viernes, 26 de noviembre de 2010

Conductas naturales

Todorov sostiene en una frase (que leí hace mucho y espero citar lo más exacta posible), que negar a los hombres la capacidad de sustraerse a la influencia de su origen o medio, es privarlos de su humanidad.
Sabemos que en la construcción de un discurso se puede apuntar a consolidar la configuración social existente o por el contrario, a realizar una impugnación dialéctica que fuerce a una reconstrucción permanente de lo social.
Cuando la dinámica de una sociedad se estratifica, surge y se instala el relato de lo habitual, la “normalidad” que pasa a definir al colectivo.
“Todos lo hacen”, “siempre fue más o menos así”, “es lo normal”, son las excusas que suelen esgrimir muchas personas desde la inocencia o la mala fe, para ignorar, naturalizar o repetir conductas reprobables, mucho es lo que se argumenta para justificar tales conductas, se apela a la idiosincrasia, a la condición estructural, a la inherencia al sistema, etc.
Así se instala esa Doxa, esa opinión corriente, de sentido repetido que acepta lo inaceptable, naturaliza lo antinatural, deshumaniza lo humano.
Bourdieu diría que tales conductas no son fruto de un cálculo consciente, que esta illusio que percibe el orden instituido como natural, de sentido común, es una relación de creencias producto de la violencia simbólica.
Pero también ha dicho que sólo la crítica histórica, el arma capital de la introspección, puede liberar el pensamiento de las imposiciones que se ejercen sobre él, cuando, dejándose llevar por las rutinas del autómata, trata como si fueran cosas unas construcciones históricas cosificadas.
En el plano de lo cotidiano, la responsabilidad moral individual es ineludible, siempre existe, y aun cuando parezca ser que algunos pueden eludirlas, nuestras elecciones tienen siempre consecuencias, de lo contrario no tendría sentido la existencia de normas, de leyes, de un contrato social en definitiva que confiere sentido a la constitución de una comunidad organizada, entendida esta como aquella en la que se dan los siguientes supuestos: un hombre es libre sólo en una comunidad libre; tiene incidencia real en la vida de sociedad en la medida en que está organizado; y se halla en condiciones de acceder a una vida digna en tanto que logra establecer una justicia social distributiva.
Claudio Brunori

martes, 23 de noviembre de 2010

Nacionalismo tardío

Desde la impostura frontalmente progresista, La Elegida complementa el operativo de neutralización del nacionalismo.
El operativo fue iniciado por Menem, en las vísperas de la impostura neoliberal.
Paradojas del peronismo impostor.
Lo gravitante es que, cada tanto, suelen vaciarse las reivindicaciones argumentales del nacionalismo. Se las expropian.
El secreto, para mantener confortados a los nacionalistas, consiste en brindarles, de pronto, aquello que, con frecuente insistencia, reclaman.
Para apoderarse, acaso tardíamente, de sus propósitos siempre enaltecedores. Hasta hacerlos propios. Es la mejor manera de pasarlos, directamente, a los pobres nacionalistas, al cuarto.

Durante décadas, los nacionalistas reclamaron por la repatriación de los restos de don Juan Manuel de Rosas. Es -Rosas- la figura emblemáticamente divisoria.
El muro. Entre la historiografía denominada oficial, la construida por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Y la historia apodada revisionista. Con la construcción que impulsaran los hermanos Irazusta. Aunque con el antecedente invalorable de Adolfo Saldías, aquel mitrista inocente que se quedó en el medio.
Pero el exponente arquetípico de los revisadores es José María Rosa. Otro Pepe.
Los huesos de Rosas, el Tirano y el Restaurador, yacían inofensivamente, desde 1877, en Southampton. Hampshire, Inglaterra. Donde correspondía. En el exilio habitual.

El nacionalismo es el sentimiento primario, patrióticamente romántico, que suele repugnarle a Mario Vargas Llosa.
Como producto cultural, fue ideológicamente importado, desde Francia, en los años veinte, del siglo veinte.
Desde 1934, los nacionalistas argentinos, con relativa influencia del maestro Charles Maurras, insistían con aquella reivindicación de los huesos.
La Argentina ya amenazaba con la severa adicción hacia la necrofilia, que se profundizaría en la primera década del siglo veintiuno.
De todos modos, la insistencia siempre mantenía la atmósfera de alguna saludable provocación política.
Entonces, el nacionalismo era el reducto principista de la derecha pasional. Venía seducida, en el casino de la segunda guerra mundial, por las bondades efectistas del Eje. Contraria, por lo tanto, a los atributos maléficos de los Aliados.
En general, la derecha nacionalista se auto-fagocitaba en las alteraciones institucionales que solía aprovechar, invariablemente, la derecha más prolija, liberal.
Los golpistas nostálgicos iban generalmente al frente, pero, los que pasaban por la ventanilla, eran siempre los liberales.
En el plano conspirativo militar el mecanismo citado supo ser patético.
Para cada Uriburu siempre había un Justo. Para cada Lonardi, un Aramburu.
Con el paso trunco de las décadas, la condimentada ensalada del maniqueísmo, con esquemático fervor, admitía el surgimiento de una línea patriótica.
Se extendía, la línea, desde José de San Martín hacia Juan Domingo Perón. Escala técnica, casi obligada, en Juan Manuel de Rosas. Con el anexo del rescate de los caudillos populares del interior, que le brindaba el contenido folklórico.
La fascinación de la “barbarie”, en definitiva, se imponía para impugnar a los detestables oligarcas de la “civilización”.
La contraparte era la línea ilusoriamente liberal. La que estaba vigente, y por lo tanto era reaccionaria. Rescataba las transformaciones generadas desde Bernardino Rivadavia. Las innovaciones de Domingo Faustino Sarmiento (el otro divisorio). Y los arrebatos de Bartolomé Mitre (quien había decidido fundar la historia argentina, a través de un par de biografías literariamente perdonables).
Por supuesto, se asistía a la celebración de todos los proscriptos que combatían a Rosas. Desde Montevideo.

1989. Septiembre.
“Los nacionalistas quieren Rosas, bueno, hay que darles entonces Rosas y que se dejen de j…” sentenció aquel luminoso estratega menemista de 1989.
Entonces Menem, a los nacionalistas, les trajo, para calmarlos, los restos de Rosas (aún se desconocía, para las kermesses, la efectividad festivalera de Fuerza Bruta).
En septiembre de 1989, la delegación fue comandada por el imperecedero Julio Mera Figueroa. Es quien rescató, para la patria, los huesos del Restaurador, que yacían en el cementerio de Southampton.
Los momentos conmovedores fueron compartidos también por el estanciero don Manuel de Anchorena. Por el dirigente Ignacio Brach, El Gallo, por el cantante Roberto Rimoldi Fraga y el periodista Francois Lepot.
La epopeya de trasladar el ataúd de Rosas (madera que tenía 112 años), hacía París. Los especialistas introdujeron los huesos en otro cajón, un siglo más moderno.
Del ataúd anterior sólo había quedado, apenas, según nuestras fuentes, un clavo.
En otro momento estremecedor el grupo de patriotas decidió, por unanimidad, que el clavo fuera conservado por Roberto Rimoldi Fraga.
Llegó, para la ocasión, un avión especial de la Fuerza Aérea Argentina. Conste que el Brigadier General don Juan Manuel de Rosas fue despedido, por el gobierno socialista de Francia, con los honores que equivalían a un Jefe de Estado.
En Rosario, esperaban al Restaurador miles de gauchos, a caballo. Mera Figueroa había cumplido con la instrucción.

2010. Noviembre.
21 años después, la señora Cristina, La Elegida, prosigue aquella posta de Menem.
Los nacionalistas eran los únicos que solían celebrar la mitología de La Vuelta de Obligado. Aludía al episodio heroico en que el Restaurador, don Juan Manuel, junto a su cuñadito Lucio Mansilla, en noviembre de 1845, decidieron frenar el avance imperialista de Inglaterra y de Francia.
Justamente a Inglaterra, el imperio que iba a darle a Rosas el cobijo, en su próximo exilio, y la piadosa sepultura, durante 112 años.
Y a Francia, que lo despediría, en 1989, con la salva de cañonazos que le elevaban la jerarquía de estadista inmortal.
La conmemoración de La Vuelta de Obligado era también una manera de provocar a la sensible historiografía oficial. La que se empecinaba en señalar, tan sólo, las abundantes barbaridades de Rosas. “El Pequeño”. Para acentuar, en simultáneo, el espíritu romántico de los proscriptos de Montevideo que leían Amalia. De Mármol.

“Los nacionalistas piden por La Vuelta de Obligado. Bueno, hay que darles entonces Obligado y que se dejen de j…” pudo sentenciar el estratega luminoso del kirchnerismo, que aún no se había extinguido.
Entonces La Elegida, para confortar a los nacionalistas agrietados, apostó por la interpretación del historiador improvisado. El más transversal. Pacho O’Donnell. Epígono involuntario de Felipe Pigna.
Gran cultor -O’Donnell- del consenso. La flexibilidad patriótica supo habilitarlo para ser el funcionario cultural de Alfonsín. Después, inalterablemente, de Menem. Y para ser, en la actualidad, también el ideólogo inalterablemente histórico de Cristina. A los efectos de exaltar la gesta del cadenazo. Y de transformar, la anhelada reivindicación de las cadenas de La Vuelta de Obligado, en otro feriado más.
Para lucimiento de los fuegos artificiales de Fuerza Bruta. Para el regocijo de los veraneantes anticipados.
Emocionaba verla a Cristina, de negro distante, rigurosamente dolida, con el fondo monumental de las cadenas (que interrumpieron aquel paso de los invasores). Y con la presencia del fuego, símbolo del patriotismo que no cesa, como el rayo de Miguel Hernández. Dispuesta a adquirir, tardíamente, la significación del nacionalismo, sentimiento que tanto le disgusta a Vargas Llosa.
Con la voz ancestral de la señora Teresa Parodi. Con los rostros compungidos de los funcionarios, de los aplaudidores del elenco estable. De la señora de Bonafini, parte eterna de la escenografía. Junto a los oportunos carteles que exaltaban la pasión reelectoral de Granados, el poli-leal minigobernador de Ezeiza.
Granados también, más aún que el Pacho, estuvo digestivamente identificado con Menem. Con Duhalde. Ayer con Néstor y hoy con Cristina. Y mañana, vaya a saberse.

En los noventa, con Menem, Rosas fue útil para neutralizar los efectos negativos del avance privatizador del neoliberalismo.
En el 2010, con Cristina, Rosas ya nos sirve para que los progresistas se muestren menos zurdos. Pueden servirse, a canilla libre, de súbito romanticismo nacionalista.
Ambos -Menem y La Elegida- mantienen, tanto detrás, como adelante, al costado, y siempre, la reasignación pragmática del discurso peronista. Reversiblemente adaptable, ideal al bolsillo de cualquier historiografía.
Carolina Mantegari

lunes, 22 de noviembre de 2010

Mamma Mia

Cuando hace treinta años J.F. Lyotard anunciaba el fin de los grandes relatos, no podía imaginar que si bien su diagnóstico era válido para las grandes ideologías del siglo XX, no era aplicable para todo el mundo. En un alejado rincón austral del planeta, en una república sudamericana, los grandes relatos no sólo resistían a “los vientos huracanados de la historia”, sino que se prolongaban como en las Mil y una noches.

