lunes, 30 de mayo de 2011

Por qué el kirchnerismo ensucia todo lo que toca

En sus últimos días de vida, a Kirchner lo llamaban “Susej” (Jesús, al revés) ya que mientras el hijo de Dios se sacrificó por todos, Néstor quería que todos se sacrificaran por él. Por su propia candidatura presidencial.
También le cabe, a esta altura, luego del escándalo de Shocklender y las Madres de Plaza de Mayo, el calificativo de “Dasmi”, ya que, a diferencia del rey de Frigia Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, el ex presidente degradaba con su contacto hasta las personas más probas y reconocidas.
Hagamos un breve repaso —con solo cuatro ejemplos— de la contaminación que produjo el kirchnerismo en sus controvertidas relaciones.

1-El ex gobernador de Santa Cruz nunca quiso ayudar a la causa de los Derechos Humanos, negándose a acompañar, por ejemplo, al ex diputado nacional Rafael Flores en plena dictadura cuando éste le pedía que no lo dejara en su travesía hasta Trelew donde debía plantear amparos a favor de los detenidos-desaparecidos, ya que el Cels porteño se los imploraba. “No te pagan un mango, Rafa”, le decía con sorna el "Lupo".
Tampoco colaboró jamás con la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Rio Gallegos ni puso un solo peso como intendente o primer mandatario provincial para colaborar con el desembarco de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en la Patagonia Austral.
Sin embargo, cuando vio en 2003 que todos los candidatos se atropellaban en la centroderecha (Carlos Menem, Ricardo López Murphy y Adolfo Rodríguez Saá) o bien se colocaban en un centro moderado (Elisa Carrió y el radicalismo), él optó por inventarse una historia de militancia que nunca existió y copó la centro izquierda del electorado, polarizando ideológicamente con nada menos que su mentor riojano (ese hombre al que definió como el mejor presidente argentino desde Juan Perón).
Una vez en el poder, utilizó hasta el ridículo a Hebe de Bonafini y Estela Carlotto llevando a convertir con sus dineros dos organizaciones sin fines de lucro en empresas de construcción de viviendas y hospitales.
“Para Daniel Hadad, una pauta. Para Horacio Verbitsky, un museo”, dice siempre con inteligencia Jorge Asís, quien sostiene que el gran mérito del ausente fue encontrarle a cada argentino su precio.

2- Con los movimientos piqueteros y las organizaciones sociales pasó algo parecido.
Estas entidades de lucha, surgidas al calor de la desocupación de los noventa y la implosión del 2001, estuvieron siempre en la otra vereda del poder. Su razón de ser consistía en actuar como grupos contestatarios.
Kirchner los sedujo con dinero y con cargos hasta neutralizarlos, llegando a transformar a muchas de ellos, inclusive, en sus propios “tonton macoutes” para dispersar a "caceroleros" o manifestantes opositores.
Esa tarea quedó en manos de conversos como Luis Delia, Emilio Pérsico, Edgardo Depetri o Milagros Sala.
Barrios de Pie y Libres del Sur se volvieron críticos y volvieron a las fuentes, mientras que la Corriente Clasista y Combativa y Raúl Castells nunca aceptaron las dadivas y prebendas que cientos de veces les ofrecieron desde la Casa Rosada.
Hoy los viejos luchadores lucen aburguesados y hasta se asemejan a una fuerza de choque para-estatal.

3-Los planes Jefes y Jefas de hogar que surgieron en medio de índices altísimos de desocupación, tenían como dato transparente que estaban “colgados” en internet y todos podían comprobar a quién le tocaba el beneficio. Además, no había intermediarios entre el Estado Nacional y los más desposeídos.
Para completar el cuadro, existían órganos de denuncia para que pudieran acudir quienes se sintieran “extorsionados” por una corriente polìtica determinada o bien fueran apretados para dejar parte del dinero cobrado a algún puntero.
Cuando los K llegaron al poder, todo esto cambió. Ya no hay datos en internet de los cientos de miles de planes que dan a “cooperativas”.
Para colmo, tercerizaron toda la movida asistencial, beneficiando a intendentes k y a grupos barriales y piqueteros afines para que el que quiera una ayuda tenga que “ir al pie” y humillarse ante los “gestores”.
Completa el espantoso cuadro el hecho de que ya no existen lugares donde reclamar antes los diarios abusos a que son sometidos los más humildes habitantes del país. Todo fue desactivado por Alicia Kirchner.

4-El periodismo, luego del horrendo crimen de José Luis Cabezas y la corrupción generalizada de los años noventa, pasó a convertirse en uno de los grupos sociales con mayor credibilidad de nuestro país.
Sin embargo, Néstor logró llevar a buena parte de nuestros colegas a un pantano maloliente, donde nadie quedó indemne.
Página/12, símbolo de la lucha contra el saqueo menemista, se convirtió en un pasquín impresentable y domesticado.
Canal 9, que alguna vez fue líder con Alejandro Romay, no pudo haber caído más bajo, por culpa de su hiperoficialismo K.
Lo mismo para Telefé, una propaladora del poder de turno.
Idem para el buen proyecto que alguna vez fue la Radio Del Plata de Tinelli, con el tándem Lanata.Nelson Castro-Bravo-Leuco-.
Igual descripción para Diego Gvirtz, quien alguna vez fue rebelde y para todo el ejército de conversos que rifó sus últimos jirones de prestigio, credibilidad e independencia a cambio de la publicidad y los sueldos por cifras extravagantes que pagan cada mes los K.

Concluyendo: a diferencia de lo que opina el cada día más impresentable escritor José Pablo Feinmann —otro ejemplo de tipo inteligente que eligió suicidarse ante el gran público—, Néstor Kirchner no ayudó a aumentar el prestigio de Hebe de Bonafini (eso plantea este filósofo en su indigerible libro “El flaco”).
“Susej” prostituyó de tal modo a las heroínas de Plaza de Mayo que una vieja luchadora, abuela de la recuperada Ximena Vicario, llegó a decir con gran tristeza: “Estela de Carlotto lleva hoy una vida de estrella, Viaja por el mundo. Es paseado por los mejores hoteles y se menea en grandes autos con custodia especial. Toda su familia tiene cargos. Yo con ella ya no tengo nada que ver, porque mi vida sigue siendo atender la verdulería que tengo en Rosario”.
“Dasmi” aprovechó, como nadie, las debilidades de un pueblo cada vez más miedoso, debido a los aporreos salvajes soportados en el pasado reciente: la hiperviolencia setentista, la hiperinflación ochentosa, la hiperdesocupación menemista y la hiperdevaluación duhaldista.
“Susej” nos agregó una nueva mácula. Ahora sí, como decía Discepolín, estamos “en el mismo lodo, todos manoseaos”.
Marcelo López Masía

domingo, 29 de mayo de 2011

Hechos consumados

Una amnesia colectiva invade la política y da por ciertos sucesos que obedecen a otras razones y a otras autorías.

