martes, 31 de agosto de 2010

Libertad de información contra libertad de expresión

Idealmente, se percibe a la prensa como un contrapoder y se le acusa de no realizar su trabajo crítico y fabricar el consentimiento en torno a los poderes. La crítica tradicional de los medios estima que ahí está la mano de algunos grandes grupos económicos. Pero se puede pensar que el punto de bloqueo es más profundo: reside en la noción misma de «información». Ese término, utilizado con frecuencia, lleva en sí un punto de vista filosófico y una manera de ser en el mundo. La ideología de la información se ha convertido en un instrumento de consentimiento y de sometimiento de las poblaciones.
Contrariamente a lo que parece, la libertad de información es una noción opuesta a la libertad de expresión. La primera consiste en difundir algo conocido y seguro. La segunda en presentar públicamente una visión personal. La libertad de información presupone una verdad objetiva, la libertad de expresión implica que esa verdad lleva a la relación que mantenemos con algo y no a ese propio algo.

El sistema de la objetividad / subjetividad.
Lo que llamamos «información» se presenta como un término técnico: se trata de un dato sobre algo. Ese dato para nosotros tiene un carácter científico: debe ser exacto. Una información puede ser verdadera o falsa. Cuando se presentan dos informaciones contradictorias, una debe dar paso a la otra: «No es posible decirlo todo y lo contrario.» Sin embargo, las informaciones que tenemos sobre algo puede estar incompletas, pero una información en sí misma no puede estar incompleta. Es un dato conocido y seguro que puede completarse con otros datos.
Para describir algo, un acontecimiento, un hecho, debemos suministrar informaciones objetivas al respecto. Ciertamente, nos es difícil escapar a nuestra subjetividad, pero a pesar de todo se debe buscar, con el máximo de fuerza y de honestidad, la objetividad: entrecruzando los diferentes puntos de vista subjetivos y abstrayéndonos, en lo posible, de nuestras propias opiniones. Por ende, la objetividad es un ideal, inaccesible, pero hacia el cual tenemos que tender con tenacidad.
De ese modo, la objetividad es la noción fundamental que acompaña a la información. Si podemos proporcionar informaciones objetivas sobre un hecho, es porque el hecho es objetivo. Un hecho objetivo no necesita de nosotros para existir, existe fuera de cualquier relación que podamos tener con él. Ese hecho se nos dio para observarlo.
La lógica aparente de todo esto no debe suprimir el debate filosófico sobre la objetividad. Con frecuencia, ese debate se vincula con la cuestión de la subjetividad. Estamos de acuerdo en que no es posible conocer un hecho de manera objetiva y en que debemos admitir y dar a conocer la subjetividad con la que lo conocemos. Pero entonces, la subjetividad aparece como la crítica que la objetividad acepta hacerse a sí misma. Se sitúa en el mismo sistema de pensamiento. La objetividad afirma que las cosas están en sí mismas.
La crítica subjetiva es conveniente. Le basta con presentar un método de observación: todo depende del punto de vista con que se mire; por consiguiente debemos decir desde donde hablamos y también, para acercarnos a la verdad objetiva, entrecruzar puntos de vista diferentes. Lo ideal de una verdad objetiva perdura. En su forma más fuerte, la crítica subjetiva hace que parezca imposible conocer esa verdad. En su forma más débil, se limita a dar una opinión, una opinión al respecto, sin ponerla en dudas: «Esto es lo que pienso de lo que todos conocen.» El debate filosófico sobre la información no se limita, por consiguiente, a afirmar subjetividades.

La relación y la cuestión de nuestro lugar en el mundo.
Esta discusión de aparente buen sentido entre la objetividad y la subjetividad crea un impassse sobre un elemento fundamental: la relación. Es cierto que quizás algo no necesite de mí para existir, pero si hablo del tema establezco una relación con él. En un momento determinado, en mi campo de percepción está al mínimo.
Precisamente porque tiene una relación conmigo hablo del tema, de lo contrario, ni siquiera lo conocería. Por otra parte, considero que es útil hablar del asunto porque pienso que eso que tengo en mi campo de percepción incide en mi vida, directa o indirectamente, física o intelectualmente, etc. La relación que mantengo con ese algo del que hablo es ahora el punto fundamental. Lo que diré sobre el tema hablará de nosotros, de la relación que existe entre el asunto y yo.
El debate sobre la objetividad de las cosas y el del punto de vista objetivo o subjetivo no tienen valor alguno si nos colocamos en el campo de la relación. Por el contrario, la cuestión de la relación aporta una claridad nueva sobre el uso de la noción de información y objetividad. Cuando pienso en términos de relación, me pregunto sobre la influencia que ese algo tiene sobre mí y a la inversa, sobre la que yo puedo tener sobre el asunto.
Cuando me sitúo en el sistema de la información y la objetividad, aprendo sobre algo y ese conocimiento, a priori, no tiene ninguna incidencia sobre mí, de igual modo no se plantea mi capacidad de acción. Por consiguiente, el pensamiento de la relación implica la interacción entre el mundo y yo: sondea la influencia, la determinación del mundo con respecto a mí y se interroga sobre mi capacidad de acción.
Pensar en términos de relación hace que aparezca la problemática de nuestro lugar en el mundo. Se percibe entonces que la palabra «información» no es un término técnico, sino una noción filosófica que lleva en sí misma una concepción del mundo. El giro de pensamiento objetivo implica un objeto de estudio. La objetividad supone la objetivización del mundo. Nosotros no vivimos ya en relación con el mundo, vivimos entre las cosas. Nuestra actividad no se piensa en términos de relaciones, sino de gestión de las cosas con respecto a las que conocemos.
De ese modo, el insensible desplazamiento que se produce de la libertad de expresión a la libertad de información es paralelo a la disminución de la capacidad de acción del ciudadano y a la aparición de la figura de gestor. Vemos el mundo como un conjunto de objetos, nuestra vida en el mundo consiste ahora en administrar los objetos. Y si todo lo percibimos como tal, aceptamos también ser transformados en objetos. El triste desencadenamiento del mundo surge entonces como el producto de la ideología de la objetividad. Periodistas, sociólogos y otros expertos objetivos trabajan en ese sentido.