No hay duda de que las masas están entusiasmadas. Al menos lo están en algunas asambleas de la Facultad de Ciencias Sociales de Parque Centenario y en la falange que acompaña a los administradores actuales de la Biblioteca Nacional. Lo están los que leen Página/12, también quienes se ofrecen como redactores de periódicos distribuidos gratuitamente, o en folletines bancados por el Gobierno, los televidentes de los programas oficiales y oficialistas, todos ellos tienen derecho a su entusiasmo. Batallar contra Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Mauricio Macri es verdaderamente estimulante. Un par de guantes y a pegarle a la bolsa de arena. Lo que sorprende es que se hayan vuelto tan religiosos, que crean vivir algo inédito, que digan con fervor bíblico que “un flaco y desgarbado muchachito de Santa Cruz vino a catalizar fuerzas visibles y subterráneas de una realidad en estado de intemperie”, y que la presidencia de Cristina inaugura “el espacio del amor generoso materno en el campo patriarcal piadoso”.
Desde aquellos cursillos de la cristiandad que arrasaban con los carritos de la costanera, cerraban hoteles alojamiento, perseguían hippies y echaban a los profesores de la universidad que no se ve una avanzada de teología política de esta intensidad.

Es comprensible que en una historia en la que su tercera parte se nutre de un mito inacabable, que tuvo sus momentos de tragedia y otros de farsa, cualquiera que quiera estar a la altura del pasado pretenda al menos llegar a empardarle la inmortalidad a Perón y Evita. Y si como está de moda decirlo: “¡Vamos por más!”, con el corazón inflado la grey aún se proponga ganarle la partida al mito heredado y apostar por más de sesenta y cinco años de kirchnerismo.
Que por primera vez en décadas nuestro país viva nuevamente de su campo, que nuestro vecino ahora gigante nos compre autopartes, que la cesación de pagos nos habilite a no pagar deudas por un tiempo, que el dinero fresco de hoy permita realizar política social aunque fuera mínima, son detalles prosaicos, ordinarios, la mera apariencia de una realidad celestial que unos pocos elegidos visitan.

Las Madres y las Abuelas son el símbolo vivo de esta nueva fe. No está bien visto pensar que los torturadores y asesinos deben ser juzgados sin adherir al relato setentista. Es poco compromiso asumir una posición que no parece ser más que un recurso jurídico. No alcanza con esa convicción demasiado laica. La conversión debe ser total, así lo establece la Madre Superiora: “Con las nuevas madres y abuelas argentinas ha vuelto a ocupar la escena política esa primera mujer-madre corporal, gozosa y generosa que todos –hombres y mujeres– hemos tenido para poder llegar a la existencia y ahora a la vida política de la que el terror de Estado nos había distanciado”, dice el filósofo León Rozitchner.

Volvió mamá, y con todo. Los polluelos bajo su sombra. El que se aleja será excomulgado: ¿por quién? Mejor preguntarle a Melanie Klein, que inventó eso de la madre devoradora.
Pasa con estos personajes consagrados a la nueva fe que cuando uno se los cruza y afloja tanta tensión condensada, hace un chiste, una bromita, toma un poco de distancia respecto del tabernáculo sagrado, siente que comete un pecado. Nos alertan de que hay cosas con las que no se jode. En seguida salta la recriminación condenatoria en nombre de la muerte, del martirio, de los desaparecidos, de los torturados, y nos vamos al infierno por desacato.

Para quien está acostumbrado a que cada vez que se toma el atrevimiento de criticar la política israelí le arrojen seis millones de cuerpos de las víctimas del Holocausto al grito de “¡traidor!”, este resurgir de la melancólica “idishe mame” ahora fortalecida es un poco preocupante. Tanto amor da espanto. Y si a esta remembranza Rozitchner agrega: “Por eso, tantas mujeres sumisas y ahítas de alta y media clase, tan finas y delicadas ellas, no nos ahorran sus miserias cuando se muestran al desnudo al dirigirle (a Cristina) sus obscenas diatribas: no ven lo que muestran. Son mujeres esclavas del hombre que las ha adquirido –o ellas lo hicieron– y al que se han unido en turbias transacciones, donde el tanto por ciento y las glándulas se han fusionado (…) ¿Y el odio de sus maridos? De esos machos viriles que ven en Cristina, mezclados con sus maduros atractivos femeninos que les hacen cosquillas desde el cerebro hasta sus partes pudendas, a esa mujer que un flaco feo y bizco ha conquistado, no se la tragan”.

Me doy cuenta de que Rozitchner se ha inspirado en la Las viudas de los jueves, pero amigo León: yo te juro que sí me la trago, no pienses mal de mí, nos conocemos hace mucho, yo me la trago y bien doblada, para seguir con tus imágenes místicas. Y mi mujer de clase media te promete borrar de su mente todas las miserias del mundo y no tener más turbias transacciones conmigo.
Vivamos en paz. Empujemos el carro para adelante que los melones se acomodan solos, según el refrán de un conocido pensador de onda corta y amplitud modulada. Con un crecimiento chino desconocido en toda nuestra historia, con un porvenir cristilino por años, y tantas bendiciones más, podemos discurrir en armonía. Como lo dice en sus epifanías el doctor Forster: “Kirchner, su nombre, habilitó, bajo nuevas condiciones, de lenguajes emancipatorios extraviados entre las derrotas y los errores; hizo posible una lectura en espejo de otras circunstancias históricas al mismo tiempo que nos desafió a que encontráramos las palabras que pudieran nombrar lo que permanecía sin nombre de este giro de la historia”. El doctor –que no parece distinguir entre “creersela” y creer en algo– las encontró, y son unas cuantas.

Los que tenemos más de un par de años de vida hemos conocido muchos momentos proféticos en la Argentina. Nos han prometido el ingreso al paraíso si éramos católicos sumisos al Escorial Rosado. Tuvimos la posibilidad de tener una patria socialista al grito de Perón o Muerte. Vinieron luego los que nos auguraron la paz, la reconciliación argentina y la liberación de islas sojuzgadas. Disfrutamos de la modernidad democrática en la que se come y se dialoga con tolerancia y espíritu pluralista. Un señor otrora muy querido nos ofreció el salto al progreso, la definitiva estabilidad de precios y la integración al Primer Mundo ante el aplauso de la platea de Davos. Y ahora esta nueva santidad femenina y la imagen del loco del sur, que nos llevan hacia… La verdad es que no sé, no soy escéptico por naturaleza, no quiero tener el destino de Moisés que muere antes de llegar a la tierra prometida, no me resigno a ser un posmoderno relativista burgués, Dios me libre de ser de derecha. Yo también quiero tener una Pachamama de izquierda, seguro que debe haber algo bien grande detrás de la cortina del presente, el Bien de Platón al salir de la caverna, un sol bien amarillo quizás, grabado en un yuan reluciente.
Tomas Abraham

viernes, 19 de noviembre de 2010

El pago al Club de París y el falso crecimiento

La república vive una saturación y un bombardeo de supuesta “información” a la que es cotidianamente sometido. Mucha de esta saturación, es una creación, una técnica de comunicación mediante la cual, desde el mismo poder, desde el Estado, se busca convencer a importantes sectores de la población de que algo ocurrió, está ocurriendo, u ocurrirá, sin que esto se verifique. Es la consabida “construcción del relato”.

¿Qué es la cuenta del Club de París? (una estafa ya varias veces pagada).
Comenzó en mayo de 1956. Los gobiernos acreedores se reunieron y acordaron renegociar la deuda argentina, que entonces sumaba U$S 500 millones.
Entre 1985 y 1992 la deuda pasó de U$S 5.500 millones a U$S 9.000 millones por los intereses impagos. En ese período hubo otras cinco rondas de negociaciones. La deuda aumentó en U$S 2.000 millones, más la revaluación de las monedas europeas.
Durante 10 años, la Argentina pagó unos U$S 9.000 millones, de los cuales U$S 3.200 millones fueron intereses con plata de otros acreedores. El país siguió pagando hasta el 2001, cuando la historia cambió. El 23 de diciembre, en medio de una severa crisis, el país declara el cese de pagos de su deuda soberana. Por el anuncio del entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá, la Argentina dejó de pagar también al Club de París.
En 2001, el país le debía unos U$S 1.879 millones a ese grupo acreedor. Cuatro años después, esa deuda trepó a U$S 2.585 millones, por los intereses no pagados y la revaluación del euro y el yen. Por préstamos otorgados de país a país, la deuda bilateral, incluyendo a España, subió de U$S 2.597 millones a U$S 3.861 millones. De esa manera, el pasivo con el Club de París ascendió a U$S 6.450 millones. Como dice el ex diputado Mario Cafiero, la deuda con el Club de París es una verdadera estafa.

