domingo, 31 de julio de 2011

El gorilismo kirchnerista

El problema es que Miguel Del Sel es un grasa. Un verdadero artista plebeyo, un ídolo de los pobres, un partenaire de la aborrecida Susana. Un peronista elemental votado por humildes, descamisados y peronistas santafecinos enojados con Cristina Fernández, Carlos Zannini, La Cámpora, Carta Abierta, Canal 7 y otros gladiadores del soberbio y muy porteño gorilismo kirchnerista. Evita era una actriz grasa, e hizo desde el poder una opción única por sus "grasitas". Pero ésa es la Eva histórica, no la Eva pasada por el tamiz intelectual que Cristina celebra junto al glamoroso y faraónico mural de 15 toneladas que pende del edificio del Ministerio de Desarrollo Social.

El problema -insisto- es que Miguel Del Sel es un grasa. Si no lo fuera, los intelectuales oficiales no tendrían el estómago tan revuelto. Si la misma performance electoral la hubieran protagonizado Teresa Parodi, Nacha Guevara, Víctor Heredia o Fito Páez, todo sería tranquilizador. Los pensadores de la Biblioteca Nacional sienten que esos artistas son más respetables, no sólo porque son kirchneristas, sino porque resultan estéticamente digeribles, artísticamente salvables, políticamente correctos. Del Sel representa para ellos la barbarie, y en ese desprecio asoma la configuración del intelectual pequeño burgués de izquierda, que es gorila aunque diga lo contrario. Ese tipo de mirada suele elaborar un "artista popular" a imagen y semejanza de la clase media que el intelectual representa, mientras que las clases bajas siguen a figuras realmente masivas y populares, por lo general incómodas y ajenas al gusto del público culto o biempensante. Estos intelectuales hablan en nombre de los pobres, pero no tienen la menor idea de cómo son ni cómo piensan. Los folletos izquierdistas de antaño traían imágenes idílicas del obrero revolucionario, siempre impecablemente vestido con su camisa Grafa y peinado con Glostora. No era el pobre real, era el pobre deseado. No hay en las inmensas clases populares ninguna organización política que no sean la Iglesia y el peronismo. El peronismo conoce a los pobres de verdad, la izquierda intelectual sólo los sospecha. Y sospecha mal. Es por eso que se espanta frente a la aparición de un artista grasa al que aman los humildes. Un tipo que no es Mercedes Sosa, pero que la imita con gracia para deleite de los descamisados del conurbano bonaerense.

No es ajeno a algunos de estos prejuicios el macrismo del colegio Newman. Pero Del Sel padece, es innegable, muchos defectos. El primero de todos es que no está preparado para gobernar. Aunque tiene razón cuando dice que si hubiera triunfado bajo el sello del Frente para la Victoria, hasta Aníbal Fernández andaría hoy saludando el arribo a la política de un hombre popular y honesto que trae alegría al pueblo. Del Sel no es brillante ni mucho menos, pero tiene un sentido común desconcertante en un escenario plagado de dogmas y discursos cristalizados.

Parte de la tarea de un intelectual consiste en dejar el sentido común de lado para aventurarse en otros territorios del pensamiento. Ese saludable ejercicio académico contra el sentido común no puede ser traído a la arena política. Para operar sobre ella, el intelectual debe recomprender el sentido común perdido. De lo contrario, suceden acontecimientos como los de estos días, cuando algunos funcionarios tuvieron que salir a desautorizar a los intelectuales orgánicos, convertidos en verdaderas máquinas piantavotos. André Malraux declaró una vez: "El señor Jean Paul Sartre es un filósofo, pero en política es un adolescente".

Los intelectuales "nacionales y populares" han ayudado mucho a crear un relato adolescente lleno de fabulaciones. Y varios de sus dirigentes están acostumbrados a contar episodios heroicos en los que no estuvieron y a creerse sus propias mentiras. Un buen ejemplo de esta semana fue el artículo escrito por el jefe de Gabinete , en el que le enrostra a su antecesor Alberto Fernández el hecho de haber sido diputado por la lista de Cavallo, que estaba "en las antípodas de la visión" kirchnerista. Es interesante, porque Alberto formó parte de aquel proyecto en nombre de los dos principales aliados políticos que tenía Cavallo entonces: Duhalde y? Néstor Kirchner. Y más allá de esa fabulación: al descalificar al Fernández cavallista, ¿no descalifica también Aníbal a sus jefes Néstor y Cristina, que luego tuvieron a Alberto como su principal hombre de confianza en ambos gobiernos? La mitomanía produce esto: uno termina enredado en sus propias macanas.

