sábado, 29 de enero de 2011

El regreso de la patria sindical

Se toma una dosis de un poder sindical ilimitado y otra similar de complicidad oficial, se le agregan cantidades de piquetes y de bloqueos, condimentados por las patotas de siempre, se mezcla todo lentamente mientras se le añaden muchos fondos para las obras sociales, de esos que se consumen sin control, y varias rodajas de una dulce perpetuidad en sus cargos para esos líderes gremiales que supimos conseguir. Finalmente, se bate con energía y se sirve a una temperatura muy caliente para que lo disfruten unos pocos y lo padezca gratuitamente la mayoría de la sociedad.
Así podría ser la receta del indigerible cóctel que ofrece el sindicalismo peronista a la sociedad argentina. Por lo menos la que presentó durante muchas etapas de la historia reciente de nuestro país y que en estas horas parece el trago de moda del verano, a fuerza de noticias tan poco frescas como el asesinato de un gremialista, los nuevos bloqueos contra las cerealeras y contra una distribuidora de diarios, y la batalla campal en el peaje de Parque Avellaneda entre militantes moyanistas y mercantiles.
Ayer no fue un buen día para los que creen que el inmenso poder que se le dio a Hugo Moyano está siempre justificado. Con la excepción del crimen de Roberto Roger Rodríguez, del gremio de obreros de maestranza, del que no se puede acusar al líder de la CGT, en el resto de las protestas que desbordan de ilegalidad y de violencia hay rastros que remiten a la forma en que construyeron su tinglado de poder el dirigente camionero y sus aliados. Y que muchas veces parece dejar mal parado al mismo gobierno que lo apoya. Incluso deja la sensación de que semejante estructura, a la que sólo Moyano parece controlar, condiciona a la presidenta Kirchner y a quien eventualmente la suceda.
El problema, para muchos, es el agotamiento de un modelo sindical rancio, siempre sostenido por el poder político. Un modelo que prohíja dirigencias confiables, aun a riesgo de que ese poder termine como un mero rehén. No es casual que, desde el mismo peronismo, Eduardo Duhalde haya dicho que si gana las elecciones se propone "cambiar cinco o seis leyes" porque en el sindicalismo "hay sectores que han ido ganando derechos que perjudican a los argentinos".
Es cierto que la Corte Suprema le dio un golpe en 2008 con el fallo que permite que cualquier trabajador pueda ser delegado aunque no esté afiliado al gremio: así se le puso límites al monopolio sindical, pero también le abrió las compuertas a dirigencias menos dóciles y que favorecen algo que el historiador y periodista Santiago Senén González llama "la pelea permanente por la representación, en donde todos los temas terminan yendo a las bases para ser discutidos".
Ese es el fenómeno que está estallando entre los delegados de los subtes o de los ferroviarios, donde la dirigencia tradicional pierde predicamento. Cuando se le suman pocos canales de diálogo o una intervención interesada del Ministerio de Trabajo, los procesos suelen terminar en violencia, como sucedió en el duro conflicto de Kraft o en el de los trabajadores tercerizados del Roca, que finalizó con la muerte del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y que desnudó los lazos políticos y económicos de la Unión Ferroviaria y el Gobierno.

Hay varios factores que complican este cuadro: comenzó un año en el que se elegirá el nuevo presidente y en el que el oficialismo no tiene garantizada la victoria, por lo que muchos creen que apenas comienzan los aprestos de combate de muchos sindicalistas para reacomodarse en el poder. También se dará la pelea para determinar quién será el mandamás en el PJ, con la ausencia de un líder excluyente que había acumulado mucho poder, como Néstor Kirchner. El otro escenario que promete efervescencia será el salarial. En marzo se reabrirán las negociaciones paritarias, pero Moyano ya advirtió que "no habrá pisos ni techos" en las tratativas, mientras el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, dijo que hablar de aumentos del 30 o 35%"no aporta racionalidad".
Hay que retrotraerse a los años de Raúl Alfonsín para encontrar al sindicalismo asociado con tanta intolerancia como hoy, pero en esa época, en la que no existían los piquetes, se expresaba con paros y movilizaciones. Hoy este gobierno que reivindica el setentismo ha permitido, aun a riesgo de ser una de sus víctimas, que se fortalezca casi sin límites uno de sus rivales ideológicos de aquellos años: la patria sindical.
Ricardo Carpena

lunes, 24 de enero de 2011

El mono gramático

Octavio Paz escribió un libro con un título contundente: El mono gramático. Nadie duda de que somos animales de lenguaje. Hablamos, y si no lo hiciéramos, nada nos destacaría del conjunto de los seres vivos conocidos. Usamos símbolos y los símbolos nos constituyen. En la década del sesenta del siglo pasado, la filosofía se dedicaba a extraer todas las verdades posibles de la primacía del signo. Se lo llamaba significante, grafo, escritura, traza, marca, reja, grilla, huella, monema, semantema, morfema, discurso, acto de habla, etc. Disciplinas como la semiótica, la semiología, la lingüística, la fonología, el psicoanálisis, marcaban el rumbo de la cultura. La filosofía anglosajona, de acuerdo a su versión del legado de Wittgenstein, se abocaba al análisis del lenguaje y se ofrecía como terapia de las desviaciones lingüísticas. Toda la tenaza académica abría sus pinzas para apresar la palabra.