Como si fuera Sartre contra Camus –y no una versión autóctona de la entrega del Martín Fierro–, un núcleo ciudadano (adicto al Twitter, además de lectores y televidentes) se interesó por la confrontación que originó la TV oficial entre una escritora progresista y otros reputados animadores del mismo sector. A todos los inspiraba la sombra del muerto, el negocio de la estela eterna de Kirchner. No es lo único que reunía en esa curiosa contienda a los socios de una secta denominada “progresista”, que aquí no acepta a los liberales (los considera conservadores). Sin jurados ni tanteador, se enfrentaron en su interna los participantes de la logia (como si fueran los paraoficiales del Gobierno y la Armada de Clarín), arrogándose luego un presunto triunfo, como si la discusión mereciera una goleada para la causa patriótica de uno de los dos y las opiniones sobre un programa K fueran tan trascendentes como el debate de los dos intelectuales franceses sobre los campos de concentración en la Unión Soviética, allá por los años 50. Aunque si uno lo piensa bien, en la Argentina la cuestión es trascendente.

Por la manía de apelar a Carl Schmitt y a esa teoría menor del amigo-enemigo tan difundida en la Rosada, Canal 7 pudo mejorar su rating y revelar cierta apertura política, aunque perdió en la batalla de su elenco militante (unos 6, 7 u 8 comedidos) contra una suerte de canosa Juana de Arco (Beatriz Sarlo), a la cual el monopolio Clarín, al decir del Gobierno, tiene a su servicio por un módico contrato. Unica enseñanza oficial luego del revés: al enemigo ni una pantalla de TV. Está demostrado, dirían en La Cámpora, que es un grave error cambiar las costumbres establecidas.

Pelea intelectual para unos, de intérpretes más que de pensadores para otros, los sucesivos rounds televisivos envolvieron una pugna desigual en número. Por esa sola razón, por una insólita diferencia en el juego y por atentar contra el género, ya se determinaba un resultado en el inicio. Y no favorable para el Gobierno. Improvisación de los productores públicos en su cúpula de cristal, falta de información y material para sus operadores públicos, nocivo en tiempos electorales. Un obsequio indeseado del “poder oficial” al “poder concentrado” de Clarín. Beneficio de los dioses nunca tan gratificante como en esta oportunidad: en toda la historia y años de guerra entre el Gobierno y Clarín, es la primera vez que la empresa disfruta de una satisfacción. No lo elaboró ni planificó su craneoteca: la victoria ha sido importada.

Pero lo más singular de la pasada riña por TV ha sido que todos los participantes, adversarios o no, además de progresistas, coinciden en la naturaleza del “modelo”, en el “proyecto” que Cristina repite en su comunión cotidiana y, por supuesto, le atribuyen responsabilidad autoral de ese engendro incomprobado a una sola persona: Néstor. Más conocido por “El”, de acuerdo al nuevo credo. Discrepan por los modales, arbitrariedades y censuras no explícitas, por intereses mediáticos, pero en general se identifican con el rumbo originario, el bautismo sureño de la ensoñación declarada, y se unifican –como durante tantos años lo hicieron la administración privada del diario y la pública del Gobierno– tras la fraseología indistinta de “no todo lo que hicieron es tan malo” y “falta mucho por hacer, pero se hizo bastante”. Casi una plegaria para que los vuelvan a votar. O la excusa para escribir de un lado o de otro, según se requiera, como ya lo hicieron en el pasado.

Todos, entonces, aun los ausentes en esa porfía, se reconocen en el mismo rincón político a pesar del alboroto provocado; se confiesan feligreses de los mismos símbolos (la autóctona militancia progresista), combatientes de emblemas comunes (los militares), de nombres característicos (Menem); con orgullo se anotan en una filmación sepia que ha caracterizado a parte de la última historia. No resulta prodigioso que, en el medio de la batahola, de los proyectiles que se arrojan de una vereda a la otra, y a pesar de los negocios que los apartan, admiten y aceptan la factura de un modelo llamado Kirchner. No discuten la autoría del plan maestro y menos se detienen a sospechar que hubo antecedentes, jamás contemplados a la hora de su discusión. Para ellos, todos, son hechos consumados la novedad de la política de los derechos humanos (A), el plan económico a favor del sector industrial que genera trabajo (B), el establecimiento de una nueva Corte Suprema de Justicia (C), la no represión de manifestaciones y piquetes (D), también la Asignación Universal por Hijo (E). Veamos:

A) Parece que en este tema no existiera, antes de Kirchner, la gestión breve de Adolfo Rodríguez Saá, quien designó como ministro de Justicia a un abogado destacado de los derechos humanos, se deshizo por recibir a sus organizaciones, tuvo promesas y deferencias con algunos de sus representantes y hasta anunció reparaciones que no pudo cumplir por su escaso tiempo. En 15 días hizo mucho más, en el mismo lapso, que Kirchner, quien ni siquiera conocía a Hebe de Bonafini.

B) En ocasiones se le atribuye a Roberto Lavagna cierto padrinazgo en lo que fue la gestión económica del kirchnerismo. Más allá de resultados y contradicciones, nadie se detiene en un instante clave y previo: la infradevaluación de Eduardo Duhalde y su ministro Jorge Remes Lenicov, esa que pasó el dólar del 1 a 4 en lugar del 1 a 1. Es como si no se comprendiera la gigantesca transferencia de ingresos o la creación de mano de obra más barata que en China, condiciones que mejoraron la competitividad industrial, cuando no la riqueza, de la cual el proyecto aún saca ventajas. La paradoja es que esa iniciativa devaluatoria, tan aprovechada por los K, fue una medida que Héctor Magnetto, de Clarín, le sugirió –por elegir un verbo– al entonces presidente Duhalde. El dinero puede explicar negocios, sociedades y también el corazón “progre”.

C) Kirchner armó parte de una nueva Corte, impuso nombres en ese poder y marginó a otros controvertidos. Pero quien había intentado desplazar in totum a los magistrados fue el propio Duhalde, tarea en la que fracasó quizá por intentar un emprendimiento tan vasto. Nadie recuerda ese antecedente, y menos que Kirchner se conformó con una limpieza menos completa.

D) Si bien Duhalde debió renunciar por el absurdo ataque policial a una manifestación política que causó dos muertos (Kosteki y Santillán), se olvida que antes de ese lapidario episodio cabalgó en los criterios de la no violencia casi hasta alcanzar la irritación. Por no emplear a las fuerzas de seguridad, admitió que lo escracharan en su casa de Lomas de Zamora y ni siquiera ocupó la residencia de Olivos, ocupados sus frentes por piquetes y revoltosos. No hay memoria para este ciclo que luego fue adoptado por Kirchner.

E) No se ignora que esa iniciativa fue propuesta por la franja política de Elisa Carrió y el Gobierno opuso resistencia a su implantación. Carecía de presupuesto, explicaban sus funcionarios. Como el riesgo político de la unidad opositora asustó a Olivos, asumió el subsidio como una medida propia y casi negó el origen en otro partido.

