miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sectas

En el ámbito de las religiones, las sectas se constituyen como un grupo cuya principal característica es trazar una división del mundo entre quienes pertenecen a ellas y quienes no, postulando un ellos y un nosotros, que desde la inflexibilidad y cerrazón residentes en el concepto, generan una ortodoxia cerril y susceptible, la cual, si bien es siempre severa, ante circunstancias en las que se siente amenazada, acrecienta su rigidez en proporción directa al debilitamiento que detecte en el núcleo trascendente de la creencia, procediendo en consecuencia, a incrementar las acciones tendientes al disciplinamiento de sus fieles.
Al plano de la política no le resulta ajeno el comportamiento sectario, basta con echar un vistazo a la historia para encontrarlo en no pocos regímenes democráticos y en el origen de un sinnúmero de experiencias totalitarias.
Esto es reconocible en tanto logra apreciarse en algunos núcleos de poder, generalmente conformados en torno a una figura de fuerte liderazgo, cómo el uso reiterado de ciertos recursos retóricos, -en principio dirigidos a la propia clientela electoral, luego extendido a la sociedad toda- anclados en la construcción de un relato maniqueo que divide la sociedad entre justos y réprobos e instala de un lado a los abanderados de la lucha por las causas populares y del otro a los enemigos del pueblo y a los traidores a la causa, termina en muchos casos por convencer de su certeza a sus propios autores y pregoneros.
Sucede asimismo, que al creerse estos grupos predestinados a la concreción de elevadas misiones a las que suelen generalmente revestir con un carácter de gesta épica, como la de liberar al pueblo de la opresión o recrear los fastos de un pasado glorioso, crecen y se multiplican en su interior los niveles de delirio providencial, y el contacto de los lideres con la realidad comienza a diluirse haciéndose progresivamente menos consistente, ensimismándose en un mundo ficcional cada vez más lejano a las condiciones reales del contexto.
Se aprecia en tales escenarios, que la adhesión fanática a los principios que conforman el sustento ideológico de un sistema, se torna más vigorosa en la medida en que surja en el colectivo social una pluralidad de pensamientos que cuestionen las ideas establecidas en el grupo; se produce entonces una transformación de las creencias en identidades cerradas impermeables a toda crítica, estas identidades ideológicas son indefectiblemente intransigentes y agresivas en tanto que, como las cuestiones de fe, no requieren argumentos ni admiten discusión.
Tales identificaciones se derraman, trascienden más allá de las cúpulas para extenderse y ser adoptadas por el común de sus seguidores en la inmediatez cotidiana, procediendo en consecuencia al sistemático rechazo de todo cuestionamiento y condenando cualquier disidencia.
No revestiría esto mayor gravedad si tal circunstancia se viese reducida a una mera dificultad personal de poder internalizar el concepto básico en que se basa el pluralismo, esto es: la aceptación por parte del creyente de la existencia legítima de otras creencias en relación con la suya propia, ya que la intransigencia sectaria resultaría expuesta en el debate intelectual ante lo cual quedaría cerrada la cuestión.
Pero si se niega siquiera la posibilidad de dar ese debate, cuando no se está ante un problema de aprehensión de un concepto sino de adhesión ciega a un relato investido con el peso de una verdad revelada, no hay entonces lugar para el disenso, no existe por ende, perdón posible para el disidente, y presa de su dinámica punitiva la cerrazón dogmática termina sacrificando el concepto de pluralismo en el altar de la intolerancia.
Claudio Brunori

