martes, 30 de agosto de 2011

Zaffaroni no zafa

La amenaza más violenta que se le escuchó a Juan Domingo Perón fue aquella del cinco por uno. Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos. Esa ambición totalitaria de borrar al resto de la faz de la tierra, en las consignas, se musicalizó como: “Cinco por uno/ No va a quedar ninguno”. Pero el concepto de Perón más dañino institucionalmente fue: “Al amigo, todo, y al enemigo, ni justicia”. El primero, convoca al asesinato del adversario y el segundo, a la muerte de la República.

Ayer, Jorge Fontevecchia registró un nuevo reflejo condicionado del Gobierno porque “ante cada denuncia de los medios, no sólo no toma distancia del involucrado, sino que, fiel a su estilo, redobla la apuesta, haciendo efusivas muestras de su mayor cercanía y apoyo a la persona cuestionada”. Es decir, al amigo, todo. Y puso el ejemplo de Zaffaroni, que está cansado de tanto subir al podio de los homenajes después de que medios de esta editorial revelaron que cinco departamentos del juez fueron alquilados para ejercer la prostitución popular y prolongada. Para separar la paja del trigo, juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Y diferenciar claramente la información dura y pura de la opinión.

Información: en cinco departamentos del doctor Eugenio Raúl Zaffaroni se ejercía la prostitución. Su apoderado, Ricardo Serafín Montivero, quien también comparte domicilio fiscal con el miembro de la Corte, los había alquilado a través de una inmobiliaria que no tenía sus papeles legales en regla y que había sido advertida por la cámara que las agrupa. Marcia González, una mujer que está siendo investigada por la Justicia acusada de proxeneta, alquiló esos departamentos diciendo que eran para vivienda personal. En tres casos, lo hizo como inquilina y en los dos restantes, como garante. Dos de esos lugares fueron allanados por la Gendarmería un mes antes de que esta situación fuera informada por el periodismo. Allí se comprobó que se ejercía la prostitución y que había una regenta que recaudaba lo producido diariamente. La Justicia clausuró esas dos propiedades de Zaffaroni y se llevó las llaves que hoy son parte del expediente judicial. Una estrella del cine porno local contó que pagaba 6 mil pesos mensuales de alquiler, pero los contratos fueron firmados por unos 1.500 pesos en promedio.
Marcia González se reunió con Ricardo Montivero y el dueño de la inmobiliaria, Juan Calvo, y planificaron el desalojo de esos departamentos.

Hasta ahí, los hechos que no son flexibles. Subjetividad cero. Ni el propio Zaffaroni desmintió estas informaciones que acabo de repasar.

Opinión: ahora vienen algunas reflexiones al respecto. No hay un solo país del mundo en donde esto no sea una noticia. Cualquier diario, desde los más sensacionalistas hasta los más formales, hubiera publicado esta información si los departamentos pertenecían a un juez, diputado, periodista o cualquier persona pública. Mucho más tratándose de uno de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia que, según un consenso importante, es uno de los de mayor prestigio académico e intelectual dentro de un cuerpo colegiado valorado como un activo democrático, académico y ético de este tiempo y uno de los principales logros del gobierno de Néstor Kirchner.

No hubo un solo periodista que acusara de algún delito a Zaffaroni y la inmensa mayoría fue muy respetuosa en el tratamiento informativo.

El doctor Zaffaroni hubiera podido cerrar rápidamente esa pequeña herida que se abrió en su imagen impoluta emitiendo un simple comunicado donde dijera más o menos lo siguiente: “Me siento absolutamente engañado y defraudado en mi buena fe. Voy a tomar las medidas correspondientes y pedirle explicaciones a mi apoderado y suspenderlo en sus funciones, hasta que me aclare por qué apeló a una inmobiliaria que no tenía los papeles en regla, que además alquiló los departamentos para que se ejerciera la prostitución. Voy a accionar legalmente contra la inmobiliaria y me voy a poner al servicio de la Justicia para lo que necesite, con el fin de ubicar a Marcia González y pedirle todas las explicaciones del caso. Agradezco al periodismo que permitió que me enterara de esta situación escandalosa que yo ignoraba absolutamente. Creo que una persona que tiene las responsabilidades que yo tengo debería tener el máximo de los cuidados en la administración de sus bienes, cosa que voy a hacer de ahora en más”. Con estas 142 palabras, Zaffaroni cicatrizaba esa pequeña lastimadura y a otra cosa. Se terminaba la historia. El único problema es que no dijo nada de eso. Entre otras cosas, dijo que había sido víctima de una “lapidación mediática” por un “problema de consorcio” y agradeció la ovación de apoyo que le brindaron en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la UBA por sus extraordinarias capacidades como jurista, algo que nadie cuestionó.

Otra vez, como en el tema de los derechos humanos, se utiliza el prestigio en un área como escudo que da privilegios en otra. Sólo se trataba de dar todas las explicaciones como corresponde a una sociedad donde todos somos iguales ante la ley. También cosechó el respaldo de funcionarios y periodistas que privilegiaron sus simpatías ideológicas por encima de los hechos y acusaron a Héctor Magnetto y los medios hegemónicos de atacar a Zaffaroni. Nada de eso fue cierto. Yo diría que todo lo contrario.

Tanto Clarín como La Nación fueron especialmente escuetos con la información y curiosamente la editaron de manera poco relevante y tardía. Sólo los medios de Editorial Perfil y otros periodistas independientes siguieron el tema con el interés que una noticia semejante despierta. Ni el propio Zaffaroni acusó a Clarín y dio entrevistas a tres periodistas que trabajan en ese grupo.

Zaffaroni es conocido por sus distracciones y por estar lejos del mundo material del dinero y los alquileres. Una especie de genio que sólo se concentra para producir libros y teorías valoradas en todo el mundo. No creo que merezca ninguna sanción por sus olvidos. Sí creo que la actitud que tomó, una vez conocida la información, es más preocupante que los hechos mismos. Colocarse en el lugar de víctima de los medios no lo ayudó a mostrarse preciso ni responsable.

