el agradecimiento del gobernador de Santa Cruz era infinito, y la colaboración de la Presidenta en el Pacto de Olivos era lo menos que podía hacer para expresar su gratitud. ¿Cuál es la extraña razón por la que todos los que hoy se persignan cuando se dice “neoliberalismo”, lo adoraban como al Vellocino de Oro mientras devoraban la pizza y brindaban con champagne? Porque era de oro. Cuando el oro se hizo latón, después de la crisis de los mercados emergentes, comenzaron a pelearse por buscar la salida antes de que el barco se hundiera del todo para hacerse sin pérdida de tiempo de billetes con la devaluación.

No es fácil ser un populista fino. Su rostro adusto debe posar al lado de la máscara hilarante y exaltada del jefe perverso. El puritano de las letras debe acomodarse a las intrigas del príncipe político. Para un perverso, el superyo es su socio. Puede decir las más ingentes barbaridades y traicionar a quien fuere sin que se le mueva un pelo. Cada norma, regla, ley, cada aspecto de la realidad, es una oportunidad que tiene para pintarrajearla como se le antoje. Practica el juego “ubuesco” del poder tal como lo definía Michel Foucault. El rey Ubú, el loco de Alfred Jarry, se aloja en el trono de todos los déspotas circenses de la historia. Cuanto más irrisorio es el modo en que ejercen el poder, tanto más desfachatado y menos importancia le dan a lo que se espera de su investidura; cuanto más escupen sobre los fundamentos que los legitiman, cuánto más mienten a viva voz, mejor exhiben la omnipotencia de su dominación. Nosotros disfrutamos con alegría la regencia de este tipo de personajes casi sin respiro hasta el día de hoy. Ejemplos: ¿No era ubuesco el Comité de Etica que formó en su tiempo Carlos Menem? ¿No constituían una demostración de poder ubuesco las candidaturas testimoniales de hace dos años? Este tipo de manifestación arbitraria y jocosa encarna el fenómeno de la soberanía grotesca, subproducto –como lo señala el filósofo francés– del ejercicio arbitrario del poder. Y este fenómeno tiene su efecto de resonancia. Por eso, hoy abundan los periodistas grotescos, los filósofos grotescos, los políticos ídem, sin olvidar que hay populistas finos también.

Gracias a este último agregado cultural, es posible que en tiempos electorales percibamos cierta elegancia de parte de los elencos oficiales. Producción de sonrisas, invocaciones a la diversidad y al pluralismo, tonada conciliadora, invitaciones a compartir tertulias, presentaciones de candidatos con cara de sobrinos preferidos y retoños cumplidores. Elegancia con poco Pérsico, casi nada de D’Elía, nada de Moyano, un Timerman y un De Vido meditando en la cucha, menos palabras dedicadas a la distribución de la riqueza –más aun cuando se quiere atraer a algunos votantes que en parte la poseen–, mucha Camporita juvenil y funcionarios con jopo y viola. Si hubo champagne en los noventa y sushi en el dos mil, los populistas finos y adláteres propondrán lo suyo.

Mientras preparan la mesa para el banquete triunfal, el doctor de los humildes hará uso de mala poesía y con retórica pomposa entonará una pasionaria para gloria de las multitudes, que evoca aquellos espectáculos de la inmortal Berta Singerman recitando la Marsellesa en el Teatro Municipal San Martín. No hay como Adolfo Bécquer y Amado Nervoudú para escribir las elegías kirchneristas. ¿No cumplían la misma función los evangelistas que acompañaban a los colonizadores con el fin de trasmitir un nuevo lenguaje en nombre de la salvación de las almas? Debemos admitir que el populista fino que antes sólo tenía ideas ahora tiene pueblo. Tiene la costumbre de llamar pueblo a los que no viven en Barrio Norte, como las gorilas María Belén y Alejandra, personajes célebres de Juan Carlos Colombres “Landrú”.