La no posesión del mundo.
Para la lógica de la información, la adquisición de los conocimientos es un fin en sí mismo. Es objeto de atención de todas las universidades y el objetivo de cualquier persona culta.
De ese modo, la formación de un periodista corresponde al aprendizaje de algunas técnicas del oficio y a la absorción de una «cultura general». La figura del sabio, que no existe en la sociedad de la información, es remplazada por la del hombre culto cuyo conocimiento enciclopédico produce admiración, pero mientras «la suma del conocimiento» se infla vertiginosamente, el ser humano pierde el vínculo con el mundo. De El Extranjero de Camus a los personajes de Kafka, la literatura es recorrida por un ser ajeno a su vida.
Perdido en un mundo incoherente y absurdo, lo observa, lo diseca, lo destruye y no encuentra en definitiva nada que lo una a él. El hombre enciclopédico no conoce la experiencia, le interesa todo pero no se implica en nada.
Así, el concepto de información conduce a nuestra desposesión consentida del mundo. A partir de ahí, ya no nos parece intolerable que otros vean la realidad por nosotros y nos digan como es: son simples técnicos que recepcionan y transmiten informaciones. Un periodista objetivo es un intermediario técnico. Sus opiniones no deben transparentarse para no crear interferencias entre nosotros y la información. Los medios no se perciben como mediadores entre nosotros y la realidad, sino como soportes de informaciones neutras. Y sin embargo, como vimos que la «información» no es un término técnico, el «medio» no es tampoco un soporte técnico.
Los medios no conocieron la revolución vivida por el cristianismo con la Reforma. Antes de la protesta de Martín Lutero, los sacerdotes eran percibidos como intermediarios naturales entre los creyentes y la realidad divina. Después de la Reforma, cada cual pudo leer y comprender la Biblia sin necesidad de una autoridad eclesiástica.
La prensa ha llevado a las poblaciones de las democracias a una situación anterior a la Reforma. Ya no es posible conocer la realidad sin la ayuda de un tercero. En la mente de cada cual, el periodista no es el que nos vincula con la realidad, sino alguien sin el cual es imposible conocerla.
Esta situación se justifica por la contradicción entre nuestra falta de tiempo o de medios y la sed de conocimientos que tenemos. Quisiéramos conocer lo que sucede de un extremo al otro del mundo, pero no disponemos de los medios para ir a esos lugares, tanto más cuanto que nos interesan otros temas. Pero ¿qué significa ese «interés»?
El interés se manifiesta hacia las cosas con las que no somos capaces de relacionarnos: no podemos ir al lugar, y no tenemos tiempo para dedicarle al asunto..., pero pretendemos que influya en nuestra vidas, incluso que podamos tener una influencia en el mismo.
¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo podríamos actuar sobre algo que no podemos ni siquiera ver con nuestros propios ojos y con lo que no podemos relacionarnos? Delegando, por supuesto que sí. Confiamos una vez más en otros para que actúen por nosotros. Ya no son periodistas, cuya función se limita a reportar, sino, por ejemplo, políticos humanitarios o militares. De esa manera, actuamos por delegación sobre las cosas que conocemos por intermediarios.
Podríamos calificar nuestro margen de maniobras como sigue: consentimos en que se actúe a nuestro nombre según lo que otros nos han asegurado. La información no produce la acción sino el consentimiento.
Los intelectuales de los Estados Unidos Noam Chomsky y Edward S. Herman analizaron principalmente la fabricación del consentimiento por parte de la prensa como resultado del sistema económico (Manufacturing Consent, Pantheon Books, 1988. Éd. francesa: La Fabrique de l’opinion publique, Le Serpent à plumes, 2003). Además, la formación del consentimiento no es un derivado del periodismo de información, sino su propia función.
Que los diarios sean sometidos a firmas multinacionales y a anunciantes publicitarios poco importa. Fueron concebidos para informar y no pueden hacer otra cosa que fabricar consentimiento. Han constituido un proceder intelectual de sumisión a terceros. El hombre enciclopédico es ajeno a la acción.
Es receptáculo pasivo de informaciones abstractas. Como espectador educado, a veces no consiente y critica. Critica sin alcance, y su efecto es darle seguridad en sí mismo al propio espectador. El estado de espectáculo en que nos encontramos puede analizarse entonces como provocado por la ideología de la información.
Debemos tomar conciencia de las implicaciones fundamentales de la noción banal de «información». La ideología de la información implica un estado de ánimo, una manera de ser en el mundo: conocimiento abstracto, alejado de cualquier relación personal o colectiva; conversión del mundo en un simple objeto de estudio; gestión de las cosas; gestión de los seres reducidos al estado de cosas; pasividad en la adquisición del conocimiento; sumisión con respecto a terceros y delegación, también, de la capacidad de actuar sobre el mundo; estado de espectáculo; consentimiento; crítica de espectador; pasividad...
La salvaguarda de la ideología de la información es el método utilizado para mantener a los ciudadanos en el estado de espectadores que consienten o critican. No se puede llevar a cabo ninguna lucha democrática aceptando esa ideología que le es fundamentalmente opuesta. Para la democracia, la información -y por consiguiente «la libertad de información»- debe combatirse como ideología de servilismo. En su lugar, debemos defender la libertad de expresión que implica la relación, la acción, el compromiso.
Hablar del mundo no es un acto descriptivo, es una acción con resultados: no nos contentamos con decir algo tal como es, lo hacemos existir de una manera particular. La información, a través de una descripción seudo científica, reduce al mundo a una aparente objetividad. La expresión hace que el mundo exista para nosotros de mil maneras.
La libertad de expresión lleva a una realidad mucho más rica, más densa y más compleja que la instituida por la ideología de la información. Sobre todo, nos vuelve a dar un lugar en el mundo y hace que nuestra capacidad de acción sea efectiva.
Raphaël Meyssan

Reglas de conducta para tiempos oscuros

Como muchos otros argentinos (aunque el rating de la transmisión en directo fue más bajo que el esperado por el Gobierno) seguí este último martes 24 de agosto la performance televisiva de la señora Presidenta. Me acordé de la expresión consagrada –primero por Pink Floyd y luego por Queen– “the show must go on”: el espectáculo debe continuar. Desde el punto de vista de la dramaturgia televisiva fue interesante: tuvo tiempos densos y tiempos calmos bien ritmados, un juego convincente con los expedientes del caso sobre la tarima, una mirada selectiva a los presentes en la sala y alguna interpelación directa a fulano o a mengano. Las expresiones irónicas o sarcásticas “cerraban” cada momento discursivo provocando, como era de esperar, el aplauso inmediato del público. Es verdad que las panorámicas de la cámara parecían estar buscando a las muchas caras que faltaban, pero no importa: la Presidenta transmitía comodidad y convicción en su rol. Ella misma aludió a su entrenamiento de abogada para estas puestas en escena. Planos fijos reiterados de una mesa cubierta de expedientes: materialización, claro, de un formidable trabajo de investigación. No podrá competir para los Grammy, pero me hizo pensar en la heroína de The Good Wife: allí, también, la brillante abogada tiene que ejercer su profesión permanentemente perturbada por los serios problemas del marido. Terminado, el show me pareció un toque de atención (con perdón de la fórmula) sobre lo que se viene. Pensé entonces, en algunas reglas de conducta que someto a la consideración de aquellos conciudadanos que comparten, en mayor o menor medida, mis inquietudes.

1. Poner punto final a la inatención, la falta de interés o la indiferencia. Nos esperan tiempos difíciles, la tensión política y social va a ir en aumento y la ciudadanía será reiteradamente invitada a ocupar el lugar de espectadores pasivos de malabarismos destinados a generar asociaciones mentales sin razonamientos, climas afectivos sin argumentos, convicciones sin hechos ni pruebas. La voluntad de manipulación de la opinión pública no tendrá límites.

