domingo, 29 de mayo de 2011

Hechos consumados

Una amnesia colectiva invade la política y da por ciertos sucesos que obedecen a otras razones y a otras autorías.

Como si fuera Sartre contra Camus –y no una versión autóctona de la entrega del Martín Fierro–, un núcleo ciudadano (adicto al Twitter, además de lectores y televidentes) se interesó por la confrontación que originó la TV oficial entre una escritora progresista y otros reputados animadores del mismo sector. A todos los inspiraba la sombra del muerto, el negocio de la estela eterna de Kirchner. No es lo único que reunía en esa curiosa contienda a los socios de una secta denominada “progresista”, que aquí no acepta a los liberales (los considera conservadores). Sin jurados ni tanteador, se enfrentaron en su interna los participantes de la logia (como si fueran los paraoficiales del Gobierno y la Armada de Clarín), arrogándose luego un presunto triunfo, como si la discusión mereciera una goleada para la causa patriótica de uno de los dos y las opiniones sobre un programa K fueran tan trascendentes como el debate de los dos intelectuales franceses sobre los campos de concentración en la Unión Soviética, allá por los años 50. Aunque si uno lo piensa bien, en la Argentina la cuestión es trascendente.

Por la manía de apelar a Carl Schmitt y a esa teoría menor del amigo-enemigo tan difundida en la Rosada, Canal 7 pudo mejorar su rating y revelar cierta apertura política, aunque perdió en la batalla de su elenco militante (unos 6, 7 u 8 comedidos) contra una suerte de canosa Juana de Arco (Beatriz Sarlo), a la cual el monopolio Clarín, al decir del Gobierno, tiene a su servicio por un módico contrato. Unica enseñanza oficial luego del revés: al enemigo ni una pantalla de TV. Está demostrado, dirían en La Cámpora, que es un grave error cambiar las costumbres establecidas.

Pelea intelectual para unos, de intérpretes más que de pensadores para otros, los sucesivos rounds televisivos envolvieron una pugna desigual en número. Por esa sola razón, por una insólita diferencia en el juego y por atentar contra el género, ya se determinaba un resultado en el inicio. Y no favorable para el Gobierno. Improvisación de los productores públicos en su cúpula de cristal, falta de información y material para sus operadores públicos, nocivo en tiempos electorales. Un obsequio indeseado del “poder oficial” al “poder concentrado” de Clarín. Beneficio de los dioses nunca tan gratificante como en esta oportunidad: en toda la historia y años de guerra entre el Gobierno y Clarín, es la primera vez que la empresa disfruta de una satisfacción. No lo elaboró ni planificó su craneoteca: la victoria ha sido importada.

Pero lo más singular de la pasada riña por TV ha sido que todos los participantes, adversarios o no, además de progresistas, coinciden en la naturaleza del “modelo”, en el “proyecto” que Cristina repite en su comunión cotidiana y, por supuesto, le atribuyen responsabilidad autoral de ese engendro incomprobado a una sola persona: Néstor. Más conocido por “El”, de acuerdo al nuevo credo. Discrepan por los modales, arbitrariedades y censuras no explícitas, por intereses mediáticos, pero en general se identifican con el rumbo originario, el bautismo sureño de la ensoñación declarada, y se unifican –como durante tantos años lo hicieron la administración privada del diario y la pública del Gobierno– tras la fraseología indistinta de “no todo lo que hicieron es tan malo” y “falta mucho por hacer, pero se hizo bastante”. Casi una plegaria para que los vuelvan a votar. O la excusa para escribir de un lado o de otro, según se requiera, como ya lo hicieron en el pasado.

Todos, entonces, aun los ausentes en esa porfía, se reconocen en el mismo rincón político a pesar del alboroto provocado; se confiesan feligreses de los mismos símbolos (la autóctona militancia progresista), combatientes de emblemas comunes (los militares), de nombres característicos (Menem); con orgullo se anotan en una filmación sepia que ha caracterizado a parte de la última historia. No resulta prodigioso que, en el medio de la batahola, de los proyectiles que se arrojan de una vereda a la otra, y a pesar de los negocios que los apartan, admiten y aceptan la factura de un modelo llamado Kirchner. No discuten la autoría del plan maestro y menos se detienen a sospechar que hubo antecedentes, jamás contemplados a la hora de su discusión. Para ellos, todos, son hechos consumados la novedad de la política de los derechos humanos (A), el plan económico a favor del sector industrial que genera trabajo (B), el establecimiento de una nueva Corte Suprema de Justicia (C), la no represión de manifestaciones y piquetes (D), también la Asignación Universal por Hijo (E). Veamos:

A) Parece que en este tema no existiera, antes de Kirchner, la gestión breve de Adolfo Rodríguez Saá, quien designó como ministro de Justicia a un abogado destacado de los derechos humanos, se deshizo por recibir a sus organizaciones, tuvo promesas y deferencias con algunos de sus representantes y hasta anunció reparaciones que no pudo cumplir por su escaso tiempo. En 15 días hizo mucho más, en el mismo lapso, que Kirchner, quien ni siquiera conocía a Hebe de Bonafini.

B) En ocasiones se le atribuye a Roberto Lavagna cierto padrinazgo en lo que fue la gestión económica del kirchnerismo. Más allá de resultados y contradicciones, nadie se detiene en un instante clave y previo: la infradevaluación de Eduardo Duhalde y su ministro Jorge Remes Lenicov, esa que pasó el dólar del 1 a 4 en lugar del 1 a 1. Es como si no se comprendiera la gigantesca transferencia de ingresos o la creación de mano de obra más barata que en China, condiciones que mejoraron la competitividad industrial, cuando no la riqueza, de la cual el proyecto aún saca ventajas. La paradoja es que esa iniciativa devaluatoria, tan aprovechada por los K, fue una medida que Héctor Magnetto, de Clarín, le sugirió –por elegir un verbo– al entonces presidente Duhalde. El dinero puede explicar negocios, sociedades y también el corazón “progre”.

C) Kirchner armó parte de una nueva Corte, impuso nombres en ese poder y marginó a otros controvertidos. Pero quien había intentado desplazar in totum a los magistrados fue el propio Duhalde, tarea en la que fracasó quizá por intentar un emprendimiento tan vasto. Nadie recuerda ese antecedente, y menos que Kirchner se conformó con una limpieza menos completa.

D) Si bien Duhalde debió renunciar por el absurdo ataque policial a una manifestación política que causó dos muertos (Kosteki y Santillán), se olvida que antes de ese lapidario episodio cabalgó en los criterios de la no violencia casi hasta alcanzar la irritación. Por no emplear a las fuerzas de seguridad, admitió que lo escracharan en su casa de Lomas de Zamora y ni siquiera ocupó la residencia de Olivos, ocupados sus frentes por piquetes y revoltosos. No hay memoria para este ciclo que luego fue adoptado por Kirchner.

E) No se ignora que esa iniciativa fue propuesta por la franja política de Elisa Carrió y el Gobierno opuso resistencia a su implantación. Carecía de presupuesto, explicaban sus funcionarios. Como el riesgo político de la unidad opositora asustó a Olivos, asumió el subsidio como una medida propia y casi negó el origen en otro partido.

Se entiende en esta amnesia colectiva, aun de los que fueron sus autores, la escasa diferencia que separa a los que discutieron –como si fuera el combate del siglo– la otra noche en un programa de la TV oficial.
Roberto García

No hay comentarios:

Publicar un comentario