lunes, 20 de diciembre de 2010

Muertes simbólicas

Los tres meses finales del 2010 han sido un tiempo en el cual el grave drama social de la Argentina se evidencia a través de una sucesión de muertes simbólicas, vinculadas con diferentes facetas de este drama. El 20 de octubre, una patota sindical de la Unión Ferroviaria asesina al militante Mariano Ferreyra de 23 años y deja en estado de coma profundo a Elsa Rodríguez, de 56 años y madre de siete hijos. Los dos participaban de una protesta en reclamo de la reincorporación de trabajadores despedidos y por la contratación en blanco de quienes se encuentran bajo la modalidad de terciarizados: un gran negocio compartido entre funcionarios del gobierno, dirigentes gremiales y empresarios. Según datos del ANSES, el 75% de la población activa entre 18 y 29 años (unos ocho millones de varones y mujeres) está desocupada, en negro o terciarizada, sin ninguna cobertura social. La muerte de Mariano es un símbolo doloroso de la situación en que se encuentra una mayoría abrumadora de nuestros jóvenes, condenados y sin futuro ante la imposibilidad de calificarse en los niveles que requiere la organización de los procesos de trabajo en las nuevas coordenadas impuestas por la Revolución Científico-Técnica. También da cuenta de la degradación de las dirigencias sindicales, impregnadas de corrupción e impunidad y dispuestos a conservar su poder utilizando grupos de choque al mejor estilo mafioso.
Ese mismo mes, un anuncio vino de Misiones: con pocas semanas de diferencia murieron Héctor Díaz de 2 años en la ciudad de Apóstoles y Milagros Benítez de 15 meses, en la localidad de Montecarlo; ambos por desnutrición grave. El gobernador kirchnerista Maurice Closs, reconoce que la muerte de chicos por hambre y desnutrición es un problema extendido en esa provincia -unos 300 casos por año- pero la culpa sería de los padres, que no saben utilizar bien su brillante plan Hambre Cero. Las condiciones de trabajo de los cosechadores de yerba mate -los tareferos- no evocan precisamente la vigencia de derechos sociales: explotados en sus salarios y sin ninguna protección, las tareas estacionales los dejan desocupados una parte del año y sus niños sufren situaciones de indigencia, compartidas con otros menores de la provincia. Dos muertes más que son símbolos de una situación laboral inaceptable, con sus secuelas de miseria e indigencia aunque, según datos del INDEC, prácticamente estas lacras habrían desaparecido de nuestro país.
El 16 de noviembre moría Ezequiel Ferreira de 7 años, a causa de un tumor cancerígeno en el cerebro producido por contaminación de agrotóxicos. Desde que cumpliera 4 años trabajaba juntando guano y sangre de pollos con manipulación de venenos, en la granja La Fernández de la empresa criadora Nuestra Huella, que provee a supermercados como Wall Mart y Carrefour. La familia había sido reclutada en Misiones a fines del 2007, con la promesa de un trabajo estable y una vivienda segura, donde los chicos podrían ir a la escuela y crecer junto a la naturaleza, además de ser gratis los gastos de traslado. Al llegar a destino las esperanzas se desintegraron ante una realidad que distaba demasiado de lo prometido. El contratado por la empresa era el padre, quien debía realizar tareas a destajo imposibles de cumplir; por eso necesita de la colaboración de su mujer y sus hijos pequeños. Una modalidad estimulada por los capataces -en tanto si el cupo no se cubre está siempre presente la amenaza del despido- y naturalizada por la existencia de cientos de familias que, en las mismas condiciones, trabajan en las setenta granjas de la empresa distribuidas en Pilar, Zárate, Campana, Exaltación de la Cruz y distintas localidades de Córdoba. La muerte simbólica de Ezequiel revela la expoliación del trabajo infantil y adulto, realizado en condiciones subhumanas. También revela una de las vertientes de la trata de personas: se ofrece a familias de pueblos misérrimos del interior o de países vecinos, la posibilidad de un empleo que les permita aspirar a una vida mejor. Cuando aceptan, el trabajo es agobiante; se sienten impotentes para defenderse; carecen de dinero y no pueden liberarse; los invade el desaliento; es imposible salir de esa trampa: lo más parecido a la situación de los esclavos. Un millón y medio de chicos menores de 12 años trabajan en Argentina en tales condiciones: criaderos de pollos, talleres terciarizados de grandes marcas de ropa y otros rubros industriales, el sector agropecuario, son los principales beneficiarios del trabajo infantil. En todos los casos redunda en negocios altamente rentables para empresarios convencidos de pertenecer a una raza superior. En otras épocas, se afirmaba que "los únicos privilegiados son los niños"
El 23 de noviembre guardias privados de la familia Celía y policías provinciales de Formosa reprimen un corte de ruta de la comunidad toba de los Qom, que se resistían al desalojo de sus tierras. El gobernador kirchnerista Gildo Insfrán tomó la decisión: necesitaba las tierras para construir una universidad y un barrio de viviendas destinado a policías; a fin de alcanzar sus objetivos, solamente era necesario erradicar a esos seres indígenas inferiores. En el enfrentamiento muere un policía de Colonia Laguna Blanca y dos miembros de la comunidad: a Roberto López "lo fusilaron por la espalda de tres tiros"; también asesinan a Sixto Gómez, como castigo ejemplar. Tres muertes simbólicas más, que en este caso reflejan el drama de la devastación de bosques nativos y el desalojo de comunidades indígenas o campesinas en favor de razas superiores, dispuestas a desplegar en esos territorios la civilización: sea construir una universidad o extender cultivos de soja transgénica. Al día siguiente, en una reunión de funcionarios en la Casa Rosada, se recibía con fuertes aplausos la intervención de Insfrán en una teleconferencia y poco después el gobierno nacional anuncia que no está dispuesto a intervenir la provincia, respetando el federalismo. Algunos de sus voceros, como el Secretario de Cultura de la Nación Jorge Coscia y un participante del programa televisivo kirchnerista Café Las palabras, llamaron la atención al director de la revista Barcelona, que tímidamente pretendió criticar el silencio presidencial ante esas muertes:"Cuidado que allí hay cosas oscuras, murió un policía y por detrás puede estar la soja; es todo muy oscuro". Lo único oscuro es la mente del Secretario de Cultura de la Nación.
El 7 de diciembre murieron en Villa Soldati Bernardo Salgueiro, paraguayo de 22 años y Rosemary Churapuña, boliviana de 28 años, a consecuencia de balas policiales. La represión de ese día fue truculenta -con más de treinta heridos ensangrentados- y buscaba aniquilar los intentos de ocupar tierras para construir viviendas precarias que les permitieran refugiarse, ante la imposibilidad de pagar alquileres en la villa vecina. Tanto el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires como el nacional, han dado respuestas escasamente eficientes al derecho a una vivienda digna: mientras crece la especulación y el lavado de dinero en las construcciones de lujo, se calcula que el déficit habitacional para sectores populares, solamente en la Ciudad de Buenos Aires, supera largamente el medio millón y crece exponencialmente en el Gran Buenos Aires. La decisión de retirar a la Policía Federal y a la Metropolitana en el marco de un conflicto entre Mauricio Macri y el oficialismo -donde cada uno pretende cargar al otro con la responsabilidad de las muertes y la carencia de respuestas ante esa demanda- dejó al parque Indoamericano como tierra de nadie. Los vecinos de los edificios lindantes al parque deciden tomar el problema en sus manos, contando con el apoyo de barrabravas que viajaran al Mundial de Sudáfrica y, una vez más, matones sindicales. Blandiendo consignas racistas contra inmigrantes de países vecinos, atacan a los ocupantes con armas de fuego: Juan Castañeda Quispe, boliviano de 38 años, muere asesinado; mientras un joven de 19 años -cuya suerte aún no está clara- es sacado de la ambulancia que lo transportaba y lo golpean brutalmente. Estas muertes simbólicas remiten al problema no resuelto de pobreza y la vivienda, que se conjugan con el maltrato a los inmigrantes de América Latina: el nombre del parque de la tragedia es una cruel ironía. Otra cruel ironía es la fecha de esas acciones aberrantes: 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos.
Muertes por demanda de derechos laborales; muertes por hambre y desnutrición; muertes por trabajo esclavizado e infantil y por trata de personas; muertes por despojo de tierras a comunidades indígenas y campesinas; muertes por reclamar viviendas dignas y por maltrato a inmigrantes de naciones hermanas. Pareciera que la magnitud de la crisis social argentina sólo alcanza visibilidad, en un intento demasiadas veces estéril de conmover a los responsables políticos, al costo de una suma dramática de muertes simbólicas: todas en poco más de dos meses.
Alcira Argumedo