Se entiende en esta amnesia colectiva, aun de los que fueron sus autores, la escasa diferencia que separa a los que discutieron –como si fuera el combate del siglo– la otra noche en un programa de la TV oficial.
Roberto García

lunes, 23 de mayo de 2011

La derecha movediza

En un encuentro con investigadores y académicos latinoamericanos de ciencias sociales en la provincia de Córdoba, los representantes de Bogotá y Medellín manifestaron su inquietud por la hegemonía de la derecha en la política colombiana a partir de la aparición en la escena nacional de Alvaro Uribe. Uno de ellos disertó sobre el pensamiento del general Fernando Landazábal Reyes, asesinado cuando era ministro de Defensa en el año 1998. Responsabilizaban a éste de la creación de los escuadrones de la muerte. La acción de los pelotones paramilitares que ejecutaban sindicalistas, periodistas, profesores se justificaba por la prédica de que la lucha contra la subversión comunista no era sólo militar sino una gesta del pensamiento y una batalla cultural que iba más allá de la guerra emprendida contra las FARC. Era a los forjadores de las ideas a quienes había que eliminar en nombre de una concepción de la historia de la civilización basada en fundamentos teológico-políticos. En el diálogo que tuve con ellos, me remití a lo que sucedió en nuestro país durante la llamada Revolución Argentina comandada por el general Juan Carlos Onganía, que llega al poder por un golpe de Estado en junio de 1966. Aquel fue el último intento de la derecha por aplicar a la política una filosofía del Hombre y una doctrina integral que sentara las bases de una auténtica restauración de valores. El gobierno militar se rodeó de intelectuales que colaboraron en la elaboración de las bases dogmáticas de una verdadera revolución que pretendía aunar aspectos del desarrollismo económico iniciado durante la presidencia de Arturo Frondizi y un corporativismo inspirado por el franquismo aún vigoroso en España. Los cursos de la cristiandad, la presencia del Opus Dei y la bendición de la Iglesia, cuya jerarquía estaba aliviada por el desplazamiento de las ideas de Juan XXIII, legitimaron desde el cielo la misión de los cruzados de esa nueva Argentina. El higienismo moral fue fundamental para iniciar el proceso de regeneración espiritual de la Nación. Su programa de acción abarcaba desde el desmantelamiento de los carritos de la Costanera al cierre de los hoteles alojamiento, la expulsión del cuerpo docente de la Universidad de Buenos Aires y la clausura del Instituto di Tella. Una cruzada moral contra los ateos, los artistas barbudos, los recientes hippies, la nueva ola, y los judíos también, colmaban la escena con personajes indeseables que había que suprimir en su expresión y aislarlos del resto de la sociedad. La proscripción del movimiento peronista se mantenía a la par de negociaciones con una dirigencia que en ciertos sectores y de acuerdo a órdenes y contraórdenes desde Puerta de Hierro simpatizaban con el antiliberalismo de la dictadura y su pertenencia ideológica al nacionalismo católico. Intelectuales de variadas profesiones como Mariano Grondona, el coronel Juan F. Guevara, el asesor espiritual del grupo neonazi Tacuara, padre Julio Meinvielle, el fervoroso defensor de Dios, de la Patria y del Hogar, Jordán Bruno Genta, los pensamientos inspirados del fundamentalismo católico de Jean Ousset, los textos del médico forense Mariano N. Castex, quien escribió El Escorial de Onganía sumaban energías con su esfuerzo erudito para sentar las bases doctrinarias de la nueva civilización argentina. La posibilidad de la “supresión ética” es el mandamiento que dejó como legado un gobierno que, a pesar de ser desbancado después del Cordobazo en 1969, sembró lo que era necesario para que pocos años después, mediante la categoría de subversivo, se iniciara la matanza de los nuevos herejes de la civilización occidental y cristiana. Una metafísica fascista que interpretaba los comienzos de la decadencia de Occidente como resultado del paganismo renacentista, de la nefasta doctrina del libre arbitrio de la que también era responsable el mismo Erasmo, hasta ingresar en definitiva crisis con la Modernidad, fue el último logro de una derecha vigorosa y confiada en sus armas intelectuales que estimaba tener algo promisorio y mesiánico que anunciar.

Con el Proceso de Reorganización Nacional, los argumentos se aguaron, poco había que justificar y la necesidad de exterminar se legitimaba a sí misma sin grandes esfuerzos de tipo ideológico. Si se lee el discurso de agradecimiento del almirante Emilio E. Massera en noviembre de 1977 por habérsele conferido el título de doctor Honoris Causa en la Universidad del Salvador, su prédica contra lo que denomina El Hombre Sensorial no es precisamente consistente desde el punto de vista teórico. Un símil de crítica a lo que ya podía llamarse posmodernidad, caracterizada por el nihilismo, el hedonismo, el materialismo y la rebeldía de una juventud fanatizada que no cree en los valores de sus mayores muestra a las claras que la cruzada de la muerte ya no encontraba las palabras que guiaran su misión. Años después, el neoliberalismo durante el gobierno de Carlos Menem ofrece nuevas armas ideológicas a la derecha mediante un reciclamiento del darwinismo social en el que los pobres son perdedores, los ricos son ganadores y los empresarios pretenden ser percibidos como emprendedores que crean maravillas que gozan los pueblos en curva ascendente. La Guerra de las Malvinas, el juicio a las juntas, la labor de los organismos que denunciaron la violación de los derechos humanos, la crisis de los mercados emergentes y la desocupación crónica en los noventa, la deuda externa que explota en 2001, la complicidad de la jerarquía de la Iglesia católica con la política de las sucesivas dictaduras diezmaron la capacidad de respuesta utópica y de legitimación ideológica de una derecha sin rumbo histórico. Refugiada en el tema de la seguridad, la falta de autoridad y un pragmatismo insípido, no consigue regenerarse como fuerza alternativa ni sabe elaborar una propuesta política. Hasta teme identificarse con sus antiguos nombres. Hoy ya nadie pertenece a la derecha explícita. Del neoliberalismo han quedado algunas semillas aún fértiles. Muchos creen que tal acepción designa al Consenso de Washington y a su oleada privatizadora. Es bastante más que eso. Se trata de una visión del mundo en la que “ganar” es lo fundamental. Todo vale si se gana. No es ni siquiera una figura totémica encarnada en el dios Poder lo que vale de por sí, sino la aspiración futurista y ruidosa de ser un ganador. Por eso es fácil encontrar hoy en día a estos seres bicéfalos que al mismo tiempo en que dicen construir un nuevo relato e invocan gestas emancipadoras, no son más que presencias más recientes de un modo de hacer política en la que ganar y estar en el podio del dinero y de las influencias políticas justifica cualquier tipo de alianza, manipulación y estafa. En nichos culturales, directorios de empresas, agencias de noticias y programas periodísticos, trepan por la escalera gubernamental para concentrar poder y caja mientras glosan el discurso setentista. Este ahora próspero “neoyuppismo” nacional y popular no sólo atañe a un problema moral sino político, ya que supone una idea del funcionamiento del Estado, de la relación entre dirigencia y ciudadanía, de la transparencia en el uso de los fondos públicos, de la separación entre lo público y el interés corporativo del personal gubernamental transitorio, de la distribución del poder y de la riqueza, del derecho de las minorías y de garantizar la libertad y diversidad de los espacios de opinión. Por eso, no se trata de que la derecha haya desaparecido sino de que ya no se la encuentra en su viejo refugio ni habla el mismo idioma.
Tomás Abraham