El “relato”
Desde el año 2008 el gobierno de Cristina Fernández viene anunciando la cancelación del pago. El lector creerá que, como antecedente, exigirá se aclare porqué los pagos anteriores fueron excesivamente superiores a los préstamos, pero no: la obsesión del gobierno es el “no-control” de las variables económicas argentinas, las que son claramente falsificadas a través de la intervención del organismo público encargado de tales menesteres, el INDEC, que a la postre, durante su intervención, ha logrado uno de los principales objetivos del gobierno: falsear los datos de la inflación, a fin de poder emitir más dinero, realizar gastos fuera del presupuesto, lograr devaluar las rentas, salvo las del mismo Estado, que se mantienen precisamente porque los impuestos de alto impacto recaudatorio (como el IVA) están enganchados con la inflación REAL y no con la inflación mentida.
En concreto: a los proveedores y a los empleados públicos de cualquier pelambre se le ajusta con el índice “Itzcovich” (o sea la inflación trucha) y el Estado, al mismo tiempo, nos cobra el IVA al 21% sobre la inflación real que nos destroza los bolsillos. Plin caja, negocio redondo.
Otro de los cuentos del Relato son las verdaderas intenciones del gobierno de Cristina Kirchner. En realidad, el cuento del “pago” es vidrio para que mastiquen los “giles”: no existirá tal pago, solo será un cambio electrónico de “figuritas” ¿Qué es esto? En realidad, lo que busca el gobierno es salir del default pagando (en una o dos veces) la deuda con el Club de París y, al mismo tiempo, recibir dichos créditos instantáneamente, dado la gran liquidez existente a nivel mundial.
Hoy, por imposición de los EEUU, existe una inundación de dinero a nivel global, sumado ello a la tracción que realiza China a través de compras nunca soñadas por los países proveedores de materias primas (siempre acostumbrados a tener que aceptar transferencia de tecnología en vez de plata por sus commodities). O sea, la situación cambió (y para bien) para todo el tercer mundo.
En este mundo positiva y extrañamente cambiante, elegimos bajarnos… así somos los argentinos. El mundo imperialista que funcionó hasta los ´90, (norte-sur) funcionaba a través precisamente del neo-liberalismo, de forma tal que los pobres del sur le mandábamos vacas y trigo (los chilenos cobre, Bolivia estaño, y así sucesivamente) al norte, luego los norteamericanos y europeos rescataban sus recursos a través de la transferencia de tecnología (siempre de segunda) que nos mandaban en diversas formas.
En consecuencia la situación y relación de dependencia, el “no desarrollo” confirmaba la teoría de Cardozo de la dependencia, el tractor de la historia (el primer mundo) nunca nos traccionaría. No contábamos con mercado de capitales suficientes. No teníamos amplias capas de consumo o no las sabíamos formar; La formación de mercados liberados ha generado mercados fuertes en los países de manera horizontal (léase BRIC y otros) los países ahorran grandes sumas de reservas, y se cuidan de no recibir capitales especulativos, los “grandes” como Rusia, China, India y Brasil lograron crecimiento en pos del desarrollo.
¿Qué papel juega la Argentina en todo esto? Muy modesto, un proveedor de algunas materias primas, aceites de soja y girasol, petróleo y algunos derivados, y poca cosa más, (automóviles fundamentalmente) siempre bajo la tutela de Brasil, siendo un socio “menor” de quien ahora, pretende colocarse en quien nos trasfiere tecnología de segunda.
Cuando viaje en un avión “tucano” de 90 plazas en un vuelo de cabotaje de “Aerolíneas Argentinas recordará estas líneas...
A diferencia de los países emergentes líderes, desde una inocultable marginalidad, Argentina, a través de su gobierno, pretende seguir ocultando su subdesarrollo y postergación, bajo el paraguas del “crecimiento”.
¿Qué es el crecimiento? ¿Qué es el desarrollo? ¿Cómo se logra el desarrollo y porqué si crecemos seguimos tan mal y con un pueblo mal pagado, jubilados postergados, niños sin escuelas y trabajo en negro con salarios de hambre? Veamos: el llamado “Crecimiento económico” es la expansión de la economía de un país (cambio cuantitativo). Así hubo “crecimiento” en los ´90, mientras el país se remataba, y los argentinos pasaban de ser obreros metalúrgicos a remiseros, sin escalas.
El llamado “Desarrollo económico” es un cambio cualitativo y de reestructuración de la economía de un país en relación con el progreso tecnológico y social (lo que acá no se verifica).
El Desarrollo sostenible es el que satisface las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades, o sea, sin destruir los glaciares, los acuíferos, la tierra glifosada de la soja, los recursos ictícolas, las especies animales y minerales, las aguas, los aires, y los bosques. O sea, todo lo que el “mal crecimiento” de la Argentina K está destruyendo.
El desarrollo se logra solo con una clase especial de crecimiento que asegura a un país crecer constantemente y a través del autoimpulso de su economía (un país liberado de intereses foráneos, capitales extranjeros, o consumos de neo-potencias asiáticas).
El crecimiento económico es condición necesaria pero no suficiente, para el desarrollo.
Los indicadores convencionales de crecimiento mediante el PIB son insuficientes para medir el desarrollo: no se considera el uso que se hace del incremento productivo registrado, ni la distribución del ingreso, ni las políticas sociales encargadas de enfrentar la pobreza y el atraso.
El desarrollo económico solo puede lograrse mediante el crecimiento armónico y proporcional de los sectores de la economía nacional. Debe ser un proceso de crecimiento balanceado (federal) y auto sostenido de la economía que asegure las transformaciones de la estructura económica y social capaces de garantizar la satisfacción creciente y estable de las necesidades materiales y espirituales de la colectividad humana en cuestión.
No hay desarrollo sin ciertos niveles de industrialización: no puede haber desarrollo económico sin un crecimiento simultáneo —y dentro de ciertos niveles— de las diversas ramas productivas. Por otra parte, se deben romper las relaciones de explotación de unas clases sociales por otras y rescatar los recursos básicos del patrimonio nacional. Solo con un pueblo dueño de su propio destino puede encararse la tarea de lograr un desarrollo económico-social acelerado, que reduzca la enorme brecha que separa a nuestro país de las economías desarrolladas. Llegado el momento de hacerse realidad el famoso “pago” al Club de París, cuando los argentinos se enteren que el mismo es vuelto a tomar y encima, para concluir con obras que se anunciaron y nunca se ejecutaron, nos daremos cuenta (aunque nos hayan advertido) y deberemos hacernos “cargo”.
En concreto, la Argentina mostrará “crecimiento”, pero no “desarrollo”. Cristina Fernández mostrará índices para intentar ganar las elección del 2010, pero la Argentina seguirá tanto o más endeudada que en el default. En la memoria de los argentinos “relatados” quedará un recuerdo falso, el de que el país se desendeuda y eso no será cierto.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Las falencias del “modelo”

Pocos presidentes han ejercido el poder con el vigor y la intensidad de Néstor Kirchner, no sólo en las áreas de la política exterior, sino también en todos los aspectos de la política interna, particularmente la política económica. Por esto, no ha sorprendido que dentro de los núcleos del peronismo vinculados al gobierno nacional (gobiernos provinciales y municipales) comience a debatirse la necesidad de “profundizar” el denominado “modelo de acumulación y distribución del ingreso”. Más allá de enunciados retóricos, partamos de la afirmación de Perón, quien siempre insistía en que “la única verdad es la realidad”. Nos concentraremos entonces en las cosas tal cual vienen ocurriendo.

La base de la acumulación de capital productivo se genera en el proceso ahorro-inversión, y lo que se observa es que este proceso está siendo orientado hacia la fuga del ahorro hacia el exterior. Un régimen que expulsa ahorro al exterior desacumula capital productivo. Es decir, “los otros viven ahora con lo nuestro”. Destaquemos que las inversiones directas externas productivas son hoy en Brasil diez veces superiores a las nuestras. En la década anterior, la diferencia a favor de Brasil era mínima. Hoy la confianza sobre el futuro es distinta: en los últimos cuatro años ingresaron en Brasil 60.000 millones de dólares y se fueron del nuestro, vía fuga de ahorros privados, más de 40.000 millones. Las inversiones productivas en Brasil tienen asegurado financiamiento a largo plazo y bajo interés, cosa que no ocurre entre nosotros. Influye el hecho de que Brasil tiene un riesgo país menor a la tercera parte del nuestro, a pesar de que su endeudamiento público es mayor.

La explicación a esta paradoja se encuentra en el primitivismo de persistir, por ejemplo, en presentar cifras estadísticas oficiales que no reflejan la realidad. También influye negativamente que nuestra inflación sea cinco veces superior a la de Brasil. Tenemos la segunda inflación en el mundo, superada únicamente por Venezuela. Con una inflación creciente no será fácil sustentar un proceso de inversiones sostenidas.

El sector productivo debe estar asentado sobre un sector energético sólido, y lamentablemente se nos evaporan mes tras mes las reservas de petróleo y gas por falta de inversiones. El capitalismo competitivo le ha permitido a Brasil expandir en esta década sus reservas de gas, mientras que las nuestras cayeron 55%; además, ellos incrementaron sus reservas de petróleo y las nuestras cayeron 20%. Por eso Brasil cada vez produce más gas y petróleo, mientras que nuestra producción cae y cada vez se explora menos. La razón es la reforma constitucional de 1995 de Fernando Henrique Cardoso, que abolió el tradicional monopolio de Petrobras, la convirtió en una empresa abierta a la inversión de accionistas privados y al mismo tiempo convocó, a través de licitaciones competitivas e internacionales, a las empresas líderes en el mundo para explorar más de 130 millones de hectáreas marítimas. En cambio, nuestro capitalismo de amigos tiene como exponente la irregular adjudicación de más de siete millones de hectáreas potencialmente petroleras en Santa Cruz a dos conocidos empresarios vinculados al poder.

Algo similar está ocurriendo con el stock ganadero, que ha disminuido en varios millones de cabezas y ya viene comprometiendo el abastecimiento interno, además de impulsar una inflación de costos vía aumento de precios de la carne por escasez en la oferta interna. La versión vigente del “modelo” no entiende la revolución de los alimentos del siglo XXI, impulsada por el 80% de la población mundial, que sigue demandando proteínas animales y lo seguirá haciendo por las próximas décadas; además, es incapaz de diseñar una política que promueva la transformación de proteínas vegetales en proteínas animales, fortaleciendo la cadena agroindustrial. De esta manera nos condenan a exportar pocas materias primas agrícolas, profundizando la primarización sojera. El desarrollo de una vasta red de unidades industriales en las zonas productoras del interior dedicadas a incorporar valor agregado a estas materias primas sería la mejor receta para tener un país federal y regionalmente equilibrado gracias a estas nuevas actividades.

Se insiste en gravar con retenciones a todas las exportaciones, incluso de manufacturas industriales (caso único en América latina). Esto contribuye a que apenas ocupemos el 11° lugar en América latina en crecimiento de las exportaciones. En esta década, nuestras exportaciones más que se duplicaron y eso es una buena noticia, pero el caso es que las brasileñas más que se triplicaron. La principal explicación de este distinto comportamiento se encuentra en el hecho de que a nadie en Brasil se le ocurriría desalentar y ponerle obstáculos a la difícil tarea de ganar nuevos mercados con impuestos antiproductivos propios del Imperio Romano (diezmos antes, hoy retenciones). Nuestros impuestos al comercio exterior son siete veces mayores a los brasileños.

El “modelo” vigente invierte mal los recursos públicos dedicados a la inversión. Utiliza mecanismos oscuros para ejecutar las obras públicas, mecanismos que son compatibles con un aumento injustificado en los sobrecostos. No puede “acumular” un modelo que desalienta la inversión de riesgo y sólo ampara las que encuadran en el denominado “capitalismo de amigos”. La ausencia de inversiones debilitará en el futuro nuestro crecimiento porque aparecerán estrangulamientos de capacidad en sectores estratégicos. En el mundo moderno, las inversiones productivas a largo plazo requieren normas que pueden ser estrictas y rigurosas, pero deben ser transparentes y estables. Un “modelo” que utiliza indicadores falseados por el Indec como termómetro básico de todas las actividades económicas no puede promover la acumulación de capital productivo.

Finalmente, el modelo no “acumula” con sentido federal porque no asegura una adecuada coparticipación de impuestos, ya que transfiere automáticamente a las provincias por debajo del mínimo legal del 34%. Es el valor más bajo de los últimos 50 años, incluso menor a la época de la última dictadura militar. Recordemos que la ley negociada por Alfonsín-Cafiero en 1988 establecía una coparticipación automática a favor de las provincias del 56,6%.

Sin federalismo fiscal no hay federalismo político y los gobernadores son meros delegados del Ejecutivo Nacional. El modelo vigente no puede ser muy inclusivo porque ignora la pobreza que afecta hoy a uno de cada cuatro argentinos.