sábado, 18 de diciembre de 2010

Orden y progreso

Villa Soldati. La gente habla. Los sociólogos, los diplomáticos, los ministros, periodistas, quien aquí escribe, todos hablamos. La policía también. Los punteros, los acampados, el jefe de Gobierno de la Ciudad, el abogado de las Madres, hablan. Todos tienen apellido, no hace falta nombrarlos porque son eslabones de una lista interminable.
Todos, además, sabemos cuál es la solución. Hay que construir un par de millones de viviendas. Se necesitan redes cloacales en cientos de miles de hogares. Es necesario restablecer la autoridad en tierra de nadie y acorralar a las bandas de narcotraficantes. No puede haber más demora en la preparación de una policía que tenga los recursos para enfrentar a una delincuencia sofisticada. Trabajo, educación y vivienda digna para todos los argentinos y ya está, el mal queda eliminado. Todos estamos de acuerdo en el tratamiento; no sólo eso, también estamos de acuerdo en el diagnóstico. ¿Qué dice el parte político? Que Argentina tiene falencias en la calidad institucional, en la política educativa, en las obras de infraestructura, su coeficiente Gini muestra una enorme polaridad entre la franja de los más ricos y de los más pobres, su sistema sanitario público está colapsado, vastos sectores urbanos viven en zonas contaminadas.
Sin embargo, el país crece. Todos estamos de acuerdo en las palabras que hay que pronunciar. Crecimiento, desarrollo, distribución. Parece la torre de Babel por la confusión de lenguas pero existe un único rumiar compuesto de frases contrastadas que hilan entre varios. La derecha dice seguridad, el progresismo dice distribución. Entre ambos completan la frase, que es siempre la misma.
Hay una gran preocupación por la transgresión de las leyes. Se dice hasta el hartazgo que no puede haber libertad sin la vigencia de la autoridad basada en normas constitucionales. Sabemos que la libertad de cada uno llega hasta el límite impuesto por la libertad del semejante. El que tiene propiedades y trabajo quiere que se le respete la propiedad y el trabajo. Quien no tiene nada de eso, que lo consiga. Si no lo consigue, que alguien lo ayude. Si nadie lo ayuda, que recurra a…
La palabra represión está en subasta. Todos la empeñaron a bajo precio. Algunos quieren recuperar la prenda. Nadie quiere sentirse culpable por llevarse a casa su deseo de represión. Claro que con la ley. Debemos seguir, nos dicen, el ejemplo de los japoneses, que reprimen sin lastimar. Hay tanto que aprender.
Se habla de usurpadores. Se defiende a los vecinos que necesitan áreas de esparcimiento. Espacios verdes de oxigenación y recreación sin lugar a dudas son fundamentales para una vida sana. El Parque Indoamericano es catalogado por las autoridades porteñas como un pulmón de aire puro para las villas circundantes. Soldati y Pilar parecen tener las mismas necesidades y cuentan con los mismos recursos naturales. Es para no creer lo que se escucha. Pero créalo, señor vecino; si lo dicen los que saben y mandan, debe ser cierto. Además, nadie ignora que peruanos y bolivianos se han instalado en nuestro país. Algunos trabajan, otros no se sabe. En realidad, se parecen a los argentinos con la salvedad de que no nacieron acá. Escuché a uno de ellos decir que el papá del jefe de Gobierno tampoco nació acá. Quien escribe esta columna tampoco. Entró con una partida de nacimiento falsa por problemas religiosos. O raciales. Hoy se dice indocumentado, o con papeles truchos.
El caretaje progresista se ha hecho una fiesta con una nueva tontería de Jaime Duran Barba, o de Macri. Lo llaman Adolfito. Les gusta patear penales sin arquero. Acusan de discriminación al Gobierno de la Ciudad por bajar el presupuesto del Garrahan porque atiende sólo el 15% de residentes porteños. A las bellas almas no se les ocurre que entonces el Gobierno nacional debería aportar el 85% o que directamente el hospital debería ser nacionalizado.
La realidad es que hace rato hay guerra de escaramuzas entre pobres usados y abusados por la corporación política y sus operadores mediáticos.
¿Qué hacer? ¿Escribir otro libro de historia para un nuevo feriado? ¿Salir a la calle con una cámara y armar un nuevo documental premiado en un festival eslovaco, malayo o venezolano?
Orden y progreso. Este lema es extraordinario. Los positivistas del siglo XIX sabían sintetizar el programa de la burguesía en ascenso. Hoy escuchamos que muchos están alarmados por la anarquía. A este desbarajuste por comer al día siguiente y no morir de humedad y a la intemperie lo llaman anarquía. A los cartoneros nocturnos, a los pibes que piden limosna, a los trapitos, quienes duermen en la calle, los que son explotados en los cientos de talleres de la Ciudad, todos son miembros de este neoanarquismo que inquieta a los positivistas porteños.
Orden y progreso. Hay muchos convencidos de que si nuestro país se diera cuenta de la oportunidad extraordinaria que nos ha brindado la China –para ponerle un nombre conocido– estarían dadas las condiciones para un despegue impresionante. Lamentablemente, la demagogia, el populismo, esta cultura política con ausencia de Estado son culpables de que no sigamos el ejemplo de… ¡Perú! Antes era Corea, después Irlanda, luego Chile, ahora es Perú, mañana, quien sabe, será la isla de Samoa.
Otra vez orden y progreso. En un momento dado, hace unos cien años, el lema tuvo su fisura. El orden se lo llevó el fascismo y el progreso quedó en desuso con el hecho poco previsto de que a mayor progreso se fabricaba también el arsenal para llevar a cabo un mayor poder de aniquilamiento de ciudades enteras con sus poblaciones adentro. La lucha de clases fue un antídoto de décadas al optimismo evolucionista burgués pero terminó en la burocracia criminal del sovietismo. Hoy nos queda la sociedad de conocimiento que sostiene que la educación iguala. Distribuimos chatarra con teclado y nos sacamos fotos de colores. Lo hicieron la Presidenta y el jefe de Gobierno. Era una nueva revolución educativa. Ya debe haber ocurrido esta mutación cultural pero no nos dimos cuenta, en Villa Soldati tampoco.
Dicen que el presupuesto de las viviendas de la Ciudad está subejecutado. Que el de la construcción de escuelas, también. El del Teatro Colón, por suerte, fue bien ejecutado aunque las funciones estén suspendidas. La plata sobrante podría estar a disposición de la nueva Juan B. Justo, que surcarán nuevos micros al menos hasta que volvamos a desentubar el arroyo Maldonado y la naveguemos como en Venecia. Otros dicen que hay que dejar de quejarse en vano porque el drama comenzó con la reforma constitucional que le dio autonomía a la Ciudad. Ahora se piensa que es impensable que exista un Gobierno porteño de oposición al lado de la Casa Rosada, y de la SIDE. Si tomamos en cuenta el delirio de la policía propia enfrentada a la otra gran policía con el resultado conocido, me refiero al jefe de la misma preso, ministros de Educación removidos por contratar espías extraños con nombre persa y falta total de preparación de la fuerza para estar presente cuando los “vecinos” se matan entre sí, el cambio fue no positivo. Hay que volver, entonces, insisten, al sistema de intendencia con interventor designado por el Poder Ejecutivo y una Ciudad bajo tutela nacional. De Mitre contra Urquiza, a Rodríguez Larreta contra Aníbal Fernández.
En síntesis, lo que ocurrió en Villa Soldati ha servido para que los argentinos pensemos nuevamente en que el orden es necesario para que nos llegue el progreso.
Tomás Abraham

viernes, 17 de diciembre de 2010

Intifada criolla

El virtual estado de rebelión en las calles, una suerte de "Intifada a la argentina", pone al desnudo el fracaso del modelo.

"Pinta tu aldea y pintarás el mundo", decía Leon Tolstoi. Una rápida mirada de esta aldea nos permitirá tomar contacto con la realidad. Después de ocho años de crecimiento, supuestamente a tasas chinas, una avalancha de dólares, ingresos extraordinarios y la más grande condonación de deuda que se recuerde, los problemas continúan.
Qué vimos en los últimos días? Parques y propiedades privadas tomados por gente de escasísimos recursos, desamparada por el Estado, fuera del sistema y del modelo progresista, gente que corta rutas en demanda de agua potable, un aumento del empleo en negro y del empleo temporario y una feroz suba de precios que lleva a los alimentos a niveles inalcanzables. El virtual estado de rebelión en las calles, una suerte de "Intifada a la argentina", pone al desnudo el fracaso del modelo.
Es que la inflación ha llegado para quedarse un largo tiempo y la presencia de la gente en las calles no es más que un aviso para una dirigencia que todo lo arreglaba con subsidios y prebendas y que en adelante deberá moverse con menos recursos. A pesar de ello, el gobierno intenta alimentar la ficción aunque de poco servirá.
Con un gasto público subiendo al 40 por ciento anual y los recursos aumentando a 33 por ciento, la ecuación comenzará a traer dolores de cabeza a la Casa Rosada. A esto se le suma una fuerte expansión monetaria alimentada desde el Banco Central para intentar cerrar la brecha y los esfuerzos de la autoridad monetaria por mantener el dólar en 4 pesos.
El gobierno está en un brete. Mantener la paridad cambiaria le obliga a emitir más pesos para comprar el ingreso de dólares. Como no puede absorber esos pesos con instrumentos de deuda doméstica (LEBAC y NOBAC), esos excedentes monetarios van a la circulación, acelerando y otorgándole más velocidad al uso del dinero, lo que retroalimenta la inflación. Por esa razón y ante la imposibilidad de controlar la abundante oferta de dinero, comenzaron a aflorar los problemas de billetes en los cajeros automáticos y en algunos bancos. En otras palabras, el BCRA probó con este "mini-corralito", para intentar neutralizar la oferta de billetes.
De otra manera, si soltara la paridad, el valor del dólar retrocedería de manera tal que la economía perdería competitividad y se transformaría en una economía importadora de bienes mucho más baratos que los productos locales. Y si se jugara a aumentar las compras de dólares, no sólo volcaría más pesos al mercado sino que alimentaría las expectativas de inflación, primero, y de devaluación, luego. A todo esto, los vencimientos de deuda de 2011 son crecientes y la administración Kirchner se verá obligada a usar más reservas del BCRA para pagar esas obligaciones.
El regreso de la misión técnica del FMI a Washington es un claro síntoma que la asistencia técnica sobre el INDEC es una mera circunstancia formal y que detrás de esta puesta en escena, se encuentra una auditoría sobre la economía argentina, en un claro intento por acercarse a los mercados internacionales. Un símbolo de la debilidad del modelo.
En el medio, el ministro de Economía, Amado Boudou, volvió de Francia con un rotundo "no" a la posibilidad de pagar en cuotas la deuda que tiene la Argentina con el denominado "Club de París". "Podemos discutir los intereses, pero la deuda se cancela al contado y si es en plazos, ustedes deberán contar con un programa contingente con el FMI", fue la respuesta de Ramón Fernández, director de ese nucleamiento.
En este contexto, la Argentina debería recurrir al financiamiento externo y como mínimo, la administración Kirchner conseguiría fondos arriba del 10 por ciento anual, una tasa muy superior a la que se financian las principales compañías locales. En ese sentido, la negativa a la emisión de un bono y el pago con reservas de la deuda con el Club de París suenan como un hecho inevitable.
Llegó la hora de pagar la fiesta. Llega la cuenta y el gobierno debe decidir quien la paga. El modelo está diseñado para que la paguen todos a través del impuesto inflacionario. Pero este impuesto, es el más regresivo porque pagan más los más pobres. Otro éxito del progresismo.
Miguel Angel Rouco