miércoles, 18 de mayo de 2011

Para festín de los corruptos

Desde su llegada al gobierno en 2003, el kirchnerismo, con prisa y sin pausa, se ha dedicado a desmantelar uno a uno todos los organismos del Estado dedicados al control de la gestión oficial. Tal es el caso de la Defensoría del Pueblo, que lleva dos años con su autoridad vacante.
La Fiscalía de Investigaciones Administrativas (FIA), que juega un papel clave en el impulso de las investigaciones judiciales por casos de corrupción en la administración pública, lleva también más de dos años sin un titular designado de acuerdo con el procedimiento establecido por la ley.
Otro ejemplo de desmantelamiento es la Oficina Anticorrupción. Organismo que tuvo un papel activo en la denuncia de irregularidades desde su creación hasta 2004, pero con la llegada del kirchnerismo su papel se ha visto opacado, al extremo de prácticamente desaparecer como querellante en los estrados judiciales.
A esto debe sumarse la permanente negativa de la Sindicatura General de la Nación (Sigen) a suministrarle información a la Auditoría General de la Nación (AGN), órgano que depende del Congreso de la Nación y que tiene a su cargo la tarea de analizar el funcionamiento de diferentes áreas del gobierno, detectar las posibles irregularidades, aconsejar las medidas necesarias para mejorar su rendimiento e impulsar ante la Justicia la investigación de esas eventuales anomalías. Hace unos días y solo despues de una orden judicial la Sigen entregó todos los informes de 2009 que faltaban remitir a la AGN.
A la negativa de la Sigen a proporcionar el material necesario para que la AGN pueda investigar el kirchnerismo le sumó una serie de trabas destinadas a impedir que el titular del organismo, Leandro Despouy, pueda publicar sus informes si no cuenta con el consentimiento de los auditores oficialistas.
Como corolario vale recalcar que el Poder Ejecutivo mantiene vacantes 152 juzgados, a pesar de que el Consejo de la Magistratura ha enviado las ternas para que elija sus candidatos.
Claudio Brunori

domingo, 15 de mayo de 2011

Compartiendo el capital

A pesar de que la tradicional marcha partidaria del PJ dice "combatiendo al capital", con las últimas medidas del gobierno de Cristina Kirchner pareciera haber cambiado por "compartiendo el capital". No sólo por la intención de participar directamente en los directorios de las compañías donde las estatizadas AFJP tenían acciones, sino también por una cantidad de medidas impuestas por Guillermo Moreno, que implican dirigir las políticas de muchas compañías.

Todo ello, a pesar de que no sólo las decisiones de Moreno han tenido consecuencias desastrosas, sino que también las empresas administradas por el Estado son una incesante fuente de pérdidas económicas que deben ser absorbidas por todos los que pagan impuestos en el país.

Las políticas en muchos casos no escritas también prohíben las importaciones y exigen producciones locales que las reemplacen, pero han atropellado los acuerdos internacionales firmados por la Argentina y han llevado a un serio choque con imprevisibles consecuencias con Brasil, el principal socio comercial.

Los incidentes de los últimos días dejaron en claro que los anuncios del oficialismo durante la visita de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, eran poco más que retórica. Los proyectos para aumentar el valor agregado en cooperación de ambos países eran manifestaciones de voluntad y parecen estar tan cerca de la realización como otros anuncios de la era Kirchner, como el tren bala a Rosario, el gasoducto que vendría desde Caracas y el aluvión de inversiones chinas.

En lugar de un esquema de cooperación para exportar más y mejor, los dos principales socios del Mercosur parecen ahora enfrascados en una amarga disputa que comenzó insólitamente cuando por decisión de Guillermo Moreno comenzaron a acumularse intempestivas y generalmente ilegales, según los tratados internacionales, restricciones a las importaciones.

Cristina Kirchner se ha encargado de dejar en claro en los hechos que tales políticas ya no son del iniciador secretario de Comercio ni de la conversa ministra de Industria, Débora Giorgi, sino las suyas, y que no desaparecerían en un eventual segundo mandato.

El presidente de la Cámara de Exportadores, Enrique Mantilla, recordó que el propio Mercosur prohíbe la aplicación de licencias no automáticas, con las que comenzó la Argentina y ahora siguió Brasil. Un tropiezo serio para un gobierno que publicita entre sus principales logros un incremento de la integración regional.

El Gobierno ya había decidido presionar fuertemente a toda clase de empresas, pero en particular a las automotrices, para que redujeran su nivel de importaciones y las reemplazaran por producción local.

Las medidas comenzaron este año con un bloqueo intempestivo a todas las operaciones de fuera del Mercosur y México, pero luego las presiones alcanzaron a todas las terminales y también a los importadores de motocicletas.

Al Gobierno lo urge anunciar planes de sustitución de importaciones, pero algunos parecen poco alentadores. Por ejemplo, una multinacional anunció que invertirá para activar una armaduría y crear 18 empleos. El 77% de los fondos provendrá de un préstamo a sólo el 9% de interés anual y en pesos. Un subsidio que será otorgado por la Anses. Es decir, por los jubilados actuales y futuros.

La escalada sobre el sector empresarial se intensificó cuando la Presidenta decidió derogar con un decreto de necesidad y urgencia la restricción para que primero las AFJP y luego la Anses no pudieran sumar más del cinco por ciento de los votos en los directorios de las compañías donde tuvieron acciones.

La restricción era más que razonable. Las AFJP pertenecían en muchos casos a poderosos grupos empresariales que podrían haber querido, por ejemplo, comprar a cualquier precio participaciones en compañías competidoras utilizando el dinero de los jubilados. La ley dispuso que cualquiera que fuere la proporción de acciones compradas nunca se podría tener más del cinco por ciento de los votos. Es decir, con el dinero de los actuales y futuros jubilados no se podría aspirar a dirigir compañías. Esa restricción desapareció ahora y el Gobierno logró sentar en los directorios de varias compañías directores por el total de la representación que estaba repartida entre varias AFJP.

La que se resistió fue Techint, y la Presidenta la acusó de no querer repartir los dividendos que le corresponden a la Anses. Es un argumento sorprendente, porque para controlar que las compañías cumplan con las normas el Estado no necesita integrar los directorios.

Pero además, en cuanto el candidato a sentarse en el directorio Axel Kicillof comenzó a argumentar los cambios que quería impulsar en Techint, quedó claro que la intención no era aumentar las ganancias y, en consecuencia, los dividendos, sino reducirlos.