Pero en la misma época existía algo que se llamaba contracultura. Y ésta no tenía el grafo como estandarte, sino el cuerpo. Más aún, tomaba distancia y criticaba el panlingüismo cultural. En el quiebre de la palabra emergían los fenómenos alucinatorios gracias a las experiencias con la mescalina, el lisérgico, el peyote y sus hermanos menores como el hachis y la marihuana, que junto a la música y al “living theatre” abrían el campo de la percepción. Y aquello que se presentaba era una dimensión del mundo en la que la palabra quedaba chica. Las letras reducidas a su verdadera materialidad eran nada más que cosas, garabatos sobre soportes toscos, signos carentes de volumen, de belleza, de imagen englobante. Puro artificio, insuficiencia vital y abulia. Un plano de intensidad casi nula frente a lo que se mostraba brillante, incandescente, vibrante, una vez abiertas las puertas de la percepción. El yoga, la meditación trascendental, el budismo venían al rescate del mono gramático, cansado de palabras planas, y ofrecían el silencio y la ligereza del orientalismo.

Todo esto era el “cuerpo”, la otra cara del símbolo instrumental. El grafo: herramienta apta para el poder y el saber, e inútil para el ser. Por supuesto que en esta contracultura se jugaba una ilusión de completud y un acceso sin mediaciones a un todo. ¿Por qué no? Ese clamor de inocencia, ante la sabiduría basada en el sentido común del relativismo o en el cinismo astuto de quienes hablaban de la castración simbólica y de las trampas de lo imaginario, no iba por eso a sonrojarse ni resignarse a que el hombre no fuera un ser de intensidades. “¡Queremos más!”, nos dice la sangre. “Tengamos menos”, nos advierte el sabio. Pero el mono gramático no dice ni una cosa ni la otra, sólo sostiene el infinito del lenguaje, el murmullo inacabable del “sema” a costa del “soma”.

Fue en momentos en que se daba este diálogo de sordos entre filósofos del lenguaje y cultores del cuerpo y de la visión, que irrumpen Gilles Deleuze y Michel Foucault, con una nueva idea. La expresan en dos obras: El Antiedipo y La voluntad de saber, escritas entre los años 1972 y 1976. Deleuze se inspira en la literatura sobre la esquizofrenia y la que describe el comportamiento de los animales: la etología. Vuelve el cuerpo pero no como una entidad mística o furor poético sino como idea de territorio, línea de fuga, aparatos de captura. Toda una línea de pensamiento en la que el movimiento y la velocidad, la agudeza en la percepción de las situaciones, la visualización de la salida en caso de peligro, las líneas de fuga que es necesario encontrar cuando los sistemas se presentan con alta consistencia y baja porosidad, o sea como muros, es decir un pensamiento en acción que tiene a las multiplicidades de protagonistas.

Foucault distingue el ars erótica, cuya finalidad es maximizar el placer, de la ciencia sexualis, de la que deriva una operación hermenéutica. Marca la diferencia entre la simbólica de la sangre y la analítica de la sexualidad. La primera nos introduce en un universo de fantasmas que evocan al incesto, a la muerte, a la pureza y a la mezcla de sangres, a los sistemas de filiación, a los tótems y los tabúes que incitan a la transgresión y a la culpa. La segunda depende de dispositivos biopolíticos que de acuerdo a las disciplinas que intervienen subsumen los cuerpos a la historia. Gestionan la reproducción de la especie en relación con los sistemas económicos y sus objetivos de poder. La mortalidad, la natalidad, la salubridad, las migraciones, de las poblaciones derivan la sexualidad de las necesidades de control de sociedades complejas.

La aparición de estos dos textos produce una ruptura en el espacio de un pensamiento en situación de clausura. Entre el cuerpo desnudo, el grito primario, la iluminación disolvente y, por otro lado, la palabra especular, el sujeto barrido, la condena narcisista y el rumiar interminable de la filosofía analítica, estos dos filósofos elaboraron sus textos y abrieron el campo de la palabra.

No importa si somos hablados, ya que hablamos y el azar existe. Si supiéramos todo lo que vamos a decir, nos convertiríamos en un personaje aclamado por la contemporaneidad: el burócrata. El inconsciente no es un Deus ex machina. El mundo aparentemente vano del mono gramático no deja de incitar a nuevas aventuras. Deleuze y Foucault en sus textos y sus clases no decían más que atrévete a hablar, atrévete a escribir, a pensar y a decidir. No busquen el saber. Pero nadie debe obedecer un mandato de ignorancia ni delegar en otros el conocimiento. No hay por qué perder el alma por la bendita pasión de la curiosidad. Mirar por el ojo de la cerradura es un gesto prometeico. Robar el fuego, espiar, preguntar, replicar, hasta mentir, son actos no de sabiduría sino de coraje. El saber es lo que se da por añadidura. No es un botín sino un exceso o un resto. Estos dos maestros occidentales recuperaron el cuerpo al hacer del mundo de palabras redes de deseo y de poder. Montaron la escena de los únicos universales activos: las pasiones. Por eso invocaron a Spinoza y a Nietzsche. Pusieron en entredicho los baluartes que sostienen el pensamiento filosóficamente correcto que teoriza y construye argumentos que justifican el Estado, las Ideologías, las Clases Sociales, las Familias, el Sentido y la Verdad. Frente al rumiar sombrío de palabreros, poetastros, canónigos y positivistas, Deleuze y Foucault se mantienen jóvenes, del único modo en que los monos gramáticos lo son. Bailando en la orilla.
Tomás Abraham

viernes, 21 de enero de 2011

Pueblos Originarios y Derechos humanos

Cuando se trata de pueblos indígenas se ejercita un doble estándar: los derechos humanos son para sectores urbanos, medios y, en lo posible, blancos. Esa discriminación la denuncian desde hace años los pueblos originarios. “El genocidio indígena está invisibilizado por una cuestión de clase social y de etnia”, afirmó en 2008 el juez de la Corte Suprema de Justicia Raúl Eugenio Zaffaroni. Y retrucó: “En la última dictadura militar se avanzó sobre un sector de clase media activo en política, inclusive con un segmento universitario. Por ello se lo reconoció fácilmente como genocidio. Todo depende del sector social que sufre la represión y de su capacidad para hacerse oír en público”.