2. Ante la propaganda oficial, que será cada vez más intensa y omnipresente (y sin tandas publicitarias, puesto que está financiada con el dinero público), preparemos el estado de ánimo y la distancia crítica necesarios para poder ejercer nuestra capacidad de formular los juicios morales que correspondan: las trampas nos esperan a la vuelta de cada esquina. La voluntad de manipulación de la opinión pública no tendrá límites.

3. No demorarnos en tal o cual frase, en el pronunciamiento puntual de éste o de aquél, en la afirmación aislada de uno u otro ministro, en la focalización en tal o cual dato estadístico; la construcción discursiva del kirchnerismo es global, y los dispositivos de persuasión sólo se vuelven visibles a nivel macroscópico. En su show del día martes, la señora Presidenta pasó largos minutos recreando el clima del Proceso, leyendo uno tras otro los artículos del Acta Número 1 de la Junta Militar, publicada el 29 de marzo de 1976 –que nada tenían que ver con el tema en cuestión– para poder inducir, con la ayuda de la original categoría de “libertad ambulatoria”, la asociación entre la venta de Papel Prensa y la represión militar, la tortura y la violación de los derechos humanos. La voluntad de manipulación de la opinión pública no tendrá límites.

4. Prepararnos para ir desarticulando, con paciencia y sentido común, una larga lista de golpes de efecto destinados a invadir el espacio público. Fibertel y Papel Prensa son apenas los dos primeros episodios. Los Kirchner son nuestro Lost nacional: están perdidos, pero cada nuevo episodio será más sensacional que el precedente. La voluntad de manipulación de la opinión pública no tendrá límites.

5. Convencernos de que tenemos una Argentina para desarmar y no para armar: esa Argentina exitosa que la comunicación oficial irá construyendo a lo largo de los próximos meses, apropiándose de todos los factores, presentes y pasados, propios y ajenos, controlables y no controlables, que permitan presentarla como el producto del “modelo” kirchnerista. La voluntad de manipulación de la opinión pública no tendrá límites.

Recordar, ante esta voluntad del Gobierno, que toda manipulación de la opinión tiene, en democracia, límites: los que la ciudadanía, manifestándose de múltiples maneras en el espacio público, decida ponerle.
Eliseo Verón

lunes, 23 de agosto de 2010

Hablar antes de que vengan

Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.

Esta declaración con forma de poema, que suele atribuírsele a Bertold Bretch, la escribió Martin Niemoller, un pastor protestante alemán encarcelado de 1937 a 1945 por el gobierno de Hitler.
Es pertinente recordarlo al transitar estos tiempos de cerrazón ideológica e intolerancia ante el disenso, tiempos en los que quienes gobiernan se hallan empeñados en una búsqueda implacable de control sobre lo que se dice y quien lo dice, todo en pos de construir un relato uniforme que permita disciplinar al otro, al que comete la osadía de pensar distinto. La discrepancia es traición, la crítica es ofensa, la oposición es destituyente, todo el que no ceda ante los deseos del poder es el enemigo y esa lógica binaria rige en toda acción de gobierno.
Los simuladores y falsarios al arribar al poder han sabido construir una imagen de fábula, apropiándose de las banderas reivindicadas por sectores ideológicos postergados, que ansiaban hallar el merecido (y en su momento pagado con sangre) reconocimiento.
Dicen ser lo que no son ni nunca fueron, reescriben y distorsionan su historia para aparecer como campeones de las viejas luchas, cuando en los años de plomo acumulaban riqueza al amparo de las leyes de la dictadura, mientras sus compañeros eran desaparecidos o forzados al exilio.
Parafraseando a Lincoln, se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo, llegará el día en que el pueblo haga tronar el escarmiento, como dijera el general Perón y los mentirosos y corruptos habrán de pagar con la cárcel su condición de infames traidores a la patria.
Cerramos esta exposición con un párrafo tomado del Ensayo sobre el Gobierno Civil de Locke: La tiranía es un poder que viola lo que es de derecho y un poder así nadie puede tenerlo legalmente. Y consiste en hacer uso del poder que se tiene, mas no para el bien de quienes están bajo ese poder, sino para propia ventaja de quien lo ostenta. Así ocurre cuando el que le gobierna, por mucho derecho que tenga el cargo, no se guía por la ley, sino por su voluntad propia; y sus mandatos y acciones no están dirigidos a la conservación de las propiedades de su pueblo, sino a satisfacer su propia ambición, venganza, avaricia o cualquier otra pasión irregular.
Semejanzas y coincidencias quedan a criterio del lector.
Claudio Brunori