Pero como se manipulan las estadísticas, el “modelo” cree que ha reducido la pobreza, sin advertir que la inflación de los últimos años ha creado más de tres millones de nuevos pobres. Si el Gobierno cree en sus propias cifras no podrá tener nunca una política social inclusiva en serio. El modelo vigente no es realmente inclusivo porque ha concentrado enormes subsidios, principalmente en el sector energético, en los sectores medios altos de la sociedad, en lugar de implementar una verdadera tarifa social que asegure el consumo de los más pobres.

Hoy más de la mitad de los pobres son niños y más de la mitad de los niños son pobres. Pero el “modelo” no tiene hasta ahora propuestas efectivas para mejorar no sólo la cobertura, sino también la calidad de la escuela pública, que es la única chance que tienen los núcleos humildes de quebrar la “reproducción intergeneracional de la pobreza”.
Por todo esto es urgente fortalecer un verdadero modelo de acumulación y distribución. Este es el desafío que enfrenta hoy el peronismo.
Alieto Guadagni

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Relaciones incestuosas

El periodista Luis Gasulla presenta su primer libro "Relaciones Incestuosas. Los grandes medios y las privatizaciones, de Alfonsín a Menem", el jueves 18 de noviembre a las 17 horas en la Biblioteca Nacional, aula 2, sita en Agüero 2502 de la Ciudad de Buenos Aires. A continuación un extracto de la obra:

Los medios y los gobiernos se vinculan en un eje de “amor-odio” que no puede ser reconocido ni por unos ni por otros. Por los medios, porque perderían la credibilidad que reclaman y proclaman. Por los gobiernos, porque se los acusaría de estar al servicio de los formadores de opinión y no del conjunto de la población. Ambos disputan el poder simbólico de la sociedad, poder entendido como la relación circunstancial pero permanente de intentar influir sobre ella. Así, se necesitan mutuamente y, en las democracias liberales actuales, se complementan.

Un ejemplo de estas relaciones incestuosas fue el tratamiento editorial de los dos grandes matutinos —Clarín y La Nación— durante el proceso de privatizaciones de las empresas de servicios públicos durante el primer gobierno de Carlos Saúl Menem. En medio de descaradas privatizaciones, el discurso imperante equiparaba al Estado con el mismísimo demonio. Recordemos que, desde 1989, cuando el justicialista y ex gobernador de La Rioja, Carlos Menem, asumió la presidencia de la Nación argentina, se inició un proceso de liberalización y desregulación de la economía sin precedentes que fue acompañado por el predominio del sector financiero sobre el industrial. Durante la marcha de este proceso se privatizaron las empresas de servicios públicos del Estado mientras que, a su vez, una gran cantidad de medios de comunicación —entre ellos los principales canales de televisión y las radios capitalinas más importantes— también pasaron a manos privadas.

Al mismo tiempo que el capital financiero, mediático y de los grandes grupos económicos se concentraba, una visión negativa del Estado como administrador se apoderaba de la opinión pública, de los medios de comunicación, de políticos y de funcionarios.

El cuento de Doña Rosa
¿Quién influye a quién? ¿La sociedad argentina estaba harta de los servicios públicos manejados por el Estado porque los diarios, Bernardo Neustadt y la empleada pública del humorista Antonio Gasalla escribía y hasta ridiculizaba la impericia estatal? ¿O tal vez la opinión pública se había saturado de esperar años para conseguir una línea telefónica en su casa?

La relación que existe entre la sociedad y los medios de comunicación de masas es innegable: los medios están formados por personas que integran la denominada "opinión pública" y, a su vez, la opinión pública condiciona a los medios en menor o mayor medida, ejerciendo una presión sobre ellos. Como afirma Denis McQuail: “La institución de los medios forma parte de la estructura de la sociedad, y su infraestructura tecnológica de la base económica y de poder, mientras que las imágenes y la información que difunden son, obviamente, un aspecto importante de nuestra cultura”. Sería imperdonable obviar la presión que la opinión pública ejerce sobre los medios de comunicación pero también es cierto —y más en las sociedades actuales, altamente mediatizadas— que, la única opinión pública efectiva es la opinión pública publicada.

Es necesario reconocer el rol que juegan los medios de comunicación masivos en una sociedad que se caracteriza por la mediatización de la experiencia ya que las representaciones iconocinéticas, la televisión en primer lugar, y la radio y los medios de prensa escrita, luego, establecen la agenda mediática y la manera en que el ciudadano debe ubicarse frente a la noticia. Los medios informan pero también forman opinión donde la noticia es una construcción social arbitraria de un hecho y donde la realidad expresada por los medios no es una ventana abierta al mundo sino una construcción donde se persuade —entendido en términos aristotélicos—, donde algunos acontecimientos son noticias —llegan a la luz— y otros no —se ocultan— y, especialmente, le otorgan a la sociedad la agenda de discusión cotidiana que circulará en ella. Los medios transforman las identidades culturales, influyen en las formas de percibir hechos y personas, construyen lazos sociales y políticos, robustecen conflictos y consensos. En ese sentido ¿Cuál era el rol que debía cumplir el Estado según Clarín y La Nación entendiendo a la editorial como la conciencia abierta de un diario al igual que lo hicieron en Decíamos Ayer los periodistas Eduardo Blaustein y Martín Zubieta? Investigar quién habla y desde dónde habla es descubrir qué se busca decir, para qué y por qué.

En absoluto esto significa que los periodistas de ambos diarios no hayan investigado y hasta denunciado los negociados en el proceso de venta de las empresas pública, la corrupción y hasta la aparición de un “diputrucho” en una sesión histórica del Congreso, pero las causas y consecuencias de las privatizaciones jamás fueron abordadas desde un ángulo opuesto al del gobierno menemista. Había que privatizar y cuánto antes, mejor. Eso era incuestionable.

Como señaló Bernardo Neustadt a este periodista, “a Doña Rosa nadie le puso un revolver en la cabeza” para que legitimara la traición de Carlos Menem y convalidara sus mentiras votándolo masivamente en 1995. La sociedad acusó y criticó cuando lo quiso hacer, así como también apoyó y votó a corruptos, genocidas y represores sabiendo de sus pecados, en menor y mayor medida. Muchos medios, a su vez, como parte de la sociedad toda, se enamoraron de algunos gobernantes otorgándoles más espacio a los elogios y menos líneas a las denuncias, priorizando con mayor énfasis algunas medidas y cubriendo algunas críticas. Algunas noticias tuvieron más espacio que otras –no fue lo mismo la cobertura mediática de la Plaza del Sí en apoyo a Carlos Menem que las tantas Plazas del No a su política económica–. El ensayista Miguel Alsina afirma que “la noticia es una representación social de la realidad cotidiana producida institucionalmente que se manifiesta en la construcción de un mundo posible”.

La llegada de Carlos Menem al gobierno en 1989 sólo explotó, y con éxito, ese odio hacia el Estado, no lo creó. Sin embargo, la “prensa gráfica comercial”, intervino en la creación de consensos y construyó un discurso que fue funcional al modelo neoliberal instaurado por el gobierno de Carlos Menem y profundizado con la llegada de Domingo Cavallo al ministerio de Economía. El hecho de repetir una y otra vez, hasta el hartazgo, la inutilidad estatal y los beneficios de privatizar las empresas de servicios públicos es lo que el recordado ensayista, periodista y profesor, Aníbal Ford llamaba “mediaciones”, “dispositivos de construcción de hegemonía (…) donde operan interpretaciones que después se institucionalizan en el sentido común”.

Cada vez en que la política y los grandes medios se aliaron produjeron un discurso unificado y un consenso social que minó expresiones alternativas. Sucedió a comienzos de los 90 y se repitió durante los primeros años del kirchnerismo. Los discursos incuestionables como los totalitarismos políticos y discursivos siempre atentaron contra la democracia. He aquí un momento de la historia argentina en la que las aguas sociales (dentro de las que nada el subsistema periodístico) se han dividido y no por obra y gracia de ningún Moisés.

¿Quién creó ese inmenso odio hacia el Estado entonces? Difícil es tener una respuesta exacta ya que no existe. Recordemos que “la acusación no es prueba y que la condena depende de la evidencia y de un proceso legal”, como dijo el célebre periodista Edward Murrow. En Relaciones Incestuosas trabajé sobre la idea de imaginario social, el cual fue invadido por el sentimiento de miles y miles de ciudadanos, en su rol de usuarios, que vieron cómo los servicios esenciales manejados por el Estado, funcionaban cada día un poco peor –el caso de la prestación de la telefonía es ejemplar–. Ahora bien, a la sociedad no le interesaban las razones de ese mal funcionamiento –si había un boicot interno o si existía una política desde el propio de Estado de deshacerse de sus empresas–, y cuando muchos políticos se animaron a hablar de la posibilidad de privatizar comenzaron a ser vistos como actores hollywoodenses, rubios y de ojos celestes. El trabajo de la “doña Rosa” de Neustadt –el periodista televisivo más visto de esa época – es innegable, como él mismo se encargó de señalar en vida y despertó mayor influencia que docenas de editoriales del diario La Nación o alguna tapa de Clarín. Pero Neustadt no obligaba a sus televidentes a que lo vieran todos los martes a la noche y menos que llenaran la Plaza de Mayo para decirle “Sí” a Carlos Menem.

En la obra de Shakespeare Julio César, dice Casio: “La culpa, querido Bruto, no está en nuestro destino, sino en nosotros”. Sin embargo, un nosotros no puede ni debe significar un todo absoluto, dado que hubo dirigentes, sindicalistas –los menos, cabe aclarar–, políticos, periodistas de medios marginales y algún sector minoritario de la opinión pública que supieron aventurar que el neoliberalismo y la política privatista no sería una solución sino un nuevo y, aún más grave, problema. Criticaron y resistieron, pero fueron vencidos ante la indiferencia de las mayorías. En esos años, tanto los periodistas como la opinión pública tuvieron alergia a la información desagradable o perturbadora, y se dedicaron a devorar las bellezas que el presidente Menem les “obsequiaba” en su cajita de cristal. Vivir la fantasía y la apariencia no sólo fue un pecado de muchos políticos sino también de una sociedad que se transformó en “público” y que estaba harta de la burocracia estatal, la hiperinflación y las malas noticias; prefirió a un vivo que a un serio, a un “roban pero hacen” que a un honesto pero lento. El fin volvió a justificar a los medios.

Hoy aquellos temas que en otros tiempos no se discutían, están arriba de la mesa, dispuestos a ser devorados. En el 2008, en una guerra de poder nunca antes vista, un gobierno comenzó a cuestionar el poder de Clarín, ese monstruo, temido como cualquier criatura de estas características y tamaño, aunque creado por sus propios y futuros detractores. Esas relaciones non sanctas de ayer son estas relaciones incestuosas de hoy en que los ciudadanos y los periodistas sin compromisos políticos ni económicos con un grupo empresario determinado, observan “la guerra”, día a día, envueltos en una pelea estéril en donde la mayor perjudicada es la verdad. El periodismo puede ser de izquierdas o de derechas; pero siempre debería mantener es la honestidad consigo mismo que es la única forma de serlo con el lector, con el oyente y con el televidente. El compromiso ideológico no debería ir a contramano con la veracidad.