El diaguita Javier Chocobar fue asesinado en Tucumán el 12 de octubre de 2009. Sandra Juárez, campesina santiagueña, murió el 13 de marzo de 2010 cuando enfrentaba una topadora. El qom Roberto López fue asesinado el 23 de noviembre cuando la policía de Formosa reprimió un corte de ruta donde se reclamaba por tierras ancestrales. El gobernador Gildo Insfrán es aliado incondicional del Gobierno Nacional. Quizá por eso ningún funcionario del Gobierno cuestionó la represión al pueblo originario. Al contrario: el jueves al mediodía la presidenta Cristina Fernández de Kirchner compartió una videoconferencia con Insfrán, transmitida en directo por Canal 7. Abundaron las sonrisas y felicitaciones por la inauguración de una obra eléctrica. Ninguna mención hubo sobre el asesinato. En ese mismo momento, en la comunidad indígena se daba sepultura a Roberto López y el discurso gubernamental de defensa de los derechos humanos entraba, quizá como nunca antes, en el mundo de la hipocresía.

“Este Gobierno no reprime la protesta social”. Lo dijo el ex presidente Néstor Kirchner infinidad de veces. Lo repitió (y repite) la Presidenta, ministros, legisladores. Siempre fue una afirmación cuestionada por sectores sociales de izquierda y siempre fue, también, la bandera de los intelectuales orgánicos del kirchnerismo. Ningún intelectual o periodista que apoya este Gobierno denunció el asesinato y la directa vinculación del gobierno nacional. Algunos, los menos, llegaron hasta Insfrán. Pero no a la responsabilidad de la Casa de Gobierno.

Gildo Insfrán fue vicegobernador de Formosa entre 1987 y 1995. Ese último año asumió la gobernación, cargo que mantiene hasta la actualidad. Veintitrés años en el poder provincial. Nada que envidiar a los gordos sindicales. Insfrán apoyó a Menem, a Rodríguez Saa y a Duhalde. Y fue de los primeros gobernadores en respaldar a Néstor Kirchner. Sobrevinieron siete años de apoyos mutuos.

Dentro de los espacios indígenas de Argentina, Formosa es vista como uno de los paradigmas de la represión y hostigamiento permanente. Desde hace décadas las comunidades y organizaciones sociales denuncian el régimen, que muy poca difusión tiene en los medios de tirada nacional. “Exigimos respeto” es el título de la investigación de Amnistía Internacional sobre la situación de los pueblos originarios de Formosa, donde describe la violación sistemática de derechos humanos, el despojo de territorios ancestrales, la pobreza estructural y un aparato político-estatal que margina y coacciona a los pueblos indígenas. Durante dos años Amnistía trabajó junto a comunidades originarias de la provincia y comprobó la violación de derechos constitucionales, omisiones del derecho internacional, maltrato y discriminación institucional, y coacciones propias de la dictadura militar: seguimientos policiales intimidatorios, amenazas anónimas y secuestro de personas. “El gobierno provincial no sólo ha contribuido a la violación de derechos, sino también a reforzar la situación histórica de discriminación, exclusión y pobreza de las comunidades indígenas”, afirma Amnistía.

La Jefatura de Gabinete, el Ministerio de Justicia, el Ministerio del Interior y el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (dependiente de Desarrollo Social) recibieron la investigación de Amnistía. Nada hicieron.

En abril de 2009, y durante un prolongado corte de ruta, indígenas del Pueblo Wichi también murieron en la ruta formoseña. María Cristina López, de 22 años, y Mario García, de 48. Ambos pedían lo mismo que la Comunidad La Primavera, respeto a sus derechos (consagrados por frondosa legislación nacional e internacional) y, sobre todo, exigían territorio. Murieron de mezcla de hambre, frío y enfermedades curables en centros urbanos. Los medios nacionales no dieron cuenta de esas muertes. Muchos menos el gobierno nacional.

Chocobar, Juárez y López, sólo tres de una larga lista, no eran clase media urbana. Sus muertes no cuentan (para muchos sectores) como violación a los derechos humanos.

Luego del asesinato de Mariano Ferreyra, oficialismo y oposición se tiraron culpas sobre quién cargaría con la muerte y el costo político. La clase política y la corporación periodística tiraron pescado podrido según su conveniencia. Todos querían despegarse de José Pedraza. Luego de la represión formoseña nadie del oficialismo necesitó esbozar una diferencia. Asumen, y actúan en consecuencia, que el kirchnerismo es Insfrán, que Insfrán es el kirchnerismo. Y que el costo político y social del asesinato indígena no se asemeja a otras muertes. Un indígena no es comparable, creen, con María Soledad Morales, Carlos Fuentealba, Darío y Maxi. Un asesinato indígena pareciera no tener costos políticos.

Sin embargo, la complicidad de Cristina Fernández de Kirchner con Gildo Insfrán no es la mayor responsabilidad con la que debe cargar el kirchnerismo. Las causas profundas de la represión a los pueblos originarios y las comunidades campesinas es el modelo extractivo: monocultivo de soja, minería a gran escala, monocultivo de árboles, agrocombustibles y el avance de la frontera petrolera son políticas de Estado. El menemismo creó la ingeniería legal para esas industrias, y el kirchnerismo es la continuidad y profundización de ese modelo extractivo.