sábado, 21 de agosto de 2010

La huella indeleble de los Kirchner

La decisión de prohibir a la empresa Cablevisión/Fibertel la prestación de servicios de banda ancha tiene dos características que, como si fueran contraseñas, indican que fue una medida pensada por los Kirchner.
La primera es el cinismo. Detrás de la meticulosidad en el cumplimiento de los reglamentos se esconde mal la pretensión de castigar a quien se ve como un adversario. Hasta un niño se da cuenta de que la sanción contra Fibertel no se debe a que el oficialismo se volvió presa de un repentino celo normativo, sino a que se busca escarmentar al Grupo Clarín, identificado por el Gobierno, desde 2008, como una "corporación destituyente". La prueba está en que los funcionarios se rasgan las vestiduras por una "irregularidad" que, de ser tal, ellos vienen tolerando desde el año 2003.
Para el kirchnerismo, la ley es un acordeón. Eso ya es sabido. El mismo secretario de Comunicaciones, Lisandro Salas, que retiró la licencia a Fibertel, protagonizó otras arbitrariedades, el año pasado, con la misma compañía. El 14 de julio le permitió brindar telefonía a través de Internet. Pero una semana más tarde, después de que Cristina y Néstor Kirchner montaran en cólera por esa concesión a Clarín , le retiró el permiso. El argumento que utilizó Salas es que Fibertel carecía de licencia. La conclusión es bastante obvia: el secretario conocía desde hace más de un año el incumplimiento que condenó anteayer. Durante ese tiempo, no emitió una sola intimación para corregir la desviación. ¿Se habrá querido mantener ese estado de precariedad para facilitar las presiones?
Salas no es más coherente que su superior, Julio De Vido. En enero pasado, cuando todavía pretendía incorporar a un grupo de amigos del Gobierno en Telecom, De Vido bramó en una conferencia de prensa amenazando con la estatización de la compañía. La excusa era la existencia de un monopolio telefónico. Ahora, cuando esas ambiciones quedaron superadas -o resultaron ser demasiado audaces-, dejó de existir el peligro monopólico: con su medida contra Fibertel, De Vido y Salas podrían promover una migración hacia Arnet y Speedy, las compañías con las que Telecom y Telefónica ofrecen servicios de Internet. Es decir, en vez de favorecer la competencia, alentarían la concentración.
El caso Fibertel es la última exhibición de una política para la cual la ley y las sanciones no son puestas al servicio de un sistema estable e imparcial, sino que son instrumentadas para perseguir a quien se ha identificado como adversario. En los últimos tiempos, los Kirchner han llevado esta utilización vengativa del orden jurídico hasta extremos inimaginables. Uno de los escasos puentes que los mantenía unidos a algún orden axiológico, la defensa de los derechos humanos, se fue convirtiendo en una coartada para el sometimiento político.
La otra peculiaridad que permite identificar el avance sobre Cablevisión/Fibertel como un producto típico de los que se cocinan en Olivos es que en él anida la fantasía de corregir la declinación electoral con un avance sobre los medios de comunicación. Los Kirchner viven pendientes de la prensa: son adictos a lo que se dice sobre ellos; investigan si sus colaboradores mantienen vínculos con los periodistas; inducen a sus amigos empresarios a comprar radios, diarios o canales de TV; administran la publicidad con criterios disciplinarios. En los últimos meses, han exagerado esta tendencia y adoptaron a las malas relaciones con la prensa como un criterio para la selección del personal: por ejemplo, Cristina Kirchner echó a Jorge Taiana, entre otras cosas, porque "los diarios nunca lo atacan".
Esta obsesión deriva de un error: el de creer que la sociedad obedece a los medios como una fuerza física. Y de ese error se desprende un programa: avanzar sobre los medios con la expectativa de que, gracias al dominio de los mensajes que se emiten, se controlará a quienes reciben esos mensajes. El objetivo último de este procedimiento es bastante obvio: revertir esa imagen negativa que amenaza con desalojarlos del poder. Es una estrategia muy rudimentaria, pero acaso inevitable cuando se dispone de argumentos cada vez menos persuasivos.
Más allá de que prospere o no en la Justicia, el intento de vaciamiento de Fibertel se inscribe en este plan. Como al público había que indicarle qué publicidad debía ver, se estatizaron las transmisiones de los partidos de fútbol. Ahora hay que señalarle qué empresa de banda ancha debe contratar. Después, gracias a la captura de la producción y venta de papel, se le dirá qué diario debe leer. Esta ortopedia fracasó ya muchas veces en diversos lugares del planeta. Pero los Kirchner se sienten llamados a inventar la rueda.
Nadie es quien para dar consejos. Sobre todo a quien no cree necesitarlos. Pero con el avance sobre Fibertel la Presidenta y su esposo están agrediendo sus propios intereses. En su obsesión por atacar a Clarín tal vez consigan enemistarse con más de un millón de usuarios de una de sus empresas. El desacierto llega en un momento especial, cuando las principales figuras del Gobierno hacen un esfuerzo notorio por recuperar siquiera un poco de ese electorado de clase media sin el cual es imposible conquistar el poder. Los Kirchner están levantando una piedra insoportable: se muerden la lengua antes de atacar a un adversario, buscan la amistad de Barack Obama, acuerdan con los antiguos fondos buitre, seducen al mercado financiero para emitir un bono, coquetean con Juan Manuel Santos y Sebastián Piñera, y hasta concurren a ceremonias militares. Todo, para recuperar el centro. Sin embargo, como a Sísifo, la piedra se les resbaló de las manos: ¿se puede imaginar algo más antipático para el imaginario del sector social al que quieren seducir que una amenaza sobre el acceso a Internet?
Cada vez que se han envalentonado con las encuestas, los Kirchner han caído en estos fallidos.
Hay otra consecuencia no buscada por la suspensión de Fibertel. Le dio a la oposición un motivo de coordinación que, hasta horas antes, no tenía o no encontraba. Mientras Oscar Parrilli y Julio De Vido recalientan los teléfonos convocando a políticos, sindicalistas y empresarios para que aplaudan, el próximo martes, una embestida política y judicial contra Papel Prensa, los adversarios de los Kirchner se organizan para denunciar que en la Argentina las amenazas contra la libertad de prensa han empezado a concretarse. Habrá que ver, con este clima, cómo llega al martes la liturgia que tienen preparada en Olivos. Cristina Kirchner revisa, obsesiva, el documento de 400 páginas que contribuyó a elaborar, con el prurito de quien está redactando un testamento. Acaso no advierta la dimensión de la fractura que se está abriendo fuera de su sala de lectura.
Carlos Pagani

lunes, 16 de agosto de 2010

Cuestión de fe

El hecho de que los grupos políticos sean sectarios es una pauta normal de los comportamientos partidistas. Es muy raro encontrar una asociación cuya meta sea la conquista del poder que no divida a los individuos entre los míos y los otros, los leales y los traidores, los amigos y los enemigos. Pero hay matices.
La construcción de una fuerza política puede adoptar diferentes modalidades. En su libro Orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt describe el sistema de anillos concéntricos de los partidos totalitarios que van desde un movimiento centrífugo que parte de un núcleo duro de militantes a círculos de afiliados, publicistas, adherentes, simpatizantes, y candidatos a ser integrados en algún momento a la organización. A este dispositivo imantado de atracción le corresponde el de repulsión que traza una cadena que va desde los enemigos, a los adversarios, los considerados peligrosos, los sospechosos, los poco confiables, los ambiguos y los blandos.
No todo, entonces, se reduce a denunciar listas negras o a reciclar teorías como las de Carl Schmidtt para observar el modo en que se administra la libertad de expresión y la diversidad de puntos de vista en nuestro medio cultural.
El peronismo se ha caracterizado por incluir una pluralidad de posiciones políticas que van desde el neoliberalismo, al estatismo, el montonerismo, el socialismo revolucionario, el fascismo, el franquismo, el keynesianismo, y a contar con figuras como Aldo Rico, Héctor Timerman y Hebe de Bonafini. Lo que hasta ahora no había integrado a su visión de la militancia política es la metodología del partido comunista argentino. Ese bolchevismo staliniano, hoy anacrónico y sublimado, ha sido revitalizado en una nueva fe por el kirchnerismo.
El mundo cultural kirchnerista, desde Carta Abierta a Página/12, se ha convencido de que son parte de una cruzada moral que les exige una lealtad ya no peronista, que hemos visto que es variopinta, sino una fidelidad religiosa hacia un gobierno pragmático que negocia de acuerdo a una estrategia flexible, con aliados en todas las esferas, respondiendo a intereses que están en las antípodas de la sociedad, variando el rumbo según las circunstancias y estableciendo alianzas que se rompen o se recomponen por los dictados de la coyuntura y las necesidades del poder.
La táctica de esta corporación de intelectuales, periodistas y gente de la cultura es soslayar las contradicciones que perciben y los incomoda, descargando sus cartuchos a una oposición poco creíble, decadente y sin futuro de poder. Para evitarse preguntas que los interpele en su credo, insisten en hacerse una fiesta con Macri y Carrió. Les da terror quedarse en el medio, sin liturgia, sin la vestimenta de ser resistentes al sistema, sin poder citar a Benjamin, Gramsci y Laclau, y sin poder juntarse con la clase obrera, es decir Moyano, los pobres, o D’Elía, y los derechos humanos. Sienten que el infierno los espera si se atreven a dudar, tomar distancia y asumir una actitud crítica sin banderas. Tanta necesidad tenían de plasmarse una identidad, de acercarse a los movimientos sociales, de sentir que nuevamente se subieron al carro de la historia que, una vez ahí arriba, no quieren que los saque nadie ni que les vengan con historias a contracorriente de su nueva devoción.
Es muy rara esta situación entre una cúpula gobernante que calcula cada paso que da, que acumula poder sin ningún escrúpulo, que flota en antecedentes que así lo confirman, y una orden claustral que protege principios igualitarios, emancipatorios, con la letra de un canon de progresía inviolable que se hace llamar con el extraño nombre de “modelo”.
Tomas Abraham