jueves, 16 de diciembre de 2010

Un amado candidato

En los últimos años uno se ha acostumbrado a observar desde tibias piruetas a grotescas imposturas por parte tanto de oficialistas como de opositores, no obstante, perdura aun en algunos de nosotros cierta capacidad de asombro.
Por ejemplo el que se experimenta al escuchar a Moyano decir: “el compañero Boudou, es el candidato del movimiento obrero señores, de la CGT y las 62 Organizaciones”. Qué tal?
Uno tiene la malhadada costumbre de tener memoria y recuerda entonces que el simpático Aimé, que viene de la UCD y supo brillar en el CEMA, tiene de peronista tanto como la Sociedad Rural tiene de adherente a la IV Internacional.
Bueno, a no sorprenderse, también Moyano se ve hoy bastante lejos de aquel joven dirigente de la JSP de Mar del Plata que gustaba de delatar y apalear a los “zurditos de la tendencia”.
Tienen estos personajes, aunque no parezca, algunas cosas en común, por caso, haber pasado su infancia y parte de su juventud en Mar del Plata, aunque Aimé es nacido allá y Moyano fue de pequeño. Y comparten también, con enjundia militante, la más descarnada laxitud ideológica.
No me canso ciertamente, de citar a Marx (Groucho, no el maltratado Carlitos): Estos son mis principios, si no le gustan… tengo otros.
Claudio Brunori

martes, 14 de diciembre de 2010

De estados fallidos

“Aunque el concepto es frustrantemente impreciso, es posible identificar varias de las características primarias de los Estados fallidos. Uno es la falta de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y tal vez incluso la destrucción. Otro es su tendencia a considerarse más allá del alcance del derecho nacional o internacional, y por tanto libres de perpetrar agresiones y violencia. Además, si tienen forma democrática, padecen un grave déficit democrático que priva a sus instituciones formales de auténtica sustancia”.
Noam Chomsky

Un Estado fallido puede tan solo ser, básicamente, un Estado anómico, en el cual su característica fundamental no es la falta de normas y reglas abundantes, sino su aplicación particular y contradictoria.
La definición de Estado fallido genera polémicas, siendo la más común y cuestionada al mismo tiempo, la que remite a la situación en la que un gobierno ha perdido el monopolio en el uso legítimo de la fuerza o carece de control efectivo sobre parte de su territorio.
El término se utiliza asimismo con más amplitud, en el sentido de un Estado que se ha tornado ineficaz para el cumplimiento de las funciones que le son propias en materia de seguridad, justicia y desarrollo social y económico.
Esa incapacidad se traduce en altas tasas de criminalidad, corrupción extrema, una extendida economía informal, ineficacia judicial y la reiteración de situaciones en las cuales la sociedad se ve obligada a subsanar de forma independiente las tareas pendientes que el Estado no ha podido o querido llevar a cabo.
Los economistas destacan como una de las características del Estado fallido la inhabilidad para proveer un desarrollo económico generalizado que garantice el empleo y un salario digno que satisfaga las necesidades básicas de la población, reduciendo las condiciones de inequidad; cuando esto no sucede y la brecha entre los que más tienen y los más pobres se torna cada vez más amplia, surge la tensión social que deriva en violencia.
Como plantea López Alves, “La violencia tiende a prosperar en sociedades con grandes desigualdades en cuanto a ingresos. La sola y simple pobreza no es causa obligada de violencia individual u organizada”.
Esto es así, pero si de causalidad se trata, la matriz de la violencia social puede encontrarse en la mala distribución de la riqueza, el desempleo, la obscena impunidad de los poderosos, la violación de leyes y normas tanto por ciudadanos comunes como por funcionarios de la administración pública, la criminalidad, etc.
Un Estado fallido o meramente anómico, implica la degradación de la estructura cultural, entendida esta como el corpus organizado de valores normativos que gobiernan la conducta común de un colectivo, lo que sigue a esto es el colapso de la estructura social, en tanto sistema de relaciones que sostienen la cohesión interna de una sociedad.
A posteriori, el abismo.
Claudio Brunori

Acerca del amor y el miedo a la disidencia

Que un censor confeccione listas negras es una tradición de la que se hacen cargo las secretarías de cultura y los medios de comunicación de las dictaduras. Pero que esta modalidad de la inquisición sea una práctica de intelectuales que se dicen resistentes a los monopolios, a los poderes discrecionales del dinero y a la reacción conservadora de la nueva derecha, nos coloca a los seres libres en un nuevo escenario.
La palabra “ser libre” no es un angelismo ni una alusión a pájaro alguno. No se trata de volar, sino de una práctica social bien concreta. Es aquella que realizan los que llevan a cabo hace años producciones culturales colectivas que aúnan voluntades de distinta procedencia, ideología variada y posiciones políticas disímiles. La elección de esta modalidad para el trabajo en común no es el resultado de una moral de la tolerancia. Es algo mucho más decidido y ambicioso. Se basa en la idea y la creencia de que la polémica es necesaria para producir pensamiento nuevo. No se trata de discutir o estar en contra los unos de los otros, sino de confrontar posiciones personales, ideas propias, para que la dificultad ante la que nos pone un contradictor enriquezca nuestro pensamiento. Es posible que cambiemos de idea, o que maticemos la que ya tenemos, en todo caso, quien se dedica a un trabajo intelectual –en realidad, a cualquier oficio– se supera a sí mismo con los obstáculos y, además, la curiosidad casi instintiva por saber más e inventar nuevas formas nos conduce a buscar verdaderas alteridades.

