sábado, 22 de septiembre de 2012

El populismo encuentra su espejo


Entre las tantas evocaciones que le suscitaron, Borges escribió que los espejos le infundían temor: infinitos, insomnes, fatales, los llamó en un célebre poema. Antes, Shakespeare había usado el espejo como signo profético de la catástrofe política. En una escena onírica lo puso en manos de un rival de Macbeth, cuya descendencia podía amenazar su poder, a fin de mostrarle que la obsesiva destrucción de adversarios no le alcanzaría para perpetuarse en el trono.

En otra lectura, el espejo marca la fase inicial de la identidad. Lacan hablaba de la "asunción triunfal de la imagen, con la mímica gozosa que la acompaña" cuando el niño es capaz de verse reflejado por primera vez. Finalmente, el espejo puede ser la prisión del yo. Lo ilustra la tragedia de Narciso, que desprecia el amor para sumirse en la contemplación de sí mismo.

Temor, afirmación de la identidad, narcisismo: quizás estas tres reacciones arquetípicas ante el espejo ofrezcan alguna pista para descifrar las consecuencias de la protesta del 13 de septiembre . Diez días después, pareciera que el miedo (disimulado) le cabe al Gobierno; la afirmación de la identidad, a los manifestantes, y el narcisismo, esa enfermedad de nuestra cultura política, a ambos.

La respuesta oficial a las cacerolas sigue el canon del psicoanálisis freudiano: negación y conversión en lo contrario. Un mecanismo de defensa clásico, propio del yo infantil. Para negar es preciso alucinar: la protesta es un complot de los grandes medios de comunicación para destituir al Gobierno; los que se lanzaron a la calle responden a oligarquías enemigas del interés general; nada los unifica, sus demandas están dispersas y responden a fines egoístas.

Sin embargo, bien mirado, existe un inquietante parecido de familia entre el modo de construcción política del Gobierno y el que exhibieron los caceroleros. Según los teóricos del nuevo populismo, el movimiento surge cuando las demandas sociales devienen en reclamos políticos. Si el sistema institucional no puede responder solicitudes aisladas -por ejemplo, vivienda, salud, educación-, se dan las condiciones para convertir lo diferente en equivalente bajo consignas generales, como justicia, libertad, igualdad. Un anhelo compartido de cambio y reivindicación enlaza las angustias particulares y las canaliza en una manifestación unificada. Los demandantes se constituyen entonces en "pueblo"; el pueblo encuentra a sus líderes y éstos dibujan una línea que divide a la sociedad entre "ellos" y "nosotros". Ellos, los culpables de la desgracia social; nosotros, sus víctimas. No hay transacción posible. Simbólicamente, si ellos prevalecen, nosotros moriremos; para sobrevivir hay que destruirlos.

Este libreto, con variaciones, es el que siguió Néstor Kirchner a partir de 2003, luego de la trágica crisis de principio de siglo. Ahora, del otro lado de la línea parece estar conformándose otro "pueblo". El de los humillados y ofendidos por el desprecio, la inflación, el delito, la corrupción, el descuido de los bienes públicos, las trabas a la libertad de comerciar y expresarse. No alcanza con desecharlos recordando su procedencia social. Disimulado con recursos infantiles, el pánico que lleva a descalificarlos proviene de la fuerza movilizadora que demostraron. Pueden sumar con el mismo método que usó el kirchnerismo hace una década: unificando bajo lemas sencillos múltiples demandas, hasta cercar con reclamos a un modelo que ya no les ofrece respuestas. El populismo encuentra su espejo. Y con él, la acechanza.

La lógica populista, sin embargo, encierra un empobrecimiento de la política. La descalificación mutua, el eslogan hiriente, la mentira, son indicios de la miseria que envuelve a los antagonistas. La igualación hacia abajo, la generalización: el "todos mienten", el "todos roban" implica desconocer el compromiso honesto de muchos ciudadanos con las cuestiones públicas. La raya trazada entre pueblo y anti-pueblo es una desgracia política. Una herida absurda de la Argentina.

Los caceroleros viven el júbilo de haberse hecho oír, de contemplar el reflejo de su imagen naciente. Precisarían examinar ahora sus limitaciones, la falta de liderazgo, el resentimiento de algunas de sus pancartas. Necesitan eludir la soberbia; escapar del propio embeleso y de ciertos defectos de historia y origen. No pueden componer un Narciso que enfrente a su gemelo. Requieren ir más allá, buscando saltar la trampa del embrutecimiento político.
Eduardo Fidanza 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Ella lo hizo

Cristina lo hizo. El cacerolazo no fue espontáneo. La Presidenta fue la impulsora de la gran convocatoria. Ella se encargó personalmente, y por cadena nacional, de humillar a cada uno de los sectores que se expresó.