La mayor de todas ellas tal vez sea la idea de que el kirchnerismo es una etapa superadora del peronismo. Cristina conseguirá la reelección solo si sale bien parada de la batalla por la provincia de Buenos Aires. Hoy más que nunca su suerte está atada al despreciado socialista revolucionario Daniel Scioli, quien tendrá que salvarles las papas a todos para que los peronistas bonaerenses no le hagan al cristinismo lo mismo que le hicieron los santafecinos. Scioli seguramente salvará el edificio de la Biblioteca Nacional (los profesores están preocupados) y para ello decidió elogiar públicamente a Miguel Del Sel, y abrazarse sin pedir permiso al también denostado José Manuel De la Sota. Luego, como un gran plebeyo, Scioli se vistió con su mejor traje y se fue a sonreír al mismísimo living de Susana.
Jorge Fernández Díaz

jueves, 28 de julio de 2011

Imbecilidad estructural

El Día del Amigo, la Academia de Periodismo convocó a colegas en su sede con la necesidad de compartir afectos en el momento en que nuestra profesión está especialmente atacada. La Academia de Periodismo funciona en un espacio autónomo dentro del tercer piso de la Biblioteca Nacional y este miércoles por primera vez en un evento pasó a saludar su director, Horacio González. Fue una visita breve, de cortesía de vecino-dueño de casa, pero para los periodistas se trató de algo significante. Quizá sea una sobreinterpretación después de la autocrítica por la derrota del kirchnerismo en la Capital que Horacio González y Ricardo Forster hicieron dos días antes.

González, Forster y varios integrantes de Carta Abierta eran intelectuales reconocidos antes de que existiera el kirchnerismo y lo seguirán siendo también después del kirchnerismo. No precisaron de este fenómeno para emerger, y eso les da una independencia distinta a la de los voceros K cuya visibilidad está constreñida al tiempo de duración del kirchnerismo en el Gobierno.

Algo parecido sucede en el periodismo: no es lo mismo Página/12 que los medios oficialistas que aparecieron sólo al amparo de la publicidad oficial. No es lo mismo Horacio Verbitsky o Mario Wainfeld que los panelistas del programa 6, 7, 8 (un amigo propone llamarlos “8, 7, 6”). No es lo mismo defender ideas que siempre se tuvieron elogiando al gobierno que las instrumenta que dedicarse remuneradamente a atacar y ensuciar a quienes no las comparten. En síntesis, y esto une a intelectuales y periodistas, no es lo mismo quien precisa –equivocado o no– creer que la razón está de su lado para poder llevar adelante una discusión, que el cínico que, sabiendo que miente, miente.

Un filósofo (la sociología antes de ser considerada una ciencia independiente, fue una rama de la filosofía), hasta por definición, no podría no amar el conocimiento y, si bien no puede acercarse todo lo que quisiera a la verdad, debería rechazar todo aquello que se sabe falso. Lo mismo sucede con un periodista. En ninguna de las dos actividades la militancia alcanza para transformar lo falso en verdadero. No puede haber filosofía militante, como tampoco periodismo militante. Eso que pretende parecer periodismo es en realidad otra cosa.

Confusión que, en el mejor de los casos (los no cínicos), provendría de una perspectiva de ser “en-sí” filósofo o periodista y ser “para-sí” comunicador militante, a lo Marx, cuando hablaba de “clase en sí” y “clase para sí”. Pero a causa de lo que fuera, políticos y comunicadores oficialistas quedaron sorprendidos ante la autocrítica –y en algunos casos completa crítica– por el tamaño de la derrota del kirchnerismo en la Capital que realizó Carta Abierta. Y desde el oficialismo se les hicieron a González y a Forster dos reclamos. Uno de oportunidad: la autocrítica antes del ballottage en Capital y las elecciones en Santa Fe contribuyen a que Macri amplíe aun más su diferencia con Filmus y a que Del Sel venza a Rossi. Otro de fondo: si antes de estas dos elecciones locales Cristina aparecía en las encuestas como ganadora en primera vuelta y ya en 2007 el oficialismo perdió la Capital junto con la provincia de Santa Fe y sin embargo a nivel nacional luego logró imponerse en todo el país con 45% del total de los votos, en primera vuelta, la “autoflagelación” sería extemporánea.

Dos lecturas son posibles. Una, que Carta Abierta esté viendo más allá del presente, considera que las derrotas en Capital y Santa Fe ya están jugadas y advierte con ánimo constructivo al kirchnerismo del efecto contagio que podrían tener dos victorias seguidas del PRO sobre el Frente para la Victoria para producir cambios de estrategia a nivel nacional. Otra, que aunque el kirchnerismo gane a nivel nacional lo hiere especialmente que pierda en donde se concentra la mayor producción intelectual de Argentina (falta agregar Córdoba, pero allí el Frente para la Victoria ni siquiera tiene candidato propio). Y que el festejo del macrismo con globos y baile le haya resultado un espectáculo abyecto (espectáculo como lo concebía Guy Debord: lo inverso de la vida), una imagen intolerable sobre la que no se puede sino experimentar indignación y dolor y, a diferencia de la vena artística de Fito Páez, se haya expresado catárticamente.

Pero en cualquiera de los casos, la autocrítica de Carta Abierta trasciende a Filmus, las elecciones en la Capital y las de Santa Fe. Uno de los pilares de esa autocrítica se construyó alrededor de la miopía de los medios oficialistas, que sólo sirven para hablarles a los que “ya están convencidos”. Especialmente al programa 6, 7, 8 Forster lo calificó de “imbecilidad estructural”.