No hay peor medicina para el espíritu débil que refugiarse en la cama y arroparse con mil frazadas. La intemperie fortalece. Ciertos intelectuales y promotores culturales oficialistas, por el contrario, han hecho un listado de los enemigos, de los sospechosos, los volátiles, los inconvenientes al poder de turno, y no comentan sus libros ni sus obras de teatro, ni sus trabajos; no los invitan a sus espacios culturales, los ningunean lo que pueden, y cuando los nombran es para difamarlos. Tienen miedo de la disidencia. Podrán llamarlos gorilas, conservadores, miembros de la derecha, neoliberales, agentes de la izquierda paleolítica; cualquier apelativo sirve para el espíritu sectario que se sostiene sobre la base de las excomuniones.

Hay que tener coraje para invitar al recinto propio a contradictores, darles el espacio, la libertad para expresarse y –por qué no– trabajar con ellos. Para tener una actitud así hay que tener buena fe, es decir fe en que el objetivo del trabajo intelectual es pensar y no ceder en la búsqueda de la verdad, en no eliminar información inoportuna, en no pensar en términos de vestuario, en no dejarse llevar por una política del odio, de la venganza, de las ambiciones por escalar posiciones.

No se trata de pluralismo ni de tolerancia, como dije antes, ni de liberalismo ni de diversidad cultural, no porque estas posturas ético-políticas sean deficientes de por sí, sino porque lo que se juega es más fuerte; es una cuestión de honestidad intelectual, y para usar un término filosófico, de voluntad de vivir.

No vale la pena dedicarse al arte, a las letras, al pensamiento, con la finalidad de ser un publicista o un comisario cultural. O sí lo debe valer para los que piensan en términos de “poder”, ese totem tras el cual corren todos los figuretis para obtener algún momento de fama o retratarse al lado de un poderoso, como lo hacen tantos dichosos con cámara, micrófono y teclado.

Por supuesto que esta forma de ser y de actuar no es patrimonio exclusivo de las sectas kirchneristas; la peste totalitaria no mide banderas. Los odiadores profesionales y vocacionales de este gobierno tampoco pueden consigo mismos. Todo es corrupción, todo es mentira, todo trampa, no hay nada que se haya realizado en estos últimos siete años que no sea la avanzada del mismo diablo. Y si hay una Carta Abierta, inventan un grupo Aurora, o lo que venga, para regar la trinchera y que brote la flor de la mediocridad como enseña nacional.

Si alguien cree que éste es un pedido de paz, me parece que va por mal camino. La batalla cultural no sólo existe, sino que es necesaria. Por el contrario, esta batalla no existe en nuestro medio. Lo que hay es botonería, búsqueda de expedientes, chismes de paparazzi, desprecio por un lado y adulación por el otro. Pasiones viles.

¿Por qué ocurre esto? No creo que su causa provenga del Imperio Romano ni de la Jabonería de Vieytes, de Catón el Censor o de su homónimo aquel –Tato– que perseguía a Armando Bo y a Torre Nilson, ni de la naturaleza humana. En realidad, no tiene causa, sólo tiene consecuencias. ¿Cuál es la solución? Ninguna. Es posible que no la haya. No hay por qué ser optimista. Tampoco pesimista. No hay nada que esperar. Ni nada que ceder. No todo es racional. Es absurdo crear un comité de reconciliación cultural y programar mesas redondas para congregar fanáticos de distintas especies. Como dice el maestro Gilles Deleuze: no se trata sólo de buscar, hay encuentros. Se pueden dar o no. Si se dan, durarán o fracasarán en el intento. El azar existe. Puede cambiar el clima o no. ¿Indiferencia? ¿Entusiasmo? Nos conminan a elegir entre el gran Bien o el gran Mal. El pensamiento binario que sólo quiere juzgar es el que busca un atributo mayúsculo. Necesita una verdad y un juicio para llevar a casa.

Cuando se habla de risa no estamos diciendo hacer un chiste. Cuando se dice sentido del humor, no nos referimos a ser sarcáticos. Cuando Rorty dice contingencia, o Judt y Saïd, posición tangencial respecto de nuestras posiciones, no se refieren a la vida líquida, a que todo se evapora en el aire, a una bizquera rara o a un mambo de curda. Es más simple y contundente, dicen libertad, con todas las intoxicaciones del caso, para recordar la obra de Mario Trejo.

El otro día en el Seminario de los Jueves, un grupo de aficionados a la filosofía que se reúne hace veintisiete años leíamos El banquete, de Platón. Entre trotskistas, simpatizantes de PRO, kirchneristas y otros de identidad política desconocida escuchábamos a los panelistas –en este caso, un padre y su hijo, ambos miembros del Seminario– hablarnos del discurso que Sócrates pone en boca de Diótima. Ella les enseñó al fundador de la filosofía y a su discípulo Platón qué es el amor.

Eros, nos dice la mujer sabia, es ignorante, pero no del todo, porque sabe que no sabe. Le falta lo que no tiene. No sabe, carece de saber. Por eso desea. Mientras que aquel que sabe, posee. El sabio no desea. Goza en su contemplación de la verdad eterna y tiene la misión de adoctrinar. Quien ignora, por su lado, nada posee, pero tampoco carece de nada ya que no tiene idea de su ignorancia. Vive, hace y cumple. El que ignora y cree saber, bueno, ése es el necio. Por lo general, es un fanático o un fundamentalista. Sólo el amor carece de algo, porque nada posee, y quiere. Es un mediador, un intermediario, ni humano, ni divino, un puente. Desea, quiere, busca. Por eso, Eros, el amor, es filósofo, dice Diótima.

Linda palabra, amor. El otro día en un programa de televisión, un periodista, luego de escucharme un rato y seguir con más claridad mis rechazos y con dificultad mis adhesiones, sin entender al parecer cómo se podía no estar del todo en contra de este gobierno y a la vez en nada a favor, me preguntaba si “había algo que, finalmente, me gustara”. Me gusta la vida, contesté. “No, agregó, no me refería a eso, sino a algo que te guste de la política”. La verdad que no sé. No lo ignoro, pero no lo sé.
Tomás Abraham

lunes, 13 de diciembre de 2010

Ellos

Ellos son de derecha, xenófobos de mano dura, desestabilizadores hasta la frontera del golpismo.

Ellos son de izquierda, progres, charlatanes, permisivos hasta el viva la pepa.

Ellos son policías bravos, brutales, medio animales, federales.

Ellos son policías reciclados, poquitos, inoperantes, metropolitanos.

Ellos son bolitas, paraguas, peruanos, indocumentados, narcos fuera de control.

Ellos son pequeños propietarios asustados, fachos ayudados por barrabravas de armas tomar.

Ellos, ellos, ellos... fue la palabra más pronunciada en estos días de locura desatada entre tolderías, fogatas, fideos ni con aceite, tiros, muertos, heridos, ofendidos, angustiados adentro y afuera del Parque Indoamericano de Villa Soldati, un barrio de clase media pauperizada que no quiere saber nada más de villas.

Ellos son los culpables, como de costumbre. Porque nosotros somos nosotros, es decir, los otros nuestros, los iguales al otro, sólo para las fiestas. En las malas, en las negras y en las peludas siempre fueron y serán ellos.

Algo de verdad hay en las afirmaciones del principio. Y si algo de verdad hay, será porque también hay algo de mentira.

Por si las moscas, ayer, Mauricio Macri sintió la necesidad de exhibirse sentado entre un representante de la comunidad paraguaya y otro de la boliviana para demostrar que ni un pelo de discriminador tiene. Y que en todo caso habría que discutir una política inmigratoria seria, que de veras le está faltando a este generoso país.