Oscureció toda la situación con su falta de claridad. Por eso, la pequeña herida que se abrió todavía sangra.
No va a cicatrizar con el silencio acerca de cómo ocurrieron los hechos. Y mucho menos, si no concurre a la Comisión de Justicia y Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados. Con distintas intensidades, sus compañeros de la Corte están molestos con él. Creen que sería un zafarrancho que alguien pensara que a los amigos, como Zaffaroni, todo.
Así, Zaffaroni no zafa.
Alfredo Leuco

martes, 23 de agosto de 2011

Déjà vu

Sucedió esta semana. Antes de comenzar la transmisión de un partido de fútbol, el relator Marcelo Araujo quiso dejar constancia pública de su conocida obediencia debida al jefe de turno y sacó de la galera una reflexión sobre las elecciones del pasado domingo con el evidente propósito de halagar, sobar, mover la manita para decirles a sus jefes: “Hey, miren lo que digo”, y dejar constancia de su incondicional lealtad con Cristina. Una probidad que, como todos saben, quedó demostrada ya cuando hacía lo mismo antes de la reelección de Carlos Menem en 1995.
La anécdota sirve para confirmar la sensación de déjà vu, de volver a ver, que provoca cíclicamente la realidad argentina. En 1995, poco tiempo después de que su hijo muriera en un trágico accidente, habilitado por la reforma constitucional de 1994, Carlos Menem fue reelecto con el 50% de los votos. Hoy, después de la inesperada muerte de El, hace poco menos de un año, Ella ha revertido la imagen desfavorable de su gobierno y se encamina a lograr su reelección con un porcentaje similar.
En 1995 se explicó el resultado como una consecuencia del “voto cuota”. La continuidad de gobierno de Menem y del uno a uno del peso con el dólar garantizaba que los créditos blandos dedicados al consumo se podrían pagar sin ajustes. Ahora se dice que más de tres millones de personas temen que si no sigue Ella, se les quiten o recorten los subsidios o asignaciones que reciben cada mes.
Y así, más. La oposición de 1995, peronismo disidente y partidos menores, se encolumnó detrás de la fórmula Bordón-Chacho Alvarez, que logró una considerable cantidad de votos, como en 2009 tuvieron Macri, De Narváez, Solá. Pero esas alianzas se disolvieron poco después de la elección por las ambiciones personales de sus dirigentes.
Y más. El menemismo contaba con el apoyo de dirigentes de la extrema derecha liberal, como María Julia Alsogaray y Adelina de Viola, acusadas luego, y procesadas, por delitos de corrupción. El kirchnerismo recibe también a varios dirigentes y militantes formados en esa escuela, como el candidato a vice Amado Boudou, que eligió Ella.
Y más. Se puede ver en YouTube a Néstor Kirchner reconociendo a Menem como a uno de los mejores presidentes de la historia argentina. Y a Menem, ahora, hablar muy bien del gobierno de los Kirchner.
El espacio breve de una columna de opinión no permite extender las relaciones y reflexionar sobre lo que en principio parecen sólo casualidades. Pero la memoria, cuando quiere de verdad afectar a la conciencia, es particularmente persistente. Y pregunta: ¿fue casual “la plata dulce” antes y el “uno a uno” años más tarde? ¿Es casual que menemismo antes o kirchnerismo ahora sean parte de los tantos nombres de fantasía que adopta el peronismo cuando quiere ocultar su pasado? ¿Es casual que el porcentaje de trabajadores en negro, de pobres y excluidos que viven de planes de alimentos y de subsidios, con políticas supuestamente opuestas, sean casi iguales después de casi 25 años de gobiernos peronistas?
¿Qué hay ahí de nosotros? Del eterno retorno a lo mismo.
Carlos Ares

lunes, 22 de agosto de 2011

Se oficializa la estafa a los jubilados

Si la Anses carece de dinero para pagar lo que debe por ley, como dijo su titular, es porque el Gobierno se lo apropió.
Sin vueltas ni pelos en la lengua, el director de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), Diego Bossio, informó a la Corte Suprema de Justicia que su organismo no puede cumplir con la sentencia de ese tribunal, que obliga a actualizar los haberes de todos los jubilados y, por lo tanto, no pagará automáticamente la movilidad reconocida en varios fallos del máximo tribunal.

Bossio lo expresó durante una exposición que efectuó ante los ministros de la Corte en la que, además, sostuvo que para el corriente año la Anses sólo autorizó a cancelar en efectivo sentencias por un máximo de 2400 millones de pesos, suma equivalente a poco menos del dos por ciento de los 137.000 millones que gasta en el pago de jubilaciones, pensiones, asignaciones familiares y subsidios.

A partir del fallo Badaro, que reconoció la movilidad de haberes por el período de 2002 a 2006, y debido a la negativa de la Anses a actualizar las jubilaciones, 297.500 jubilados se vieron forzados a recurrir a abogados para demandar ante la Justicia al organismo con el propósito de poder cobrar, luego de largos y tortuosos procesos, la suma que les corresponde tras una vida de aportes.

Sin embargo, la estafa a los jubilados instrumentada por el Gobierno continuó, pues la Anses sólo se allanó a cumplir con las sentencias en 22.000 casos, es decir, en menos del diez por ciento. Ante la Corte, Bossio intentó explicar esa actitud aduciendo que el resto de las presentaciones no constituían aplicaciones puras del fallo Badaro porque se referían a otras fechas de actualización.

Pero incluso cuando los jubilados logran en los tribunales una sentencia favorable, la Anses la apela ante la cámara correspondiente y hay casos en que los jubilados que también alcanzaron un fallo favorable en la segunda instancia no logran que el organismo acate esas sentencias firmes.

De esa forma, la Anses incurre una y otra vez en un doble incumplimiento: por un lado, con la Justicia -que abarca desde la Corte hasta los tribunales inferiores- y por el otro, con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, ante la que se ha comprometido, precisamente, a no recurrir los fallos en favor de los jubilados. Ese incumplimiento es coherente con la actitud de un gobierno que vetó la ley que establecía el 82 por ciento móvil tan esperado por sus destinatarios.