Cristina es Kirchner

Si todavía alguien guardaba una mínima esperanza sobre la idea de que la muerte de Néstor Kirchner iba a cambiar el clima de la Argentina y el estilo de gobierno, esa módica expectativa se vino abajo con los anuncios de la última cadena nacional. En no más de doce minutos, la Presidenta, por momentos con la voz entrecortada por el recuerdo de su compañero, volvió a demostrar que no tiene la mínima intención de negociar o consensuar nada con la oposición. Y que a los argentinos nos espera más de lo mismo: nuevos anuncios sobre anuncios que ya se hicieron y no se cumplieron; golpes de efecto para sacar de la agenda los asuntos inconvenientes, como las ofertas de dinero a los diputados para aprobar el presupuesto oficial, y uso discrecional de los fondos públicos, como si la plata del Estado fuera de la primera mandataria o de los ministros. La única diferencia entre el ex presidente y Cristina Fernández es que el primero manejaba con mano de hierro las negociaciones sensibles, y las ofertas políticas y económicas se hacían con más cuidado y anticipación. Ahora, las "propuestas indecentes" las formulan varios interlocutores y la superposición de gestiones las hace menos "efectivas" y más escandalosas.
¿Tiene derecho el Gobierno a diagramar un presupuesto y pretender que se lo apruebe sin tocar una coma? Sí, si se entiende el presupuesto como la elección de prioridades del gasto público. Y si la oposición no le facilita el uso de ese instrumento estará incumpliendo su obligación. Así presenta la jefa del Estado el asunto, pero no dice toda la verdad. Porque se trata de un presupuesto mentiroso. Un presupuesto que subestima la verdadera recaudación. Un presupuesto que le permitirá al Ejecutivo contar con más de 100.000 millones de pesos de libre disponibilidad. Es decir, sin pasar por el filtro o el control del Parlamento. Una enorme cantidad de dinero que podría ser utilizado, como sucede desde 2003, para disciplinar intendentes, gobernadores, dirigentes sociales, sindicalistas, medios y periodistas y para financiar, de manera poco transparente la próxima campaña presidencial. Una parte de la oposición pretende usar parte de esos fondos para pagar el 82 por ciento móvil de los jubilados. Otra parte desea, por lo menos, que a semejante excedente se le asigne un destino cierto y determinado. Eso no tiene nada que ver con poner palos en la rueda, colocar en riesgo la gobernabilidad o impedir que la Presidenta gobierne como se lo impone la Constitución Nacional. Es una cuestión de sentido común: el Poder Ejecutivo gobierna y el Congreso controla.

¿Es un delito que los funcionarios del Gobierno traten de convencer a diputados de distintas fuerzas para que aprueben el presupuesto oficial? Primera respuesta rápida: el ámbito natural para hacerlo son las comisiones de trabajo y el recinto. Segunda respuesta urgente: desde la restauración democrática, el ejercicio de seducción de ministros y secretarios se viene haciendo sin que nadie, hasta ahora, haya puesto el grito en el cielo. Recuerdo aquella confesión del fallecido senador radical Adolfo González Gass cuando reconoció, ante el estupor generalizado, que su bloque canjeaba nombramiento de jueces por leyes que necesitaban aprobar. Con el tiempo, el canje se hizo más sofisticado y tangible. La Banelco en tiempos de la Alianza fue la más escandalosa, pero no la única. El "pedí lo que quieras" denunciado por Emilio Rached en el medio de la discusión por las retenciones al campo fue un botón de muestra de la desesperación de Kirchner por ganar la pulseada. Una cosa es el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, tratando de convencer al diputado del PJ disidente Marcelo López Arias para que vote a favor del presupuesto, aunque la llamada haya sido de madrugada, y otra muy distinta es ofrecer dinero negro, desde 50.000 hasta 500.000 pesos, por vender la conciencia y las convicciones. ¿Pudo la Presidenta no tener conocimiento de semejantes propuestas? La líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, sostiene que no hay negocios por debajo de la mesa si los jefes políticos no hacen un guiño. El ex presidente Fernando de la Rúa podría ser condenado por el mismo motivo. El ex secretario parlamentario Mario Pontaquarto reconstruyó la ruta de las coimas a los senadores para aprobar la reforma laboral y explicó por qué De la Rúa no podía ignorarlo.
Todo el sistema político sabe que el dinero por debajo de la mesa existe. Como existen los aprietes públicos y privados a los gobernadores para que los legisladores de sus provincias voten a cambio de obras públicas o de liberación de fondos. ¿Se atreverá la presidenta de Asuntos Constitucionales, Graciela Caamaño, a investigar a fondo, o simulará que lo hace, como parte integrante del sistema?

La cadena nacional de la Presidenta tuvo un doble propósito: generar un golpe de efecto con el anuncio del pago de la deuda al Club de París sin pasar por el monitoreo del FMI y correr de la agenda la investigación por el intento de torcer la voluntad de diputados nacionales que no quieren aprobar el presupuesto a libro cerrado. Honrar las deudas está bien, pero pagar al mismo tiempo tasas del 16 por ciento a Venezuela no es progresista ni antiimperialista. Y pagar tan rápido una deuda que en buena parte es ilegítima y fue contraída por la dictadura militar es, desde el punto de vista ideológico, por lo menos discutible. En fin: si cualquier gerente financiero de la empresa más importante le aconsejara al dueño pagar semejante deuda en menos de un año, éste lo despediría o, por lo menos, rechazaría la sugerencia.
Sin embargo, Néstor Kirchner convenció a la militancia de que esta política de desendeudamiento es revolucionaria, porque "nos libera" de la vigilancia del Fondo. Y ésta también es una verdad a medias: porque el Fondo sigue monitoreando a la Argentina, aunque sus directores ya no nos visiten tan seguido. Y porque la "ruptura mediática" con los organismos financieros es una de las causas de la falta de inversión directa que padece nuestro país.
Néstor Kirchner ya no está, pero Cristina Fernández de Kirchner es más de lo mismo: prepotencia disfrazada de convicción, medias verdades presentadas como logros históricos y el uso de la caja para conservar y acrecentar el poder de cara a las presidenciales del año que viene.
Luis Majul

lunes, 15 de noviembre de 2010

Militancia

Ahora, cuando se habla mucho de “militancia” y crece la nube gaseosa de la juventud maravillosa de 1973 resurrecta en 2010, la muerte del ex almirante Emilio Massera cobra significados enormes en el debate sobre la aún no cicatrizada era de la violencia política en este país. Se conoce la truculenta saga de crímenes y delirios perversos de ese alto oficial de la Armada, pero la siempre deficitaria democracia argentina no tomó nota del costado más aleccionador de esta historia.
Al caer la noche del 10 de diciembre de 1983, Massera era un hombre libre y protegido. El entonces almirante compartía la libertad individual con sus colegas de las Juntas del período y además gozaba como todos ellos de protección extra.
Nada podría pasarles, ahora que los civiles elegidos por la sociedad habían vuelto al gobierno. Los protegía una “ley” no promulgada por congreso alguno y en plena vigencia al iniciarse el nuevo gobierno civil. Numerada 22.924 y promulgada el 22 de septiembre de 1983, a solo cinco semanas de las elecciones del 30 de octubre, estaba firmada por el presidente de facto, Reynaldo Bignone, y sus ministros del Interior (general Llamil Reston) y de Justicia (Lucas Lennon). Su artículo Nº 1 declaraba “extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista o subversiva, desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”. Resolvía que “los beneficios otorgados por esta ley se extienden, asimismo, a todos los hechos de naturaleza penal realizados en ocasión o con motivo del desarrollo de acciones dirigidas a prevenir, conjurar o poner fin a las referidas actividades terroristas o subversivas”.
A cinco semanas del triunfo del candidato radical Raúl Alfonsín, plebiscitado el 30 de octubre por el 52% de los votos (la mayoría más grande y nunca reiterada en las cinco elecciones presidenciales posteriores), las Fuerzas Armadas se retiraban regalándose una obscena norma de amnistía para ellos mismos. Con la campaña electoral en pleno desarrollo, el país se aprestaba a ponerle fin al gobierno que en junio de 1982 había capitulado ante el Reino Unido tras el clamoroso desastre de Malvinas.
¿Qué fuerzas políticas no apoyaron ni convalidaron esa auto-amnistía? Alfonsín anunciaba en sus recorridos por el país que en el nuevo Congreso democrático él impulsaría su derogación. Pero el candidato presidencial del peronismo, Italo Luder, se sentía angustiado por las “consecuencias jurídicas” de esa derogación. Para el jurista Roberto Gargarella, “la amnistía amparaba a todos los que hubieran ayudado o incitado a tales acciones, y protegía también a quienes pudieran ser imputados por delitos militares comunes realizados en aquellos años. (…) Venía a hacer simplemente imposible el juzgamiento de los gravísimos abusos cometidos por los militares”.
En 1983 el peronismo consideraba jurídicamente inviable la derogación de esa ley. ¿Quién lo hizo? El gobierno de Alfonsín, claro. A 48 horas de asumir firmó el Decreto 158 ordenando la apertura de los juicios a las Juntas militares procesistas. También envió al Congreso un proyecto de ley para derogar aquella ley, aprobada una semana después de ser enviada por la Casa Rosada. La ley 23.040 liquidó a la “ley” 22.924 por inconstitucional y la declaró nula.

Alfonsín tomó la decisión política de enjuiciar a las Juntas, lo que justamente no quería hacer y no hubiera hecho Luder si hubiese ganado. Alfonsín tenía sólo 56 años. Massera, 58. Los generales, almirantes y brigadieres de 1983 no eran gerontes patéticos y minusválidos. Cabelleras engominadas, trajes impecables, miradas sobradoras y altaneras, no podían creer que serían juzgados por un tribunal civil con todos los recaudos y garantías del estado de derecho.

El 9 de diciembre de 1985 se conoció el veredicto. A Massera le dieron pena de prisión perpetua e inhabilitación absoluta perpetua, en fallo suscripto por unanimidad por los seis jueces de la Cámara Nacional en lo Criminal Correccional Federal de la Capital (Arslanian, D’Alessio, Gil Lavedra, Torlasco y Valerga Aráoz).
En 1985, cuando la sentencia fue anunciada, el poder militar estaba intacto. La larga sombra de la hegemonía militar se proyectó hasta mediados de los años noventa. Arrestarlos, procesarlos y condenarlos fue una hazaña sin parangones, ni antecedentes.
El peronismo aceptó la autoamnistía en 1983 y no quiso participar de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep) en 1984. Un gobierno peronista indultó a Massera y sus camaradas. Los decretos 2.741, 2.742 y 2.743, firmados por el presidente Carlos Menem el 30 de diciembre de 1990, dejaron en libertad a todos los ex comandantes presos.