Y por si acaso, Cristina decidió mandar a la Gendarmería para cercar el parque, luego de que los federales (“sus” policías) protagonizaran las únicas imágenes de barbarie policíaca y dieran paso a la humeante creación, tres muertos más tarde, de un Ministerio de Seguridad para que lo maneje una mujer de buenos modales y fogueada en asuntos de uniformes y municiones como Nilda Garré.

Dicen que ellos, los del Gobierno nacional, vienen girando a la derecha de a poquito desde que murió Don Néstor, dándole paso al FMI, charlando con el Club de París y cuestionando ciertos excesos sindicales. Anteayer, la Presidenta incorporó a su discurso las palabras “orden” y “seguridad”, cosa que tal vez algunos interpreten como un por ahora sutil ingrediente más de ese supuesto volantazo. Antes de llegar a semejante conclusión, debería observarse que nociones de orden y seguridad puede respirar cualquier turista que camina por Manhattan o por La Habana. Orden y seguridad no son conceptos ideológicos, sino requerimientos ciudadanos y responsabilidades gubernamentales. Veremos cuál será la nueva noción oficial en la materia a partir del miércoles, cuando la agnóstica Garré jure sólo “por la Patria”.

Según la psicología básica freudiana, se denomina Ello a la parte más primitiva y pulsional de la psiquis humana, aquella que responde a la necesidad en crudo y da forma al deseo en su expresión más pura. Digamos infantil. O animal. Mucho de esto se ha desplegado en la guerra de ellos sustanciada en Soldati. Necesidades elementales y urgentes: casas donde vivir, espacios verdes donde matear. Necesidades muchísimo más suntuarias: votos para ganar, costos políticos para pagar.

Una vez más, el límite se dibujó con sangre.
Edi Zunino

viernes, 10 de diciembre de 2010

La pobrefobia

Los progresistas hipersensibles, los izquierdistas casi sinceros, no leyeron -se percibe a la distancia- a Carlos Marx. De haberlo frecuentado, descontarían que el problema principal, de los invasores del Parque Indoamericano, no consiste en que sean bolivianos. Ni paraguayos. Incluso, hasta argentinos. El dilema fundamental consiste en que los invasores son pobres.
(Advertencia, no son “desposeídos”. Adjetivo injusto. Induce a creer que, alguna vez, estos pobres tuvieron algo).
Es más interesante, aún, el cuadro. Porque se trata del pobrerío con iniciativas. Pobrerío con capacidad de organización. Preparado (el pobrerío) para consolidarse, entre la creatividad que permite la anarquía.
Entonces, con el efecto emocional que producen, en los que tienen algo, los invasores del Parque Indoamericano, no se asiste a ningún muestrario elemental de xenofobia (que es, en todo caso, un dilema cultural).
El muestrario tampoco es provocado, acaso, por las perdonables torpezas expresivas de Mauricio Macri. El alcalde del Artificio Autónomo de Buenos Aires se siente desbordado. Objetivo de la perversa manipulación política. La invasión es aprovechada para el intento de esmerilarlo. Lo consiguen.
Es precisamente en el Parque Indoamericano donde se desmoronan las claves del máximo error de gestión de Macri. Atenta contra sus ambiciones evolutivas. Se le viene, a Macri, la construcción del error, en contra.
Es la alucinante creación de la Policía Metropolitana. “Para darle mayor seguridad a los porteños”. Como si La Federal no sirviera.
La súplica televisiva del alcalde, hacia la Presidente, marca la magnitud del equívoco. Pide que intervenga, en el parque, la Policía Federal.
No existe, aquí, xenofobia. A lo que se asiste, en realidad, es a la irrupción de la pobrefobia.
Tiene un profundo significado económico y social. Y nada tiene que ver aquí el pobre Macri. Es víctima también del fenómeno que lo abruma. Lo arrincona en la impotencia.
Se trata de la invasión de los elementos residuales. Despojos, en fin, del capitalismo irreemplazable. Sistema que no les brinda, ni siquiera en los papeles, a los residuales, el menor lugar. Sólo el racional circuito de la represión. O la inmovilidad que incentiva la anarquía.
En la Argentina no existen políticas de población que sistematicen, al menos, la sensatez. Predomina la inoperancia del progresismo que envuelve pero no cierra. Reconfortante, en la práctica, para la insolvencia infatuada de los discursos.
Comités de Bienvenida
Con los criterios del CELS, admirablemente democráticos, o del INADI, generosamente abiertos, en los puertos de España, o de Italia, tendrían que conformarse multitudinarios Comités de Bienvenida. A los efectos de recibir, en las playas, y con bandas de música, a los miles de pobres. Son africanos desesperados y con iniciativas que se lanzan -imantados- hacia la conquista de Europa. En barcazas miserables. Conducidas, en general, por los “negreros”. No vacilan, llegado el caso, los negreros, en arrojar, a los conquistadores, al agua. Cuando se aproxima, sobre todo, alguna patrulla costera.
La misma recepción tendría que transcurrir en los aeropuertos. Pero ya no sólo con el pobrerío desolador de los africanos rechazables que arriban en barcazas. También con los argentinos de las capas medias. Formados en nuestras universidades. Los que llegan, a Madrid, con el pretexto lícito de visitar a los familiares. Pero son enviados de regreso con una estampilla, en la retaguardia. Y con un sello, en el pasaporte.
Ni hablar tampoco de los Estados Unidos. Donde suelen esmerarse, explicablemente, en impedir el ingreso masivo de los centroamericanos que también tienen iniciativas de progreso. Pagan de mil a tres mil dólares, a los pasadores siniestros que ni siquiera les garantizan (a los mejicanos, salvadoreños, hondureños, haitianos), que no van a morir, en la experiencia del cruce.
Indefinidamente podrían colmarse los ejemplos del pobrerío con iniciativas. Con los magrebíes que se lanzan, ocultos en baúles, o enroscados dentro de cajas de camiones, desde Tanger, hacia el puerto de Algeciras.
O con los sacrificados rumanos, sin ser necesariamente gitanos (a los que todos expulsan y nadie representa). Hoy los rumanos son culpados de cualquier desdicha. Violación o delito que se cometa en las entretelas de -supongamos- Italia, aquel país culturalmente cercano que ya no exporta más pobres. Los importa, masivamente, y a su pesar.

Miseria blanca
Impresiona el espectáculo impresionante de la miseria blanca. Se ofrece en cualquier tren subterráneo de la agotada Europa. Motivaciones racistas del espíritu suelen asociar, a la pasión vigente del racismo, con la negritud. O con el prejuicio antisemita. Cuando la xenofobia, en realidad, hoy mantiene una base principalmente económica. Lo prueba la miseria blanca. Es el pobrerío de los rubios que se expanden por Europa. Desde la caída de aquella ficción de la Unión Soviética. Con la colección de países desamparados, también condenados por el fracaso de la aplicación del socialismo real. Quedan relegados, los rubios, a la condición de mano de obra barata. Pero asociados, hoy, a la otra ficción, acaso próxima también a desmoronarse. La Unión Europea. Francia y Alemania tratan, con suerte relativa, de contenerla.
Cuestionar el capitalismo, como la globalización, es la manera más ingenua de impugnar el sistema métrico decimal.
Lo que cuesta, globalmente, es encontrar alguna solución humanitaria para el destino de los desplazados. Los efectos residuales del proceso de acumulación. Despojos del pobrerío, de cualquier color. Generadores de la pobrefobia.
Equivalentes internacionales son estos desplazados del cono sur. Se suman, en la Argentina, a la movilización interna. Simple producto del fracaso estructural de la idea -nunca más pensada- de nación.
Paraguayos, bolivianos, peruanos. Argentinos. Aquí también se proponen las corrientes migratorias del pobrerío. Desorbitados, enceguecidos con iniciativas de subsistencia que desembocan en los alrededores de la gran ciudad. Buenos Aires. Donde impera la hipocresía del progresismo cultural que se espanta ante la “xenofobia”. Que defiende a los desplazados aunque prefieren, en general, no tenerlos cerca.
Aunque no hayan leído, ni siquiera, las contratapas, de Carlitos Marx.
Jorge Asís

