miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mirar con los dos ojos

Ha resucitado con mucha fuerza y peligrosidad la extorsión ideológica de los 70. Está virtualmente prohibido criticar algo de lo que haga la autotitulada militancia nacional, popular y progresista. Quien se atreva a semejante herejía será condenado a convivir en un agujero negro con los que “les dan pasto a las fieras de la derecha” y los que “son funcionales a las corporaciones” (ahora le agregan mediáticas) que quieren volver al pasado. Grupos reducidos de intelectuales y activistas todoterreno se paran con altanería en el campo del pueblo y la patria y dictaminan que el resto de los mortales, por obvias razones maniqueas, pertenecen al antipueblo y la antipatria. 

Esta lógica del stalinismo, que se ve a sí mismo como dueño absoluto de la verdad, es la que cierra herméticamente todo tipo de debate ideológico y se niega a analizar siquiera algún puntito oscuro llamado Schoklender, Ricardo Jaime, Gildo Insfrán o Raúl Othacehé en la inmensidad del proceso emancipatorio. Algo así como: no vengan a molestarnos con problemas menores como la corrupción o el autoritarismo de derecha de algunos integrantes del Frente para la Victoria cuando estamos ocupados construyendo la historia revolucionaria. 

Montoneros, la soberbia armada es el título de un revelador libro de Pablo Giussani que convendría revisitar para descubrir tantos tics que hoy se repiten, aunque sin pólvora. Ese concepto actuó como escudo para rechazar todo intento de hacer reflexionar a sus ejecutores sobre la cuota de infantilismo e irresponsabilidad criminal que tenían una parte de sus acciones destinadas al objetivo justiciero de instalar la patria socialista. Por eso se creyeron que eran muchos más de los que realmente eran: hoy son patéticos los grupitos y los dirigentes ultrasectarios que dicen “ganamos con más del 50% de los votos”. En realidad, ese triunfo tiene poco de epopeya ideológica y mucho de vigoroso crecimiento económico y del consumo, de la buena gestión y conducción de una figura taquillera como la de Cristina y de ese poderoso océano que ocupa todo el territorio llamado Partido Justicialista.
Dirigentes democristianos, radicales progresistas, socialistas y hasta comunistas (en todas sus sucursales: soviética, maoísta o albanesa) advirtieron a los soldados de Mario Firmenich que llevaban a un sector de la juventud al fracaso y a la muerte. Que el asesinato como herramienta de construcción política era rechazado por Perón y la mayoría del pueblo en general y de los trabajadores en particular y que el militarismo, con su carga de heroísmo romántico, había obnubilado su capacidad de análisis racional de la realidad política. Los crímenes foquistas como el de José Ignacio Rucci, para dar un ejemplo de reflotada actualidad, eran el camino al precipicio y quienes con honestidad intelectual lo marcaban eran condenados por “cobardes” y “por hacerle el juego a la reacción y al fascismo”.
Por suerte, estamos lejos de la parte armada de esa soberbia. Nadie se pone el kirchnerismo al hombro ni cree que Cristina Eterna nazca de la boca de un fusil. Pero algunas formas de abordaje de la realidad, con su mirada por el ojo de la cerradura del dogmatismo, todavía persisten y limitan las posibilidades de aumentar y consolidar este proceso de inclusión social con desarrollo.

La implosión del capital simbólico de las Madres de Plaza de Mayo es el ejemplo más contundente, pero no el único. Hebe y sus alcahuetes de turno condenaron a los que se atrevieron a decirle la verdad y advertirle de la perversidad de Sergio Schoklender.
Y así pasó lo que pasó. Por eso los que acompañaron acríticamente todo ese proceso tienen muy poca autoridad moral para satanizar a Schoklender y responsabilizarlo hasta de la muerte de Gardel. Tarde piaron. Como consecuencia, suenan tan fuera de lugar las acusaciones de Hebe de ratas, víboras y amigos de torturadores y dictadores a los diputados entre los que estaba Ricardo Gil Laavedra, que hizo mucho más por la verdad y la justicia y en contra de la impunidad que muchos de los que hoy son adorados por Hebe, como Amado Boudou o el propio matrimonio Kirchner. A propósito, ¿será posible que nadie considere como una frivolidad menemista y sí como una alegría jauretchiana las guitarreadas electorales de Boudou que llegaron a Tecnópolis el Día de la Primavera con Pappo como excusa?