En la justicia previsional se acumulan ya más de 470.000 demandas, que aumentan a razón de varios miles por mes. Esta situación despertó la lógica preocupación de la Corte, la consecuente explicación del director del organismo Diego Bossio y la decisión de ambas partes de constituir una comisión de trabajo para analizar el problema en profundidad.

Pero ese problema no es tanto económico sino eminentemente político y entraña una verdadera estafa a los jubilados, pues la imposibilidad de la Anses para cumplir con su obligación con los ex aportantes al sistema radica en que el Gobierno lo ha transformado en una caja para financiar planes sociales, créditos baratos para empresas y compra de bonos para cubrir el déficit del Tesoro. En una palabra, ha desnaturalizado la función del organismo a costa de los ingresos de los jubilados, justamente un sector de nuestra sociedad enormemente vulnerable en su salud y también en su capacidad emocional.

A su vez, para poder llevar a cabo la estafa, el Gobierno desobedece los fallos judiciales e incumple su compromiso con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Si se limitara a dar cumplimiento a su cometido y sólo pagara las jubilaciones, la Anses tendría un superávit operativo. Es en el vergonzoso desvío de sus fondos con fines eminentemente proselitistas donde radica esta estafa de dimensiones miserables con la que el Estado intenta aprovecharse del poco margen de vida que les resta a quienes obliga a pleitear durante años para cobrar, si tienen suerte, lo que por ley les corresponde.
La Corte Suprema y el Congreso deberían poner fin a esta estafa que Bossio ha oficializado sin reparar en sus tristes consecuencias.
Fuente: La Nación

Elitismo jurásico

Cuesta creer que, a esta altura de la sociedad del conocimiento y de la multiplicación de todas las formas posibles de comunicación, haya quienes todavía subestimen y/o discriminen tanto a quien vota de otra manera. Es una forma jurásica del elitismo que pretende ser de izquierda, como la de Fito Páez, o de derecha, como la de Hugo Biolcati.

Mirar siempre al país a través del ojo de la cerradura de la conspiración es propio de los grupos cerrados que suelen vivir en un frasco, enfermos de ideologitis. No tienen amigos que hayan votado a Macri. No conocen a nadie que haya votado a Cristina. No se explican qué pasó y son incapaces de preguntarse qué hicieron de bueno Cristina, Macri o Binner para ser votados y haber quedado en pie después del tsunami electoral del domingo pasado. Sentir asco por un semejante que no violó, no mató, no robó ni fue dictador es una forma de hablar de uno mismo. Y convertir en un bonsái a un ciudadano sólo porque mira Tinelli en un plasma y votó a Cristina es fascismo cultural.

¿Cuesta tanto comprender que nuestros hermanos votan igual que nosotros, fijando prioridades? Dicen que gobernar es fijar prioridades. Y votar también. Cada persona, de acuerdo con su experiencia familiar y laboral, separa lo que considera accesorio de lo fundamental. Y lo hace cada vez que es convocada a conocer su opinión. Es un mecanismo que todos ponemos en marcha a cada rato, todos los días de nuestras vidas. Hacemos un balance de sumas y saldos expreso, instantáneo y decimos sí a un trabajo, a una línea de colectivo o a una invitación al cine. Todas esas decisiones, repletas de empirismo, pueden ser acertadas o no. Pero nadie puede ponerse por encima de ellas y juzgarlas con el dedito levantado. ¿A Fito también le da asco la mitad de los argentinos que no votaron a Cristina? ¿Biolcati sólo mira ópera y ballet y se preocupa por las fábricas de plasmas y de dólares que puede tener? ¿A quién votó Biolcati para sentirse tan por encima del común de los mortales? ¿Estaba San Martín o su elogiado Sarmiento encabezando alguna lista y no nos dimos cuenta?

Este mismo prejuicio antipopular anida en el pensamiento de parte de la elite y la asamblea de neuronas kirchnerista. No en todos, porque algunos vienen del peronismo silvestre y tienen un tuteo con la calle y el estaño que los protege de tanta teoría presuntamente de izquierda que se tapa la nariz frente a todos los fenómenos populares y los reivindica solamente después de muertos. Ocurre desde los 70 con Sandro, Alberto Olmedo, el fútbol y tantas otras pasiones de multitudes.

El propio respetado Horacio González fue impulsado por un sentimiento similar al antitinellismo de Biolcati cuando dijo que Del Sel era el vaciamiento de la palabra política. Tal vez lo sea de “su” palabra política. Pero no de “todas” las palabras políticas que están naciendo cotidianamente. Porque, como dijo Julio Bárbaro, “cuando no hay una alternativa política, la gente la fabrica”.
Apuesto mi colección completa del El Gráfico o los discos de Palito Ortega a que el director de la Biblioteca Nacional también considera que Tinelli es la quinta esencia de la frivolidad y grosería pequeño burguesa que funciona como narcótico de la conciencia emancipadora popular. Y que le debe dar cierto pudor explicar aquel abrazo a Ella en el velorio de El. Creo en eso porque él mismo confesó que antes de la masividad del triunfo de Cristina y Daniel Scioli, igual que muchos de sus pares, llamó a votar por Martín Sabbatella. La misma CFK parece estar mirando mucho más allá de las apuestas testimoniales de sus sherpas del pensamiento. Fue muy clara al diferenciar en su discurso a las personas “normales” (así llamó a millones de compatriotas) de los militantes, “los que estamos todo el día con la política”. Y cada vez que puede llama a su lado a Scioli y no a Sabbatella. En el tema del ataque permanente a los medios también aparecen estas miradas que en los años 70 ya eran rechazadas en las universidades de periodismo por viejas y por subestimadoras de la experiencia de las masas. El pobre no es un tonto que espera que Clarín le diga a quién votar. Todo lo contrario, elige decenas de caminos todos los días y lo hace de acuerdo a su experiencia de vida. Si no tenía trabajo y lo consiguió en los últimos cinco años, por más que le digan que Cristina no existe y Scioli es un holograma, votará a sus listas apenas encuentre sus fotos en el cuarto oscuro. Y si una persona cree que la corrupción o la malversación de estadísticas públicas son crímenes de lesa república, no habrá una propaganda, “ni 6 ni 7 ni 8” que lo haga modificar su voto.