El indulto de Menem no fue cuestionado ni resistido en serio por el peronismo, con la salvedad de los disidentes que confluirían en la fórmula Bordón-Alvarez de 1995. En los años noventa los derechos humanos no estaban en la agenda ni en las prioridades del justicialismo. Al indulto sólo se opusieron las organizaciones de derechos humanos, el radicalismo y fuerzas menores de izquierda y centroizquierda. La sociedad argentina aceptó el indulto de Menem. Los decretos de Menem entre 1989 y 1989 beneficiaron a un total de 290 procesados, casi todos presos. Massera fue uno de ellos.
Veinte años más tarde la historia empezó a ser reescrita, con el avieso intento de pergeñar un nuevo guión, inventado para montar la arquitectura distorsiva apta para el mito kirchnerista.

El 24 de marzo de 2004, el presidente Néstor Kirchner dijo desde el predio de la ESMA: “Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades”. ¿La vergüenza de quién? Ambigüedad deliberada. ¿El sentía vergüenza por haberse callado durante veinte años o acaso la democracia, que juzgó y encarceló a los comandantes, había hecho silencio?
El supuesto renacimiento de la militancia juvenil viene lubricado por el asombroso desparpajo de una farsa ideológica oficial.
Pepe Eliaschev

sábado, 13 de noviembre de 2010

Vinagre político

Como todo el mundo sabe, no son pocos los dirigentes políticos y los altos funcionarios del Gobierno que andan por la vida con cara de vinagre. Por lo general, suponen que ese perfil psicológico -facha adusta, lengua viperina- resulta esencial para imponer respeto y acreditar prestancia de cacique. Desde hace añares, el país es pródigo en personajes políticos de esa especie, muy fáciles de reconocer por tres motivos: porque saben cómo adquirir popularidad y, casi a la par, prosperidad; porque tarde o temprano transitan estrados judiciales (cabizbajos, casi siempre) y porque se admiten discípulos de un predicador que vivió en el siglo III y que las enciclopedias denominan Manés o Maní.

Manés o Maní era babilonio, bastante a menudo tenía visiones celestiales y, como se arrogaba una exótica jerarquía -la del Espíritu Santo encarnado-, creyó oportuno fundar una secta y una corriente teológica: el maniqueísmo.

Tal corporación supo abrevar por igual en dogmas diversos (con preferencia el cristiano, el hebreo y el budista), con la creencia de que el universo y el designio humano son apenas bipolares: allí donde no impera el bien, impera el mal; si algo no es blanco y puro, entonces es negro y maligno; quien no se comporta como amigo entrañable debe ser visto como enemigo ruin y quizá como traidor? La fantasiosa percepción cosmológica del maniqueísmo, que descree de los matices, logró entreverarse en el antiguo pensamiento religioso con el vigor con que se entrevera hoy en nuestro borrascoso escenario político.

Autor del opúsculo Hermenéutica del semblante fruncido , el licenciado Mostrenco Peribáñez sostiene que los países con democracias todavía verdes, a medio sazonar, exhiben cuantioso repertorio de dirigentes de gruñido fácil, maniqueístas, para quienes las virtudes son siempre propias y los defectos son invariablemente ajenos. "En la Argentina -insiste-, algunos altos bonetes practican el maniqueísmo grosero, una grave fatalidad institucional. Como se sabe, la grosería sólo resulta tolerable cuando uno la expresa frente al espejo, como una forma de autoflagelación ética y para expiar feos remordimientos."

Según Peribáñez, la cruda realidad enseña que muchos de los principales referentes de la política nativa sufren timidez patológica, una dolencia que casi les impide enhebrar diálogo con señorones de otras castas, con intelectuales que fatigan la vereda de enfrente, con artistas que frecuentan otros olimpos... "Deberían saber que el discurso afrentoso, el maniqueísmo galopante y el mal humor sistémico son indicadores de anemia intelectual. ¡Oh, caramba! -se acongoja-. La buena ensalada política nunca ha requerido exceso de vinagre."
Norberto Firpo

viernes, 12 de noviembre de 2010

La necesaria lectura histórico-crítica de la Biblia

Existe una grave carencia en los estudios secundarios y universitarios. Es absolutamente imprescindible que los adolescentes lleven a cabo la lectura de las fuentes y tengan información sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ni hablar de los adultos. Me refiero por supuesto a una lectura histórica y no a la repetición de los mitos contenidos en la misma. Una lectura crítica que tome en cuenta la labor que eruditos realizan hace largo tiempo en este terreno. Arquéologos, historiadores, mitólogos, entre otros, son los autores de los hallazgos que revolucionaron la lectura de los textos sacros de nuestra civilización monoteísta. Esta labor es desconocida por el gran público, custodiado por quienes ocultan la verdadera maravilla que encierran una vez superadas las trampas de la credulidad infantilizada.

Adentrarse en el mundo de quienes escribieron los textos bíblicos, desplazar fechas de escritura y reescritura, ubicarlos en las estrategias enunciativas de los momentos históricos en que se produjeron y se dieron a conocer, reinterpretar los mismos a través de una lectura política de los mismos, abrirlos al campo polémico del que son objeto, es una de las tareas más urgentes e interesantes de los tiempos actuales.

El sueño de la razón dormida proviene de una pereza insistente y empecinada. Los que hemos estudiado la historia de la filosofía también padecimos la fábula del milagro griego que separó las tinieblas del mito y dio nacimiento a la luminosa razón. Hubo que esperar que las universidades dieran lugar a los trabajos de la antropología de la Grecia Arcaica, de los arquéologos, de los analistas de textos, la historia económica del mundo antiguo, para que pudiéramos entender que la maravilla llamada Filosofía no nació por la gracia de hombres que miraban al cielo y se preguntaban por el misterio del Ser, sino por los accidentes de la historia de nuevos grupos sociales, reformas demográficas, viajes extraños, migrantes inesperados, la construcción de la Polis, como entidad cultural e integrada de la experiencia democrática, las artes de la palabra y una inquietud generalizada sobre el gobierno de hombres libres en una sociedad servil.

No hay como las maravillas de la contingencia para apreciar los milagros culturales que se han depositado en nuestra memoria. Los rollos del Mar Muerto han enriquecido nuestra percepción del nacimiento del cristianismo. En lugar del mito mesopotámico de un dios nacido de una Virgen, los descubrimientos en las cuevas de los papiros milenarios nos habla de la secta de los esenios, de sus rituales baptismales, de su liturgia, de su vida comunitaria, del lugar que podia ocupar en él un devoto como Jesús, además de las disputas entre sectas judías, zelotas, fariseos, saduceos, y el rol de la ocupación romana. La religión emerge de una explosiva intensidad popular, en la que las energías espirituales y la codicia mundana se imbrican y producen acontecimientos inesperados para sus actores.

Los trabajos de historiadores como Peter Brown nos ilustran de la penetración del imperio romano por los discípulos de Cristo, el rol de las damas de la oligarquía imperial, la doctrina de los corazones transparentes y las nuevas formas de filantropía que organizan la caridad frente a la antigua “evergesía” de los notables romanos que ofrecían a la plebe con sus periódicas dádivas el pan y el circo de sus fiestas populares.

Gracias a los historiadores podemos imaginar la vida de los místicos y anacoretas de los desiertos de Turquía y Siria, que esperaban las lluvias de fuego que preanunciaban el inminente Juicio Final.

Pensar que la historia efectiva de la humanidad torna a los hombres en seres escépticos, descreídos y amorales, es rendirse a la verdad que diagraman los poderosos que desde la magistratura de sus poderes urden lo que más le conviene a sus ambiciones. Debemos pasar de una memoria de legitimación de los custodios de las verdades eclesíasticas, a una historia en la que todos tenemos la libertad de pensar el universo religioso.

Esta tentativa está lejos de los comefrailes que se santiguan al revés cada vez que pasa un sacerdote, de los que identifican religión con superstición en aras de un agnosticismo positivista que sólo cree lo que ve aunque no vea casi nada, y de un ateísmo despreciativo de lo que define como primitivismo.

La historia de los nombres que la humanidad en boca y mano de voceros anónimos muchos e ilustres algunos, le dio al misterio de nuestra existencia, es carnal, múltiple, caótica. En la actualidad en que la religión nuevamente se usa para reforzar fanatismos, es una tarea crítica insolayable que la educación se destine a los educadores, quienes deben ser los primeros en instruirse en los verdaderos misterios de la religión, aquellos en los que el hambre de la fe junta alma con estómago.
Tomás Abraham

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cosas veredes

Ha muerto el ex presidente Néstor Kirchner y se atropellan hoy en su fervor, legisladores, gobernadores, intendentes, concejales y un variopinto grupo de funcionarios por tratar de demostrar quién es el soldado más leal, el más contumaz en la exaltación de su memoria.
Abundan los pedidos para bautizar plazas, escuelas, rutas, aeropuertos, etc. con el venerado nombre del extinto líder. Hasta Julio Grondona (¡Grondona! rémora mafiosa de la dictadura) ha dispuesto que el próximo Torneo Clausura de futbol de primera división se llame Néstor Kirchner.
Se suceden así las entusiastas expresiones de una nutrida cohorte de alcahuetes y adulones que han sido en su momento, enjundiosamente menemistas, luego duhaldistas, ahora kirchneristas y habrán de ser “istas” de la primera hora del próximo poderoso de turno.
Porque como dijera sabiamente el general: Primero están los hombres, luego el movimiento y por último la patria.
¿O era al revés?
Claudio Brunori

martes, 9 de noviembre de 2010

El nacimiento de la filosofía

Una versión muy extendida dice que en el origen estuvo el pensamiento presocrático. Pero el verdadero comienzo fue en la Atenas de Platón, en medio de una crisis política sin precedentes, que invita a pensar en el presente.

También las historias de la filosofía al uso, cuyo modelo invariable es siempre, en último término, la Historia de la Filosofía de Hegel, integran el género de los grandes relatos. Aquéllos que, según dijera hace ya tiempo Lyotard, han perdido verosimilitud. Vale pues iniciar el trabajo de su deconstrucción.

Estas historias nos han habituado a creer que el nacimiento de la filosofía occidental tuvo lugar allá por los siglos VI y V antes de Cristo, en la periferia de la civilización griega. Más precisamente, en las colonias del Asia Menor y de la llamada Magna Grecia {sur de Italia y Sicilia), para trasladarse después a Atenas. No importa cuan disímiles sean las versiones acerca del sentido del discurso enunciado por aquellos primeros pensadores. Media un abismo entre la interpretación “naturalista” de los ingleses y la “romántica” de los alemanes. Se coincide -no obstante- en que la filosofía habría comenzado con ellos. Más aún, nadie deja de establecer una continuidad entre el pensar presocrático y el ateniense, incluso cuando -como en el caso de Mondolfo- se distingan distintas etapas, signadas por el predominio de un problema determinado, de una preocupación central.

Quizá solamente Nietzsche y Heidegger constituyan, en este punto, una excepción. Sin embargo, a pesar de advertir un corte, un viraje fundamental, sucumben finalmente también a la apariencia deslumbrante de que “una misma cosa” está en juego desde Tales de Mileto hasta Aristóteles -sobre todo, Heidegger-. El “asunto” de la filosofía es traído a colación por los -así llamados presocráticos-. Para peor, muy tempranamente, Platón y Aristóteles, con toda su autoridad, convalidan esta opinión. Son ante todo ellos quienes se reclaman de esa tradición presocrática, estableciendo una filiación directa entre sus desvelos y aquel pensar auroral.