Lo grave de esa lógica es que los lleva a tragarse sapos gratuitamente. Nada pueden decir los neocristinistas de un señor feudal que condecoró a genocidas y maltrata a los pueblos originarios como Insfrán. Silencio cómplice sobre su fallido intento de proscribir a un cura como Francisco Nazar que está ideológica y éticamente más cerca de Carlos Mugica que de un conspirador anti K. Ese temor al congelamiento patagónico los amordaza y les quita identidad y fortaleza a muchos luchadores democráticos. ¿Nadie en el kirchnerismo tuvo el coraje para denunciar (como sí tuvo Victoria Donda) que no es justo ensuciar el merecido homenaje a los chicos asesinados en la Noche de los Lápices en un palco al lado de Othacehé, intendente de Merlo, facho y patotero si los hay? Conceptualmente similar es imaginar a su colega de Vicente López, el Japonés García como una suerte de tardío Che Guevara para justificar el apoyo con el objetivo superior “de frenar el avance de la derecha macrista”.

El despropósito del juez Alejandro Catania sólo se explica en un clima de época antiperiodístico fomentado con el dinero y desde las usinas oficiales. No poder debatir nada de lo malo que este gobierno tiene le quita credibilidad a la hora de elogiar lo mucho y bueno que se hizo hasta ahora. Es el problema de los periodistas militantes que están obligados a decir una parte de la verdad. Por ejemplo, que la Argentina es el país de mayor crecimiento en el mundo después de China. Pero tienen prohibido decir que está con Venezuela y Ghana en el podio de los de más inflación. Ser periodista es tener esa maravillosa libertad de poder informar y opinar sobre las dos caras de la moneda. Decir que la tasa de desempleo pasó gracias al kirchnerismo del 25% en mayo del 2002 al actual 7,3% y, simultáneamente, recordar que la inequidad social todavía provoca que el 10% más rico tenga ingresos 35 veces superior al 10% más pobre de los argentinos. El que mira con un solo ojo merece un reconocimiento publicitario y no a la libertad de expresión.
Alfredo Leuco

sábado, 17 de septiembre de 2011

Anestesiados

          
Anestesiados
Tapas 1991- 2011. Veinte años después, la sociedad padece secuelas postraumáticas de crisis económicas; en los 90 la hiperinflación, hoy el default de 2001.