Por eso hay algunos sectores del kirchnerismo que se empiezan a preguntar si la batalla ciega contra toda forma de periodismo no adicto es el mejor camino. Se gasta mucho dinero subsidiando paraperiodistas y Cristina gana por la gestión, por utilizar el Estado para proteger y ayudar a los que más necesitan con planes sociales y para potenciar la actividad y el consumo. Y ese voto tampoco debe ser subvaluado. No tiene menos contenido que el que lo hace por la revolución kirchnerista leninista. Todo lo contrario. El argentino que sintió que este Gobierno le mejoró su calidad de vida y que ningún opositor le dio las mínimas garantías de no complicársela de nuevo merece todo el respeto. Es el principal objetivo de la política. Transformar una sociedad injusta y hacerla cada día más equitativa.

Se sobrestimó groseramente el papel de los medios de comunicación. A lo sumo sirven para catalizar hechos que existen, acelerar su conocimiento público. Pero el que inventa datos finalmente es castigado porque se quiebra su credibilidad. Si alguien dice que Zaffaroni es un delincuente dispara contra sí mismo. Pero si alguien prueba que Zaffaroni era el propietario de por los menos cinco departamentos que eran utilizados como prostíbulos está diciendo la verdad y, en consencuencia, haciendo periodismo. ¿O no fue la sabiduría de Perón la que certificó que fue llevado en andas al poder a pesar de tener a todos los medios en contra y que fue derrocado con todos los medios a favor? Se podrá argumentar que ahora los medios electrónicos son más poderosos para establecer hábitos y costumbres. Puede ser. Pero la explosión de las redes sociales y del nuevo mundo 2.0 democratiza y horizontaliza la información como nunca en la historia. Derriba un Muro de Berlín por día, desde algún país árabe hasta el corazón del capitalismo inglés. Nada garantiza que los pueblos no se equivoquen. Pero en primera instancia hay que respetar lo que las mayorías dicen y bucear en sus mensajes. Allí hay más verdades que entre los que viven atrapados entre su amor propio y su espejo.
Alfredo Leuco

jueves, 11 de agosto de 2011

Las explicaciones que el poder le debe a la sociedad

Ante el caso de presunta falta de decoro que involucra al vocal de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, dos tentaciones muy argentinas se deben evitar: ni linchamientos populares motivados por razones políticas ni impunidades consagradas por el hecho de que el involucrado pertenezca al poder.


La regla de oro de la democracia, que de una vez por todas debemos aprender, es que las únicas condenas legales son las que pronuncian jueces imparciales e independientes y sobre la base de las pruebas del juicio. Y las únicas condenas sociales que la democracia reconoce son las que surgen del voto popular. Jueces dignos y voto popular son las únicas fuentes de legitimación que se admiten en un Estado de derecho.


Aquellas otras condenas a adversarios políticos a las que nos tiene acostumbrados el kirchnerismo, como así también las condenas mediáticas, son deformaciones graves de la democracia, que no deben ser toleradas por la ley ni por el ciudadano. Se equivoca el presidente de la Corte Suprema de Justicia cuando declara, con liviandad, que los problemas que afronta el juez Zaffaroni hacen a su persona y no afectan a las instituciones. La noción de decoro de los jueces, como obligación legal, no tiene un significado estético o decorativo, sino profundamente ético.


No puede un juez de la Corte Suprema no dar explicaciones sobre el ejercicio de la prostitución en seis departamentos de su propiedad; menos aún alegar que es un problema que se resuelve con un juicio de desalojo. Y mucho menos declarar ser víctima de un acoso político. Su nivel de autoridad institucional le exige un mayor nivel de respuestas a la sociedad de las que hasta ahora ha dado. Pero también es cierto que, en la Argentina, los delitos y la inconductas del poder carecen de castigo legal y tienen una muy liviana condena social.


Basta recordar que un proceso judicial por corrupción dura un promedio de 14 años y tiene sólo cuatro por ciento de condena. Sergio Schoklender, Ricardo Jaime, IBM, Siemens y Skanska son ejemplos de la impunidad con la que el poder se mueve en la Argentina. Nos guste o no, Zaffaroni es poder y aun cuando sus conductas no sean delitos penales, afectan de manera grave a la confianza social en la Justicia. Por ello tiene la obligación de dar explicaciones a la sociedad. Sobre todo por razones de ejemplaridad moral, que tanta falta hace en la Argentina.

Si Zaffaroni ha cometido o no un delito, lo decidirán jueces independientes e imparciales, que claramente no son los Oyarbide. Si Zaffaroni ha cometido faltas al decoro judicial, tiene la obligación de dar explicaciones ante el Congreso de la Nación, que es el poder constitucional de control sobre los jueces.

Por mucho menos, en países del Primer Mundo se exigen explicaciones y renuncias. Basta recordar el caso del ex presidente de Israel Moshe Katsav, quien fuera juzgado por delitos sexuales con penas que iban de seis meses a siete años. Y la Corte judía condenó al ex mandatario con el máximo de la escala penal: siete años. La Corte de Israel sostuvo en su sentencia que aplicaba el máximo de la pena en razón de la autoridad que revestía el procesado. Ese alto cuerpo dio a la garantía de “igualdad ante la ley” el verdadero significado que debe tener: a mayor autoridad, mayor responsabilidad y mayor pena.


Una última reflexión: ¿qué puede haber llevado a un hombre del conocimiento y prestigio de Zaffaroni a tener seis departamentos utilizados para la prostitución? No creo que haya sido la codicia ni que haya tenido cabal conocimiento de los hechos. Pero la teoría del representante infiel parece infantil para un juez como Zaffaroni. En el fondo, la verdad de este triste episodio está en la impunidad con la que el poder se maneja tradicionalmente en el país.
Juan Carlos Vega

Sportivo Desamparados

El Sportivo Desamparados es un club fundado hace casi cien años en una iglesia de San Juan, en recuerdo de la Virgen de los Desamparados, patrona de la Valencia mediterránea y protectora contra la peste negra, allá por la Edad Media.

Nosotros, que también padecimos y padecemos otras pestes negras, venimos siendo desamparados una y otra vez. Cuando digo desamparo digo fraude.