Sólo dos ejemplos concretos: el monocultivo de soja y la minería nunca antes crecieron tanto como en estos últimos siete años. Nunca antes se usaron tantos agroquímicos, se desmontó y se explotó recursos naturales como en la última década. Y el avance de estas industrias implica el avasallamiento de las poblaciones rurales pobres, con la violación de derechos humanos a cuesta.

En Argentina, y también en el continente, el modelo extractivo avanza y se fortalece con el apoyo de los gobiernos provinciales y nacional.

Los pueblos indígenas y campesinos tienen múltiples diferencias, pero una gran coincidencia: la necesidad del territorio, y el convencimiento para defenderlo. La conflictividad rural es una consecuencia lógica, y la represión es la respuesta estatal y privada a esa resistencia.

Salta, Misiones, Santiago del Estero y Chaco no tienen mucho que envidiar a Formosa en cuanto al tratamiento represivo de campesinos e indígenas. Todas provincias alineadas con el gobierno nacional. Al igual que San Juan y La Rioja, donde la represión recae sobre asambleas socioambientales que rechazan la minería. La oposición también hace lo suyo: Neuquén, Río Negro y Chubut siguen el ejemplo represivo de Formosa y tampoco merecen la crítica de la Presidenta.

La muerte de Néstor Kirchner fue el hecho que motivó a intelectuales y periodistas para repasar y remarcar las justas medidas que el Gobierno tomó en favor del pueblo.

El asesinato de Roberto López, originario del Pueblo Qom, debió ser (al menos para quiénes dicen estar del lado del pueblo) el momento justo para denunciar la violación de derechos humanos y, sobre todo, la complicidad política que ocasiona esos asesinatos.

Optar por el silencio es muy parecido a decir que los pueblos originarios “algo habrán hecho”.
Darío Aranda.

martes, 18 de enero de 2011

No estamos condenados al éxito

Comenzó un año en el que hay que decidirse. Si las opciones sólo son un kirchnerismo ortodoxo o uno prolijo, la Argentina de 2012 fugará hacia adelante. No aprovechará la nueva oportunidad para dar el salto.
Comenzó un año crucial para el futuro político y económico argentino. Si todo se desenvuelve de acuerdo a lo previsto, en octubre se votará por la continuidad o no del “modelo K/C”. Sin embargo, escuchando y leyendo las declaraciones de algunos políticos oficialistas y opositores, parece que más que la continuidad o no del modelo, lo que se votará será la “forma” de ejercerlo.
Los oficialistas dan por sentado que el esquema de política económica desarrollado hasta aquí puede prolongarse sin cambios. Insisten en profundizar, más que en modificar. Algunos de la oposición, en especial desde el radicalismo, manifestaron compartir muchos de los lineamientos seguidos hasta aquí, difiriendo sólo en “matices” o en el “estilo confrontativo” del gobierno actual.
Es decir, tanto oficialistas como algunos opositores piensan que los próximos años pueden transcurrir, desde la economía al menos, con alta inflación, un sistema de precios de bienes y servicios “intervenido” discrecionalmente, un esquema de subsidios creciente, regresivo y regionalmente desequilibrado; con el uso de las reservas del Banco Central para cancelar deuda del Tesoro, tenedores de bonos, y reemplazarla por deuda con tenedores de depósitos bancarios o pesos.
A esto se le suma un sistema previsional que disimula su quiebra con estafas a jubilados y pensionados o con mecanismos de financiamiento transferidos desde el sistema impositivo general, inversión pública direccionada desde el capitalismo de amigos, servicios públicos brindados desde una autoritaria base contractual, entre otros temas.
Esta percepción extendió también a la sociedad que, si bien empieza a manifestar preocupación en torno al problema inflacionario y a la débil calidad de la provisión de servicios, todavía considera a los “beneficios” del actual sistema superiores a los costos.
Es probable que los economistas tengamos alguna responsabilidad en esta visión. Insistimos en que la bonanza de estos años se logró “a pesar de los Kirchner” y damos la impresión de que se haga lo que se haga, la Argentina crecerá indefinidamente gracias al mundo y al yuyito, y que los “efectos colaterales” de este proceso son fácilmente reversibles.
La Argentina está ante una nueva gran oportunidad y tiene en su sector privado y en algunas islas del sector público la capacidad y los instrumentos como para aprovechar este entorno. Pero no basta con un “kirchnerismo prolijo”.
De la misma manera que en el ’99 no servían ni “la devaluación sin programa” que proponía el peronismo ni el “menemismo prolijo” en que terminó el radicalismo ayudado por algunas figuras mediáticas, en 2011 no alcanza con la disyuntiva entre un “cristinismo ortodoxo”, continuidad del “kirchnerismo pragmático”, y un “kircherismo no confrontativo”.
La Argentina de 2012 en adelante necesitará un giro de 180 grados, en políticas claves, desde la macroeconómica hasta la energética. Si los líderes políticos no empiezan a internalizarlo y pregonarlo y nos quedamos con que “hagamos lo que hagamos estamos condenados al éxito”, las elecciones pasarán a ser un escape hacia adelante, en lugar de un punto de partida.
Enrique Szewach

sábado, 15 de enero de 2011

En los camarines

Hay un sector importante del periodismo que se desespera por encontrar un candidato con posibilidades de derrotar a Cristina Fernández. Ya no sabe qué hacer para dar con el sujeto. Tiene grandes dificultades por ocultar lo que verdaderamente sucede. No se sabe si fue el siroco de Venecia, el zonda del Noroeste o la sudestada del Río de la Plata, pero lo cierto es que la esperanza para que naciera una alternativa al kirchnerismo se esfumó. Voló el pichón del nido y junio de 2009 parece pertenecer a la prehistoria. Le es tan difícil a la gente de buena voluntad hacer un panqueque sabroso de un solo huevo opositor –para seguir con un ejemplo avícola– con Duhalde, Macri y Scioli, que el esfuerzo parece vano. Un Duhalde pastor de almas que habla de Dios, o convertido en un pacifista que anuncia que hay un nuevo Ghandi en Lomas de Zamora o en una quinta de San Vicente, no deja de tener, a pesar de su beatitud, mala imagen. Mauricio Macri promete volver a dirigir los destinos de Boca y ser candidato a presidente de la Nación, sin dejar de proteger a los vecinos porteños. Tres oficios para una misma ineptitud. Por el momento, el futuro ex jefe de Gobierno de la Ciudad cambia de sentido avenidas y calles con el riesgo de que los peatones caminen por el pavimento y los colectivos circulen por la vereda. Scioli, Daniel y no Pepe, por su lado, no puede dejar de decir que es argentino y que está para trabajar.