La política comunicacional del Gobierno tiene dos vertientes: la propaganda oficial, donde se exhiben todos los méritos de Cristina, y la propaganda negativa de los políticos opositores y los periodistas y medios no oficialistas, lo que eufemísticamente llaman periodismo militante.

Es tan evidente y grotesco su ánimo exclusivo de difamar, que termina siendo contraproducente para la propia estrategia oficial. En cierto sentido, encuentra un paralelismo con la inflación: al principio genera ventajas inflando el consumo y la recaudación del Estado pero, una vez que ya todos la dan por descontada, sólo quedan sus costos.

Un pequeñísimo ejemplo de esta semana y de los más suaves. El diario Tiempo, en su sección Gráfica Ilustrada, que sin firma se dedica a ‘desenmascarar las mentiras de los medios hegemónicos’(sic), tituló: “Perfil, otro que minimiza Tecnópolis”. La nota llevaba como volanta: “Si es positivo, que no se note”. Y como destacado: “Le dedica un pequeño (re) cuadro frente a dos páginas de La Rural”. Así fue en la edición del día domingo, pero el día sábado PERFIL ya había publicado dos páginas de Tecnópolis y nada de La Rural y, más aún, fue el único diario que en primicia mostró cómo estaba quedando Tecnópolis en una doble página la semana previa a su inauguración, con título en tapa de aquella edición. Las primeras mentiras duelen, la segunda tanda enoja; y pasado cierto umbral, ya se las asume como esperables.

Cuando una acción ya no produce más sorpresa, pierde su efecto. El kirchnerismo hoy precisa convencer a los moderados mientras que los medios oficialistas sólo quieren vencer al “periodismo hegemónico”. Son sus propios odios personales, frustraciones y resentimientos los que guían su acción y no la conveniencia del Gobierno. No son eficaces estructuralmente porque se consumen en su propio éxito. Pero también porque no tienen la profundidad suficiente como para distinguir matices y meten a todos en la misma bolsa, ni la calidad para que sus mensajes resulten creíbles y resistan un poco más el paso del tiempo.

La imbecilidad quizá no tenga que ver sólo con los medios oficialistas. Bertolt Brecht decía: “El que no sabe es un imbécil, pero el que sabe y calla es un criminal”. Probablemente, a Carta Abierta le sea más fácil sostener los errores del Gobierno, pero no pueda permitirse la imbecilidad.
Jorge Fontevecchia

domingo, 24 de julio de 2011

El error de confundir a Kirchner con su sombra

Apartando los impactos sociológicos del luto y las elecciones locales, los cinco grandes acontecimientos políticos del primer semestre fueron de orden cultural. Utilizo aquí, ex profeso, el término "cultural" aludiendo a una "guerra" en apariencia ganada por el oficialismo y a una maquinaria intelectual y verborrágica aceitada suntuosamente por los dineros del Estado.

Los tres primeros episodios que terminaron en escándalo nacional fueron protagonizados por figuras literalmente culturales: el novelista Mario Vargas Llosa, la ensayista Beatriz Sarlo y el músico Fito Páez. Los tres, con el uso de la palabra, provocaron una catarata de debates ideológicos, y obtuvieron más espacio mediático que cualquier declaración o medida de un político profesional. Es como si los tres hubieran conseguido rasgar el cordón sanitario de lo políticamente establecido y, para bien o para mal, hubieran traído a la superficie cuestiones profundas de las que no se hablaba en voz alta. Aunque con matices (el pobre Fito sufrió también el cruel fuego amigo), en los tres sucesos la maquinaria oficial actuó con virulencia y el Gobierno terminó paradójicamente perdiendo cada batalla.

Hay que tomar nota: muchas veces la maquinaria cultural, para justificarse a sí misma, funciona sola, como un Frankenstein ligeramente ingobernable y algo descerebrado. Cuando la economía funciona y los votos alcanzan no es tan relevante, y cuando ocurre todo lo contrario, es directamente perniciosa, un arma taimada e inútil con la que uno termina volándose un pie. Es que cuando las cosas van mal no hay montajes ni monólogos de moralina progre que valgan, por más rejunte de prestigios académicos y artísticos que un gobierno logre alinear para utilizar como escudo humano.

Los otros dos episodios de la guerra cultural que sacudieron este semestre tienen precisamente que ver con esa política de escudos. No hay pecados políticos de lesa humanidad. Pero si los hubiera, si no prescribieran a raíz del olvido, que en la Argentina está siempre de moda, el kirchnerismo tendría que pagar por haber utilizado dos asociaciones inmaculadas para crear el "relato", ganar la "guerra cultural" y legitimar sus políticas domésticas. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo eran dos instituciones ecuménicas e insospechadas antes de descender al fango de la política y quedar manchadas por su manifiesta adscripción al poder. Primero salió salpicada Hebe de Bonafini. Ahora quedó maltrecha Estela de Carlotto, una mujer admirable y democrática que se fue transformando en una simple militante del Frente para la Victoria. La rúbrica de esa militancia quedó patentizada esta semana con algunas frases que hieren por su subjetividad partidista, y sobre todo por el empañamiento de su antiguo y equilibrado sentido de justicia.