martes, 10 de agosto de 2010

Sobre el Humanismo Cívico

El humanismo cívico, postula devolver el protagonismo de la vida política a sus más legítimos y calificados actores: los hombres y mujeres erigidos como responsables de los asuntos públicos. Se trata de una propuesta filosófico-política reconocible como tributaria del pensamiento de Aristóteles. Ha sido promovida por el filósofo español Alejandro Llano, ofreciendo una serie de elementos conceptuales y operativos dirigidos a brindar un giro humanista en la configuración de la vida social. Parte para eso de una premisa fundamental, que resulta de la reafirmación de las personas como los sujetos primordiales de la política.
El humanismo cívico se presenta como un modelo socio-político de baja complejidad, pero provisto de bases teóricas rigurosas, en virtud de las cuales se halla en condiciones de cuestionar y someter a revisión los parámetros políticos y culturales dominantes con el fin de explorar posibilidades de convivencia social en condiciones más humanas y justas.
Dice Llano: “Entiendo por humanismo cívico la actitud que fomenta la responsabilidad y la participación de las personas y comunidades ciudadanas en la orientación y desarrollo de la vida política. Un temple que equivale a potenciar las virtudes sociales como referente radical de todo incremento cualitativo de la dinámica pública”
Esta definición encierra los pilares fundamentales de la propuesta, en primer lugar la promoción de un rol protagónico de los ciudadanos como actores responsables en la configuración política de la sociedad, en segundo término el carácter relevante que le asigna a los diferentes tipos de comunidades y por último el valor que le atribuye a la ámbito de lo público como escenario privilegiado para el despliegue de las libertades sociales.
No se trata el humanismo cívico de una escuela de pensamiento político, no es tampoco un esquema ideológico para la actividad política, se presenta simplemente como una nueva manera de pensar y actuar en la vida cívica apelando a elementos humanizantes tales como los pilares descriptos; resulta así una actitud de vida que se encuentra en franca oposición a la mentalidad y a las prácticas de lo que llama la tecnoestructura vigente.
Al hablar de tecnoestructura está haciendo referencia al sistema integrado por los tres ejes estructurales que dominan la esfera pública, a saber: el estado, el mercado y los medios de comunicación.
Cuando el comportamiento de estos componentes hegemónicos ignora las vitalidades emergentes de los ciudadanos y de los grupos sociales primarios, el tecnosistema actúa marginando los fundamentos en los que descansa la radicación humana de la política, cerrándose sobre sí mismo y prescindiendo de otros referentes o parámetros que no sean las leyes internas que lo regulan y la única opinión autorizada que es la de sus propios expertos.
Se llega entonces por parte de la ciudadanía a la conclusión de que no es tenida en cuenta al momento de tomar decisiones que afectan a todo el colectivo social y este extrañamiento de los ciudadanos de la cosa pública, suele crear en una sociedad las condiciones para el surgimiento de la corrupción política, en la que el bien común es reemplazado por los intereses particulares de la clase dirigente.
Claudio Brunori