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Los riesgos de una memoria incompleta

El mes pasado fui por primera vez a Buenos Aires, donde permanecí una semana. Mis impresiones del país son forzosamente superficiales. Aun así, voy a arriesgarme a transcribirlas aquí, pues sé que, a veces, al contemplar un paisaje desde lejos divisamos cosas que a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efímero del visitante extranjero.
He escrito en varias ocasiones sobre las cuestiones que suscita la memoria de acontecimientos públicos traumatizantes: la Segunda Guerra Mundial, regímenes totalitarios, campos de concentración... Esta es, sin duda, la razón por la que me invitaron a visitar varios lugares vinculados con la historia reciente de la Argentina. Así, pues, estuve en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y tortura. Alrededor de 5000 personas pasaron por este lugar, el más importante en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra.
El término "terrorismo de Estado", empleado para designar el proceso que conmemoran estos lugares, es muy apropiado. Las personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo marco legal. Primero, las sometían a torturas destinadas a arrancarles informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les colocaban una capucha en la cabeza para impedirles ver y oír; o, por el contrario, los mantenían en una sala con una luz cegadora y una música ensordecedora. Luego, eran ejecutados sin juicio: a menudo narcotizados y arrojados al río desde un helicóptero; así es como se convertían en "desaparecidos". Un crimen específico de la dictadura argentina fue el robo de niños: las mujeres embarazadas detenidas eran custodiadas hasta que nacían sus hijos; luego, sufrían la misma suerte que el resto de los presos. En cuanto a los niños, eran entregados en adopción a las familias de los militares o a las de sus amigos. El drama de estos niños, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente responsables de la muerte de sus padres biológicos, es particularmente conmovedor.
En el catálogo institucional del Parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.
En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el período 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba.
Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población.
Claro está que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura. No sólo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No sólo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.
En su introducción, el catálogo del Parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: "Sólo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos.
La manera de presentar el pasado en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de los actores del drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto a la Justicia, si entendemos por tal un juicio que no se limita a los tribunales, sino que atañe a nuestras vidas, sigue siendo imperfecta: el juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la represión ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.
La cuestión que me preocupa no tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política. Por su parte, la Historia no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos. Aspira a la objetividad y establece los hechos con precisión; para los juicios que formula, se basa en la intersubjetividad, en otras palabras, intenta tener en cuenta la pluralidad de puntos de vista que se expresan en el seno de una sociedad.
La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables. Si no conseguimos acceder a la Historia, ¿cómo podría verse coronado por el éxito el llamamiento al "¡Nunca más!"? Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles.
En la Argentina, varios libros debaten sobre estas cuestiones; varios encuentros han tenido lugar también entre hijos o padres de las víctimas de uno u otro terrorismo. Su impacto global sobre la sociedad es a menudo limitado, pues, por el momento, el debate está sometido a las estrategias de los partidos. Sería más conveniente que quedara en manos de la sociedad civil y que aquellos cuya palabra tiene algún prestigio, hombres y mujeres de la política, antiguos militantes de una u otra causa, sabios y escritores reconocidos, contribuyan al advenimiento de una visión más exacta y más compleja del pasado común.
Tzvetan Todorov

domingo, 5 de diciembre de 2010

Esclavos de los hechos

Primero se nos dijo que la comunicación iba a ser directa, sin la mediación de la prensa, y no dijimos nada. Después se cancelaron las conferencias de prensa y nadie se escandalizó. Más tarde se vivió como natural que la publicidad oficial se utilizara para hacer campañas electorales y premiar a los amigos políticos. Ese legado antidemocrático que confunde prensa y propaganda reduce al periodista a un simple escriba, cuando no a un “operador” político, que sustituye al otrora más odioso “servicio” que vendía “carne podrida”. Sucede que la dictadura de la unanimidad contaminó a la prensa con espías o propagandistas disfrazados de periodistas. Esos sí, mercenarios de la información y, por eso, prostitutas. Una distorsión que la democracia aún no erradicó.

¿Por qué habríamos de tener conciencia del valor de la prensa como constitutiva del sistema democrático en un país atravesado por medio siglo de propaganda oficial y de partes de prensa redactados en los despachos, alejados de las redacciones? Con escuelas de periodismo que confunden, también, la información con la comunicación, sin distinguir que, al menos en el deber ser, la información no es una mercancía pero tampoco puede ser propaganda gubernamental. Empachados de dogmatismos, todavía, muchos ven las libertades como valores burgueses sin advertir que las democracias hoy son sociales desde que incorporaron los derechos humanos como filosofía y normativa constitucional. Una concepción ajena a nuestra tradición política autoritaria. Pocos recuerdan que en los inicios de la democratización, cuando alguien daba su opinión, era descalificado por los mismos colegas como “opinador”, sin advertir el carácter antidemocrático de la observación. Lo mismo cuando desde la soberbia de la academia se juzgaban las opiniones con la pregunta: ¿desde qué lugar hablás? Como si existieran lugares virtuosos o superiores, como la Universidad, para jerarquizar o dar autoridad a una opinión, sin reconocer que el derecho al decir, base de la libertad de expresión, no depende de la profesión. Es un derecho universal inherente a la persona. Por eso, sólo demanda respeto, sin caer en la tentación autoritaria de subestimarla o tutelarla.

Los espías que otrora plantaban información mentirosa parecen reciclados bajo la forma de operadores políticos. Y es probable que los que creían que la opinión es patrimonio sólo de la academia sean los mismos que invalidan las opiniones ajenas con descalificaciones personales que actúan como una perversa y sutil censura, sobre todo cuando se ejerce desde los medios estatales.

Al final, quien tiene ganas de verse agraviado, burlado, descalificado, cuando contraría la opinión de los que desde los medios estatales patrullan con vara moral dogmática las opiniones ajenas cuando no coinciden con las propias. Efectivamente, existe libertad, pero decir lo que se piensa se ha convertido en un acto de coraje, no la condición indispensable para ejercer la honestidad intelectual.

