domingo, 25 de marzo de 2012

Debilidad


Es asombroso, pero es así y no tiene caso negarlo. En la Argentina dejamos de trabajar para celebrar las derrotas y nos tomamos feriados vacacionales para conmemorar nuestras tragedias, como si a esta sociedad la reconfortaran más las muertes que los nacimientos.

Recordar el 24 de marzo como una efeméride es un emblema de la espesa confusión nacional, equivalente a que España convirtiera en feriado el “alzamiento” de Franco el 18 de julio de 1936, que Italia recordara como fecha nacional el nacimiento del primer Fascio di Combattimento en Milán, el 23 de marzo de 1919, o que Francia conmemorara con asueto el 24 de junio de 1940, cuando Hitler entró al París ocupado por los alemanes.

La recordación del 24 de marzo (que ser un sábado no supuso ayer un parate nacional) nada tiene que ver con la famosa, meneada y mercantilizada “memoria” en boga estos años. La fecha nacional debería ser el 10 de diciembre, cuando la Argentina retornó al estado de derecho y a las cadencias constitucionales. El 24 de marzo simboliza una devastadora derrota nacional, el día que fracasó de nuevo la pretensión de alternar de manera democrática un gobierno fallido, pero que –sobre todo– marcó la resignación (tácita o explícita) de la sociedad a que no se podía combatir la ilegalidad con los valores y los recursos de la ley.

Movimiento cívico-militar o golpe de Estado en la tradición de las asonadas desde 1930, el 24 de marzo representa un violento colapso del proyecto democrático, perpetrado mientras débiles y agónicos sectores políticos rogaban aguardar las elecciones para reemplazar de manera civilizada al régimen de Isabel Perón. ¿Qué mensaje reciben los ciudadanos de menos de 40 años cuando el país “recuerda” con feriado, cuando cae en jornada laborable, el desembarco de las Fuerzas Armadas en el poder?

Nada demasiado diferente a eso es la preservación del demencial feriado del 2 de abril. ¿Cómo puede un gobierno que patrocina ideológica y patrimonialmente conservar los preceptos del revisionismo histórico, la celebración de una fecha que estampa con su sello trágico la historia contemporánea del país? El 2 de abril de 1982, en secreto, por sorpresa, con absoluta chapucería criminal y completa irresponsabilidad política, el gobierno militar desembarcó en las Malvinas. No apeló ni informó a la sociedad. No alertó al mundo. No avisó y mintió, como ocupar las Malvinas fuese parte de la misma metodología de guerra ilegal contra la subversión.

¿Qué se recordó estos días, pues? ¿Tal vez la manipulación cínica de la ingenuidad popular? ¿La astucia ladina de un régimen que se hacía gárgaras con el Occidente cristiano y terminó abrazado con Castro, Kadafi y Arafat? ¿El comienzo de un delirio bélico que concluyó de modo catastrófico con la capitulación del 14 de junio de 1982?

El denominador común que asocia el enaltecimiento del 24 de marzo y el 2 de abril es que en ambos casos un gobierno de incuestionable legitimidad electoral se pliega obedientemente al detestable calendario de efemérides golpistas. Si el 24 de marzo es feriado, ¿qué hacer con el 16 de septiembre de 1955, el 29 de marzo de 1962 y el 28 de junio de 1966, fechas que marcan los derrocamientos de los presidentes Perón, Frondizi e Illia? Sólo una Argentina atontada y somnolienta muta en minivacaciones festivas unas fechas en las que debería prevalecer el recuerdo de la muerte, la evocación de la pérdida absurda de vidas, y –sobre todo– la concreta y tangible derrota el país. Podrían ser jornadas de tipo ecuménico, confesionales o no, pero en las que la entera sociedad se congregase en contrición y silencio, comprometiendo energías para que tales desgracias no se reproduzcan.

Si algo define, en cambio, el perfil oportunista y demagógico de estas ordalías de festividades invertidas es que prioriza las catástrofes, no las epifanías. Pero, además, indica de manera evidente una preferencia por el jolgorio como valor progresista. Enjaulada en el esqueleto conceptual de “la felicidad del pueblo”, la idea es que dejando de trabajar se recuerda mejor aquello que supuestamente no se debe olvidar, ese vacacionismo desaforado que hoy prevalece en este país, asociado con la explícita opción por el ocio.