Y, claro, Cobos se pinchó. Ya nadie sabe cómo volver a inflarlo. Hay globos con poco aire. Se lo lanzó a la estratósfera con la 125, y se fue cayendo arrugado. Por eso es tan importante la encuesta difundida por Clarín el pasado siete de enero que reprodujeron varios medios. Si lo publica el monopolio que contrata a la confiable Management & Fit, podemos hacer una lectura de datos, sin pensar que son tendenciosos. Si sumamos la intención favorable a la Presidenta con los indecisos, los famosos “No sabe-No contesta”, nos da un ochenta por ciento. ¿Cómo interpretar esta suma? Si a Julio Cobos quiere votarlo un argentino de cada cien, a Alfonsín Jr. tres, a Macri tres y medio, a Duhalde dos y un tercio, a Scioli uno y monedas, si les agregamos los pedacitos que les dan a algunos de ellos las comas al lado de los enteros, apenas superan el diez por ciento en un ballottage. Es poco. Tan poco, que da para pensar: ¿cómo interpretar esta resta?

Si la mayoría de los argentinos odiara este régimen que nos gobierna, si se opusiera a su continuación, es casi seguro que encontraría en algunos de los que lo enfrentan un atributo positivo, que hoy parece no rescatar. Pero no sólo se trata de que no haya un líder que los seduzca, sino que a nadie se le ocurre que algún candidato o partido pueda hacer mejor su tarea para superar las dificultades actuales que el Gobierno en funciones.

Este gobierno que ha presionado a la prensa, que ha distribuido a discreción los dineros públicos para comprar opinión, que ha descabezado a un ejército derrotado hace años, que no ha podido mejorar la institución policial, que es más una amenaza que una protección, que oculta los manejos de cifras multimillonarias en poder de funcionarios impunes, que jamás ha rendido cuenta de cientos de millones de dólares de dinero público en forma de bonos santacruceños, que falseó las estadísticas, que protegió a burocracias sindicales que así pudieron disponer del dinero de sus afiliados para enriquecerse aún más que antes, que dio orden de largada para inscribirse como socio vitalicio en la protesta social y embromar cada día a millones que van al trabajo o de vuelta a sus casas una vez que alentó a que se cortara el puente con Uruguay durante años antes de someterse a la legislación internacional, que derrochó la buenaventura que nos proporcionan la soja en alza y el real brasileño caro, al no mejorar el desarrollo humano de los argentinos –es decir hábitat, salud y educación–, que ha torcido la historia para sacarse la foto junto a familiares de víctimas de la dictadura y ponerse del lado de los oprimidos, que ha hecho negocios familiares para aumentar su patrimonio durante el ejercicio del poder, este Gobierno parece tener una imagen infinitamente mejor que sus adversarios.

Parece que la “inseguridad” no da suficientes votos. Se insiste en que es el mayor problema para los argentinos. Nadie puede dudar de eso. Los candidatos se agarran de ella como bebés antes del destete. ¿Se acuerdan de Mr. Chance, el personaje de Desde el jardín, con Peter Sellers, el hombre cuya realidad se la dan los canales de televisión? Hay tantas sensaciones hoy en día, que a la sensación de inseguridad se le ha sumado últimamente la sensación de que no hay nafta. Debe ser por eso que también tenemos la sensación de que no hay oposición. Sin embargo, hay que darles peso a los que dicen que tienen miedo de que los asalten y maten. Más miedo tienen a quedarse sin trabajo o a cerrar sus negocios.

Los economistas no pueden entender por qué la gente no sale a la calle contra la inflación. Si es verdad que es una fábrica de pobres y una peste que contagia hambre, ¿cómo puede ser que el pueblo no defienda su poder adquisitivo y pida bajar el gasto público? Si se sabe que los servicios están subsidiados, ¿cuál es el motivo de que las masas no pidan que se sinceren y vayan ajustando, de a poco, los valores a sus verdaderos costos?

Indudablemente, hay un problema energético. En nuestro país se consume demasiada luz y gasolina y se invierte poco en generación y exploración. ¿Por qué la ciudadanía no pide mejores obras de infraestructura y no tanto crédito para electrodomésticos? ¿Será un problema de educación?

Pero el periodismo opositor no tiene que desesperar. La opinión pública confirma la visión del gran Platón. Es el reino de la apariencia. Cambia constantemente. No perdura. Como hoy en día todo el mundo, menos el Peronismo Federal y PRO, es de centroizquierda, quizás pueda constituirse un frente progresista y republicano que despierte entusiasmo en los electores. El problema es que el partido radical si se presenta sin aliados no sólo tiene mala prensa, sino peor historia. Ni la oposición más acérrima confía en ellos. ¿Se imaginan una fórmula Ricardo Alfonsín-Ernesto Sanz? ¿Cuántos votos sacarían? ¿Y Cobos-Alejandro Sanz?, a esta última fórmula le iría algo mejor con la nacionalización del cantante español. Como dije, no hay que desesperar. Todavía falta el despertar de Solá y De Narváez. Y es posible que la Presidenta haga caso de un pedido familiar y no compita en la próxima elección. Hasta ese momento, no hay que tirar la toalla. Que los columnistas opositores no se depriman, y que los oficialistas no canten victoria.