Estos nuevos actores de la escena política argentina no son para desdeñar. El populista fino, el economista canchero, las actrices extasiadas por amor al modelo, ah, cómo olvidarnos del periodista militante twitteando desde la trinchera, y el papá que vuelve a la secundaria para hacer la huelga con su hijo, todos estos protagonistas debutan en la escena política. Con la ayuda del dios del tiempo, Cronos, que nos da las lluvias que fertilizan las pampas, del dios Hefaistos que templa los hierros en los suburbios industriales de San Pablo, y de la diosa Métis, hija de Océano y esposa de Zeus –protectora de astutos y ladinos– recibirán, mediante la ayuda divina y la contribución ciudadana, la ansiada bendición de octubre.
Tomás Abraham

domingo, 5 de junio de 2011

Reinventar el pasado

Kirchner y los derechos humanos: Los hechos y las posiciones del ex presidente, durante la dictadura y en democracia, son a prueba de periodismo militante y manipulaciones.

Horacio Verbitsky hizo un gran esfuerzo por inventar un pasado combativo que Néstor Kirchner no tuvo. Sus intenciones cayeron en saco roto porque la realidad es más fuerte que las expresiones de deseo. Fue el domingo pasado, mientras el periodismo no militante empezaba a desarticular todas las mentiras del delincuente y fabulador Sergio Schoklender. Verbitsky, en cambio, prefirió criticar el libro de Beatriz Sarlo y decir que la ensayista “ignoró el compromiso de Kirchner con los derechos humanos previo a su presidencia”. Nos proponemos confirmar que la autora de La audacia y el cálculo estaba rigurosamente en lo cierto. El ex presidente jamás realizó ninguna acción en defensa de los derechos humanos en la dictadura y, ya en democracia, durante sus gobiernos en Río Gallegos y Santa Cruz nunca hizo ni siquiera una misa los 24 de marzo, en homenaje a los desaparecidos. Peor aún, ordenó que no se prestaran edificios estatales para esos actos y que sus medios adictos los ignoraran.

Verbitsky utilizó dos instrumentos para su voluntarismo. Su propia opinión , al acusar a Sarlo de “falta de sustento fáctico”, y un video que recomienda ver en YouTube de un acto de 1983. Allí puede observarse a Néstor Kirchner despotricar contra “la represión de la dictadura que ensangrentó a todo el pueblo argentino”, y tratar de “sinvergüenzas” –en lugar de genocidas o terroristas de Estado– a Videla, Massera y Agosti, “responsables de los crímenes cometidos contra el pueblo”, sin mencionar la palabra desaparecidos.

Una postura mas tímida que la que Herminio Iglesias y Deolindo Bittel exhibieron en plena dictadura cuando las balas picaban cerca, durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, en 1979. Ese histórico documento del PJ denunció: “La muerte y/o desaparición de miles de ciudadanos” y “la violación sistemática de los derechos humanos”.

Es decir, menos audacia y más cálculo de un Kirchner que en esa ocasión lanzó la candidatura de Manuel López Leston –cosa que Verbitsky no dice–, un tío de Néstor que había sido ministro provincial durante la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse. Ese video, esgrimido como único argumento “con sustento fáctico” por el periodista, no alcanza para un análisis político de la agrupación de los Kirchner, que en esa interna ocupaban la franja que reivindicaba a la ex presidenta Isabel Perón y, en consecuencia, se alineaban nacionalmente con su ministro Angel Federico Robledo y Carlos Ruckauf, firmantes del decreto de “aniquilamiento del accionar subversivo” .

Del brazo de su cuñado, Armando “Bombón” Mercado, dirigente de los petroleros de Diego Ibáñez, el grupo de seguidores de Néstor y Cristina acompañó en un acto de desagravio a Rodolfo “Fito” Ponce, la mano ultraderecha de Ibáñez, dirigente del gremio de los elevadores de granos y uno de los pocos señalados por Raúl Alfonsín en su denuncia sobre un “pacto sindical-militar”. Ponce fue identificado en Bahía Blanca como uno de los fundadores de la Triple A de José López Rega, que asesinó a dirigentes populares como Rodolfo Ortega Peña, Atilio López y Silvio Frondizi, entre otros.