lunes, 9 de agosto de 2010

Educación: La vergüenza de haber sido…

En un colegio secundario “de cuyo nombre no quiero acordarme”, los padres de los alumnos de primer año se movilizaron contra el profesor de Historia porque les había exigido a los chicos estudiar de un libro “difícil”. Intervinieron las autoridades y luego de los cabildeos del caso le terminaron dando la razón a los padres. El profesor no fue sancionado, pero debió retirar el libro de la bibliografía. Se trataba de un texto de José Luis Romero, uno de los mejores historiadores que dio la Argentina.
Anécdotas como éstas hay tantas que podría escribirse un libro, un libro titulado “Historia de un fracaso educativo” o “Crónica de una decadencia”. En cualquier caso, las anécdotas se limitan a ilustrar con el ejemplo la naturaleza de nuestra crisis educativa a contramano de lo que se predica todos los días acerca del rol estratégico de la educación.
En efecto, hoy es casi un lugar común decir que el futuro de la Nación ya no reside en sus riquezas naturales ni en sus cuentas bancarias sino en la capacitación de sus recursos humanos. Se habla de la sociedad del conocimiento porque se considera que el desarrollo económico se funda en el saber y la innovación. La globalización y la universalización de la ciencia y la tecnología le otorgan a la educación un valor estratégico. Nadie discute hoy estas certezas, pero la paradoja del mundo que vivimos es que estas verdades se contradicen con las tendencias y conductas reales de la sociedad.
En principio, las cifras son elocuentes. En América Latina hay treinta millones de analfabetos; el cuarenta por ciento de la población no completa la educación primaria y el treinta por ciento no estudia ni trabaja. Sin ir más lejos, en la Argentina existen alrededor de un millón de jóvenes menores de veinticinco años en esa situación. Como se podrá apreciar, entre las declaraciones plagadas de buena voluntad de los funcionarios y la realidad, la brecha es grande, demasiado grande.
Se habla mucho de educación, se ponderan sus virtudes, pero lo que se hace no tiene nada que ver con lo que se dice. La responsabilidad de los funcionarios en estos temas es insoslayable, pero esa responsabilidad incluye también a maestros, directivos y padres.
Lo decía Sarmiento hace más de ciento cincuenta años: no hay proyecto educativo sin comunidad educativa. Habría que agregar, a continuación, que no hay proceso educativo sin maestros que enseñen y alumnos que aprendan. Como no hay familia sin padres que enseñan e hijos que obedezcan. ¿Y la democracia? Lo siento: la familia no es democrática. Arreglados estaríamos si no fuera así.
La comunidad educativa está rota o por lo menos muy deteriorada, y algo parecido ocurre con la familia. Los padres han desarrollado la teoría y la práctica del “aguante” a los hijos. El maestro, el director, son las autoridades a discutir e impugnar. Padres que han delegado en el televisor la función educativa, padres que han abandonado a sus hijos, padres que suponen que una manera de asegurarse la juventud eterna es solidarizarse con sus irresponsabilidades. No son todos, pero son muchos. Y son los que hacen más ruido.
El proceso que describo refiere a un quiebre cultural y trasciende la anécdota. En realidad, la civilización tal como la hemos conocido está en crisis, la educación y la escuela están en crisis y los padres son una consecuencia de estas realidades. Pero ocurre que si la alianza de padres y maestros no se recupera, la crisis se seguirá profundizando. La banalización y el relativismo moral se han dado la mano en los últimos años, con orientaciones que reivindican ciertas libertades que sólo un distraído puede tomar en serio. Se considera que el maestro debe aprender del alumno y que, en el mejor de los casos, la relación debe ser igualitaria. La consigna tiene un toque libertario, pero sólo un toque, porque en realidad es la antesala del desastre en sus versiones más decadentes.
Hay que decirlo de una buena vez. Todo proceso educativo que merezca ese nombre incluye reglas y normas. Guillermo Jaim Etcheverry sostiene “que la escuela se ha construido sobre la solidaridad entre generaciones, solidaridad materializada en la transmisión de saberes y valores”. Basta con mirar lo que sucede a nuestro alrededor para apreciar lo que hemos retrocedido. El pasado no vale y el futuro no interesa. Se vive una suerte de eterno presente, lo cual desde el punto de vista civilizatorio constituye, como dice un pedagogo francés, una suerte de “desastre genealógico”. Los mayores no enseñan porque no tienen o no saben qué enseñar; los menores no aprenden, y todos consideran que viven en el mejor de los mundos.
El rol del maestro se ha deteriorado. El maestro no sabe, y si sabe a nadie le importa. Los alumnos no van a aprender, van a pasar el tiempo o a buscar un certificado que los habilite para alguna otra instancia que flota en la ambigüedad y la incertidumbre. La escuela es vista como un lugar de contención, un sitio para ir a comer, para ir a distraerse o para cumplir funciones de guardería. Nada más. Hoy es un lugar de contención y están orgullosos de decirlo. En otros tiempos, en los buenos tiempos, era exactamente lo contrario: un lugar de expansión, expansión de saberes, de expectativas e incluso de límites racionales a esas expectativas.
La educación concebida como una exigencia ha sido desplazada por la idea del juego o la idea de que en realidad nadie debe estar seguro de nada. Todo reclamo, toda demanda de cumplimiento del deber son considerados actos autoritarios. En ese contexto el alumno como sujeto con vocación de aprender no existe. Y el maestro, como titular del saber, tampoco. Por eso un sociólogo llamó a este tiempo “la era del vacío”.
En los colegios y en las universidades se ha ordenado que no se pongan -o se eviten- las calificaciones “insuficiente” o “aplazado” para que el alumno no se “desmoralice”. Por ese camino, las sanciones, los reclamos de cumplimiento del deber, empiezan a perder sentido. Como dice el tango de Discépolo: “ Nada es mejor, todo es igual, lo mismo un burro que un gran profesor”.
En estas materias la responsabilidad de la clase dirigente es insoslayable. Esta responsabilidad fue la que asumieron los liberales de la segunda mitad del siglo XIX. Sarmiento se lo expresó a los ricos de su tiempo con su descarnado realismo “Vuestros palacios son demasiados suntuosos al lado de barrios demasiados humildes. El abismo que existe entre el palacio y el rancho lo llenan las revoluciones con escombros y con sangre. Pero os indicaré otro sistema de nivelarlo: la escuela”.
Para Sarmiento, como para sus contemporáneos, la educación era una exigencia del modelo económico y político que propiciaban. Sus destinatarios eran los pobres, ya que los hijos de los ricos tenían dónde educarse. La grandeza de nuestros maestros liberales reside en la convicción con que sostuvieron sus ideales. En 1870 las multitudes no estaban en la calle reclamando educación. La decisión vino de arriba y ese fue su valor.
La otra certeza que disponían nuestros mayores era que la educación no iba a llegar espontáneamente sino a través de una decisión política firme y sostenida. Estaban convencidos de que la riqueza material era buena, pero no alcanzaba. “El sólo éxito económico -dijo Sarmiento- nos transformará en una próspera factoría, pero no en una nación. Una nación es bienestar económico al servicio de la cultura y la educación”.
Las escuelas que construyeron estaban a la altura de los objetivos planteados. Eran verdaderos palacios. Templos de la cultura que hoy sobreviven en ruinas. En 1910, el contador de la Municipalidad de Buenos Aires decía: “Las casas que hemos edificado para nuestras escuelas son, cual corresponde a nuestras grandezas y nuestras riquezas, lujosísimos palacios. Esplendidez que no es ostentosa vanidad sino provechosa conveniencia. La casa escuela grande y limpia educa, mientras el maestro enseña. Y cuando es lujosa y magnífica, educa mejor”. Cualquier semejanza con la actualidad es pura coincidencia.
En aquellos años la Argentina se desprendió para bien de su destino sudamericano gracias a las poderosas transformaciones educativas. No fue lo único, pero fue uno de sus capítulos más importantes. Brasil miraba con admiración y asombro la proeza educativa de la Argentina mientras padecía un analfabetismo que afectaba a más del ochenta por ciento de la población. Hoy, una universidad media de Brasil recibe un presupuesto superior al de la mitad de todas nuestras universidades. Estos datos dan cuenta de nuestra regresión; pero, a la vez, colocan en el banquillo de los acusados a toda nuestra clase dirigente y, de alguna manera, a toda nuestra sociedad; por lo menos, a todos aquellos que tenemos la responsabilidad de decir o hacer algo.
Rogelio Alaniz