En una de ésas, los “No sabe-No contesta” dan el batacazo y eligen a un rejunte de pequeños por cientos y de migas hagan un pan.

Narciso Ibáñez Menta es nuestro homenajeado de hoy, con su inolvidable interpretación del Fantasma de la ópera, voz de pozo ciego o de subsuelo, en su recorrido trasnochado por los pasillos del teatro rompía el silencio con la frase que inicia esta nota. ¿No hay nadie en…? Por ahora, no.
Tomás Abraham

jueves, 13 de enero de 2011

El error de la prensa militante

En un país políticamente dividido no sorprende que el periodismo esté dividido. Como en otras democracias polarizadas de América latina, las divisiones políticas atraviesan el periodismo argentino. Como nunca desde la restauración democrática, la profundización de diferencias, peleas públicas y acusaciones cruzadas entre periodistas y medios de prensa cobraron notoriedad.
Dentro de este debate, se ha reflotado la idea del "periodismo militante" como modelo deseable. A pesar de ser comúnmente utilizado en la política argentina, no es claro qué significa "militante" cuando se usa para adjetivar al periodismo. ¿Es aquel que defiende un gobierno o partido más allá de errores, secretos y contradicciones? ¿Es el que defiende sus convicciones sin importar cómo las demandas sociales se transforman en políticas públicas? ¿Es ideológicamente puro o es una criatura de la realpolitik dispuesta a tolerar cualquier negociación política? ¿Es el periodismo que informa sobre cuestiones que estrictamente calzan en la agenda política de un partido o gobierno? ¿Es el periodismo que, autonombrándose voz legítima de la voluntad popular, ignora que lo "popular" representa una sociedad civil con múltiples demandas, necesidades, conflictos e intereses?
La idea de "periodismo militante" como apéndice de un partido o gobierno es problemática para la democracia no necesita una prensa que sirva de portavoz de ningún oficialismo.
Idealmente, el periodismo debe ser escéptico frente al poder y no ser crítico según el color político o ideológico de quien detente el poder. Debe mostrar los datos de la realidad porque los gobiernos y partidos tienden a producir y creer en sus realidades. Debe investigar los pliegues del gobierno porque el poder inevitablemente mantiene lugares oscuros. Debe poner la lupa sobre problemas que necesitan atención pública y no justificar la noticia según la razón partidaria. Debe estimular a los ciudadanos a conocer lo que ignoran en vez de confirmar sus preconcepciones militantes. Debe incrementar oportunidades para la expresión de la ciudadanía y organizaciones civiles y no ser ventrílocuo de quienes están rodeados de micrófonos. Debe marcar los errores y olvidos a cualquier oficialismo y no ayudar a cubrirlos cualquiera sea la justificación. Como destacó Walter Lippmann, uno de los columnistas más influyentes en los Estados Unidos durante el siglo pasado: "Sin periodismo crítico, confiable e inteligente, el gobierno no puede gobernar".
El mejor periodismo no es aquel que marcha encolumnado detrás de un partido o gobierno. La última década de la prensa mundial confirma que el buen periodismo no tira rosas al paso de los funcionarios o barre la basura bajo la alfombra en nombre de la lealtad partidaria. El periodismo que denunció torturas en Abu Ghraib, mostró la desidia oficial durante la catástrofe disparada por el huracán Katrina, reveló recurrentes problemas de seguridad en la explotación minera global y analizó el casino del sistema financiero después de la crisis de 2008, se basó en principios similares: desconfiar de la palabra oficial, recoger información de forma independiente y mostrar una realidad desconocida por el gran público y ocultada por el poder.
En los Estados Unidos, el periodismo contemporáneo más interesante, como el que se practica en ProPublica, La Voz de San Diego, The Saint Petersburg Times o la Cadena Nacional de Radio Pública, cultiva las virtudes del periodismo como actor cívico más que como miembro orgánico de un partido. Ni The Independent o The Guardian, en Inglaterra, otros ejemplos del mejor periodismo actual, se ponen la camiseta de partidos o gobiernos, aunque frecuentemente toman posiciones claras (ubicadas a la izquierda del espectro político) sobre una amplia gama de temas.
Que el periodismo mantenga distancia del poder no implica que jamás indique aciertos oficiales o tenga convicciones y posiciones claras sobre determinados asuntos. La diferencia es informar sobre la base del compromiso con principios democráticos -igualdad de derechos, tolerancia a la diversidad, respeto a la diferencia de opiniones, acceso a oportunidades de expresión, rendición de cuentas, transparencia del uso de recursos públicos, participación amplia- o la adhesión a gobiernos de turno y plataformas partidarias.
Asimismo, las experiencias en otras democracias muestran que el "periodismo militante" privilegia la opinión frente a los datos. Si consideramos el caso de la cadena Fox en Estados Unidos o gran parte de la prensa española, vemos que la tendencia es ignorar datos que contradicen convicciones ideológicas. Se justifica presentar información sesgada para confirmar las certezas militantes y regocijar a los funcionarios aliados. El pensamiento crítico del periodismo es reemplazado por el acatamiento del militante. Cuando la opinión abunda, escasea el periodismo que recaba datos originales y verifica promesas y pronunciamientos políticos. Analizar información o hacer investigaciones propias es más costoso que aplaudir lo que dice el oficialismo o la oposición.