Vale entonces definir las funciones para demandar, luego, perfiles de idoneidad acordes a la función. Es obligación del director de la agencia estatal garantizar el acceso a la información pública, no hacer propaganda electoral de los gobernantes. Cuando se trata de los periodistas, la única militancia posible es la de la libertad, el insumo básico de la prensa porque lo que es de interés público es la información, no el papel. Cualquier otra interpretación es una confesión descarnada de la concepción antidemocrática que la sustenta. Por eso, los periodistas que se precien como auténticos defensores de la libertad no pueden omitirse cuando se equipara la profesión con la prostitución. Quien no aprecia la libertad reacciona como esclavo y lo que es más grave: cree que todos los otros son esclavos.
Norma Morandini

sábado, 4 de diciembre de 2010

Tiempos de goma

El peronismo es un movimiento. La izquierda es un mosaico de sectas. El primero resuelve sus diferencias acomodando las fichas de acuerdo con la conveniencia del momento. La segunda se fracciona hasta llegar a lo infinitamente pequeño. ¿Qué sucede cuando el progresismo y la izquierda penetran el peronismo y procuran radicalizarlo desde adentro? Podemos extraer algunas lecciones por lo aprendido en la década del setenta y por lo que vemos estos últimos años gracias al apoyo de sectores de la cultura al kirchnerismo. La instancia política sigue la tradición de hablar con Dios y con el Diablo, con De Vido y Bonafini, Díaz Bancalari y Carlotto, con Alperovich y Milagro Sala, Timerman y D’Elía, con Moyano y el Arcángel San Gabriel. Siempre fue así. Menem era Facundo Quiroga y se abrazaba con el almirante Rojas. Kirchner se abrazaba con Menem y poco después, ante su presencia, se tocaba el testículo izquierdo. Algunos califican a esta actitud de pragmatismo para darle un nombre de etiqueta. Otros dirán que la sociedad argentina es diversa y que el poder político debe “conversar” con todos los estamentos comunitarios. Sea cual fuere la justificación, el peronismo tiene la amplitud de un fuelle de bandonéon.

El progresismo despojado de su vertiente dialoguista y con retórica de izquierda le inocula al peronismo lo que justamente no tiene: una ideología. La Presidenta en sus discursos lo decía de acuerdo con el nuevo lenguaje de los cuentistas sociales. Nos hablaba repetidamente de un “relato”. El giro lingüístico de la tradición anglosajona a partir del abusado Wittgenstein nos hizo saber que todo lo existente es objeto de una narración. Este relato ideológico es necesariamente maniqueo. No produce entusiasmo si no se construye la figura de un alien. No hay identidad posible si no es contra un enemigo. Para eso los profesionales abocados al uso de las palabras son sumamente útiles. Vieron su hora en marzo de 2008 con la crisis del campo. (Recién me doy cuenta de que en lugar de “cientistas”, el corrector automático lo convirtió en “cuentistas”. La tecnología oficia a veces de dispositivo oracular).

A muchos les es muy difícil vivir sin algún fanatismo cotidiano que les ayude a sobrellevar –cito a Jacques Lacan– la ausencia de falo. La duplicidad de la vida nos pierde. Tomás Moro, mientras vivía diariamente las intrigas cortesanas en la corte de Enrique VIII, escribía su Utopía. No impidió su decapitación, pero lo coronó con la gloria y la beatificación.

“No hemos perdido nuestros sueños y las utopías”, entonan los ideólogos. Es posible, aunque nos permitirán cierto escepticismo respecto del desinterés de la devoción confesada. Los cargos, los sueldos, las fotos, los viajes, las menciones, la televisión pública ayudan a sobrellevar una vida tan sacrificada.

La crónica de nuestra ciudad nos dice que parece que las aguas están más calmas. Extraño avatar en nuestra república, siempre agitada. No todos quieren una mansedumbre que no es más que regresión. Piden extremar el modelo. Avanzar. No distribuir el poder conquistado. No perder el tiempo en seducir a la podrida clase media. No olvidarse del ideal. En los setenta se trataba del socialismo revolucionario que, finalmente, Perón rechazó. Echó a sus huestes de la plaza. Sería muy gracioso que el personal gubernamental que hoy nos gobierna, si su proceso de sedación continúa, expulse a sus mentores ideológicos de la Biblioteca Nacional y de la TV panfletaria. No creo que eso llegue a ocurrir, pero quien sabe, quizás se tome el atrevimiento de gobernar sin “relato”. Lo que no sabemos es qué harán los intelectuales y la gente de la cultura que dicen vivir un giro ya no lingüístico, sino histórico de ciento ochenta grados; cuando el vértigo de la rueda aumente el ángulo de mira hasta los trescientos sesenta para volver al inicio. Sería un chiste menemista. Volveríamos a la década del setenta, pero ya no desde la fidelidad, sino desde la traición.

Es previsible que así suceda, ya que ciertos feligreses tienen el destino de las vírgenes violadas, o –si se quiere– de las novias abandonadas, para seguir con la imagen tanguera del bandonéon y este anacronismo de género que sabrán disculpar.

Muchos dicen que estos últimos días se vive un clima de sosiego. Nadie llama a combatir al monopolio. Se esfumaron las oligarquías. Hasta la palabra “genocidas” dejó de multiplicarse en los medios. Por algún extraño motivo, el FMI se ha vuelto una sigla danzarina. Por un momento, salta para un lado, luego aterriza en otro. Un día se dice que no pasarán, el otro día anuncian que llegarán. Hasta tal punto se declara que se vive un clima de tranquilidad que sólo consigue subvertirlo una declaración de un actor bien macho y enojado que insulta a dos luminarias de la pantalla, y un bofetón casi alegre de una candidata a la gobernación de Buenos Aires que fue disculpada con ternura. A pesar de estas escenas, no parece que haya ofendidos ni humillados.

¿Se convertirá la sociedad argentina en una sociedad aburrida? ¿Volverán aquellos días en que nos gobernaba el Chupete? ¿Succionarán los argentinos medio dormidos el adminículo de látex una y otra vez mientras un nuevo ser con camperita de gamuza bosteza por la pantalla? ¿Por qué no? La opinión pública es materia de meteorólogos. Cuando dicen que lloverá, sale el sol. Hoy muchos de ellos nos inundan con cifras euforizantes en las que pretenden mostrar las glorias de su querido Néstor, el grado de imagen positiva de Cristina, la cantidad de gente que vive bien en el país, la indigencia eliminada, el irrefrenable progreso conquistado. Quien sabe, quizás en octubre de 2011 el Gobierno consiga un resultado tan fulminante como el obtenido por el mentado Chupete el 24 de octubre de 1999 con el 48,37% de los votos que le permitió la elección directa sin ballottage.

Excelente receta fue la suya. Respeto por el modelo económico, no tocar el uno a uno, y terminar con la corrupción sistémica del menemato. A sus votos de más de nueve millones se les puede agregar los casi dos millones de Domingo Cavallo –10,22%– que seguía la misma consigna de mantener la Convertibilidad y “desyabranizar” el poder.

Este casi sesenta por ciento de apoyo al Modelo fue festejado con victorias en todo el país, menos en La Rioja y Santiago del Estero.

Hoy puede repetirse la historia. Nadie quiere –o al menos no habla– de cambiar el modelo bautizado como “crecimiento con inclusión”. Ordenar los precios relativos, redistribuir los subsidios, mejorar la calidad de la inversión, controlar la inflación, fomentar el ahorro interno, destrabar los cuellos de botella de la oferta, bajar el gasto público, son éstas palabras muy lindas, si no se detallan los medios para conseguir estas metas de equilibrio económico y financiero, si no se miden los ajustes en los bolsillos que cualquier enfriamiento implica, y qué inestabilidad laboral tendrá como lógica consecuencia. Y con respecto a la ética o calidad institucional, se verá quién tiene la manija, si un gobierno que ahora puede mejorar su imagen pública con algunos cambios de personajes y de tonos, o una oposición que no puede hacer olvidar el pasaje del Chupete al helicóptero.

Nuevamente, ética remozada y modelo económico conservado. Ah, ¿qué sucederá con los profesionales del relato si sobreviene esta era de aburguesamiento? Lo dejaré para una próxima nota.
Tomás Abraham