jueves, 5 de agosto de 2010

Lo que vendrá

Hace un año muchos nos preguntábamos -incluso con cierta inquietud- si el gobierno iba a llegar a 2011. Ahora con la misma inquietud nos preguntamos si va a admitir irse en el 2015. Si le vamos a creer a los muchachos y las chicas de “6, 7 y 8”, que se divierten haciendo política oficial con la plata de todos, el gobierno tiene la reelección asegurada. Yo creo que exageran y en algunos casos mienten, pero no creo que ese reproche afecte su delicada sensibilidad, porque nunca un operador oficialista puede sentirse mal porque lo acusen de ser lo que efectivamente es.
Con suerte y viento a favor, los Kirchner tienen una aceptación social del treinta por ciento. No es poco comparado con otros tiempos, pero por ahora no alcanza para coronar sus ambiciones de 2011. Hacia el futuro disponen de algunas cartas importantes que si las saben usar pueden mejorar sus expectativas. Por un lado, el liderazgo de los Kirchner no es carismático pero es decisionista. Esto quiere decir que si bien carecen de encanto, poseen una notable voluntad de poder y recursos económicos como para poder hacer efectiva en términos materiales esa voluntad.
El otro punto a su favor, es que a diferencia de la oposición ya tienen un candidato o una candidata. Esa ventaja no es decisiva, no alcanza para ganar una elección, pero es una ventaja. Asimismo, en los últimos tiempos han demostrado que el olfato político no los traiciona. Mantienen la iniciativa, saben lidiar con los factores y grupos de poder y movilizan a una franja del progresismo nacional y popular convencido de que los Kirchner no serán perfectos, pero encarnan mejor que nadie las banderas que ellos han defendido toda la vida.
Para bien o para mal este gobierno ocupa el espacio de centroizquierda, lo que no les impide hacer negocios por derecha y enriquecerse personalmente. Se podrá discutir si creen o no en lo que dicen, pero a esta altura del partido hay que aceptar que su compromiso con algunas de estas banderas no tiene retorno, del mismo modo que tampoco tuvo retorno el compromiso de Menem con el neoliberalismo. Uno y otro adhirieron por oportunismo a causas que nunca creyeron, pero luego quedaron atrapados en las redes de las causas que intentaron representar.
Alguna vez será interesante debatir acerca de lo que significa un espacio progresista en el siglo XXI, sobre todo en casos como el de los Kirchner, quienes se han apropiado de algunas banderas del progresismo mientras sostienen un esquema político de poder hegemónico y alientan el desarrollo de una burguesía más retardataria y parasitaria que la que pretenden combatir.
De todos modos, si bien es cierto que los avatares de la coyuntura le han permitido mejorar la imagen, es también cierto que el setenta por ciento de la sociedad los sigue rechazando y, en algunos casos, ese rechazo es beligerante, particularmente entre las clases medias y altas sin las cuales es imposible ganar una elección.
Los Kirchner confían en que ese voto opositor se disperse permitiéndoles ganar aunque más no sea por la mínima diferencia. Apuestan a imponerse en la primera vuelta, porque presumen que -como Menem en el 2003- en una segunda vuelta pierden por goleada. El gran desafío, por lo tanto, es llegar al cuarenta por ciento con una oposición dividida y poco creíble. Ellos saben mejor que nadie que existen corrientes sociales que nunca los van a votar, pero también saben que hay una franja de votos independientes que podría volver a votarlos, sobre todo si los convencen de que ellos son los únicos capaces de asegurar la gobernabilidad.
Siempre les digo a mis amigos que una elección se gana con los votos propios, con los votos que se consiguen prestados y con los votos que se le roba al adversario. La experiencia también enseña que muchas veces se gana no tanto por los méritos propios como por los errores del rival.
En el campo opositor, hay que decir que en principio no hay una exclusiva oposición, sino dos coaliciones opositoras con muy pocas posibilidades -por no decir ninguna- de acordar electoralmente. Por un lado, está el llamado peronismo federal con dos liderazgos visibles como son el de Duhalde y Solá; por el otro, está la oposición no peronista, el panradicalismo o como mejor la quieran llamar, cuyos principales dirigentes son Julio Cobos, Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió y Hermes Binner.
Un liderazgo singular en el campo de la centroderecha es el de Mauricio Macri, hoy muy trabado por el escándalo de los escuchas ilegales. Se dice en los mentideros opositores que los Kirchner trabajan para destruir a los adversarios. Es posible. Por lo pronto, lo que Macri debe hacer, si pretende tener un futuro político, es demostrar su inocencia. Victimizarse puede ser interesante como punto de partida, pero se equivoca si cree que va a resolver el problema victimizándose. Por su parte, Kirchner no debería perder de vista que descalificar a los adversarios puede dar buenos resultados, pero también puede crear condiciones para que por ese camino la oposición resuelva un liderazgo único sin necesidad de desgastarse en una lucha interna.
Si al actual escenario electoral se lo pudiera congelar en una fotografía apreciaríamos que las preferencias del electorado se expresan a través de tres grandes sectores. Los Kirchner, el peronismo federal y el panradicalismo. Todo parece muy prolijo y ordenado, pero se sabe que los procesos sociales no lo son, y si bien alguna previsibilidad es posible alentar, nunca se debe perder de vista que los cambios suelen ser la constante de las sociedades, cambios que a veces son profundos y a veces livianos, pero en todos los casos provocan consecuencias que todo análisis político debe tener en cuenta.
Por lo pronto, si bien la fragmentación del espacio político en tres tercios es un dato consistente de la realidad, ello no quiere decir que fatalmente los alineamientos sociales se vayan a dar respetando esas coordenadas políticas. Uno de los temas interesantes de la sociología política es el que trata acerca de la coherencia que puede existir entre alineamiento político y alineamiento social. La historia enseña que a veces coincide y a veces no. En un escenario de crisis un electorado conservador puede votar una opción progresista o a la inversa. Esas irregularidades, esas rupturas, esas incoherencias aparentes le otorgan a la política un tono imprevisible, pero esa imprevisibilidad es la que la hace interesante.
Por otro lado, así como existe el pluralismo político, también existe el pluralismo social. No hay una sociedad, hay sociedades. Las orientaciones de estos grupos están condicionadas por necesidades que a veces coinciden con las propuestas partidarias y a veces no. En tiempos de crisis o de debilidad del sistema de partidos políticos las “masas” se independizan de sus conducciones políticas. Lo hacen de manera activa o pasiva. En una época los teóricos de la revolución social alentaban estas crisis. Plantearse algo parecido en la actualidad sería un disparate, entre otras cosas porque esa independencia del sistema político se expresa en una mayor indiferencia por los problemas públicos.
Hoy todo político que se proponga ganar una elección sabe que su principal tarea consiste en romper a su favor esa ecuación entre alineamiento político y social. Alfonsín en 1983 ganó con el voto radical, una porción del voto peronista y el decisivo voto independiente. Si Kirchner hubiera competido en una segunda vuelta con Menem habría ganado con una coalición social parecida.
En 2011 pueden pasar muchas cosas, incluso lo previsible, es decir, que el electorado se fragmente en tres porciones parecidas. También puede ocurrir que un sector importante de la ciudadanía decida apoyar a los Kirchner porque supone que son los únicos que saben gobernar. O -por el contrario- que decidan votar a Macri o Alfonsín, no porque sean de centro derecha o centro izquierda, sino porque son los candidatos que pueden ganarle a los Kirchner.
Una elección la gana el que consolida sus propios votos y amplía su representación hacia otras zonas del electorado. No gana el que conquista todos los votos, ya que en una democracia moderna eso es imposible, gana el que conquista por lo menos un voto más que su rival. También gana el que desea el poder intensamente y trabaja para ello.
Nadie puede saber a ciencia cierta cómo inclinarán sus preferencias los ciudadanos. Lo único que se sabe es que el día de las elecciones esas preferencias se van a dar a conocer y en esa masa anónima de papeletas terminará imponiéndose un candidato. ¿Oficialista u opositor? Imposible predecirlo. No hay ningún futuro escrito de antemano pero tampoco hay futuro si los hombres no apostamos por algún futuro posible. No nos ha sido dada la facultad de adivinar, pero si la facultad de creer y de saber que todo futuro, el mejor o el peor, siempre depende de nosotros.