Contraponer el periodismo como guardián público frente al "periodismo militante" no implica asumir que la prensa sea efectivamente autónoma. En todo el mundo, el periodismo no es una isla, sino que es parte de redes complejas informativas, políticas, y económicas. La autonomía del periodismo, tan celebrada de izquierda a derecha, es difícil. Aún en los países donde la radiodifusión pública está sustentada en el principio de independencia del poder político (como la BBC o en los países escandinavos), el periodismo enfrenta dificultades constantes para mantener márgenes de independencia, especialmente cuando informa sobre temas que afectan a encumbrados intereses políticos y económicos. Esta realidad, sin embargo, no justifica abandonar la búsqueda de distancia frente a quienes toman decisiones que afectan a la ciudadanía. La credibilidad del periodismo radica en cultivar espacios de autonomía para informar algo que alguien con poder no quiere que se sepa.
Otra cuestión sensible es el financiamiento del "periodismo militante". ¿Quién paga por la producción cotidiana de noticia, información y opinión? Veamos las opciones. La opción del viejo periodismo partidario, en vías de extinción en el mundo, fue ser financiado por las grandes maquinarias políticas y los afiliados a los partidos. En la Argentina, con partidos en crisis perpetua y con crónicas dificultades financieras, esa posibilidad no parece viable. ¿Dinero de los lectores? Difícilmente sea posible. La última década de acceso gratuito a sitios informativos en Internet confirma que el público lector rara vez está dispuesto a pagar, aun cuando lee religiosamente y depende de ciertos medios para su dieta cotidiana de noticias. Somos un gran universo ávido de noticias, pero sin interés de pagar por el costo de producción, ni siquiera una contribución monetaria mínima. Otra posibilidad, actualmente en discusión en los Estados Unidos y algunas democracias europeas, es la filantropía como sustento del periodismo. Por el momento, esto no parece factible en nuestro país.
Las posibilidades restantes son las clásicas que han sustentado económicamente a la prensa en América latina: publicidad, fortunas personales y dineros públicos manejados por el oficialismo. Si es la publicidad, ¿cómo se condicen los intereses mercantiles con la militancia política? ¿La publicidad militante? ¿El capitalismo partidario? Si son las fortunas personales, es factible imaginar que los intereses individuales de los magnates no siempre coincidan con la mística e ideología militante. Y las fortunas personales invertidas en la prensa son proclives a los vaivenes económicos y acuerdos políticos puntuales.
Si los fondos públicos son el sustento del periodismo militante, obviamente, esto continúa un problema medular y de larga data de la democracia argentina: el uso discrecional de dinero del Estado para sustentar el periodismo oficialista y no, precisamente, el periodismo que sirve al público. Salvo que se intente, al igual que se hizo con diversa suerte en las democracias europeas (como en los Países Bajos), asignar fondos públicos a las fuerzas partidarias representadas en el Parlamento para que tengan su propio periodismo. Tal tipo de política requiere un consenso amplio entre los principales partidos sumado a una radiodifusión realmente pública, inclusiva y transparente. En un país polarizado y fragmentado en partidos y coaliciones que duran una elección, ésta es una ilusión más que una realidad.
Frente a los problemas, la debilidad o la inviabilidad de estas alternativas de financiamiento, ¿cómo se sostiene económicamente el "periodismo militante"?
Hoy en día, no hay modelo ideal de periodismo. Los ideales de la objetividad, la neutralidad y el abstracto interés público no tienen el lustre del pasado. Pregonados por el periodismo norteamericano y la radiodifusión pública inglesa a principios del siglo pasado, estos ideales ya no dominan el imaginario periodístico. Actualmente, hay múltiples periodismos inspirados por diversos principios. La explosión informativa y las presiones comerciales sobre las grandes empresas de prensa trajeron cambios en la concepción del periodismo e impulsaron la búsqueda de nuevas fórmulas. En las democracias europeas, conviven rezagos de la tradición de prensa ideológica con periodismos interesados por tomar distancia de los partidos. En Estados Unidos, la mesura de los diarios tradicionales se contrapone a la opinión ensordecedora de la televisión de cable. Estas tendencias existen en mundos periodísticos orientados a producir información sensacionalista y liviana, noticias rápidas más que sólidas o relevantes para la democracia, y titulares gritones que capturen la atención de la audiencia.
Dentro de este panorama, ningún periodismo que genera respeto dentro y fuera de las redacciones está embanderado con la militancia a favor de un gobierno o un partido. Esto se debe a la persistente sospecha de que el periodismo militante de un gobierno o montado sobre una plataforma partidaria está dispuesto a tirar la información por la borda en nombre de la lealtad y a ofrecer una visión de cerradura más que una visión amplia de la compleja realidad contemporánea.
El periodismo siempre informa desde un lugar determinado, no desde un utópico Olimpo alejado de la vida política y moral de la ciudadanía. Reconocer esta situación no implica abandonar la idea de que el periodismo debe procurar mantener distancia frente a los gobiernos y ser crítico de los dogmas perpetuados por quienes recitan sus verdades.
Se sacrifican los datos cuando la opinión desinformada domina y se usan anteojeras ideológicas para dar información que confirma previas convicciones. Parafraseando a Hannah Arendt, la libertad de opinión se convierte en farsa cuando se ignoran los hechos en función de la ideología o el poder. Tal situación requiere que el periodismo pugne por tener autonomía, respete los datos, y confronte a los gobiernos y ciudadanos con la información que ocultan, desconocen, o rehúsan saber. Esta debe ser la real militancia del periodismo.
Silvio Waisbord