Pero no incluyo allí a la vituperada "oposición". Entre los candidatos a disposición del votante en las primarias del domingo, hay por lo menos dos políticos que tienen mi estima.

A Elisa Carrió, aunque sus lenguajes o gestualidad sean polémicos, nadie le puede negar el coraje político y humano, y la coherencia con la que ha ejercido la crítica ética sin claudicar nunca ante el poder. Hermes Binner acredita una buena gestión en Santa Fe y puede decir con orgullo que se sometió a todas las reglas del juego democrático constitucional para que su candidatura fuera viable. Afrontó una contienda interna y salió con la cara morada por los sopapos, pero con la dignidad intacta.

No me defrauda/desampara Hermes Binner porque su partido, al igual que la CTA, fundada por Víctor De Gennaro, fue una de las pocas instituciones políticas o sindicales que legitimaron a sus representantes con el voto. Hermes Binner aceptó someterse al ritual de las primarias. Y salió de esa liza con la cara amoratada de los sopapos recibidos, pero con la dignidad en alto. ¿Es mucho pedir que Binner y Carrió entablen un diálogo maduro tras el 14 de agosto, pues habitan el mismo espacio, que puede ser potenciado? Hay esperanza.

Por eso al escribir hoy me acuerdo una y otra vez del equipito sanjuanino: el Sportivo Desamparados, que va camino a ser nuestro equipo. No cesan las pestes negras, aunque ya no estemos en la Edad Media.

En Jujuy, el Estado nos desampara a todos. ¿No hay otra manera de manejar la tragedia de los sin techo que meter bala? Sólo matar y matar? El Gobierno y sus voceros culpan a la policía. ¡A la policía! ¡Cómo si este gobierno no estuviera hace ocho años al mando de todas las policías del país!

Me desamparan/defraudan los dirigentes del fútbol, con su sempiterno gangsterismo y su sociedad con el poder de turno, que ha convertido al fútbol televisado en una orgía de propaganda oficialista. Paradójicamente, lo que menos me defraudó fueron los jugadores de la selección que en la Copa América hicieron algunos buenos partidos y perdieron por puro azar, ante Uruguay, una gran selección luego campeona. Quizá por ello esos dirigentes corruptos e ineficaces echaron al técnico cuando ellos debieron ser los expulsados.

Me desamparó/defraudó Fernando Solanas, que tras haber exigido en tono estentóreo a Hermes Binner que se plegara al proyecto del Frente Progresista, luego, cuando Binner lo hizo tras atravesar unas difíciles internas, él, Solanas, pegó el portazo alegando que no le habían dado representación en las listas. El narcisismo es un camino ciego.

No me desampara/defrauda Ricardo Alfonsín, porque lo conozco y sé cuáles son sus límites. Sé que puede despertar esperanza. En este caso no se trata de desamparo/defraudación, sí de una suerte de tristeza, quizá asociada a mi edad. Ver a Ricardo Alfonsín mimando a su padre no puede apasionar a quien vivió intensamente aquel proceso, pues la repetición casi mecánica del pasado es melancolía. Respeto el ritual animista de Alfonsín hijo, pero no puedo aportar mi entusiasmo.

No me desampara/defrauda Eduardo Duhalde, porque, a él como a Ricardo Alfonsín, lo he conocido mucho, desde los tiempos en que fue la columna de Menem, luego su mano derecha, luego su delfín y finalmente su rival, y desde los tiempos, en 2003, en que llamó a elecciones -eso lo honra-, pero, trascartón, ungió a Kirchner metiéndolo por su pura voluntad en nuestra vida. Aprecio la actual opción de Duhalde por el diálogo, pero el entusiasmo es imposible cuando se tiene una mirada crítica sobre estos años pasados de una Argentina sin rumbo.

Me defrauda Schoklender, a quien alguna vez vi como un hombre que rehace su vida tras una tragedia devastadora, epopeya que al final prostituyó. Me defrauda Zaffaroni, de quien estimo sus escritos criminalistas y a quien auguramos larga vida en su magistratura, pero del que no se puede comprender la blandura para consentir un entorno tan borroso. ¿Nadie le dirá a Zaffaroni que no es creíble su aire de genio distraído a cuya sombra se cometen tropelías, mientras él duerme el limbo de las grandes ideas? ¿Es tan difícil en este país ser una persona pública sin dejar de ser normal, mínimamente austero, no un santo ni un héroe, simplemente un hombre cualquiera? ¿Nunca se preguntó Zaffaroni por qué el alquiler de uno de sus tantos departamentos, uno que sólo mide veinte metros cuadrados, el mismo inmueble que a cualquier inversionista hijo de vecino le produciría a lo sumo 1500 pesos mensuales de renta, a él le reportaba 1500 dólares? ¿No se le pasó por la cabeza al gran pensador que esta regalía sólo tenía una explicación: que su casa era un burdel?

Estoy cansado, defraudado, ¿desamparado?, por el gesto agrio de la Presidenta, por su espíritu de facción, por su prédica vituperante. Sus seguidores la animan con un "no afloje, Presi", y atizan todas las formas de antagonismo. Califican a la crítica como prédica destituyente y demonizan a los "medios hegemónicos", cuando nadie la ha querido nunca destituir, y ellos gozan de otra hegemonía mediática que no tiene que envidiar a nadie, pues se compone de espacios televisivos, radiales, gráficos, editoriales, de la totalidad del crédito cinematográfico, todo ello alimentado generosamente por el poder que renta a múltiples comisarios culturales.

Así les va. El espíritu de facción que alienta el gobierno nacional fue derrotado en la Capital Federal y en Santa Fe, mientras que en Córdoba, donde el oficialismo nacional ni siquiera pudo presentarse, el triunfador De la Sota hizo mil gambetas para eludir todo contacto con la Presidenta. La sociedad se está expresando como puede y a través de quien puede.

¿Es mucho pedir -vuelvo a la idea- que las dos voces intransigentes, Binner y Carrió, indemnes ambas de los desastres argentinos, entablen un diálogo multiplicador después del 14 de agosto? Espero que tal espacio madure para contribuir a un aldabonazo en octubre.

