miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sectas

En el ámbito de las religiones, las sectas se constituyen como un grupo cuya principal característica es trazar una división del mundo entre quienes pertenecen a ellas y quienes no, postulando un ellos y un nosotros, que desde la inflexibilidad y cerrazón residentes en el concepto, generan una ortodoxia cerril y susceptible, la cual, si bien es siempre severa, ante circunstancias en las que se siente amenazada, acrecienta su rigidez en proporción directa al debilitamiento que detecte en el núcleo trascendente de la creencia, procediendo en consecuencia, a incrementar las acciones tendientes al disciplinamiento de sus fieles.
Al plano de la política no le resulta ajeno el comportamiento sectario, basta con echar un vistazo a la historia para encontrarlo en no pocos regímenes democráticos y en el origen de un sinnúmero de experiencias totalitarias.
Esto es reconocible en tanto logra apreciarse en algunos núcleos de poder, generalmente conformados en torno a una figura de fuerte liderazgo, cómo el uso reiterado de ciertos recursos retóricos, -en principio dirigidos a la propia clientela electoral, luego extendido a la sociedad toda- anclados en la construcción de un relato maniqueo que divide la sociedad entre justos y réprobos e instala de un lado a los abanderados de la lucha por las causas populares y del otro a los enemigos del pueblo y a los traidores a la causa, termina en muchos casos por convencer de su certeza a sus propios autores y pregoneros.
Sucede asimismo, que al creerse estos grupos predestinados a la concreción de elevadas misiones a las que suelen generalmente revestir con un carácter de gesta épica, como la de liberar al pueblo de la opresión o recrear los fastos de un pasado glorioso, crecen y se multiplican en su interior los niveles de delirio providencial, y el contacto de los lideres con la realidad comienza a diluirse haciéndose progresivamente menos consistente, ensimismándose en un mundo ficcional cada vez más lejano a las condiciones reales del contexto.
Se aprecia en tales escenarios, que la adhesión fanática a los principios que conforman el sustento ideológico de un sistema, se torna más vigorosa en la medida en que surja en el colectivo social una pluralidad de pensamientos que cuestionen las ideas establecidas en el grupo; se produce entonces una transformación de las creencias en identidades cerradas impermeables a toda crítica, estas identidades ideológicas son indefectiblemente intransigentes y agresivas en tanto que, como las cuestiones de fe, no requieren argumentos ni admiten discusión.
Tales identificaciones se derraman, trascienden más allá de las cúpulas para extenderse y ser adoptadas por el común de sus seguidores en la inmediatez cotidiana, procediendo en consecuencia al sistemático rechazo de todo cuestionamiento y condenando cualquier disidencia.
No revestiría esto mayor gravedad si tal circunstancia se viese reducida a una mera dificultad personal de poder internalizar el concepto básico en que se basa el pluralismo, esto es: la aceptación por parte del creyente de la existencia legítima de otras creencias en relación con la suya propia, ya que la intransigencia sectaria resultaría expuesta en el debate intelectual ante lo cual quedaría cerrada la cuestión.
Pero si se niega siquiera la posibilidad de dar ese debate, cuando no se está ante un problema de aprehensión de un concepto sino de adhesión ciega a un relato investido con el peso de una verdad revelada, no hay entonces lugar para el disenso, no existe por ende, perdón posible para el disidente, y presa de su dinámica punitiva la cerrazón dogmática termina sacrificando el concepto de pluralismo en el altar de la intolerancia.
Claudio Brunori

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