Son decisiones y políticas que cuentan hoy con innegable apoyo mayoritario. Por eso, descreer de ellas y censurarlas, implica afrontar el vituperio del dogma vigente. Casi nadie quiere ser descripto como enemigo de la felicidad ó incapaz de la alegría. Algo similar ha sucedido con el (al menos) cuestionable feriado de Carnaval: como fue en su momento cancelado por el gobierno militar en los años setenta, su reposición fue presentada aviesamente como una reivindicación democrática.

En el salón de espejos rotos del acontecer nacional, las imágenes devuelven rostros descompuestos. Gran parte de la respiración nacional vive atosigada de reclamos de recordación de todo tipo, tamaño y entidad. Pasa lo inevitable: convertida en una máquina imparable, la operación recordartoria y reparadora no tiene límites. A esto se añade un agravante decisivo: la memorización de las tragedias patrias se reconvierte en esquema festivo y cualquier abismo de los muchos de la historia nacional es el santo y seña para un largo recreo vacacional. No son operaciones enderezadas a crear conciencia cívica desde la escuela, la administración pública y el trabajo, enfatizando el valor transformador de la jornada de labor. Son meras oportunidades para nutrir el calendario con esa demagogia de seguir generando oportunidades para tirar la chancleta.

La celebración nacional del 24 de marzo y del 2 de abril lleva el sello inconfundible de una turbia debilidad del carácter nacional. Son incomprensibles y absurdas, además de enervantes y perjudiciales. Los jefes militares que en 1976 y 1982 produjeron esos hechos deben quedar registrados como agonistas de un tiempo nefasto, pero no como personajes bochornosamente inmortalizados. No es así como piensa hoy la mayoría, preocupada por diseñar su agenda para pasar esos “finde” ideológicamente correctos.
Pepe Eliaschev

lunes, 19 de marzo de 2012

Desmesura para todos

Llamado a la solidaridad de nuestros lectores: se necesita diálogo de cualquier grupo o factor. Es el producto más escaso. Prácticamente ha desaparecido de las venas por donde circula la democracia y eso produce una peligrosa anemia.

Ya lo dijo Raúl Alfonsín: si la política no es diálogo, es violencia.
El Gobierno perdió la brújula. Es insólito porque tiene una legitimidad del 54% de los votos y una soja que vuela arriba de los 500 dólares. Sus cascotazos contra todos y todas fueron enrareciendo el clima. En su desmesura, Cristina acusó a periodistas de nazis, antisemitas y videlistas y Amado Boudou, de mafiosos. ¿Queda algún insulto peor? ¿Destituyentes y oligarcas ya no alcanza? ¿Qué viene después de esto para castigar a los que piensan distinto? ¿Qué señal se les envía a las bases desde la cumbre del poder?

El colmo es que la Presidenta no siente culpa alguna por desobedecer una orden de la Corte Suprema de Justicia. Sigue discriminando con su pauta que no pauta a Perfil y no registra el daño institucional que produce ese conflicto de poderes.

El oficialismo fue pluralista para repartir cachetazos a toda la dirigencia política. No se salvó nadie. A los radicales los atendió Julio De Vido en el Senado y casi once años después, les pasó la factura del país en llamas que dejó Fernando de la Rúa. Mauricio Macri funciona como los muñecos que reciben todos los pelotazos del subte, los cortes de la autopista Illia y las acusaciones de vago, caprichoso e incapaz de hacerse cargo de la administración del gobierno. El resto fue acusado por la ministra Nilda Garré de producir bloqueos de rutas “extorsivos, salvajes y desestabilizadores”.
Metió en esa bolsa a todo el espectro, desde el centro a la izquierda: Hermes Binner, Pino Solanas, Néstor Pitrola, Juan Carlos Alderete, Vilma Ripoll, Humberto Tumini y Christian Castillo, entre otros. Varios de los apuntados denunciaron macartismo y su preocupación porque la figura de “extorsión”, está incluida en la nefasta Ley Antiterrorista.
En el mismo terremoto está la relación del Gobierno con el mundo empresario y con todos los sindicalismos. Con la CGT de Moyano, hay guerra declarada hasta la caída del camionero. Con la CTA de Pablo Micheli, el objetivo es matarlo con la indiferencia. Y con la de Hugo Yasky, que no gane para sustos. Las tristemente célebres acusaciones reaccionarias de Cristina a los docentes incendiaron el debate en el gremialismo K.Hasta los kirchneristas no automáticos como Daniel Scioli recibieron su merecido. Cristina, en público, defendió los intereses económicos de Daniel Hadad cuando le recriminó a Scioli que le pusiera más dinero en publicidad a Mitre que a Radio 10. Justo un día después del manoseo al que fue sometido Marcelo Longobardi cuando lo sacaron del aire. No es la primera vez que Longobardi acepta eso. En América TV ocurrió algo similar con el programa Fuego cruzado, aunque aquella vez el llamado que dio la orden de Julio De Vido fue para Daniel Vila.