Hebe y Estela son víctimas después de haber sido utilizadas como vigas del relato. Vargas Llosa, Sarlo y Páez son actores de un drama donde lo que siempre parece estar en juego no es la realidad, sino lo que se cuenta de ella. En ningún otro país los sucesos políticos de alta significación son protagonizados por figuras no políticas. Tal vez porque en otras latitudes el relato no tiene tanta importancia como en el nuestro.

Un partido gobierna con política y con relato. Por política entiéndase gestión, armado y economía. Por relato, discurso y articulación de una épica. Por momentos da la impresión de que, a fuerza de práctica, el Gobierno se creyó finalmente que el relato era la política. Y es como si la política hubiera muerto con Néstor Kirchner. Nos guste o no (a mí no me gustaba) el ex presidente era un hacedor. A su lado, los herederos de Kirchner parecen comentaristas. La sombra copia las formas y los movimientos del cuerpo, pero sólo es una imagen grácil e irrelevante. Una falsificación óptica.

Con una inflación anual del 27%, el ministro de Economía ocupa su tiempo en una alegre gira proselitista por medios, barrios y provincias. El ministro de Trabajo se encuentra absorbido ciento por ciento en la recurrente derrota capitalina. El jefe de Gabinete, con las funciones reducidas, trabaja de payador. Y la Presidenta se dedica a dar un discurso por día iluminada por expertos en marketing y mostrando, con tanto atril, que ésa es su principal política de Estado.

Sólo en este contexto se explica que un honesto debate intelectual se haya convertido en poco menos que un escándalo de tabloide. La primera reacción de los integrantes de Carta Abierta, frente a la publicación de sus dichos y los enojos de su propio gobierno, fue relativizar lo que cualquier ciudadano puede constatar en YouTube. Superada esa tontería, el debate en la Biblioteca Nacional fue interesante. Y constituyó algo completamente inusual para el kirchnerismo: una autocrítica. Lo que allí se dijo de los medios oficialistas y de la campaña de Filmus no carece de razón. Y la frase más significativa quedó sepultada por otras más resonantes. Esa frase fue pronunciada por la socióloga María Pía López, quien contradijo la excusa del Gobierno ("perdimos por problemas de comunicación") y señaló: "No hubo construcción política en la ciudad. El macrismo, desde un discurso de la no política, hace política territorial, va a los barrios. Y nosotros, que tenemos un discurso político, no hacemos política". Esa frase separa por fin la política del relato después de seis meses donde la narración valió mucho más que los hechos.
Jorge Fernández Díaz

miércoles, 20 de julio de 2011

El dolor como moneda política

La transformación de militantes sociales en aliados de la política activa a través de la cooptación de un grupo.

Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto y Sergio Burnstein tienen varias cosas en común. La muerte de sus seres queridos les cambió, literalmente, la vida y pasaron a liderar organizaciones civiles dedicadas a la búsqueda de la verdad y la justicia.
La tragedia los convirtió en luchadores sociales y fueron ganando influencia social. Ocurrió con las Madres, con las Abuelas y con los Familiares y Amigos de las Víctimas de la AMIA.
¿Cómo reconocer ahora a esas militantes sociales en la señora que preside una Fundación sospechada de irregularidades en el manejo de 700 millones de pesos del Estado destinados a viviendas para pobres, o en la abuela que se empecina en que los Noble Herrera sean nietos de desaparecidos a pesar de los resultados de las pericias genéticas o en el padre y viudo que utiliza el acto por los muertos del ataque contra la AMIA para agraviar a un político opositor, a un rabino y legislador electo y a un periodista y escritor?

¿Qué les pasó? ¿Cuándo dejaron de ser de todos para convertirse en voceros de apenas un grupo? ¿En qué momento se extraviaron? La causa de ese travestismo es haber llevado a sus organizaciones y a ellos mismos de la sociedad civil a la sociedad política; ocurrió cuando se dejaron cooptar por un grupo político, el kirchnerismo, que, como todo grupo político, tiene su propia agenda y su propia lógica.
Son distintos de las organizaciones sociales; no reconocen autonomías; seducen con dinero, contratos, oportunidades, relaciones y demás oropeles del poder.

No es que la política sea mala; sólo que es distinta y que suele ser especialmente cruel con los advenedizos. Cuando un líder social abraza una causa política pasa a compartir también los temas y los adversarios o enemigos de ese grupo político.
Por ejemplo, si el kirchnerismo pasa a considerar al Grupo Clarín como un enemigo al que hay que descuartizar, las Abuelas se reducen a un instrumento de esa lucha. Y así se entiende esa frase amarga de Carlotto: "Ojalá alguno de ellos (de los Noble Herrera) sea" hijo de desaparecidos. La verdad ya no es lo que interesa, sino el poder.
Ceferino Reato

martes, 19 de julio de 2011

El arte de mentir

La mentira es mucho más interesante que la verdad. Las ventajas que tiene la mentira sobre la verdad provienen de su incesante creatividad. Las verdades son a menudo grises y monótonas. Cuando no son espantosas.