martes, 3 de agosto de 2010

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y EL ACOSO DEL PODER

Los movimientos sociales ponen el acento en el mundo de la vida y escapan a la forma tradicional de la política. La patrimonialización de los movimientos sociales por sus dirigentes es parte de nuestra mediocre cultura política.
Existe una sólida corriente de opinión que sostiene que las modernas democracias necesitan una fuerte presencia de la sociedad civil para evitar que la lucha entre los partidos políticos ocupe todo el espacio de la política. La politóloga Chantal Mouffe sostiene que la sociedad se vuelve más democrática en la medida en que se preserva la diversidad.
La “reapropiación” de la esfera política por las fuerzas y movimientos que emanan de la sociedad civil debe ser defendida. Los movimientos sociales ponen el acento en contenidos del mundo de la vida y escapan a la forma tradicional en que se codifican las diferencias políticas (izquierda/derecha; liberal/conservador).
Con el propósito de que estos movimientos no pierdan la esencia que los caracteriza, sus adherentes reivindican ciertos valores que los alejan de los sistemas de lealtad que caracterizan a los partidos políticos.
Como señala Claus Offe, (“Partidos políticos y nuevos movimientos sociales”, Editorial Sistema) “de entre esos valores, los más preeminentes son la autonomía y la identidad en oposición a la manipulación, el control, la dependencia, burocratización, regulación, etc.”. La defensa de la autonomía tiene en la Argentina un valor especial, dada la tendencia de nuestro régimen presidencialista a incorporar a la cola del cometa presidencial a todos los pequeños partidos o movimientos sociales que toleran ser absorbidos. Luego, cuando quedan bajo la hegemonía presidencial terminan disueltos por la propia dinámica del poder, que los quema como a las partículas que conforman la cola de los cometas.
Como algunos adherentes de los movimientos sociales toman conciencia prematura de los riesgos que entraña buscar el amparo oficial, la consecuencia inevitable es la división interior. Los responsables de estos desencuentros son naturalmente los dirigentes que por error estratégico o cálculo de conveniencias se suman frívolamente al cometa presidencial.
Un ejemplo de todo lo expuesto se puede encontrar hoy en los enfrentamientos que dividen a la CTA y a las Madres de Plaza de Mayo. En el primer caso, el acercamiento ostensible al “gobierno popular” de su actual secretario general, Hugo Yasky, y su incomprensible afinidad con los elementos más destacados del sindicalismo mafioso colocan a la CTA al borde de una dolorosa ruptura.
En lo que se refiere a las Madres de Plaza de Mayo, la proverbial incontinencia verbal de su presidenta, Hebe de Bonafini, y su clara adscripción a la política de los “cristinos” ponen al resto de adherentes en una situación sumamente incómoda. Esta patrimonialización de los movimientos sociales por parte de dirigentes que los utilizan como plataformas de proyección personal, forma parte de nuestra mediocre cultura política.
Los valores de los derechos humanos, de la paz, de la calidad institucional, sólo se pueden preservar en el marco del respeto político a otros valores como el de la autonomía, identidad y autenticidad.
Dada la notoria incapacidad estructural de las instituciones políticas para actuar eficazmente frente a violaciones a los derechos humanos, privaciones sociales y a los riesgos y amenazas que se ciernen sobre el entorno, más nos vale que los movimientos sociales sepan resistir el acoso obstinado del poder.
Aleardo Laria

lunes, 2 de agosto de 2010

BASTONAZOS AL CONOCIMIENTO

44 años de la noche de los bastones largos.

La destrucción y apaleo a los exponentes de los "años dorados" de desborde de conocimiento y la investigación científica en Argentina allá por los 60, hoy sigue siendo motivo de preocupación de la comunidad académica, que aún trata de sobreponerse y recobrar talentos.
Los golpes de los bastones policiales en las cabezas de eximios profesores y científicos argentinos, el 29 de julio de 1966, durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, fueron tan fuertes y simbólicamente tan humillantes –fue la primera vez que irrumpieron en una institución soberana– que aún exhiben cicatrices.
A 44 años de la conocida y condenada "Noche de los bastones largos", y tras la "labor" de la dictadura del 76 en eliminar personas y pensamientos, la universidad argentina continúa una ardua lucha contra el prolongado silencio, el exilio y la desarticulación de laboratorios y cátedras.
Uno de los íconos de esa noche, en la que sin permiso judicial irrumpieron por primera vez en las universidades las fuerzas policiales, fue el matemático Manuel Sadosky, para algunos el "padre de la computación" en Argentina, uno de los apaleados, por entonces vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas entre 1958 y 1966. Sadosky, quien falleció en el 2005 a sus lúcidos 91 años, creó en su gestión el renombrado Instituto de Cálculo y, con el apoyo del ex premio Nobel Bernardo Houssay, que entonces presidía el Conicet, importó la primera gran computadora del país y de América Latina, llamada Clementina y medio de innumerables investigaciones matemáticas, así como también sociales y económicas.
El científico recordó en un diálogo con la agencia DyN que "Clementina ocupaba un pabellón íntegro" de la Facultad, respecto a su tamaño.
La "Noche de los bastones largos" dejó numerosos heridos, cientos de detenidos y más de 300 docentes expulsados que tomarían el camino del exilio.
No fue casual la irrupción y la represión policial a quienes lideraban el conocimiento académico y de la ciencia en América Latina, eran condecorados por las academias mundiales y admirados en otros países desarrollados.
Entre 1956 y 1966, las universidades argentinas conocieron la década de mayor esplendor y reconocimiento internacional, con más de medio siglo de vigencia de la reforma de 1916, que le otorgó autonomía a las casas de altos estudios públicas del resto de los poderes del Estado y el gobierno tripartito: docentes, alumnos y graduados. Por esos años, se consolidó la explosión del libro universitario a partir de la creación de Eudeba, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires, con el lema de su gerente general Boris Spivacow: "Libros para todos".
También se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) y nuevas carreras, algunas vinculadas al desarrollo económico nacional. Onganía, que había derrocado al gobierno democrático del médico radical Arturo Illia, inició la autodenominada Revolución Argentina, con un foco particularmente violento en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales, por entonces enclavada en la Manzana de las Luces, y de Filosofía y Letras de la UBA.
Los gendarmes golpearon brutalmente al alumnado, profesores y graduados, haciéndolos pasar bajo una doble fila de bastonazos a la salida de los edificios.
Fueron detenidas 400 personas y destruidos laboratorios y bibliotecas.
Se calcula que en total emigraron 301 profesores universitarios, 166 se insertaron en universidades latinoamericanas, básicamente en Chile y Venezuela; otros 94 se fueron a universidades de los Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico; los 41 restantes se instalaron en Europa.
Estos datos históricos aún no fueron revertidos, ya que Argentina sigue todavía golpeada por el flagelo de la denominada "fuga de cerebros" y el rearmado de la vinculación "investigación- docencia", en las históricas casas de altos estudios.
Laura Hojman