No es la primera vez que pasa. Hace veinte años no había revelación del periodismo que le hiciera perder un voto al oficialismo. La revista Noticias titulaba su tapa con “Cómo votar a favor de la economía y contra la corrupción” porque en las primeras elecciones con convertibilidad la exitosa marcha de la economía reducía a la insignificancia las valijas del Yomagate, el “robo para la corona” de Horacio Verbitsky, “la Ferrari es mía, mía” de Menem y tantas otras denuncias periodísticas. Por entonces, sólo Noticias y el diario Página/12 –dirigido por Jorge Lanata– las publicaban.
Al igual que durante el kirchnerismo, varios años después se sumaron al periodismo de investigación los diarios Clarín y La Nación. Pero siguió sin haber revelación de la prensa que le hiciera perder su enorme mayoría al oficialismo, que triunfó –además de en las elecciones de 1991– en las de 1993 y 1995. Todavía estaba reciente el miedo a la hiperinflación de 1989 y muy pocos estaban dispuestos a escuchar cualquier relato que pusiera en serio riesgo la continuidad de lo existente.
Pero ocho años después de comenzado el menemismo, ya sin Cavallo como ministro de Economía y habiendo superado la crisis del Tequila, muchos comenzaron a creer que la estabilidad económica estaba definitivamente consolidada. Y en las elecciones legislativas de 1997, más tímidamente, y en las presidenciales de 1999, de manera más contundente, la mayoría de los argentinos prefirió votar por candidatos de otro partido que prometían continuar la economía por el mismo rumbo, pero sin corrupción y con mayor prolijidad institucional. No salió bien. Tiempo después de asumir el nuevo gobierno tuvieron que llamar al ministro de Economía del otro partido, que el gobierno anterior había echado por celos de su éxito. Pero aun así todo terminó en el desastre de 2001 y 2002.
Todavía hoy pesa en la mente de muchos ciudadanos la sensación de error por haberse puesto “exigentes” aspirando para la Argentina no sólo a los salarios de España sino también a las instituciones democráticas de un país de la Unión Europea, con alternancia de partidos en el gobierno, división de poderes y prensa sin ninguna interferencia. Pero el deseo se comprobó utópico, generando culpa. Mucha culpa. “Que se vayan todos” era también un desplazamiento del propio sentimiento de culpa por haber(sela) creído.
Aquella experiencia dejó en muchos argentinos, como consecuencia postraumática, una anestesia frente a cierto tipo de deseos que quedaron reprimidos (¿para siempre?) porque ante el primer impulso de aspiración transeconómica una fuerza censora viene a sofocarlo.
Por eso Skanska, la bolsa con dinero en el baño de la ex ministra de Economía, las decenas de denuncias sobre Jaime y los subsidios o las valijas de Venezuela, y ahora Schoklender, son consumidos como ficción por la mayoría de los ciudadanos, que sólo le prestan atención flotante mientras otros, directamente, critican a los medios por esas revelaciones que con oscuras intenciones tratan de interrumpir el crecimiento.
En Brasil, un gobierno no menos progresista que el argentino ya echó al quinto miembro del gabinete por denuncias de corrupción del periodismo. La presidenta Dilma Rousseff lleva poco más de ocho meses de gobierno y parece dispuesta a diferenciarse del propio fundador de su partido –Lula–, quien, aunque nunca persiguió a la prensa, quedó detenido en la vieja justificación de que las denuncias de corrupción de la prensa burguesa son una herramienta que utiliza la oligarquía para reducir la autonomía de los gobiernos populares, algo con lo que también se consuelan los kirchneristas honestos. Si así fuera, el periodismo argentino no hubiera denunciado la corrupción menemista o las coimas del Senado con De la Rúa.
 *La revista Barcelona, con sabia ironía, “anuncia” que Canal 13 prepara una miniserie donde Laport hará de editor kirchnerista que vive de subsidios, en respuesta a la que Mike Amigorena hará de Magnetto criticando a Clarín.
Jorge Fontevecchia           

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sobre periodistas y perros falderos

A continuación reproducimos la columna radial que leyó el periodista Alfredo Leuco en el programa Bravo Continental.


Horacio Verbitsky es noticia. Es el autor intelectual del plan sistemático para atacar al periodismo independiente desde la maquinaria estatal. Alguna vez lo definí como el jefe informal de los servicios de inteligencia kirchnerista. Y ahora lo certifico. Es el titiritero que mueve los hilos detrás del poder de varios ministerios.

Es un caso digno de estudio porque se dio vuelta en el aire y traicionó hasta sus propias definiciones de lo que debe ser el ejercicio del periodismo. Ya no investiga al poder político ni a los empresarios ni destapa casos de corrupción como lo hacía durante el menemismo. Ya no lidera una agrupación como la llamada “Periodistas” que utilizó como escudo para protegerse. Ahora hace todo lo contrario. Con la camiseta kirchnerista puesta se dedica a fustigar a los colegas que hacen bien su trabajo y levanta su dedito tanto para acusarlos falsamente como para dictar cátedra.

¿Se imaginan ustedes los libros y las notas que hubiera escrito Verbitsky si Carlos Menem, Eduardo Duhalde o Fernando de la Rúa hubieran comprado tierras fiscales en Calafate a precio vil para luego revenderlas en millones? ¿O cuantas rigurosas investigaciones hubiera realizado si un presidente que no tuviera el apellido Kirchner cobrara alquileres e intereses por plazos fijos desmedidos, inexplicables y totalmente fuera del mercado? ¿Nadie robó para la corona en este gobierno? ¿Se terminó la corrupción?