Por nuestra parte -como es frecuente- pecaremos de heterodoxia. Para nosotros la filosofía nace en Atenas, en el siglo rv antes de Cristo, con Platón. La sabiduría presocrática es sólo una de sus fuentes, ni siquiera la más importante. Ciertamente, no formulamos con ello un juicio de valor. Es posible y hasta altamente probable que el pensar y el decir de un Heráclito o de un Parménides exhiban una radicalidad jamás alcanzada por la argumentación platónica. Pero no son filosofía. Nada en común tienen con ella, ni cabe afirmar que se encaminaran en esa dirección. Presumiblemente, nacen de otros intereses y preocupaciones.

La filosofía nace en Atenas al calor de una crisis política sin precedentes. La experiencia de la disolución de su comunidad y la certeza de la imposibilidad de revertir la situación mediante las formas corrientes del ejercicio del poder político: tales los factores más próximos que impulsan a Platón a ensayar un camino alternativo. Escuchémoslo: “De esta suerte yo, que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicarme a la política, al volver mi atención a la vida pública y verla arrastrada en todas direcciones por toda clase de corrientes, terminé por verme atacado de vértigo, y si bien no prescindí de reflexionar sobre la manera de poder introducir una mejora en ella, y en consecuencia en la totalidad del sistema político, sí dejé, sin embargo, de esperar sucesivas oportunidades de intervenir activamente; y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los Estados actuales de que están, sin excepción, mal gobernados; en efecto, lo referente a su legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma, acompañada además de la suerte para implantarla. Y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra” (Carta VII, 325e – 326b 3).

¿Qué pasaba en Atenas? Un siglo antes, un pequeño pueblo había llevado a cabo el experimento acaso más grandioso y aventurado de la historia humana: la construcción de una democracia integral, donde todos los ciudadanos libres -sin excepción- asumían una participación plena en la decisión autónoma del destino común. Bajo la certera y prudente conducción de Pericles, el pueblo ateniense había logrado plasmar un equilibrio casi perfecto entre la libertad individual y los intereses colectivos. Los sofistas, auténticos mentores de la nueva sociedad, preparaban a los individuos para desarrollar el máximo de excelencia del que fueran en cada caso capaces. Maestros del arte de la palabra, conocedores de todos los secretos del arte de la persuasión y la disputa, eran -simultáneamente- maestros de virtud.

No existe quizá mejor fresco de esta situación que las palabras que Tucídides pone en boca del mismo Pericles, en su archiconocido “Discurso fúnebre”. Permítaseme citar algunos fragmentos:”(…) tenemos una Constitución que no envidia las leyes de los vecinos, sino que más bien es ella modelo para algunas ciudades que imitadora de los otros. Y su nombre, por atribuirse no a unos pocos, sino a los más, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en las disensiones particulares, mientras que mediante la reputación que cada cual tiene en algo, no es estimado para las cosas en común más por turno que por su valía, ni a su vez por causa de su pobreza, al menos si tiene algo bueno que hacer en beneficio de la ciudad, se ve impedido por la oscuridad de su reputación. (…) amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin “blandicie”, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra Y el reconocer que es pobre no es vergüenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es más vergonzoso. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso” (“Historia de la guerra del Peloponeso”, Libro II, §§37 y 40).

Sin embargo, tal felicidad duró lo que un suspiro. En poco tiempo, el ejercicio de la libertad individual se trasmutó en la práctica del egoísmo más desenfrenado, en pos de metas subalternas y mezquinas. El legítimo afán individual de poderío, por un momento perfectamente acorde con el interés del conjunto, se transformó en vulgar oportunismo, en búsqueda ciega del propio provecho a expensas de la comunidad. En una palabra: Pericles fue sustituido por Cleón y este, para colmo de males, por el Incalificable Alcibíades, principal responsable de la desastrosa incursión ateniense en Sicilia. La derrota frente a Esparta en la guerra del Peloponeso selló el destino trágico de Atenas y, a poco andar, de toda Grecia. Sin embargo, a pesar de sus transgresiones y delitos reiterados, sus equivocaciones fatales y sus espantosas traiciones -pasó al servicio de Esparta y después al de Persia, para retornar finalmente a su patria- no es fácil detestar a Alcibíades, como sí lo hicieron sus contempera neos Tucídides y Aristófanes con el brutal Cleón. Veamos la semblanza que nos ofrece de él el historiador C. M. Bowra en La Atenas de Pericles (Alianza, Madrid, 1981, pp. 224-225): “En Atenas el partido de Nicias [partidario de la paz] fue vencido por los imperialistas demócratas, capitaneados, primero, por Hipérbolo, que estaba hecho de la misma madera que Cleón. De mayor relieve era el joven Alcibíades, pupilo de Pericles y miembro de su clan. Apuesto, rico, extravagante, listo y capaz, Alcibíades pareció durante mucho tiempo el heredero de Pericles enviado del cielo, que podía resucitar su manera de liderazgo con un entusiasmo renovado y una imaginación fresca. Alcibíades tenía, por supuesto, algunas cualidades notables (…). Había luchado en Delio y entendió el arte de la guerra como tal vez ningún otro ateniense de su época. Era un orador extraordinariamente brillante en la Asamblea y capaz de hacerle aceptar sus propuestas. Más equívoca era su relación con los sofistas y su enseñanza. Era amigo de Sócrates y lo admiraba extraordinariamente, pero no compartía su respeto por las leyes o su integridad moral. En la práctica, Alcibíades se asemejaba a esos jóvenes de Platón que discutían para su interés propio y se interesaban más por sí mismos que por su país. Aunque poseía muchas de las cualidades que hicieron a Atenas grande, tenía otras que podían llevarla a la ruina”.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué se derrumbó -para decirlo con palabras de Hegel- esa “bella totalidad ética”? La filosofía occidental ha intentado reiteradamente -no cesará de hacerlo- develar este enigma. El propio enigma de su emergencia; el enigma constitutivo de la civilización occidental, que ésta todavía no ha sabido descifrar. La amenaza de la esfinge pende desde sus orígenes sobre ella. Su malestar en la cultura no es ajeno al trauma originario de la ruptura de la “polis”.

Lo cierto es que Platón asiste a un panorama desolador. Ve desplegarse ante su mirada un individualismo suicida que crece en relación directamente proporcional con la pérdida de poder del conjunto. El capricho y el arbitrio reinan por doquier. Atenas, su amada Atenas, se encamina precipitadamente hacia su final.

Platón traslada el escenario de sus diálogos al siglo anterior, acaso consciente de que el momento decisivo se localizaba allí. Tal vez toda su vida deseó ser Sócrates, confiando en su capacidad de revertir aquello ante lo que su maestro fracasó. O -conjeturalmente- el trauma producía ya sus primeros efectos. La compulsión a la repetición comenzaba a obrar.

Al situar los acontecimientos en el siglo V -un siglo antes-, Platón ocultaba también su desesperación. Porque Platón era un hombre desesperado. La filosofía nace, pues, de la desesperación. Desesperación que busca frenéticamente, en el desván de un bagaje cultural desvencijado, instrumentos de redención, armas para reconstruir un orden imprescindible. De ahí la recurrencia -ya alternativa, ya conjunta- a la dialéctica, al “éros”, al “noús”, al silencio místico. De ahí, los caminos del exoterismo y del esoterismo. De ahí también, por último, el “invento” de las Ideas, trascendencia necesaria para alejar la actividad política del terreno de la arrogancia, el narcisismo y la autosatisfacción.

La filosofía encuentra su origen en una catástrofe política. En la evaporación del poder colectivo, consecuencia de la eclosión caótica de los intereses individuales. Desaparición del poder colectivo que tarde o temprano, demás está decirlo, trae inexorablemente aparejada la declinación del poder individual. Al menos, mientras exista una comunidad.

En este sentido, la filosofía es tan hija de la política como “Éros” lo es de “Penía”. La comparación no es puramente exterior, una mera analogía literaria. Pues así como el impulso erótico es generado por la indigencia, el impulso filosófico reconoce por madre a la impotencia. Impotencia que no se resigna y ensaya, mediante un rodeo inopinado, apelando a una instancia inesperada, reconstruir un orden.

Necio sería negar o incluso relativizar, en función de lo dicho hasta aquí, la referencia ontológica y aún ontoteológica de la filosofía. También, que la racionalidad científica y tecnológica encuentra en la filosofía su punto de partida y explicación última. Más aun, necio sería negar que en la filosofía aliente acaso un elemento casi intemporal de hondura insondable. Y que a partir de todo esto se haya podido desplegar y de hecho se haya desplegado un sinnúmero de cuestiones, de preguntas y respuestas, dando lugar a uno de los géneros más extraños y prolíficos del discurso y de la escritura. Nada de ello impide localizar, empero, el nacimiento de la filosofía en los términos propuestos.

¿Será pertinente renovar hoy el gesto platónico? ¿Un renacimiento de la filosofía? Nuestro mundo no es -inútil decirlo- el de Platón. Sin embargo, presenta algunas semejanzas sugestivas. Cada vez son más quienes sospechan que el eufemísticamente denominado, a comienzos de los ‘90, “nuevo orden internacional”, es un desorden colosal. De nuevo se cierne sobre nosotros la amenaza del caos. No hemos descifrado el enigma. El juego de los intereses individuales -en sentido lato-parece desconocer todo límite. Los mecanismos políticos vigentes se revelan no ya incapaces de modificar el estado de cosas sino, en ocasiones, tan siquiera de contenerlo razonablemente. ¿Será insensato proponer de nuevo intervenir en lo político desde “otro” lugar, desde “otra escena”? ¿Cabe esperar de ello algún éxito? Porque Platón fracasó rotundamente. No sólo en sus excursiones a Siracusa. Su derrota más terrible fue posterior. Pues se entendió su jugada como apuesta a la “razón”, lo que sirvió únicamente a la postre para que los aspectos más aviesos del ejercicio del poder, sin dejar de florecer, se encubrieran y oscurecieran, disimulándose con mayor eficacia.

Pero también es posible aprender de los errores de Platón. Renovar su gesto no significaría hoy, desde ya, acompañarlo en sus frecuentes tentaciones totalitarias ni, todavía menos, cifrar en la razón la posibilidad de reconstruir un orden digno de ser vivido. Tampoco confiar en una grosera “imaginarización” de la trascendencia. “Un platonismo para el pueblo”, definía Nietzsche al cristianismo, no sin alguna verdad. Lentamente la filosofía, tomando una distancia imperceptible e imponderable de un mundo que se hunde, debe aprender a infiltrar, sin recostarse en un trasmundo, la otra escena: la de los límites éticos inmanentes al ejercicio del poder.
Silvio Maresca

lunes, 8 de noviembre de 2010

¿Hay monopolios buenos y monopolios malos?