Kicillof y otros voceros del Gobierno dicen querer impulsar un desarrollo industrial, para lo cual quieren hacer bajar los precios de las chapas que produce el grupo. Insólito, porque eso sería abaratar los costos para otras compañías y grupos empresariales, productores de bienes en los que la Anses no es socia. Tampoco habría ninguna garantía de que tales bajas de costos se trasladaran a reducciones de precios que beneficiaran a los consumidores. Simplemente, se traspasarían beneficios a otros sectores empresariales.

La supuesta política industrializadora, que también impulsa las restricciones a las importaciones, resulta también sorprendente. ¿Por qué tendría que ganarse la enemistad hasta de sus mejores socios un país que enfrenta la situación de precios internacionales más favorable de la historia para vender al exterior?

Eso es lo que detectó el último informe económico del Banco Ciudad, que encontró que en los primeros meses de 2011 los precios de lo que la Argentina vende son tan superiores a los de lo que compra que se "quebraron los picos verificados en otros momentos de oro para los precios agrícolas, tales como los alcanzados a comienzos del siglo XX y en 1948 y 1973, durante la primera y tercera presidencia de Juan Domingo Perón".

Pero, además, en las compañías privadas podrían tener algunos otros temores respecto de la capacidad del Estado para administrar compañías, como lo muestran los números oficiales de las empresas estatales.

Sólo en 2010, Aerolíneas Argentinas perdió 6,18 millones de pesos por día. Enarsa le costó al presupuesto nacional 15 millones por día. Si se suma a las deficitarias Río Turbio, la empresa de satélites Arsat, el sistema de medios de Estado incluida Télam, las administradoras ferroviarias y Yacyretá, los subsidios llegaron a 11.856,4 millones de pesos. Casi 32,5 millones por día o 1,35 millones por hora.

La restricción de importaciones incluye hasta el ingreso de medicamentos. Si un médico dice que un paciente debe utilizar un determinado medicamento importado, puede ser ahora objetado por Moreno, que dispone que en su lugar se utilice un producto argentino. Ya no se trata de que los consumidores no puedan elegir una marca de neumáticos importados o tengan vedado adquirir quesos franceses o pastas italianas.

En tanto, una medida curiosa sembró dudas sobre la voluntad de defender el trabajo argentino de la política de importaciones. El Gobierno encontró dumping chino en productos que compiten con los del grupo Techint y decidió no hacer nada.
Jorge Oviedo

miércoles, 11 de mayo de 2011

Gioja y su reelección como postal del saqueo de los políticos argentinos

José Luis Gioja se ríe, vocifera, disfruta el placer del triunfo y vuelve a reirse. Se ríe con la gente, se ríe de la gente; de aquellos que lo votaron pero más aún de quienes no lo votaron. Sabe que ganó y eso le provoca una incontenible carcajada.
Ahora podrá aspirar a un tercer mandato como gobernador de su provincia, San Juan, la cual ha entregado por completo a los intereses y lobbies mineros de la peor calaña.
Es que Gioja es sinónimo de Barrick Gold, una empresa canadiense que está hipotecando el futuro ambiental de la provincia a cambio de un mísero 3% de todos sus beneficios (a lo cual pueden desgravarse a su vez insólitos conceptos que hacen que la empresa finalmente pague poco y nada).

Un dato: en Canadá, donde ha nacido y opera, la Barrick paga al fisco seis veces más que en la Argentina.

¿Qué festeja entonces Gioja? ¿De qué se ríe? ¿De los sanjuaninos a los que ha estafado con su errática gestión y a los que exprime a fuerza de su incesante ambición de poder?
La tristeza de ese pueblo es inversamente proporcional a la alegría del Gobernador. Saben los sanjuaninos que sus recursos se agotarán más temprano que tarde y para entonces ya no habrá Gioja al que reclamar.
Tampoco estará la Barrick, que habrá huido con miles de millones de dólares facturados a costa de la salud ambiental de la provincia. Todo ello permitido por Gioja, que no es más que una anécdota calcada de otros señores feudales argentinos, enriquecidos también a costa del pueblo para el que gobiernan, con cuentas abultadas en paraísos fiscales al tiempo que sus representados caen en las miserias de la pobreza más injusta.

Tienen diferentes nombres: Rodríguez Saá, Das Neves, Saadi, Romero, Capitanich, Alperovich, Kirchner... pero son todos lo mismo.
Todos pueden ostentar cuentas abultadas, al tiempo que dejan provincias devastadas por sus propias gestiones. Y siempre quieren más, son insaciables.
No les importa la gente, solo mantener vigente la mayor cantidad de tiempo posible la matriz de sus propios negociados. Entonces embarcan a la sociedad en millonarias aventuras reeleccionarias que solo les conviene a ellos mismos.
Es fácil identificarlos, son los que juran que tienen todas las soluciones que necesita la sociedad y ofrecen la vacuna a la misma enfermedad que ellos propagan. Son los que abusan del nepotismo familiar y del capitalismo de amigos (cuando no de amantes). Son los que abrazan a la gente en el marco de sus propias campañas políticas y después se niegan a dar cuenta de sus gestiones.

En fin, todos ellos son parte del mismo perverso sistema político argentino que ha llevado a la inexorable destrucción del país.
Sin embargo, hay que admitir que la culpa de que esos personajes lleguen al poder es de la sociedad toda. Hay que reconocer que no llegan de otra galaxia, sino que son votados por la gente. ¿Cómo es esto posible? En general ocurre porque nadie se ocupa de averiguar quién es la persona real que se encuentra detrás del discurso político de ocasión. Y es cuando se terminan comprando espejitos de colores.
No es solo un problema de coyuntura electoral, sino de cómo se construye el raciocinio a diario. ¿Quién se toma el trabajo de informarse mínimamente cada día para saber qué pasa más allá de sus narices?
Volviendo a lo meramente electoral: ¿Cuántos de los que votarán en octubre se tomó el trabajo de informarse acerca de lo que ofrecen las distintas alternativas partidarias, más allá de los meros discursos mediáticos?
Cuando no se hace ese sencillo trabajo, luego no podemos golpearnos el pecho y gritar que hemos sido estafados. ¿Qué puede pretenderse de los políticos, si esencialmente son máquinas de mentir?

