domingo, 24 de julio de 2011

El error de confundir a Kirchner con su sombra

Apartando los impactos sociológicos del luto y las elecciones locales, los cinco grandes acontecimientos políticos del primer semestre fueron de orden cultural. Utilizo aquí, ex profeso, el término "cultural" aludiendo a una "guerra" en apariencia ganada por el oficialismo y a una maquinaria intelectual y verborrágica aceitada suntuosamente por los dineros del Estado.

Los tres primeros episodios que terminaron en escándalo nacional fueron protagonizados por figuras literalmente culturales: el novelista Mario Vargas Llosa, la ensayista Beatriz Sarlo y el músico Fito Páez. Los tres, con el uso de la palabra, provocaron una catarata de debates ideológicos, y obtuvieron más espacio mediático que cualquier declaración o medida de un político profesional. Es como si los tres hubieran conseguido rasgar el cordón sanitario de lo políticamente establecido y, para bien o para mal, hubieran traído a la superficie cuestiones profundas de las que no se hablaba en voz alta. Aunque con matices (el pobre Fito sufrió también el cruel fuego amigo), en los tres sucesos la maquinaria oficial actuó con virulencia y el Gobierno terminó paradójicamente perdiendo cada batalla.

Hay que tomar nota: muchas veces la maquinaria cultural, para justificarse a sí misma, funciona sola, como un Frankenstein ligeramente ingobernable y algo descerebrado. Cuando la economía funciona y los votos alcanzan no es tan relevante, y cuando ocurre todo lo contrario, es directamente perniciosa, un arma taimada e inútil con la que uno termina volándose un pie. Es que cuando las cosas van mal no hay montajes ni monólogos de moralina progre que valgan, por más rejunte de prestigios académicos y artísticos que un gobierno logre alinear para utilizar como escudo humano.

Los otros dos episodios de la guerra cultural que sacudieron este semestre tienen precisamente que ver con esa política de escudos. No hay pecados políticos de lesa humanidad. Pero si los hubiera, si no prescribieran a raíz del olvido, que en la Argentina está siempre de moda, el kirchnerismo tendría que pagar por haber utilizado dos asociaciones inmaculadas para crear el "relato", ganar la "guerra cultural" y legitimar sus políticas domésticas. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo eran dos instituciones ecuménicas e insospechadas antes de descender al fango de la política y quedar manchadas por su manifiesta adscripción al poder. Primero salió salpicada Hebe de Bonafini. Ahora quedó maltrecha Estela de Carlotto, una mujer admirable y democrática que se fue transformando en una simple militante del Frente para la Victoria. La rúbrica de esa militancia quedó patentizada esta semana con algunas frases que hieren por su subjetividad partidista, y sobre todo por el empañamiento de su antiguo y equilibrado sentido de justicia.

Hebe y Estela son víctimas después de haber sido utilizadas como vigas del relato. Vargas Llosa, Sarlo y Páez son actores de un drama donde lo que siempre parece estar en juego no es la realidad, sino lo que se cuenta de ella. En ningún otro país los sucesos políticos de alta significación son protagonizados por figuras no políticas. Tal vez porque en otras latitudes el relato no tiene tanta importancia como en el nuestro.

Un partido gobierna con política y con relato. Por política entiéndase gestión, armado y economía. Por relato, discurso y articulación de una épica. Por momentos da la impresión de que, a fuerza de práctica, el Gobierno se creyó finalmente que el relato era la política. Y es como si la política hubiera muerto con Néstor Kirchner. Nos guste o no (a mí no me gustaba) el ex presidente era un hacedor. A su lado, los herederos de Kirchner parecen comentaristas. La sombra copia las formas y los movimientos del cuerpo, pero sólo es una imagen grácil e irrelevante. Una falsificación óptica.

Con una inflación anual del 27%, el ministro de Economía ocupa su tiempo en una alegre gira proselitista por medios, barrios y provincias. El ministro de Trabajo se encuentra absorbido ciento por ciento en la recurrente derrota capitalina. El jefe de Gabinete, con las funciones reducidas, trabaja de payador. Y la Presidenta se dedica a dar un discurso por día iluminada por expertos en marketing y mostrando, con tanto atril, que ésa es su principal política de Estado.

Sólo en este contexto se explica que un honesto debate intelectual se haya convertido en poco menos que un escándalo de tabloide. La primera reacción de los integrantes de Carta Abierta, frente a la publicación de sus dichos y los enojos de su propio gobierno, fue relativizar lo que cualquier ciudadano puede constatar en YouTube. Superada esa tontería, el debate en la Biblioteca Nacional fue interesante. Y constituyó algo completamente inusual para el kirchnerismo: una autocrítica. Lo que allí se dijo de los medios oficialistas y de la campaña de Filmus no carece de razón. Y la frase más significativa quedó sepultada por otras más resonantes. Esa frase fue pronunciada por la socióloga María Pía López, quien contradijo la excusa del Gobierno ("perdimos por problemas de comunicación") y señaló: "No hubo construcción política en la ciudad. El macrismo, desde un discurso de la no política, hace política territorial, va a los barrios. Y nosotros, que tenemos un discurso político, no hacemos política". Esa frase separa por fin la política del relato después de seis meses donde la narración valió mucho más que los hechos.
Jorge Fernández Díaz

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