Se dice la verdad de una sola manera. Pero se miente de muchas. Seleccionaremos tres modos de operar con la mentira: el que se refiere a quien engaña a los otros; quien se engaña a sí mismo; y el que miente sin engañar a nadie. Le daremos un nombre a cada uno. El primero es un estafador y el segundo un ignorante. Pero es el tercer modo el que suscita nuestra atención: el que miente sin engañar a nadie. Si el primero es un clásico, ya que corresponde al paradigma del que manipula al otro –una forma de dominación–, y el segundo deriva de una vertiente socrática del sujeto que pretende saber lo que precisamente no sabe –el fracaso del conócete a ti mismo–, ¿el tercero a qué tipo de personalidad pertenece? Es un bromista. Nos miente, sabemos que miente, él sabe que nosotros sabemos que nos miente, nos sigue mintiendo, y nosotros le pedimos que no deje de mentir. Mientras que en el primer caso la mentira es la obra de uno que se aprovecha de otro que oficia de convidado de piedra y en el segundo, es el acto realizado por el que no sabe nada sobre sí mismo –otra labor solitaria–, quien miente sin engañar a nadie requiere de la participación del prójimo. Se necesita de un bromista y de un festejante. De ser más concretos, diríamos de un payaso y de un público espectador.

Por eso, el tercer caso nos remite al teatro, a la actuación, y al trabajo actoral. La escena del drama y de la comedia es el espacio en el que un individuo se muestra como si fuera otro para alguien que hace como si le creyera. Digo esto porque el juego político nacional se ha poblado de estos actores que mienten sin engañar a nadie. Y no me refiero a ciertos políticos sino a un número importante de periodistas y encuestadores. Para llegar a esta fase de engaño recíproco libremente consentido, el circo nacional ha levantado sus tiendas de a poco y con prolijidad. El método ha sido claro y distinto. En un principio fue la sospecha. Nuestro país se ha convertido en el país de la sospecha. La desconfianza generalizada puede llegar a ser considerada como un estimulante para el pensamiento. Nos obliga a calibrar las mil y una posibilidades de que nos estén metiendo el perro. Limita nuestra credulidad y atiza nuestra imaginación. Gracias a este estado de permanente alerta, podemos llegar a ser una comunidad en la que todos sus miembros se miran de reojo.

Después del anuncio de que la política se ha hecho presente en la mesa de los argentinos –como lo celebran los académicos en las escuelas terciarias para adultos que insisten en llamarse universidades–, nos han informado que no existe la neutralidad informativa, que la objetividad es una simulación revestida de honestismo, que en la vida hay una traza que divide zonas con trincheras, que el conflicto es sano, y que es de primera importancia saber quién pone la plata. Por lo tanto, las personas que participan del armado de lo que se denomina opinión pública son declaradas mercenarios que trabajan para diferentes patrones. Unos trabajan para TN; otros, para la TV Pública. Unos manipulan el Indec para satisfacción del Gobierno, otros lo hacen para alegría de clientes de las consultoras privadas. Unos dicen que Macri gana por equis puntos y otros, que con Filmus para el ballottage no hay más diferencia que un solo punto. Y todos estamos de acuerdo en que los diarios mienten, que las consultoras mienten y que los encuestadores mienten. Todos mienten porque les pagan, y nosotros sabemos que mienten y les pedimos que nunca dejen de mentir, ya que por eso les pagamos con el abono al cable, el diario y los impuestos. La elección de nuestra mentira preferida depende de la militancia a la que adscribamos. El sentido común refuerza esta evidencia al hacernos conscientes de que la campaña política es continua, que nunca hay que distraerse porque el enemigo está al acecho y aprovecha los espacios libres, que los números y las palabras tienen que estar al servicio de la causa.

Esta operación de estafa consensuada con beneplácito unánime se condensa en la sentencia siguiente: toda verdad reside en un poder. La verdad del poder en lugar del poder de la verdad. Los aficionados a la filosofía disfrutan de esta afirmación que remitiría a filósofos de vanguardia como pueden serlo Nietzsche y Foucault, y con figuras de tal envergadura la legitimidad revulsiva y demistificadora estaría asegurada. El problema es que hemos confundido los términos. No se trata de la verdad sino de la mentira. Es la mentira del poder. Es propio de los despotismos funcionar sobre la base de dos cimientos: la mentira y el secreto. En los pasillos del poder y en los rincones de las salas palaciegas, lo que allí se trama no sale del recinto y el acceso está reservado a un círculo íntimo. No se sabe qué decidirá la Presidenta. Se prolonga el suspenso. A quién elegirá. Con quién se quedará. Qué pensará. Misterio. Los formadores de opinión se encargan de hacer del secreto trascendidos alternativamente ratificados o rectificados; crean expectativas, parasitan la ansiedad y, luego, sencillamente, mienten. Algunos lo llaman pensamiento estratégico; otros, operaciones políticas; muchos, defender el modelo, ser parte del relato, tener una vida militante, etc.