Si no se controla al soberano, el soberano abusará de su poder. Si controlamos a nimios administradores de consorcios para que no nos roben, ¿no deberíamos hacer lo propio con un eventual gobernante que manejará recursos infinitamente más relevantes?
Cuando no se controla a los que tienen el poder, ocurre lo que ocurrió en San Juan y otras provincias. Y lo grave no es tanto que nos afecte a nosotros, sino a nuestros hijos y nietos, que encontrarán un territorio saqueado y contaminado merced a estos personajes.
Gioja lo sabe, por eso ríe. Y se ríe de todos, de quienes lo votaron y de quienes no lo votaron.
Es la postal más cabal del poder en la Argentina... y de nuestra propia idiosincracia.
Christian Sanz

lunes, 9 de mayo de 2011

Pantalla gigante

Hay algo perfumado en la Argentina. Un olor dulzón a fiesta inunda las calles. Intelectuales críticos de ayer quieren saber en dónde se celebra el evento. Están tentados de participar y temen quedar afuera. Se habla de que la alegría ha vuelto a nuestro país. Se ven caras jóvenes que sonríen con esperanza de futuro. Han desaparecido los bigotes que identificaban al Gabinete oficial. Ni Julios, ni Albertos, ni Aníbales cepillan los pasillos de la Casa Rosada. Hasta el Twitter del canciller duerme la siesta junto al entrañable Pampuro. Hoy un nuevo rostro aparece. Los ministros de economía tocan la guitarra y se hacen amar. Jóvenes de la Cámpora se ponen la gorra de la aerolínea nacional y se abrazan ante las cámaras como azafatas de vacaciones. Hijos de un gran gordo en jefe, bien pertrechados en las cabinas de los peajes, reciben los mohines fascinados de las señoras de 6, 7, 8. Una nueva generación ingresa al pabellón nacional. Los de treinta y de cuarenta dicen aquí estamos. Contrastan con el color sepia que tiñe a la oposición. Ni siquiera los del PRO pueden mostrar a un galán bronceado o a una rubia elegante. Tienen miedo de parecer copetudos. Los radicales y los peronistas comen matambre con rusa y se mondan con servilleta al cuello. El glamour está del lado del Gobierno. ¿Qué pasó con la famosa crispación? Qué rápido suceden las cosas! Ayer crispados, hoy de joda. ¿Cómo pudo suceder un cambio tan brusco e inesperado? ¿Qué es lo que hoy se festeja y que no podía disfrutarse ayer? Que no se diga, no puede ser que el doctor Sigmund Freud siempre tenga razón. Una vez más, un banquete en el que los chicos y las chicas se comen al Padre de la horda. Nuevamente Tótem y Tabú. Papá en el cielo y el Mito en la Tierra. Este austríaco era un diablo. Cada tanto los argentinos estamos de fiesta. Por lo general terminan igual que en algunas películas de Luis Buñuel. Pero no sólo recuerdo películas sino varias celebraciones. Lamento este ejercicio de la memoria. Es la edad. Lo repetía Nabokov, aquel ruso que escribía en inglés novelas como Lolita, llevada al cine por el genial Kubrick. Nos decía que los viejos ya ni vemos, sólo recordamos. Por eso la musa griega Mnemosyne nos visita cada vez con más frecuencia. En la noche del olvido se ve una luz. Se separan las tinieblas y recuerdo la fiesta del ’73 en camino al aeropuerto. La del ’78 alrededor del Obelisco. La del ’82 vitoreando al gran estratega. La que se anunciaba en el Luna Park cuando nos decían que con la democracia se come y con el austral se empapela. La del deme dos. Y ésta en la que el pueblo trabajador y la juventud enlazada gracias a sus Facebooks desfila por la más ancha mientras, de acuerdo al periodismo militante, los gorilas en sus casas miran el vestido de Kate del brazo de William.

Quisiera ahora dar vuelta un par de páginas a la historia argentina en versión abreviada y con puntuación temática. Son necesarios unos pocos antecedentes para diseñar la invitación al ágape. En el ’45 se venía de quince años de fraude. Era un fraude patriótico. En el ’73 se venía de diecisiete años de proscripción política. Era una proscripción patriótica. En el ’84 se venía de doce años de violencia criminal. Fue una violencia doblemente patriótica, de un lado y del otro de la trinchera. En el 2011, se viene de veintisiete años de democracia. Todavía no sabemos si es patriótica. Una estampida por tierra, otra por aire, diez años robados por un advenedizo transformista, cinco presidentes en un fin de año, una sucesión conyugal, un par de años de crispación, y ahora la fiesta de todos, como en aquella película de Sergio Renan, nos permiten hasta la fecha brindar y postergar la hora de los balances.

Ya que no he de participar del festejo por motu propio y ajeno, y la veré detrás de un vidrio oscuro –la imagen me evoca a otro genio del celuloide, esta vez en la cartelera figura el sueco Bergman, Ingmar, nada que ver con El bello Sergio, film de Chabrol–, al menos intentaré decir un par de cosas sobre la identidad grupal de los protagonistas de este “rave” nacional que, en realidad, es porteño.
Los kirchneristas no tienen un partido. Pero tienen identidad. Nacen desde arriba. No surgen de las bases sino de la cúspide. Los vimos bajar del Sinaí con el Modelo, como si fueran las tablas de la Ley que traía Charlton Heston en la película de C. B. de Mille. Así son los superpoderes. La presidencia alumbra a los jovencitos K y les da de comer. En ese sentido es un producto maternal. La corriente kirchnerista no es igual al justicialismo. No tiene columna vertebral. Tradicionalmente, el peronismo se apoyaba en el PJ y en la CGT. Hoy el Partido Justicialista es una sede semiabandonada que ocupan transitoriamente delegados del ejecutivo nacional. Ayer Scioli, mañana Moyano, hoy Cristina; nada esencial pasa por él. Es una colectora del Frente para la Victoria. La CGT es la columna vertebral de sí misma. Tiene un formato autosustentable que le permite pactar con quien le convenga. Hoy con vos, mañana con aquel. Al no tener organicidad, el kirchnerismo está a la intemperie. A merced de los vientos de la China, de la soja, del Gran Hermano y de la Caja. No tiene tren de aterrizaje. Si no vuela, cae de punta y mal. Necesita crecer. Aletea con aceleración. Huye hacia delante. Es voraz y agresivo. La paranoia que lo caracteriza no es el fruto de la mente de Néstor o Cristina Kirchner. No es un síntoma psicológico. Es un mecanismo funcional a su vida silvestre. Desencadena la marcha de un aparato de captura que busca indiscriminadamente adeptos. Pacta con cualquiera. Pueden ser Hadad, Julio Grondona, las Madres y Abuelas, ex y futuros neoliberales, banqueros que se enriquecen como nunca, grupos sociales del segundo cordón de la provincia de Buenos Aires. No tiene límites ideológicos ni políticos, no porque sea un movimiento, sino porque la historia la inventa cada día y adolece de falta de estructura ósea. Amplía su perímetro como las medusas aún frescas. Su identidad carece de relato. A este vacío lo llena con una mímica de las consignas lúgubres del socialismo nacional de los setenta. Se dispone a forjar mitos como si los mitos fueran parte del mundo del espectáculo y no de lo sacro trasmundano. Sus incursiones al reino de los muertos no le alcanzan para lograr una dimensión épica.