A Verbitsky ya no le interesa investigar como los Kirchner se hicieron millonarios. Ni como se enriqueció Ricardo Jaime y con quien compartía sus valijas. O la brutal vergüenza de un delincuente perverso apadrinado por el poder político como Sergio Schoklender. Para Verbitsky nada de esto merece ser revisado por el periodismo. Todo lo contrario. Su objeto de investigación, ahora, son los periodistas.

No dijo una palabra cuando Magdalena Ruiz Guiñazú fue sometida a un juicio en la plaza pública. Se puso del lado de la empresa Electroingeniería y avaló la censura a Nelson Castro en radio del Plata. Miró para otro lado cuando en esos programas paraoficiales que pagamos todos los argentinos para que les chupen las medias al gobierno realizaron un
operativo demolición de la figura de Jorge Lanata y asociaron su imagen a la de un genocida como Jorge Rafael Videla. Se dio vuelta. Pasó a ser vocero de los intereses oficialistas. Como muchos otros propagandistas obsecuentes que encima fomentan el odio hacia los periodistas que mantienen la dignidad y la critica hacia el gobierno más poderoso desde el retorno de la democracia.

En los 90, Verbitsky era un perro de presa para husmear en las relaciones de corrupción entre los grandes empresarios y el poder ejecutivo. Hoy muchas empresas apoyan al gobierno y eso los convierte en intocables. Ni que hablar de los sindicalistas, intendentes y gobernadores francamente derechistas y súbitamente millonarios como Jose Luis Lingieri, Raul Otacehé y Gildo Insfran, entre muchos otros.

Hoy Verbitsky es un perro faldero. Se deja acariciar por el poder al que debería mirar críticamente. Se subordina y salta por un bizcocho. Hizo cosas insólitas. Mintió para vincular a un dirigente del Partido Obrero con hechos vandálicos en Constitución. En el 2004 censuró al querido colega ya fallecido Julio Nudler quien ya en ese entonces lo llamó “comisario político”. Como si fuera Braga Menéndez o Pepe Albistur difundió un video de los Kirchner para tratar de demostrar una actitud combativa frente a la dictadura que nunca tuvieron.  Y encima, ahora puso en la mira a periodistas como Mariano Obarrio y actuó como jefe de prensa de Florencio Randazzo.

Intentó ensuciar a Jorge Lanata porque representa todo lo que Verbitsky dejó de ser. A uno le puede gustar o no el estilo de Lanata. Pero nadie puede dudar de su independencia absoluta, de su honestidad, de su provocación intelectual y creativa permanente, de la jerarquización que hizo de nuestro trabajo como un francotirador incluso al límite de poner en riesgo la continuidad de los propios medios que fundó. De hecho una encuesta flamante de FOPEA a 1.000 periodistas muestra a Lanata como el mas votado a la hora de elegir a su referente profesional.

Verbitsky, en una de sus columnas, trepado a la soberbia de los que se creen que tomaron el palacio de invierno, amenazó con esa frase que podría haber quedado en la historia como la advertencia de un poderoso gobernante autoritario. Pero increíblemnente fue escrita por alguien que se considera periodista: "Si vienen por más, es posible que lo encuentren. Sigan asi."

Desde el periodismo nunca nadie se atrevió a tanto. Si todavía le queda algún recuerdo de este noble y maravilloso oficio, Verbtisky recordará que mientras más poder y más respaldo tiene un gobierno, mas distante y crítica debe ser la mirada de los periodistas. Fiscal del poder, abogado del hombre común. Haciendo el máximo esfuerzo para ser un contrapoder. Con rigurosidad y ética. Resistiendo los ataques para no tirarle nuestra honra a los perros.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Del mito a la idea