Tampoco se trata en este caso del síntoma descripto por los psicólogos de años atrás con el nombre de viveza criolla. Ese rasgo tan nuestro es propio del nativo que se defiende ante la irrupción del inmigrante por un desprecio que siente que le tiene el gringo. Para vengarse desde su debilidad, lo carga, le hace cachadas, lo sobra. Pero de lo que aquí hablamos no es de un ser débil que hace uso de sus mecanismos de defensa, sino de la mentira del poderoso puesta en sintaxis por su corte narrativa y aritmética.

Erigimos así una nueva Babel en la que no sólo las lenguas se confunden sino los valores, de un modo que espantaría al mismo Discepolín, para no hablar de moralistas siempre dispuestos a dar su sermón dominical ya sea en púlpitos o editoriales. De todos modos, no hay que exagerar ni temerle al fantasma nihilista, porque los mentados valores no sólo no se han esfumado sino que los vemos elevarse por obra y gracia del poder que miente. Se llaman justicia y memoria. Entre ambas, la majestad de la verdad. Las antiguas divinidades griegas: Mnemosyne y Diké, que garantizaban la vigencia de Alétheia, están en el frontispicio de los despachos políticos y de las casas de la cultura. Que memoria y justicia protejan la verdad en un territorio en el que el intercambio de mentiras es una práctica cotidiana, compartida por muchos y administrada por el poder, nos da una idea del ágora nacional y popular.

La paradoja del cretense Epiménides enunciaba que todos los cretenses eran unos mentirosos. Con lo que la afirmación se anulaba a sí misma. Los argentinos resolvieron el problema a partir del espíritu de sospecha, la certeza de que todos engañan y que hay una verdad y una justicia por las que vale la pena mentir.
Tomás Abraham

domingo, 17 de julio de 2011

Desprestigio y sectarismo

Con su voracidad, el kirchnerismo empujó hacia el abismo a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Hasta dónde llegará?

Cristina y Néstor Kirchner les hicieron un monumento a Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto porque las colocaron en un lugar institucional que nunca habían tenido, pero, también por su voracidad para utilizarlas políticamente, las empujaron al abismo del desprestigio y el sectarismo.

Esa es la etapa que dolorosamente están transitando más las Madres que las Abuelas. Fue desgarrador ver a Bonafini sin poder bajar de la camioneta para participar de la ronda que la hizo famosa y respetada mundialmente. Porque no eran milicos ni fascistas los que le pedían explicaciones y el pago de sus sueldos: eran albañiles nacidos en países hermanos de Latinoamérica. No era una corporación multinacional explotadora la que obligaba a los trabajadores a cortar rutas o a reclamar que alguien los escuche en Santiago del Estero porque el periodismo militante les cerraba los micrófonos. Era la fundación de una institución otrora venerada e intocable que hoy tiene más pesadillas que sueños compartidos. Ni la dictadura logró sentar a Hebe en el banquillo de los acusados. Ni el terrorismo de Estado la puso en la obligación de dar explicaciones ante la Justicia ni recorrer tribunales. Hebe, cansada y enferma, señalada por quien ella definió como su hijo, sólo atina a buscar en Sergio Schoklender a un chivo expiatorio. Pero Kirchner, quien se autoproclamó como su hijo, tiene gran responsabilidad porque le colocó la camiseta partidaria y la llevó a la lógica del toma y daca de las transacciones de los punteros. Un delincuente perverso como Schoklender “choreó” todo, como dijo Hebe, y se transformó en un tripulante de yates y aviones dignos de un capitalista salvaje. Pero fue Kirchner que en su sobreactuación les dio montañas de dinero. Su objetivo fue pagar las culpas por no haber hecho nada durante la dictadura ni la democracia por los organismos de derechos humanos. Y ya se sabe que el dinero muchas veces prostituye las relaciones. Por algo no se recomienda hacer negocios con los familiares. Suele terminar mal, como está terminando esto. Porque en su afán de limpiar su pasado y proteger su declaración patrimonial, el ex presidente le dio edificios para que hiciera lo que quisiera y más de 700 millones sin control a una institución que a duras penas podía organizar su actividad cotidiana. Ese círculo vicioso que llevó su nombre a lo más alto, a la Casa Rosada, a la ONU, termina asfixiando a un grupo de valientes y honradas mujeres que no sabe bien qué camino tomar. Kirchner lo hizo.

El caso de Estela no tiene la misma gravedad porque, por suerte, casi no hubo dinero de por medio. Hubo colaboración militante de sus hijos y empatía ideológica. Pero también Estela cruzó la línea que divide una organización no gubernamental que debe defender los derechos humanos de todos para sumarse a una interna partidaria en donde ella apoyó a Filmus y Hebe a Boudou. Instituciones y mujeres que fueron emblemas en la lucha contra el genocidio autolimitaron su alcance, se achicaron, sectorizaron su pensamiento y acción y dejaron afuera a muchísima gente honrada y combativa que había luchado contra la dictadura pero que, con todo derecho, no quería ser kirchnerista. Causó sorpresa Estela en la Embajada de Francia, tratando de recuperar su actitud cordial y respetuosa con Mauricio Macri, el satán facho votado por la mitad de Buenos Aires que le dio asco a Fito Páez. O saludando a Mirtha Legrand, la madre de la derecha mediática, según Florencia Peña y Federico Luppi. ¿Qué le habrá pasado a Estela? Es imposible creer que dejó sus convicciones en la puerta de la embajada. Parece que tiene que corregir los errores a los que fue inducida por un fanatismo kirchnerista que cree en sus propias fabulaciones y que la agitó hasta hacerla utilizar la palabra “apropiadora” para referirse, aunque sin nombrarla, a Ernestina Herrera de Noble. El delito repugnante de utilizar a los nietos como botín de guerra debería despertar la mayor rigurosidad a la hora de las acusaciones. Más grave fue lo de Cristina, el 24 de marzo del año pasado en la ESMA, cuando arriesgó su investidura al violar el principio de inocencia y la división de poderes para acusar desde la tribuna a la dueña de Clarín de “apropiadora”, casi como una expresión de deseo.