Todo lo sólido se le desvanece en el aire. Toda vida le es líquida. Es pasto de editores y profesores de productos culturosos. La oposición también está a la intemperie. Pero en peor estado. No tiene la bendición de un Ejecutivo. Están en el llano. Si Cristina no se presentara, la lucha sería más equilibrada. Sin cetro y con caja a medias, el cotejo sería más parejo. A los opositores lo único que los puede salvar –aunque por ahora no sea más que un sueño– es una crisis como la del 2008 y 2009. Pero no aparece en el horizonte una caída en la bolsa de granos. Desde el 2001, los partidos políticos están en la sala de terapia intensiva. Los representantes del pueblo parecen anacrónicos. Dicen voces autorizadas que el poder está en la calle. Por algo los camioneros son los reyes de la Jungla de asfalto, una obra de John Huston. Y también dicen que el poder está en la pantalla chica, en la tele, y en el cuadrante mínimo del celu. Pantalla reducida y calle, nada de comités, unidades básicas o escaños. Es la nueva democracia. La joven. Espumante y ruidosa. La de la fiesta. Una como la que filmó Leopoldo Torre Nilsson sobre el libro de su mujer, Beatriz Guido, con Graciela Borges y Leonardo Favio. Pero esa fiesta tenía fin.
Tomas Abraham

jueves, 5 de mayo de 2011

Ataques sistemáticos y planificados

Desde 2003, la libertad de prensa en la Argentina sufre un creciente deterioro y se desenvuelve en un clima hostil, como resultado de un ataque sistemático que viene desplegando el Gobierno.

El Poder Ejecutivo, naturalmente, no comparte esta visión y asegura que la ley de medios busca fracturar al Grupo Clarín -en el que el Gobierno dice concentrar sus ataques- para fomentar la diversidad. Pero, ¿están algunos medios lanzados a una campaña antioficalista? ¿Persigue el Gobierno sólo al Grupo Clarín? O, por el contrario, ¿no ocurre que el rechaza toda crítica periodística para lograr la hegemonía comunicacional?

Veamos algunos datos objetivos:


El Poder Ejecutivo sistemáticamente se negó a las conferencias de prensa y sus legisladores nunca se avinieron a sancionar las leyes de acceso a la información y la que regula la distribución de publicidad oficial.
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Nunca le asignó importancia a esta libertad y la SIP puede comprobar esto en carne propia: ayer, la delegación fue recibida sólo por el secretario de Medios, Juan Manuel Abal Medina, mientras la presidenta Cristina Kirchner se mantuvo al margen del tema. Una actitud que contrasta con la del presidente de Chile, Sebastián Piñera, que anteayer firmó la Declaración de Chapultepec.
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Los ataques nunca se limitaron a Clarín y responden a un grado elevado de planificación.
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La embestida contra los medios comenzó en 2003, cuando el entonces presidente Néstor Kirchner criticaba a LA NACION y a algunos periodistas por cuestionar su gestión. Y, en forma sutil, en esos años también comenzó la manipulación de la publicidad, para castigar a los medios independientes. Luego, con la crisis que provocó el conflicto con el campo, el Gobierno puso en la mira al Grupo Clarín. Y si bien la Corte condenó en 2011 al Poder Ejecutivo por haber discriminado a Editorial Perfil en el reparto de publicidad, la demanda había sido presentada muchos años antes. Otra prueba: el presupuesto de publicidad que destinó el Gobierno, este trimestre, al diario Tiempo Argentino y a Página 12 (9 millones de pesos) es más de diez veces mayor al entregado a Clarín y LA NACION, los dos diarios de mayor circulación.
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El ataque a Papel Prensa comenzó en agosto de 2009: colaboradores del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, denunciaron la existencia de ese plan ante la Justicia. Desde entonces, el Gobierno pidió la intervención de la empresa por supuestas irregularidades comerciales -intervención que la Cámara Comercial revocó-, y formuló múltiples denuncias penales. El objetivo oficial es evidente: controlar el suministro de papel. Si la intención oficial fuera la de abrir el mercado a la competencia, ¿por qué no subsidia la construcción de una nueva planta?
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La ley de medios audiovisuales, aprobada hace dos años, parece enderezada a fracturar a los principales multimedios (el Grupo Clarín no es el único). La norma contiene prohibiciones que no existen en ninguna democracia avanzada: por ejemplo, impide que un grupo acumule un canal de aire y señales de cable, una restricción que serviría, por sí sola, para desarticular a todas las grandes cadenas de televisión norteamericanas si fuesen argentinas.
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Además, sobre la base de esa ley, se iniciaron múltiples ataques contra los cables, sanciones y presiones para modificarles la programación y la grilla -por ejemplo, DirecTV no pudo resistir la presión; hoy, comenzará a emitir la señal oficial Paka Paka y no podrá resistir el embate para subir CN23-.

La situación que viven los medios parece responder a una política bien planificada y sistemática para debilitar los canales de comunicación y restarle credibilidad a la prensa.

Es cierto, la Argentina no es Venezuela, pues no hay periodistas detenidos. Tampoco es México, donde los periodistas mueren a manos del narcotráfico. Pero los sistemáticos ataques oficiales asfixian a la prensa.
Adrián Ventura

domingo, 1 de mayo de 2011

Los intelectuales y los mitos

Comienzo este texto con una cita: “Hemos creado un mito, y el mito es una fe, un noble entusiasmo que no necesita ser realidad; constituye un impulso y una esperanza, fe y valor”. Son palabras de Benito Mussolini, luego de la marcha sobre Roma, extraídas del excelente libro de Jesús Silva Herzog Márquez, La idiotez de lo perfecto. Aquel mito que inicia el fascismo popular ha perdido su resonancia original. El supuesto creador del mismo ha sido sepultado y su creación se vació de entusiasmo. De todos modos, los mitos no nacen por arte de magia. Un mito ya nace creado. No tiene creadores. Los mitos nos hablan de un origen, pero no tienen origen. Su sentido nace del misterio de su creación. Por eso no existen los creadores de mitos. Se crean solos. No se sabe desde qué momento se convierten en tales ni se conoce con precisión el punto inicial de su impulso. El mito estalla, luego se enfría y queda convertido en memoria. Sólo una presunción ilustrada forjada en un laboratorio con personal contratado supone que es posible crear mitos de probeta. No es sólo una ilusión intelectual, sino un espejismo de intelectuales. Elaborar mitos en universidades, proyectarlos en los medios de comunicación, agigantar imágenes, filmar películas, ponerles música, organizar festivales, asesorarse con expertos en educación sentimental y psicología de masas es megalomanía de enciclopedistas. Pretenden inocular la fe y el entusiasmo hacia un ideal con rostro humano. Montan un artefacto con la cara y la voz de un endiosado Gran Hermano. Para confeccionar este tipo de producto no hacen falta pensadores ni intelectuales ni profetas. Basta el personal de una consultora de marketing. Aquello que llaman “mito”, con base en un relato poblado por protagonistas políticos de estos últimos años, es, en realidad, una marca. La marca “Néstor”. Los especialistas en su elaboración son los mismos que nos venden una variedad de productos. Llamarlo “mito” no resulta de un malentendido, sino de la tradición romántica del revisionismo histórico y de un antirracionalismo que se pretende popular. Hasta no hace mucho tiempo, se atribuía a los intelectuales la función de develar los mecanismos que los poderes instituyen para fabricar creencias. La “desmitificación” se definía como una operación crítica necesaria para un proyecto emancipatorio. La tradición marxista sostenía que este proceso de desconocimiento de la realidad se debía al fenómeno de la alienación de la conciencia determinado por el proceso de producción capitalista y las ideologías establecidas por los aparatos de Estado. A partir de esto, el intelectual revolucionario creía que la teoría social era una herramienta crítica contra la domesticación. Hoy cambia su mameluco y se desespera por diseñar aparatos de captura que aseguren la resonancia mítica de una historia. Confunde mito y propaganda. También superpone religión con fascismo rojo o negro. Un mito necesita héroes. Pueden ser mártires o santos. Le son indispensables para crear un espacio sacro habitado por intocables. El kirchnerismo se ha instalado en nuestra sociedad. Nadie lo ignora. Se pretende una identidad. Se presenta como una última fase del peronismo. Compite con el menemismo que en la década del noventa sedujo a los peronistas y a los liberales. Lo votaron con alegría años tras año. El pueblo era menemista, pero su felicidad no necesitaba de mitos. La cultura que lo caracterizaba se fundaba en el placer consumista de un hombre sin atributos que tenía su Ferrari y una vedette a su lado. El kirchnerismo se reclama de la década del setenta. Se sostiene con el consumismo, pero no se pretende feliz sino trágico. Para darle porte al drama necesita una épica. No puede tenerla sin muertos. Los busca y los tiene.