¿Por qué Macri se vanagloria tanto de la carrada de votos que sacó? ¿Toma en cuenta la importancia que tuvo el voto castigo de los porteños ante el amagado zarpazo antiautonómico de la Rosada? Si Macri se hubiera presentado a una contienda desprovista de ese contexto, otro gallo cantaría. Hay quejas a sus más que modestas performances gestionadoras. De todas maneras, en este tema, me desamparan/defraudan los que se asquean ante el diferente a ellos, esos nerviosos que anatematizan desde un limbo de superioridad intelectual. ¿Qué es mejor, la Mona alquilada por De la Sota o Fito, que siente asco por la mano de la que acepta suculentos contratos?

Así estamos. Este año hincharé por el Racing Club de Avellaneda porque nadie puede contrariar su estirpe. Para gloria o desgracia, la mía fue inscripta para siempre en Colón y Alsina, Avellaneda. Aunque también hincharé un poco por el Argentinos Juniors de Pedro Troglio, ese Sísifo futbolero que cada año tiene que empezar de nuevo -le venden los mejores jugadores- a fuerza de modestia y talento argentinos. Y por el Sportivo Desamparados, el sanjuanino bravo, en el Nacional B, porque su nombre se va convirtiendo en el símbolo de muchos de nosotros.
Alvaro Abos

martes, 9 de agosto de 2011

¿Intelectuales o propagandistas?

"No sé por qué no están Horacio González y Ricardo Forster. El triunfo también es de ellos", lanzó, irónico, alguien muy cercano al jefe de gobierno en la noche de la categórica reelección. En medio de la euforia de globos amarillos todo era danza victoriosa en Costa Salguero, en tanto atronaba sin asco Fito Páez. Parafraseando a Mauricio Macri, que dijo que los votos conseguidos no son de nadie, los hits musicales tampoco tienen dueño ni, mucho menos, ideología.

Contrastó con ese fervor bullanguero la repentina parquedad de los intelectuales de Carta Abierta, que tanto se expusieron a favor de Daniel Filmus hasta el domingo de la segunda vuelta y en su microscópica autocrítica de cinco minutos que archivaron en cuanto se los reprendió. Casi ni se los vio ni se los leyó en estos días. Apenas el viernes, en la Biblioteca Nacional, cuando Sandra Russo presentó su panegírico libro sobre la Presidenta, junto al relator oficial Víctor Hugo Morales, el dueño de casa, Horacio González, habló entre otras cosas de "las estructuras de injuria que se leen todos los días en los diarios".

No tiene nada de malo ni de particular que un conglomerado de intelectuales hayan armado un grupo de reflexión y debate a partir de sus afinidades y simpatías con el kirchnerismo.

Lo inquietante es que mutaran desde el conflicto con el campo, en 2008, hasta ahora mismo, en toscos propagandistas. Prestan flaco favor como anestesistas no matriculados de los dolores oficiales que insensibilizan y así no hay quien quiera, en lo alto del poder, enmendar las consecuencias de elecciones clave perdidas; irregularidades como los sueños compartidos de Schoklender y Hebe; investigaciones aviesas, interesadas y frustradas sobre la identidad de Marcela y Felipe Herrera Noble; tragedias como las de Mariano Ferreyra, Jujuy y los qom de Formosa, y episodios insólitos como la pelea en el Inadi y el caso Zaffaroni.

El auténtico intelectual es, por naturaleza, inconformista, y cuestiona todo poder constituido. Es revulsivo e insolente, pero no en el sentido superficialmente mediático y escandaloso de la palabra, sino en su serena profundidad metodológica, asistido por sus saberes, los instrumentos académicos y el honesto intercambio de pareceres con sus pares. Es tan independiente y meticuloso que puede desarmar su propio pensamiento para someterlo a los rigores de la discusión teórica sin especular sobre si los resultados lo favorecerán o no. Y hasta es capaz de tirar fuerte de la punta del mantel de la mesa del que sea sin pedir permiso, para saber qué cosas se mantienen en pie y cuáles otras caen y se hacen añicos, sólo por intentar explicar desapasionadamente por qué sucede una cosa y otra.

El propagandista es la antítesis del intelectual. Este advierte un problema en todos sus matices y complejidades con actitud inquisidora, pero al mismo tiempo con ánimo ascético y prescindente. Aquél, en cambio, esconde rápidamente debajo de la alfombra todo lo que no le conviene ver y exalta distorsionándolas hasta el paroxismo las propias virtudes, virtudes que, al no ser confrontadas con sus propias zonas sombrías, pierden musculatura moral y fortaleza teórica hasta vaciarse de contenido y volverse caricaturas de sí mismas. Si el intelectual es un faro que con su luz, rastrilla sin trampas la oscuridad a su alrededor, el propagandista apenas es una linterna que sólo apunta aviesamente hacia dónde le conviene.

Los sofistas, con sus unilaterales silogismos dirigidos como lanzas contra sus virtuales enemigos, no sólo logran engañar a sus mandantes con reflexivos halagos, sino que terminan autoengañados. La pérdida del genuino ejercicio de someter al análisis erudito, sin concesiones hacia un lado y hacia otro, comenzando por la revisión de los propios puntos flacos y errores, convierte a la discusión en un dispositivo ligero y malintencionado, en un entretenimiento perverso que sólo se aplica para neutralizar al contrario, con cero crítica hacia adentro.

Copia vil de un genuino corpus filosófico, el que ofrecen es endeble y se reduce a meras consignas sin respaldo, pero que, machacadas por militantes virtuales y funcionarios bocones, logran un consenso chiquito que circula encapsulado dentro de la propia tropa, en tanto producen desconfianza, hilaridad o directamente profundo rechazo en los que pertenecen a otras filas.

La primera palabra mágica, que fue como una verdad revelada que los sacó de las tinieblas, fue "destituyentes"; luego aparecieron "medios hegemónicos" y "corporación mediática". La Presidenta sumó su propio hallazgo: "el relato".