Es un hecho cotidiano y reiterado hasta el hartazgo, el acoso oficial a los medios de comunicación que no son adictos al gobierno, se destaca dentro de este accionar el ataque al multimedios Clarín, identificado desde el gobierno como la encarnación misma del mal, un despiadado monopolio que manipula la información con el único objetivo de destruir al gobierno "nacional y popular". Ni tanto, ni tan poco. Lo cierto es que rota luego de la 125, la alianza entre Kirchner y Magneto, el grupo Clarín tomó una posición netamente opositora.
Pero, ¿qué hay del otro lado?
Veamos un listado de los medios estatales o manejados por el estado (lo que todo gobierno, no solo este, considera como propio)
Canal 7, canal de cable Encuentro y sus señales derivadas, Paka Paka, e IncaaTV y TélamTV que se prevé saldrán al aire durante este año.
Radio AM Nacional y las frecuencias FM Folklórica, FM Clásica y FM Rock.
La Agencia de noticias Télam.
Los Canales 22 a 25 de la nueva TV digital, la TV satelital, más los medios de los estados provinciales y municipales.
Como se observa, no es pequeño el aparato comunicacional a disposición del gobierno, pero hay más, están los medios privados que le responden, sostenidos la mayoría, exclusivamente por la pauta oficial, a saber:
Grupo Szpolski: Diarios El Argentino, Tiempo Argentino, Diagonales, Buenos Aires Económico, La Gazeta del Cielo, Radio América, Canal CN23, Semanario Miradas al Sur y las revistas Veintitrés, Veintitrés Internacional, Newsweek Argentina, 7 Días, Contraeditorial, Asterisco y Lonely Planet. Y la agencia de noticias Infofax.
Grupo González González: Canal 9 de Buenos Aires, Canal 43 de la TV Digital y FM Aspen.
Grupo Moneta: Radios Belgrano, Splendid, Libertad, Rock & Pop, FM Blue, FM Metro, FM San Isidro Labrador, FM 106.5 Villa La Angostura, FM 107.5 Ostende, FM 95.3 Metro (Mar del Plata),
FM 98.9 Rock & Pop (Mar del Plata) Revistas El Federal, Bacanal, Jineteando, Dinámica Rural.
Electroingeniería: Radio AM del Plata y una red de 44 radios FM.
Grupo Hadad: Canal C5N, el portal Infobae.com, Radio 10 y las FM Pop Radio, Mega 98.3, FM Vale 97.5, Amadeus 103.7 y TKM Radio.
Grupo Jaime-Katz: Diarios La Unión, de Lomas de Zamora, y La Mañana, de Córdoba y Radios LV2 y FM 99.7, de Córdoba.
Grupo Gvirtz: Productora PPT que produce los programas 6-7-8, en Canal 7 y TVR y Duro de Domar en Canal 9).
Madres de Plaza de Mayo: Radio AM530-La Voz de las Madres. Canal Infomadres, que saldrá al aire este año. Revista sueños compartidos.
Radio Cooperativa, AM 770.
Grupo Santa María (SUTERH). Radio AM 750. Diario Z, Revista Caras y Caretas
Grupo Olmos: Diarios Crónica y El Atlántico -de Mar del Plata-.
Editorial La Página: Diarios Página 12 y Rosario 12.
Revista Debate. (Timerman)
Y para cerrar, uno de los más acabados ejemplos de lo bien que funciona el sistema capitalista en el país (solo así se explica que un humilde chofer haya podido llegar a ser propietario de un multimedios entre otras empresas), el Grupo Rudy Ulloa: Diario El Periódico Austral, los Canales 2, 5 y 10, de Río Gallegos; canal 5, de El Calafate las revistas Actitud y KA y las FM Estación del Carmen y FM El Calafate. Las productoras Cielo Producciones y Sky Productions.
A todo lo antes citado deben sumarse los sitios Web que la mayoría de los medios tienen.
Manipulación y mentira, recursos comunes a ambos sectores enfrentados, la verdad en tanto, agoniza en el altar del sectarismo.
Claudio Brunori

domingo, 7 de noviembre de 2010

Esa palabra

Se usa demasiado la palabra “odio” en la Argentina. Muchos se quejan del odio de los otros. Afirman sin descanso que en la oposición hay seres deleznables, hipócritas, degradados, amorales, y de derecha, que odian al gobierno. El odio antiK no ha sido menor en la magnitud de su rencor. Existe una fuerte pasión por denunciar el odio de los otros. El escritor César Aira inventó en uno de sus relatos el concepto de “narapoia”. Define con este nuevo vocablo clínico a la compulsión por perseguir al otro. Abundan los narapoicos en nuestro país. Conocemos esa psicopatía que prende en esos seres que corren coléricos detrás del prójimo gritándole al oído que el odio debe acabar. Hay quienes demuelen todo en nombre del amor, de la justicia, de la verdad y de Dios. El daño más grave que le hace al país el kirchnerismo con y sin jefe es su fanatismo y sectarismo. La retórica revolucionaria ya no se usa para crear un hombre nuevo generoso y solidario sino para señalar opositores al “modelo”. Esa es la función del cuidado decorado en el velorio con la foto del Ché sobre el féretro. No se estimula a la juventud a tomar las armas pero se emplea la misma mística que justificó la violencia “maravillosa” de los baños de sangre históricos. En el 2004 en el acto de la Esma se humilló la figura de Raúl Alfonsín sin tener en cuenta que juzgó a los criminales de Estado con un fusil en la cabeza y no frente a un cuadro en un colegio militar. Se endiosó a la juventud del sesenta en lugar de guardar silencio en su homenaje y reflexionar sobre la dimensión ética y política del Nunca Más. Años después se redobló la afrenta cuando el ministro Aníbal Fernández insultó con bajeza al fiscal J.C Strassera. El Campo era la fuente de desarrollo tecnológico de nuestro país y la vanguardia en su integración en el mercado mundial que le daba los dólares al Banco Central y llenaba la caja de los Kirchner. Cuando con la 125 la población salió a la calle, todos, tanto los que eran parte de la protesta, como los críticos al accionar irresponsable del gobierno y los que pedían bajar los decibeles, fueron tratados de procesistas, destituyentes y oligarcas. El Monopolio que fue socio del gobierno y construyó durante años su imagen positiva se convirtió por decreto de necesidad y conveniencia en el holding manipulador de nuestras consciencias a la vez que enemigo público de la libertad de prensa.

Hacer del fallecimiento de Néstor Kirchner un martirologio, ungirlo en una pira sacrificial en el que un hombre muere para redimir a su pueblo, esta nueva escena de la crucifixión sin duda tiene un rendimiento rápido y fácil. Profundiza el modelo del fanatismo, la intolerancia y la culpabilización hacia quienes se atreven a pensar de otro modo. Pero no hay muertos!, nos dicen – lo que ya no es cierto después de Mariano Ferreira – “todavía estás vivo a pesar de lo que pienses!” nos recuerdan para subrayar nuestra ingratitud. En lugar de abrir la discusión, encontrar un terreno común para reflexionar sobre los problemas no resueltos de la pobreza, el trabajo en negro, la crisis educativa, la desocupación juvenil, la desnutrición infantil, el aborto clandestino, una estrategia de desarrollo integral a mediano plazo, etc, la energía está puesta en una supuesta guerra contra interminables demonios.

Luego de la muerte del ex presidente si un opositor al gobierno manifestaba su respeto por el mandatario desaparecido, era un hipócrita. Si señalaba después de su muerte sus deficiencias, era un fabricante de odio. Si guardaba silencio, seguramente se reía como un monstruo en su casa. Los narapoicos insistieron con entusiasmo en denunciar a los que se alegraron con la muerte de Néstor Kirchner. Ésta es la cultura política a la que nos acostumbró el kirchnerismo, la que dice poner en la agenda de los argentinos el tema de los derechos humanos, la distribución de la riqueza, la libertad de prensa y la solidaridad con los pueblos latinoamericanos. Así se fabrica el espíritu revolucionario en nuestro país.

Diré algo personal. Viví varias veces al margen de las grandes manifestaciones populares. No me integré a la recepción a Ezeiza en el 72. No fui a recibir a Perón. A pesar de ser un futbolero nato, no estuve en la calle en la demostraciones de millones personas por el logro de la Copa en el Mundial del 78. Me quedé en mi casa. En la euforia generalizada por la invasión y la guerra de Malvinas, tampoco participé de aquel acontecimiento patriótico. No estuve junto a otros millones en el golpe de estado popular en el 2001 ante un gobierno “ineficiente” luego de diez años de algarabía por la eficiencia del anterior. Por eso no es ésta ni la primera ni la última vez que me encuentro fuera del foco aglutinante.

El kirchnerismo no ha sido víctima de nada. Por el contrario, ha sido agraciado con la bendición de los dioses. Gobernó años junto a un Congreso con quórum propio. Poderes especiales. Presupuestos aprobados ya antes de la votación. Demanda mundial de nuestros productos. Un Consejo de la Magistratura con mayoría y poder de veto. Una prensa “monopólica” adicta. Una sociedad aliviada por la recuperación económica luego de la debacle del 2001. La integración transversal de partidos como el Frente Grande, el Partido Radical, el Ari. Un peronismo unido con Scioli y Solá en el gobierno, y Duhalde retirado en el Mercosur. La CGT con una dirigencia sobada y protegida. Organizaciones sociales controladas con subsidios y vigilancia política. Gobernadores subordinados por necesidades de caja. Una vida feliz hasta marzo del 2008. Luego el kirchnerismo decidió que todo era una mentira y que el país está rodeado de confabuladores.

Hay un fascismo sentimental. Lo hemos vivido con el uso del dolor en beneficio del poder y de todo tipo de víctimas propiciatorias para legitimar la dominación de un grupo político. Los pobres, la bandera mancillada, los desaparecidos, los muertos idolatrados, la voluntad de hacer callar al otro persiste.

La democracia es un invento para proteger a las minorías y a los débiles, un dique jurídico y político contra el poder de las armas y el dinero. No es el gobierno de las mayorías. El despotismo más bárbaro puede tener su consenso mayoritario. La democracia se decide por las garantías y los derechos de las minorías, desde la ley antimonopólica en defensa de la pequeña empresa, hasta la libertad de las minorías religiosas. De lo contrario el sistema no es más que una caza de brujas.

No se trata de liberalismo sino de democracia. Y de violencia. No hay que ser un profeta para ver que si en algún momento falla la paz social obtenida con prebendas y sobrantes de recursos, la festejada y frágil paz social se termina. La palabra “militancia” se pretende idealista. Pero no se trata sólo de jugarse por una causa. El compromiso político exige no sólo convicciones sino lucidez y no excluye la honestidad. Más aún en la gente que dice ser parte del mundo de la cultura y de los aparatos educacionales. La “ militancia” integrada a una visión del mundo apocalíptica basada en guerras santas o de clases arrasa con los cuerpos y degrada las almas. Esa militancia, ahí sí, es una fábrica de odio.

Por eso el cambio de tono y la necesidad de diálogo es vital. Hasta que la cultura política argentina no entienda esto que es básico para una convivencia nacional, las calles podrán estar llenas de gente que la libertad seguirá sola y el coqueteo con la muerte que tanto atrae, mostrará una vez más su verdadero rostro.
Tomás Abraham