Los familiares de las víctimas de la masacre ferroviaria de Once siguen esperando contención y justicia. No recibieron ni una palabra de consuelo por parte de ninguno de los organismos de derechos humanos que están siempre tan atentos para aplaudir al Gobierno. Miraron para otro lado en la desaparición de Julio López, el asesinato de Mariano Ferreyra y tantos crímenes similares como los de la provincia de Formosa.
Esto abre una necesidad urgente: la de construir otras entidades, pluralistas y prestigiosas que sin camisetas partidarias sean capaces de solidarizarse con los que sufren nuevas violaciones a sus derechos: las Madres del Dolor, las víctimas de accidentes o de la trata de personas, las Madres del Paco, entre otras.
Es tan despiadada la obligación de estar de un lado o del otro que han generado los Kirchner, que el resultado es la fractura o la cooptación de casi todas las organizaciones de la sociedad. Las presiones que padeció Aldo Donzis, presidente de la DAIA, fueron patéticas. Tuvo que apelar a la ambigüedad diplomática para quedar bien con todos y, finalmente, no convenció a nadie. No se recuerda de Cristina una condena similar cuando Hebe de Bonafini caracterizó al periodista Horacio Verbitsky como “un judío pronorteamericano”.

Aquí aparece en forma descarnada la urgente necesitad de edificar un diálogo político. No puede ser que cuando los cortes de ruta son contra Macri, el Gobierno los aliente. Y que los condene sólo cuando son en contra de Cristina. Hay mucha agenda de Estado para acordar en esta Argentina que da volantazos y golpea contra los extremos. Una mesa entre todos los partidos democráticos y los movimientos sociales podría establecer que cualquier reclamo debe ser escuchado de inmediato y que todas las violaciones a la ley deben ser condenadas sin que importe si afectan a Cristina, Macri o Antonio Bonfatti.

Nuevas reglas del juego que permitan bajar los decibeles y la crispación y que faciliten la convivencia y la salida de Cristina de su aislamiento. Es tan claro lo que está pasando, aunque los ministros lo callen por temor, que esta semana la jefa de Estado recibió fuego amigo. Dilma Rousseff dijo que la reina Cristina está desnuda y tiene el 20% de inflación, mas allá de las obligadas desmentidas formales posteriores. Fronteras afuera, también se escuchan las broncas de Pepe Mujica y de Fernando Lugo por las trabas para exportar. Ni que hablar de las relaciones con España y con Inglaterra que por culpa de las espasmódicas decisiones sobre YPF y Malvinas están en el peor momento.Cristina puede perder su lugar en el mundo que no es Calafate, sino el Grupo de los 20.

En el mismo sentido opinó Jose Pablo Feinmann, cuándo no, en un reportaje que le hizo Bonafini para la revista Sueños Compartidos.El mismo que cometió sincericidio cuando confesó lo “incómodo que le resultaba bancar a un matrimonio multimillonario que habla del hambre”, dijo ahora: “Cristina es brillante, inteligente, y ahí se cae en la tentación de poder hacerlo todo y de considerar sobre todo que nadie puede hacer las cosas mejor que ella, lo cual probablemente sea cierto porque es una mina brillante. Pero va a caer en el unicato y en un cristinismo total que la va a aislar.” A confesión de partes, relevo de pruebas.
Alfredo Leuco