Lo que podía ser, al principio, una bienvenida brisa fresca para cuestionar un muy perfectible orden establecido (qué y cómo cuentan las cosas los grandes medios, qué destacan, qué asordinan, qué intereses defienden, etcétera), por cierto, muy pronto derivó en un cuestionamiento general de todo el funcionamiento de la prensa. Ese es el móvil real: inocular racismo hacia los periodistas y su oficio. De no haber sido articulado por los que más estudiaron, esa fobia habría sido catalogada de autoritaria o patológica. Los intelectuales K, en cambio, se dieron a la tarea de bordar dócilmente una red de "pensamiento profesional" para decodificar y, por sobre todo, desconstruir (perdón, Derrida) el discurso "opositor" de los medios mientras guardan silencio o justifican los excesos, hostigamientos y persecuciones que puedan darse. Utilizan sin culpas una vara dual que, al tiempo que fustiga a la "corporación mediática", acaricia al bando oficial.

La Universidad de La Plata, al distinguir a Hugo Chávez y a Hebe de Bonafini, consagra ese trastocamiento del sentido, naturalizándolo, lo que lleva de inmediato a razonamientos absurdos como los que se repitieron al día siguiente del segundo triunfo en tres semanas de Macri, que fue atribuido a que estaba "blindado" por los medios. En ese caso, si, como parece, en octubre la Presidenta consigue su reelección, ¿cuál será la explicación si los medios "hegemónicos" son tan opositores e influyentes como afirman?

Los dos más célebres referentes de Carta Abierta, que eran echados de menos irónicamente en medio de la fiesta de Pro en la madrugada del lunes por sus involuntarios servicios prestados a la causa macrista, González y Forster, pergeñaron una figura más digna de los cráneos apurados de una redacción periodística que de los forjados por el pensamiento científico de la universidad: la "máquina de capturar palabras". En realidad, el rótulo esconde una vieja y reaccionaria idea: "maten al mensajero" (el problema no son los hechos incómodos o las incorrecciones que puedan producirse, sino que los periodistas se empeñen en contarlos).

El director de la Biblioteca Nacional, cuya mayor hazaña este año fue propiciar que Mario Vargas Llosa no fuese orador en la inauguración de la Feria del Libro, describe a estas maquinarias de captura como "grandes antenas semiológicas que operan tanto en el mundo de los laboratorios científicos, quizás en los cotejos de ADN [obvia alusión irónica al caso Noble] como en algo que se le parece, que es el aprisionamiento de palabras para hacerlas pasar por probetas de infamación o descrédito".

En tanto la ensayista María Pía López asegura, en disparatada contradicción, que "el kirchnerismo siempre constituyó hegemonías parciales" porque el "sistema de medios opositores [es] muy articulado y muy preciso", Forster subraya: "Funciona a todo vapor, entre nosotros, una máquina mediática de captura de palabras" que apunta a "nuevas formas de sentido común".

Con la "máquina del tiempo", la literatura y el cine nos hicieron soñar con viajes a épocas lejanas del pasado y del futuro. Desde que Emilio Perina escribió La máquina de impedir , esa expresión es moneda corriente en los análisis políticos. La "máquina de hacer pájaros" nos remite a una de las bandas más creativas de Charly García y, en cambio, la "máquina de Dios" es el nombre coloquial con el que mencionamos al acelerador de partículas de Ginebra. Sin pretender ser exhaustiva, esta lista, sin embargo, no podría, por razones obvias, cerrar sin mencionar aquella otra de la que solía hablar Tato Bores: la "máquina de cortar boludos".
Pablo Sirvén

domingo, 7 de agosto de 2011

Fuerza y Estado

Tucumán ayer, como en Jujuy. El déficit habitacional y la desobediencia civil muestran la incapacidad del Estado tanto para solucionar como para proteger.


El 2002 aún hace sentir los ecos de su presencia. Siempre está latente el desborde caótico ante la política de autolimitación del Estado nacional a utilizar las fuerzas de seguridad para desalojar ocupaciones del espacio público. Ahora extendiéndose al privado.
En algún punto el problema precisará un cambio de política porque el más antiguo y primitivo contrato social, el que fundó la sociedad, se construyó alrededor de lo opuesto: la autolimitación de las personas al uso individual de la fuerza y la entrega al Estado del monopolio de su uso.
La mayoría de los filósofos del Estado son contractualistas: parten de la idea de que el Estado nace para acabar la guerra de todos contra todos y asegurar el orden. Thomas Hobbes fue quien más anudó el uso exclusivo de la fuerza a la génesis del Estado.
En su clásico libro Leviatán, escribió: “En lo que se refiere a la fuerza corporal, el más débil tiene fuerza suficiente para matar al más fuerte, ya mediante maquinaciones secretas, o agrupado con otros que se ven en el mismo peligro que él”. El Estado nace para “salir de esa situación salvaje que rebaja la vida a un peregrinaje brutal y corto”. Porque “por un lado, está el pathos bajo la forma del miedo, por el otro, el logos bajo la forma de un cálculo de beneficios; y esta dualidad obliga a los hombres a renunciar a su fuerza privada y poderes individuales para que algún otro se vea investido de un poder común que monopolice la fuerza de todos. A la guerra de cada hombre contra cada hombre se opone el pacto de cada hombre con cada hombre; de aquí brota el ‘contrato social’ que se enuncia en primera persona (‘yo autorizo...’) e invoca a todos los demás en la segunda (‘con la condición de que tú también...’)”. “La obligación de los ciudadanos hacia el Estado durará lo que dure su poder para defenderlos. Desvirtuado o agotado éste, hay lugar para la desobediencia civil.”
Jujuy atraviesa un estado de desobediencia civil que amenaza con propagarse a otras provincias, como sucedió ayer en Tucumán. Resolver los problemas de déficit habitacional y el control de la tensión social hasta que se alcance esa meta debería ser una política de Estado que todos los partidos se comprometieran a compartir y a mantener fuera de la discusiones electorales. Es el desafío más serio que enfrenta la política, porque la población argentina se duplicó entre 1960 y 2010 y no así, obviamente, la disponibilidad de espacio.
La inmigración engrandece al país. En el caso de Jujuy, donde la mitad de la población proviene en primera o segunda generación de Bolivia, el Estado precisa hacer un esfuerzo especial para poder sustentar la noble idea de la patria grande.
Las distintas corrientes ideológicas discrepan sobre cuándo “se gobierna demasiado” en materia económica. Pero en cuanto al déficit habitacional, como en salud, educación y seguridad, no debería haber disenso sobre la necesidad de una fuerte intervención del Estado. La anomia estatal en estos campos siempre deviene en caos social. Son los derechos humanos del presente, sin cuyo cumplimiento el Estado pierde su legitimidad esencial.
No reprimir sin alguna acción social que solucione el problema que dio origen a la protesta espiralizará el problema, porque la permisividad sola es demagogia que se consume a sí misma si no se resuelve la demanda.
La sociedad es un producto de nuestras necesidades; el Estado, de nuestras debilidades. Aquí hace falta doble intervención del Estado: construyendo casas y resguardando el espacio, tanto público como privado.
Jorge Fontevecchia