Falta apenas un eslabón para probar que Marcela y Felipe no son hijos de desaparecidos. Elisa Carrió cree que Cristina y Estela deben pedirles perdón a los jóvenes por tanto daño. Pero la realidad es que los más perjudicados, además de la familia de la presunta “apropiadora”, fueron los organismos de derechos humanos que se sumaron a un ataque irresponsable y peligroso.

Muchos están estudiando llevar a la Justicia a paraperiodistas y dirigentes políticos que acusaron falsamente de delitos tan aberrantes. Otros creen que llegó la hora de reformular las entidades humanitarias o fundar otras que rescaten la honestidad intelectual y de la otra, que no se casen con ningún dirigente y que peleen por los derechos humanos de todos. Nombres no faltan. Desde víctimas directas como la diputada Victoria Donda, nacida en cautiverio, hasta madres que mantuvieron su independencia como Nora Cortiñas, pasando por quienes denunciaron la corrupción de este gobierno.

El ejercicio del sectarismo agresivo en casi todos los planos pone entre signos de pregunta el seguro triunfo de Cristina que dan las pocas encuestadoras creíbles. Con todo a favor y con la avenida hacia la reelección despejada, Cristina, a fuerza de tozudez para aislarse y cometer torpezas, levanta preocupaciones en su propia fuerza. La paliza electoral en la Capital, el resultado que arrojó el Banco Nacional de Datos Genéticos, el futuro antikirchnerista de los comicios de Santa Fe y Córdoba: todos marcan el fracaso de una metodología de construcción que ignora representatividades y elige a dedo a hijos y entenados. Si quiere confirmar su triunfo, ella no debería dormirse sobre los laureles. Es urgente que frene de una vez por todas las patoteadas de su gente.

¿Cuántos votos cree Cristina que sumó en Azul con los jóvenes cristinistas atacando a Stolbizer, Donda y otros dirigentes intachables desde lo ético? ¿Cree la Presidenta que Moreno le suma algo con su prepo ilegal para clausurar kioscos? ¿O Alperovich apretando librerías para que no distribuyan un libro? Algo está fallando en la lectura del humor y las demandas sociales. Algo se desmadra cuando uno cree sus propias mentiras. Muchos argentinos repudian cada vez más el mínimo gesto de violencia.
Quien quiera oír que oiga.
Alfredo Leuco

martes, 5 de julio de 2011

Los derechos humanos

Debatir sobre la justicia es una tarea interminable. No hay profeta ni juriconsulto que tenga la última palabra. Unos dirán que la justicia tiene que ver con el poder. Otros sostienen que se basa en una verdad universal. En todo caso, el problema acerca de la justicia tiene que ver con la ley. Es decir con las fuentes de legitimidad del uso de la fuerza. El orden social y político, aun en nombre de una verdad debe imponerse. Para hacerlo necesita de un relato. No hay poder sin simbología, ni obediencia sin un sistema de creencias. El poder intimida pero al mismo tiempo debe seducir. Para trazar una línea definitiva que evite la arbitrariedad de la codicia humana los filósofos de la modernidad inventaron el derecho natural. De acuerdo con sus tesis hay una instancia trascendente a las convenciones y al ámbito del derecho positivo. Por eso se llama “natural”, porque se funda en la naturaleza humana. No es un derecho divino sino otro que resulta de un proceso de secularización que pretendía evitar las masacres interminables por cuestiones de fe. Había que buscar un nuevo absoluto. La filosofía liberal elaboró con este fin la idea de individuo. No se trata de un átomo sino de un ser que es propietario de su propio cuerpo. Tiene derecho a la inviolabilidad de su cuerpo. No puede ser torturado, enajenado, esclavizado, por un poder superior, es decir por el Estado. Los derechos humanos derivan de esta idea de defensa del individuo ante la arbitrariedad del Estado Absoluto. El habeas corpus también evoca a esta intangibilidad del cuerpo y a la necesidad del control de la violencia estatal sobre las personas. Pero los derechos humanos trasvasaron los límites de la protección del cuerpo como núcleo de la individualidad, para garantizar la libertad de palabra. La predica a favor de la tolerancia por parte de los filósofos ingleses del siglo XVII se vio reforzada en nuestra época a partir de las luchas de liberación de los disidentes ante la opresión soviética en Rusia y Europa Oriental. Sus antecedentes más cercanos se remontan a la época del caso Dreyfus, en la que la primera organización de derechos humanos nace en el contexto de la persecución religiosa. En nuestro país el tema de los derechos humanos pasa de ser bandera de la lucha contra el terrorismo de Estado durante la dictadura del Proceso a ser una preocupación teórica en el gobierno de Raúl Alfonsín. Abogados y filósofos de la universidad nacional consideraron que la política de derechos humanos debía ser la base doctrinaria del gobierno radical. Emplearon los recursos de la filosofía analítica para aplicar el rigorismo conceptual al ámbito de la moral. Los derechos humanos se convertían así en un objeto teórico de una ética racional. Los académicos se basaban en la esperanza ilustrada de que la “razón” una vez transmitida es inexpugnable. Este racionalismo universitario luchaba contra el escepticismo y el dogmatismo en nombre del concepto. La potencia de la argumentación coherente y la definición de los términos de una proposición debían garantizar una doctrina racional que legitimara desde la pericia filosófica un modo de gobernar. Para darle más peso a esta tentativa de pretendidos consejeros a la búsqueda de un mandatario de Siracusa o de un príncipe fiorentino, se creó la Subsecretaría de los Derechos Humanos a cargo del profesor de filosofìa Eduardo Rabossi. Ya en la época se escucharon las críticas a la creación de esta dependencia. Las organizaciones de derechos humanos, se decía, tienen la función de velar para que el Estado no los viole y deben ser independienten de gobiernos y dispositivos estatales. Integrarlos al mismo anulaba su autonomía y tergiversaba su función específica.

Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final se dictaron bajo la presión de un sector del Ejército que desobedeció las órdenes del Poder Judicial. A pesar de que la ciudadanía de algunos centros urbanos apoyó al presidente Alfonsín, los grandes poderes de la nación como la CGT, la Iglesia y el poder financiero estuvieron al margen de la crisis institucional. Sectores del peronismo ajeno a la corriente renovadora sentían simpatías hacia la retórica patriótica, nacional y popular del sector carapintada. Durante la gestión de Carlos Menem el ex presidente disolvió la amenaza de golpes de Estado militares que determinó la historia argentina durante más de medio siglo al desbaratar el último intento comandado por Seineldín –protegido por la ideología argentina más redituable: el nacionalismo antiimperialista, en momentos de la visita de Bush padre–, victoria crucial para el futuro de la democracia argentina, que reforzó con la integración de las cúpulas castrenses a los negocios de su gobierno. El sello final fue el indulto.

Desde el año 2003, la historia de los derechos humanos cambia en la Argentina no sólo por la anulación de las leyes anteriores de amnistía e indulto, que permite la reanudación de los juicios a los militares represores, sino por la incorporación de las principales ramas de las agrupaciones de Madres y Abuelas a la política del Gobierno. Ya no sólo se trataba de una subsecretaría de Estado como en tiempos de Alfonsín, sino de organizaciones de derechos humanos en función de movimientos políticos que apoyaron y apoyan en su integridad las acciones del gobierno kirchnerista. Este activismo progubernamental se hizo notorio en la agrupación liderada por Hebe de Bonafini, que decidió convertirse en un poder político que les disputó el espacio a otras fuerzas provenientes de lo social o de lo más estrictamente político.

Para eso se convirtió además en una potencia económica gerenciada por Sergio Schoklender, que llegó a ser dueño de una de las principales constructoras del país. Esta realidad no sólo suprimió la autonomía de las organizaciones respecto del Estado y de sus ocupantes de turno, sino que las indujo a justificar todas las acciones del poder, aun las más sospechadas de corrupción y avasallamiento institucional por vastos sectores de la ciudadanía.

La noticia que hoy todos parecen buscar no debería ser la Ferrari de Schoklender, ni sus casas en un country, ya que provienen de sus ganancias empresariales perfectamente conocidas por el Gobierno y la agrupación de la que era apoderado. El hecho de que fuera la misma persona la que hiciera el pedido de viviendas y quien las construyera por centenas de millones de pesos con adjudicación directa cuando es costumbre exigir licitaciones hasta para proveedores de pirulines, es una prueba de una impunidad bien protegida.

Desde que Néstor Kirchner inauguró el Museo de la Memoria en el año 2004, comenzó el proceso de olvido y manipulación de la historia y la neutralización del rol crucial de las organizaciones de derechos humanos como instancia de contrapoder y de salvaguarda de las garantías del presente y del futuro de los argentinos, no sólo del pasado. Hoy funcionan como oficinas de propaganda del Gobierno. Muchas otras madres y padres del dolor hubo y hay en la Argentina, que han perdido hijos secuestrados, matados, y que actúan fuera del poder y, a veces, frente a su indiferencia. Hasta se ha llegado a hablar de derechos humanos de izquierda y otros de derecha. No se trata de aprovecharse de una situación como la generada por el caso Schoklender para desmerecer la acción de todas las organizaciones de derechos humanos o para volver atrás en los juicios de crímenes de lesa humanidad, sino de volver a las fuentes, al rol histórico de los derechos humanos como contrapoder de la maquinaria estatal.
Tomás Abraham