Se ha puesto de moda sostener que la política necesita de mitos para entusiasmar al pueblo y, sobre todo, darles trabajo a los académicos. Cuando se dice "mito" se dice "entusiasmo". Kant escribía que la Revolución Francesa era una virtualidad permanente más allá de su fracaso. Pensaba que la gesta francesa quedaría en la memoria de los hombres. La emparentaba con su teoría de la estética, en la que lo que definía como "sublime" en el arte nos da la vivencia de lo imponente, infinito, apabullante. El romanticismo en sus variadas expresiones también invoca a las intensidades que superan el dominio seco de la razón. Wagner, al diagnosticar la decadencia de la cultura alemana impregnada de cristianismo episcopal e ilustración afeminada, ponía al día en sus óperas las sagas de los Nibelungos y la belleza de su Sigfrido matando al dragón. Su alumno Federico Nietzsche, en sus momentos de melancolía extrema, creaba el Zaratustra superhombre. Thomas Carlyle ungió a la figura del héroe. El dominio de los afectos tampoco es extraño a Michel Foucault, quien nos habla de la espiritualidad, la dianoia griega, una conversión que a través de la construcción de una nueva subjetividad exige una serie de trabajos que llama "tecnologías del yo". Se le ocurrió que la revolución iraní de Khomeini era un ejemplo de nueva espiritualidad política.
El filósofo Richard Rorty también desconfía de la razón como motivadora de la acción colectiva. Pero su apelación no es a los mitos con sus héroes, sino al prójimo. Considera que existen los medios de sensibilización a través de la educación sentimental. Lo que llama "solidaridad" se logra mediante la identificación con el sufrimiento de los otros, aunque pertenezcan a culturas diferentes y países lejanos. El dolor es universal; la felicidad es individual. Sensibilizar a sociedades narcisistas puede lograrse, dice, con tecnologías comunicativas y obras de la imaginación, desde la literatura hasta los documentos audiovisuales, potenciados hoy por la velocidad digital.
Para el filósofo del pragmatismo, no se trata de enarbolar dioses terrestres, sino de creer que la crueldad o el abuso del poder es el mayor mal que un hombre puede infligir a otro. Solidaridad y libertad son valores que no necesitan de intensidades estéticas fértiles para la creación artística, pero fatales para la gestión de los asuntos políticos.
No sólo la muerte les da sentido a las cosas.
Sin embargo, entre politólogos y cazadores de utopías, la fabricación de mitos se ha convertido en una inquietud intelectual en la era de la ciencia. Constituye una nueva figura de la racionalidad que se critica a sí misma. Este malestar en la cultura, la necesidad de nuevas ilusiones que alegren el porvenir -esta vez, recordando al escéptico Freud- es peculiar de la clase media. Es el estamento social en el que elucubran los eruditos preocupados por la mitología política. Los intelectuales de clase media odian a la clase media y practican el desprecio de la razón.
Entre nosotros, la idea de mito es insistente. La política se edifica a partir de las figuras sacrificiales de Evita, la "juventud maravillosa" y ahora Néstor. Los tres son símbolos del discurso político de estos años, y configuran la filigrana sobre la cual se teje el relato oficial. "El mito es inherente a la política", dicen, como si volviera Pascal para repetirnos que el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Este sentimentalismo burgués nace por el ocaso de la idea de revolución. Ni a Lenin ni a Mao se les ocurría confesar que las masas proletarias necesitan mitos. Creían en la ciencia de la historia llamada materialismo histórico y provenían de una tradición ilustrada. Los jóvenes hegelianos, Marx a la cabeza, de acuerdo con su maestro Feuerbach, concebían la religión como un mecanismo de alienación de las conciencias, que despojaba a los hombres de su libertad a favor de la producción de fetiches.
Del tótem o del ídolo religioso, del reino de los dioses al mundo de las mercancías, el camino es considerado breve y rápido. Adorar efigies celestiales ponía en funcionamiento el mismo mecanismo que el fetichismo de la mercancía. Lo mismo pasa en la actualidad. La creación de mitos en la sociedad del espectáculo y del consumo masivo hace que la intención academicista de crear mitos para la felicidad del pueblo sea una secreción del capital y de su hermana la burocracia de Estado.