viernes, 5 de agosto de 2011

Cuando se es juez y parte

Las dos caras de Raúl Zaffaroni, el hombre de los prostíbulos

"La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie.", aseguró alguna vez Montesquieu. Esa frase calza perfectamente para analizar lo que ocurre en estos días con el descubrimiento de media docena de prostíbulos regenteados en departamentos pertenecientes al juez de la Corte Suprema de la Nación, Raúl Zaffaroni.
A ese respecto, hay que admitir que la defensa que improvisó el magistrado, asegurando que se trata de una cuestión política “en medio de la campaña electoral”, ha sido profundamente desacertada, sobre todo cuando aún él mismo no ha dado las explicaciones que amerita la situación.
Por caso, ¿cuál es su real vínculo con Ricardo Montiveros a quien redujo al papel de mero “apoderado”? ¿No es sugestivo que este último declare el mismo domicilio —legal y fiscal— que Zaffaroni? ¿Nunca le pareció sugestivo que el valor que cobraba por el alquiler de sus inmuebles triplicaba el precio de mercado?
Y si de hacer preguntas se trata, ¿por qué el magistrado jura que ha sido estafado en su buena fe pero no ha hecho aún la denuncia judicial pertinente? Más aún: ¿Por qué se niega a presentar públicamente los contratos de alquiler de los inmuebles cuestionados?
Lejos de aclarar el asunto, Zaffaroni ha salido a través de los medios a desviar la atención y asegurar que "la prostitución no es un delito", un argumento peligrosamente similar al utilizado por el psicólogo Jorge Corsi —oportunamente preso por abuso de menores— en el marco de una entrevista con el CEO de Perfil, Jorge Fontevecchia. En esa ocasión, Corsi advirtió que la “pedofilia” no era un delito tipificado en el Código Penal.
¿Puede un juez de la Corte efectuar semejante aseveración? ¿Hasta dónde piensa llegar el magistrado a la hora de defenderse? ¿Insistirá con la falacia de afirmar que no sabía nada de nada, cuando existen media docena de denuncias que han llegado incluso a la Procuración General de la Nación?
La situación no solo es grave per se, sino porque se da pocos días después de que Cristina Kirchner prohibiera los avisos clasificados referidos a la prostitución, en el marco del combate de la trata de personas.
Para agregar polémica al tema, los medios de prensa oficialistas —empezando por la agencia Télam— han ayudado a encubrir la trama que hoy jaquea a Zaffaroni. Un dato incómodo: la poca prensa oficial que se anima a mencionar el escándalo de marras, lo hace solo para reproducir las palabras del juez y/o fustigar a los periodistas que lo han denunciado; nada más.
Mientras tanto, el magistrado aprovecha toda oportunidad posible para victimizarse, al igual que ha sabido hacer una y otra vez frente a denuncias similares a las que hoy lo aquejan.

Haciendo historia
Una de las cuestiones que ha sabido ocultar Zaffaroni a lo largo de los años, tiene que ver con su propio pasado y con el juramento que él mismo efectuó sobre el estatuto de la última dictadura militar para poder ser juez. Solo habló del tema cuando se puso en juego su nombramiento para integrar la Corte Suprema de la Nación, ya que ese antecedente era incompatible con su nuevo cargo.
Hay que recordar que, para poder integrar la Justicia durante el “Proceso” había que jurar conforme lo exigía el art. 5 de la ley 21.258 —acatamiento a los Objetivos Básicos fijados por la Junta Militar, Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional—, lo cual es incompatible con el ingreso al fuero judicial más importante del país.
A la hora de aclarar ese punto, Zaffaroni recurrió a una defensa poco feliz: “Juré por el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional, juré por el Estatuto de Onganía, juré por la Constitución reformada por Lanusse en 1973, juré por la Constitución Nacional de 1853 y juré por la Constitución reformada en 1994”.
Lejos de introducir un atenuante, el magistrado expuso un serio agravante. “El perjurio constitucional no es un antecedente plausible. Cuesta comprender que un hombre de derecho pueda jurar ‘por lo que venga’, sea una Constitución democrática o las reglas impuestas por tres dictaduras sucesivas”, aseguró oportunamente Rodolfo Terragno, quien intentó objetar su ingreso a la Corte.
Más allá de la evidente incompatibilidad, hay que destacar que el desempeño de Zaffaroni durante los años de plomo que impuso la dictadura militar no fue lo que podría decirse “elogiable”.
En los casos de desaparición de personas en los que debió intervenir, su desempeño fue pasivo. En 27 de esos casos, por caso, rechazó la acción y remitió las actuaciones a la Cámara del Crimen de la Capital o al Juzgado de Instrucción competente de la Provincia de Buenos Aires para que se investigase la privación ilegítima de la libertad.
Esa pasividad tal vez pueda entenderse en el hecho de que Zaffaroni inició su carrera judicial durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, autotitulada “Revolución Argentina”, que se instauró en el año 1966.
Esos datos son parte de un pasado que el magistrado intentó tapar de toda manera posible a lo largo de los años, al igual que hace hoy con el incipiente descubrimiento del regenteo de prostíbulos en departamentos de su propiedad.
No son solo datos azarosos, sino más bien parte del costado más oscuro de un jurista que, aunque desde la teoría se muestra brillante, no puede explicar las contradicciones más simples —y escandalosas— de su vida privada.
Christian Sanz