miércoles, 12 de enero de 2011

Año nuevo, mañas viejas

En su mensaje de fin de año, la presidenta formuló algunas apreciaciones que, en boca de otra persona, se tomarían como humoradas.
Dijo, aparentemente sin ironía, que nunca la Argentina había tenido una mejor posición internacional en su historia. Y ponderó la institucionalidad de que goza nuestro país.
Casi simultáneamente a esta última afirmación, dictó dos decretos de necesidad y urgencia. Por medio del que lleva el número 2053 dispuso prorrogar el presupuesto del 2010 para el nuevo año, ante la falta de una ley del Congreso, a cuya orfandad contribuyó cuando, al enviar el proyecto normativo, caprichosamente ordenó a sus sumisos legisladores a no acordar con la oposición ni la más mínima modificación, cual si se tratara de un contrato de adhesión.
Los partidos opositores proponían hacerle algunos cambios para sincerarlo; por ejemplo, corregir la absurda estimación inflacionaria de un 7% anual. Pero desde Olivos llegó la orden al oficialismo de no ceder "ni una coma", lo que revela por sí solo qué extraño concepto de la institucionalidad tiene la primera mandataria.
Luego sucedieron los hechos de aquella tenebrosa noche en la cual en el Congreso fracasó la tentativa de prodigar generosas ofertas para cooptar voluntades, tal como fuera denunciado en su momento por algunos diputados opositores.
Por lo tanto, no hubo presupuesto. Para el gobierno, no fue problema alguno. Como se ha visto, tiene herramientas para disponer de los fondos públicos a su gusto. En la práctica, terminó con el presupuesto que quería. Podía haber dicho, como Menem, cuando enviaba un proyecto de ley: si no me lo aprueban, lo saco por decreto.
Así, por medio del decreto 2054 dio rienda sujeta a su capricho de sancionar el presupuesto que el Congreso no le aprobó y con esa norma fue aún más lejos: incrementó las partidas de gastos para usar a a su antojo justamente en un año de elecciones presidenciales, donde se perfila su intento de perpetuarse en el poder.
De tal modo, mientras que el monto del presupuesto 2010 fue de $335.122,8 millones y el enviado al Parlamento ascendía a $372.911,9 millones, el sancionado por Cristina Fernández a su antojo, ubica la cifra final en $395.000 millones. O sea, que tiene ahora la posibilidad de disponer graciosamente de $60.000 millones más que en 2010. Nada nuevo para un gobierno que en los 3 años que lleva gastó más de $136,000 millones por fuera del Presupuesto.
Pero hay más: con la vieja estrategia de subestimar los recursos, se pueden ampliar los gastos en función de los excedentes de aquellos, quedando facultado el Jefe de Gabinete a realizar todos los ajustes que estime necesarios. Como se prevé una recaudación mayor a la prevista en aproximadamente $90.000 millones, adicionada a los $60.000 millones señalados, concluímos en que la presidenta dispone, sin control parlamentario, del manejo de $ 150.000 en un año tapizado de contiendas electorales.
Completa este oscuro festival de dispendio de gastos, la ampliación en u$s 7500 millones del Fondo de desendeudamiento creado con reservas del Banco Central para saldar acreencias de tenedores privados, la autorización al ministro Julio De Vido para endeudarse por u$s 7600 millones para comprar trenes chinos y financiar dos cuestionadas centrales hidroeléctricas en Santa Cruz y, por último, para manejar discrecionalmente avales por u$s 18.000 millones.
La norma aprobada contempla, asimismo, una falaz inflación anual del 8,9 % cuando el más optimista de los cálculos serios la posiciona en un 25 %, como mínimo que, seguramente se verá alentada para escalar rangos superiores, por el uso indebido de reservas del Banco Central, tal como ocurrió en el ejercicio que acaba de concluir y que motivara la airada protesta de la oposición que llevó en el pasado verano a que la cuestión se ventilara en los estrados judiciales.
Esa actitud de los líderes adversos al gobierno ha mutado en la hora actual por una sorprendente mesura, sólo matizada por aisladas voces que, desde ese arco, se han alzado contra este nuevo avasallamiento de las instituciones de la República y, en particular, del Poder Legislativo .
Como es sabido, la atribución del Parlamento de sancionar el presupuesto es, en los últimos años, una ficción. El Congreso aprueba una norma (que es la que le envía el Poder Ejecutivo), pero la ley de administración financiera -según la reforma kirchnerista de 2006- faculta al Jefe de Gabinete a reasignar partidas a su solo criterio. Por lo tanto, el Congreso está doblemente "pintado": primero, porque sólo refrenda el proyecto del Ejecutivo; segundo, porque ni siquiera la ley que sanciona tiene valor alguno, ya que el mencionado funcionario la puede modificar cuando se le dé la gana.
Además, como mencionaramos anteriormente, el presupuesto sancionado es deliberadamente mentiroso, porque se subestima la estimación de ingresos fiscales para que luego los sobrantes sean asignados mediante un decreto de necesidad y urgencia, sin intervención legislativa.
Probablemente, para el gran público, estas sean abstracciones que no influyen en su vida cotidiana. Pero al cercenarle al Congreso una de sus más importantes atribuciones, nuestra democracia se debilita. A la larga, se deteriora la confianza en las instituciones y se mete a todos en la misma bolsa. Esto es un "bocatto di cardenale" para los gobiernos autoritarios, siempre empeñados en hacer ver a los demás poderes como obstruccionistas, que sólo quieren poner "palos en la rueda" de quien encarna la voluntad popular, que conforme a esta concepción primitiva es nada más que el presidente.
Ese manejo discrecional de los recursos les ha permitido a las administraciones kirchneristas disciplinar gobernadores, intendentes y legisladores, de un modo tan impúdico que hasta parecen jactarse de esa malversación de la representación política.
Jorge R. Enríquez