En el citado libro de Herzog Márquez, su primer capítulo está dedicado a Carl Schmitt. Destaca la “anchura de la convocatoria” del filósofo y jurista alemán. En la actualidad, aquellos pensamientos de Schmitt, novedosos en los años veinte del siglo pasado, se propagan de boca en boca, de libro en libro, y lo que era legitimación de dictaduras de derecha se rebautiza como ideología de resistencia desde la izquierda. Desde este punto de vista, la política está definida por la figura del enemigo y la idea de que la guerra es el motor de la historia. La política debe estar marcada por la sombra de la muerte. Lo que se le opone es el liberalismo, una corriente de opinión denostada por la izquierda cultural, del mismo modo en que lo hacían la derecha de hace un siglo y el stalinismo de hace unas décadas. Los argumentos son los mismos. Para la concepción heroica, la política es el espacio de lo indómito, del peligro, del riesgo, de lo excepcional, lo irregular –o como se dice hoy– del acontecimiento. Se contrasta con el liberalismo degradado por ser una doctrina cobarde porque combina la mezquindad del comerciante, la palabrería del polemista y el entretenimiento de los tontos. Con pastores progresistas y peritos mercantiles pueden dar por cerrada la suscripción a su militancia.

El ideal político de Carl Schmitt es una sociedad homogénea, soldada por una unidad emocional. Para sellarla del todo se necesitan una dictadura y un mito de origen y adoración. De este modo, se elimina la hipocresía de un parlamentarismo que no termina con el secreto de quienes mandan ni logra dispersar el poder. El único fetichismo denostado es el llamado fetichismo constitucional del positivismo jurídico. Para los “schmittianos” el peligro liberal es el que proviene de los que conciben a la democracia como un método competitivo para resolver conflictos sin derramamiento de sangre. Toda prédica basada en procedimientos, reglas y normas, es decir, el dominio de la ley, la consideran expresión de decadencia burguesa. Por eso, lo ilegal se torna en algo no sólo permitido, sino valorado. El dominio basado en la astucia combinada con la intimidación compone así el nuevo ideario militante del ‘resistente’ de hoy.

En la otra orilla, José Mujica en una entrevista al diario El País, de España –que ha sido levantada por diversos medios– nos habla un lenguaje incomprensible. Necesitamos un intérprete para comprenderlo. De expresarse así en nuestro medio, nadie entendería nada. Dice que es el presidente de todos los uruguayos. De los que lo votaron y de los que no lo votaron. Todo el tiempo relativiza los consensos. Reconoce la pluralidad de la sociedad uruguaya y la diversidad de vivencias de las familias en el pasado trágico. Conversa con las fuerzas armadas porque considera que su fidelidad es imprescindible para la paz de la república. Y agrega que no se puede pedirle fidelidad a quien se desprecia. Piensa que derecha e izquierda son tan viejas como el hombre. Se vuelven patológicas con el anquilosamiento reaccionario y el infantilismo revestido de cierta ingenuidad. No desprecia el centro. De joven, lo caracterizaba como el dominio del egoísmo pequeñoburgués. Ahora, le parece que es la valoración de las pequeñas cosas de la vida. Si los extremos se alejan del centro, reflexiona, finalmente se quedan solos. Cree que con la gente no se hace lo que se quiere. Agregaríamos que no se la manipula ni siquiera creando mitos de campaña. Piensa que es necesario luchar por el ideario socialista que neutraliza la iniquidad del capitalismo, reconociendo al mismo tiempo que el sistema capitalista tiene una energía formidable. O este hombre es demasiado simple, o es un Buda de un orientalismo de pava y bombilla, o es algo más serio, y nosotros, menos serios y más patéticos de lo que creemos, cada vez que celebramos la demolición mutuamente consentida.
Tomas Abraham

Mercenarios

“El dolor por la pérdida de un escritor fundamental del siglo XX de la literatura argentina no puede deslizar bajo la alfombra de la sociedad argentina heridas muy hondas que aún no han cicatrizado. El respeto y la admiración no debería traducirse automáticamente en indulgencia a las convicciones políticas de un intelectual ambivalente y paradójico, una especie de predicador atormentado que encarnaba la voz y los sentimientos de “todos”, una mascarada tan convincente que escapó a su control.”
Esta miserable miscelánea es la que Ernesto Sábato ha merecido de parte de un mercenario amanuense del diario Página 12, un oscuro escriba que como tantos otros aplaudió la reescritura falsaria del prologo al informe de la Conadep, el del Nunca más. Un Nunca más, que fuera dicho en el ’84 cuando las fuerzas armadas, aun después de Malvinas, conservaban una estructura y poder de fuego condicionantes de la naciente democracia.
El juicio a las juntas y la acción de la Conadep en ese contexto histórico tienen un peso que no puede disimularse con ninguna mentira de las tantas pergeñadas por quienes pretendieron reinventarse como paladines de los derechos humanos, esos que se enriquecieron en los años de la dictadura al amparo de la circular 1050 y fueron cómplices del vaciamiento neoliberal del menemismo de los 90.
Néstor Kirchner al mandar al timorato comandante de un ejército desintegrado a descolgar un cuadro, no estaba poniendo en juego su pellejo, a diferencia de los miembros de la Conadep y del fiscal Strassera en el momento de pronunciar el Nunca más. Es muy fácil jugarla de guapo ante un adversario caído.
Don Ernesto Sábato ha partido. Para quienes sean creyentes, una instancia superior, la divinidad, o como quieran llamarle ha de juzgar sus actos y su vida, y para quienes la fe resulta esquiva seguramente ya está en el lugar de la memoria que supo ganarse a fuerza de honestidad intelectual y de la otra.
En estos tiempos aciagos, no es poco ciertamente.
Claudio Brunori