En su momento, la revista Noticias reveló la foto de Kirchner con el general Oscar Guerrero (discípulo de Camps) en un acto por Malvinas, donde reclamaron el diálogo entre los militares y “las fuerzas vivas”. Un año antes, en 1981, el matrimonio Kirchner había firmado una solicitada calificando el régimen como “Estado de derecho” y tanto Carlos Alberto Muratore como Carlos Sánchez Herrera fueron funcionarios de Kirchner, pese a que el primero había sido ministro de la dictadura y el segundo, abogado defensor del general Juan Baustista Sasiaiñ, condenado por delitos de lesa humanidad.

La rigurosidad de los hechos demuestra que Néstor Kirchner no presentó ni un hábeas corpus por los detenidos desaparecidos y que, con su estudio jurídico, se dedicó a enriquecerse y quedarse con las viviendas de deudores hipotecarios que no podían hacer frente a sus compromisos, por la tablita de Martínez de Hoz.

“Te juro por los huesos de mi viejo que los Kirchner jamás se acordaron de él. Sólo quisieron utilizarlo, con un oportunismo repugnante.” El que habla con emocionada indignación es Marcelo, hijo de don Jorge Cepernic (secuestrado por la dictadura), el ex gobernador de Santa Cruz y uno de los más identificados con el camporismo de la Tendencia Revolucionaria de aquellos tiempos.

Ya revelé lo que ocurrió con la ley que estableció el 24 de marzo como Día de la Memoria.El proyecto de Argentino “Cococho” Alvarez y Carlos Pérez Rosetti (País-Frepaso) en su segundo artículo establecía “instruir al Consejo Provincial de Educación” para que en las escuelas se expliquen las consecuencias del terrorismo de Estado del golpe de 1976 e “incentivar entre los alumnos los hábitos y las conductas democráticas”.

El bloque del oficialismo kirchnerista, que integraban entre otros Cristina Fernández, Carlos Zannini y Héctor Icazuriaga, se negó a aprobar ese artículo porque no querían “provocar” a las familias militares de esa provincia.

Los periodistas sabemos que los hechos son duros y las opiniones flexibles. Néstor Kirchner llegó a la presidencia e hizo descolgar el retrato de Videla y desplegó una actividad incesante para levantar los derechos humanos como bandera permanente. Sería tan torpe negar esa evidencia como fantasear con actitudes heroicas que los Kirchner no tuvieron. Todas estas certezas conforman el “sustento fáctico” que Verbitsky desconoce y le reclama a Sarlo.

La discusión política sobre si Néstor Kirchner “utilizó” o no a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo para blindar su gobierno ante las denuncias de graves casos de corrupción sigue en pie. ¿La falta de compromiso previa de los Kirchner invalida lo que hicieron desde el Gobierno nacional? ¿Es oportunismo o un despertar tardío, siempre bienvenido? Un debate necesario que debe hacerse a fondo. Sin ocultar ni inventar nada.

Fuentes que coinciden
Con el objetivo de ganar en claridad informativa, sinteticé las declaraciones de seis entrevistados y las informaciones que fueron coincidentes entre los consultados: los ex diputados del Frepaso Rafael Flores y Argentino “Cococho” Alvarez, María de los Milagros Pierini (ex Asamblea Permanente y Movimiento Ecuménico y profesora de Derechos Humanos en la Universidad Patagonia Austral), Bernardino Zaffrani (Comisión de Derechos Humanos de la Federación de Abogados), Miguel Coifman (periodista) y Marcelo Cepernic (ex intendente de Ríos Gallegos), a quienes sólo un demente podría ubicar a la derecha del espectro político.
Alfredo Leuco