A esta necesidad romántica de mitificar y crear panteones sacrificiales se le opone una especie de utilitarismo que pregona que lo que le importa a la gente es que se le solucionen los problemas. Hacen un llamado a lo concreto y descreen de toda ideologización. Lo percibimos en el macrismo y en el sciolismo. En este último caso, ha habido un ligero cambio desde el momento en que su referente invoca a Dios y habla de su vida con un sentido religioso y agradecido.
La gratitud y la compasión son parte del discurso religiosamente correcto.
Un relato mitologizante necesita dos ingredientes: un mártir y un enemigo. Ambos protagonistas han sido la característica principal del mensaje cristiano, que comienza con la pasión de un Dios que muere por amor a los hombres, y de un enemigo que no es el diablo, sino más bien el hereje, es decir, el enemigo interno. Nuestro país, eminentemente católico, ha separado por ley la Iglesia del Estado, al tiempo que ha reintegrado el sentimiento de culpa cristiano en el corazón de los intelectuales del Modelo de Crecimiento con Inclusión, para completarlo con el de Compasión con Resentimiento.
Hace poco, un dirigente progresista me decía que necesitaba un mito. En su foja de servicios carecía de mártires, de héroes y de enemigos. Lo primero que pensé fue lo absurdo que es pretender construir un mito. Se invalida por su mismo enunciado. Nadie cree en un mito. A nadie se le ocurre creer en el mito mesopotámico. Se cree en el Dios de los judíos o no. Se cree en la Verdad, no en una narración de la que no se puede ocultar su artificio retórico. En todo caso, respondí que, desde mi punto de vista, lo que en realidad necesitaba era una Idea, así, con mayúscula, como la escribiría Herr professor Hegel, una idea fuerza que tuviera la potencia de una imagen.
La diferencia con el mito es que mientras éste remite a un origen sacrificial que les da sentido al relato y a la historia, la idea es clave de futuro, sin que por eso deba ser mesiánica. La mención de un futuro no está de más en este país de los recuerdos, en el que las sombras son cada vez más largas.
No todos los fundadores de mitos o epopeyas son mártires del amor; los hay más divertidos, como el conocido Prometeo, creador de la civilización por haber robado el fuego divino que ofrendó a los hombres para que cocieran la carne animal y el barro. Así, hizo posible la cocina y el techo, la comida y el abrigo, la cuna de la humanidad.
Al insistir el mentado dirigente en que no veía cómo las meras ideas pueden atraer a una juventud que necesita ídolos y camisetas estampadas, le dije que había que pensar en un nombre entusiasmante que compitiera con La Cámpora.
Luego de unos minutos de reflexión, se me ocurrió que frente al nombre de quien fue un simple adláter del trío Juan D. Perón-Isabel-López Rega, bien podía surgir el nombre de una verdadera mole del firmamento nacional, no la "Mole" Moli, sino el hombre más genial de la historia argentina.
De ese modo, se podía crear La Sarmiento, rama juvenil de la Argentina del futuro, aprovechando la coyuntura que favorece el intento. Después de la alocución de Hugo Biolcatti en la Sociedad Rural, en la que se sirvió del ilustre sanjuanino para criticar al Gobierno, hubo una reacción generalizada ante lo que se consideró una apropiación indebida del gran escritor presidente.
Para sorpresa de muchos, vimos cómo un contingente de revisionistas históricos multiplicó las citas de textos dispersos y nos remitió al famoso discurso de Chivilcoy y demás intervenciones para mostrar que el autor del Facundo denunciaba la codicia de la oligarquía y elogiaba los menesteres y la conducta de los gauchos.
El prócer olvidado del Bicententario resurgía así como herramienta crítica de la Mesa de Enlace, y se le hacía un lugar en el panteón oficial. Sarmiento pasaba de ser genocida a ser antioligarca.
Por eso pensé que en esta nueva muestra de neooportunismo histórico se creaba un contexto favorable para que Sarmiento adquiriera su femenino correspondiente y encolumnara a las juventudes de un proyecto progresista con miras al futuro.
El pasado mítico se origina en una muerte, mientras que la idea de futuro es una llama de vida. No está mal como consigna. Finalmente, no todo es memoria, menos cuando se la usa para manipular el presente.
Es posible, entonces, pasar de la Idea al Ideal sin pagar el peaje mítico.
Sarmiento le habla a la juventud con algo más que con el gesto del puño derecho en el corazón, mueca de funcionarios en busca de aliento. La mística sobreactuada de hoy, el lenguaje liberacionista degradado, sólo encubren el único modelo real impuesto en estos años: construir poder con el dinero del Estado. Hay otro nervio en Sarmiento, otro vigor, otro talento, otra locura. Nos toca redescubrirla y hacerla joven.
Tomás Abraham