Fue Cristina la que les mojó la oreja a los abuelos amarretes que querían comprar diez dólares para su nieto abanderado; a los docentes vagos; a los empleados de las inmobiliarias que hacen crucigramas esperando un cliente; a los trabajadores del Banco Ciudad que fueron atacados gratuitamente; a los jóvenes puntocom que ganan 5.500 pesos por mes y pagan impuesto a las ganancias; a los jubilados que –para proteger el ahorro de toda su vida– ponen un plazo fijo y son obligados a perder entre el 10 y el 15% por año; a los directores de cine que necesitan dólares; a los enemigos de las barras bravas del fútbol o permitiendo que alguien que le prendió fuego a su esposa y la mató participe de los actos del oficialismo.

Cristina fue una militante permanente y esforzada. Se tomó su tiempo y en cada aparición pública fue indignando a un grupo distinto. Logró así la mayor concentración social opositora desde 2003 en Plaza de Mayo. En infinidad de ciudades, pueblos y pueblitos también hubo candombe cacerolero. La diversidad de los reclamos apeló a cada uno de los rubros que la Presidenta ignora. Por eso concurrieron a su llamado a movilizarse los familiares de los muertos en el siniestro de la estación Once, los estafados por la malversación de las estadísticas del Indec que vomitan ante la provocación de que se puede comer con menos de seis pesos por día. Hubo mucho llanto y pancartas por las víctimas de la inseguridad, en su mayoría de los barrios más humildes. Cientos de carteles caseros expresaron con toda claridad que la gente no soporta a los corruptos que “Ella” tiene a su lado ni que haya el mínimo intento de autorizar la reelección de la única persona que actualmente lo tiene prohibido por la Constitución: Cristina Fernández de Kirchner.

Fue Cristina la gran organizadora de la rebelión de los maltratados. El principal cantito fue: “Y ya lo ve, es para Cristina que lo mira por tevé”. Demasiados enemigos reales tiene cualquier gobierno para que todos los días invente uno nuevo. Y es Cristina la que está planificando una marcha todavía mucho más numerosa con las órdenes que le dio a Juan Manuel Abal Medina. Decir que ese sector minoritario está más preocupado por Miami que por San Juan fue echar nafta al fuego. Es potenciar un plan de provocación que fractura socialmente al país como en los peores momentos. Las chicanas, como los chistes, según Freud, son expresión del inconsciente que vio sólo manifestantes rubios, opulentos, bien vestidos y tan caretas que no se atrevieron a pisar el pasto. Es difícil sostener eso con cierta credibilidad. No hubo presidenta vestida con ropa y accesorios más caros que Cristina. Ni con tantos millones en el banco o que haya vivido primero en Recoleta y luego haya comprado dos propiedades en Puerto Madero, como varios de sus colaboradores. Es Cristina la que representa la codicia. Cuesta descalificar a la clase media desde la clase alta. Y mucho más si la guardia de hierro que la protege, los muchachos de La Cámpora, son cualquier cosa menos morochos, sudorosos y proletarios.

¿Desde cuándo ser de clase media es estar apestado? ¿Ya no corre más eso de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”? ¿Qué es la movilidad social ascendente, entonces? Lula se enorgullece de decir que ayudó a que 20 millones de pobres llegaran a la clase media. Es cierto que hubo algunos manifestantes que se expresaron con un odio que envenena la convivencia social. Pero eso también es responsabilidad de quienes gobernaron en la década del rencor.
Así como jerarquizaron la Corte Suprema, descubrieron los derechos humanos, implementaron la asignación universal, apostaron a un modelo productivo y al mercado interno con generación de empleo; de esa misma manera sembraron el odio desde la altanería y el autoritarismo.

Cuando los presidentes no escuchan, los ciudadanos gritan más fuerte y más cerca. Con su política, la Presidenta favoreció a muchos sectores y por eso tuvo tanto apoyo electoral. Pero también hirió a grandes conglomerados que no son “las corporaciones ni la oligarquía”. ¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que provocó que tanta gente abandonara su casa a la misma hora y con la misma destinataria de las quejas? No hubo una sola publicidad televisiva o radial que invitara al acto. Ni un aviso ni una nota previa en ningún diario. Algo nuevo apareció. Estalló en mil pedazos esa convicción jurásica del cristinismo de que los compatriotas son tontos llevados de las narices por los grandes medios. Es de un paternalismo y una subestimación tal que no se compadece con el peronismo, que sabe que la gente reacciona de acuerdo a su propia experiencia. ¿No habrá llegado la hora de declarar de interés público y sujeto a expropiación a las redes sociales? Esa comunicación horizontal y plural es la contracara de lo que propone el Gobierno con medios de comunicación que ocultaron vergonzosamente los cacerolazos.

Con la soja volando, Brasil en proceso de recuperación y menos vencimientos externos, Cristina tiene otra vez la gran oportunidad de recuperarse. En un ejercicio de imaginación, ella podría decir: “Argentinos y argentinas, voy a redoblar el esfuerzo para solucionar las demandas que me plantearon. Trabajaré para bajar la inflación y combatir la inseguridad. Convocaré a todas las centrales sindicales y todos los partidos para escuchar sus propuestas. Dejaré de atacar a los que piensan distinto y les doy mi palabra de que jamás se me ocurrirá modificar la Constitución en mi propio beneficio”. ¿Qué pasaría si la Presidenta dijera algo parecido en cadena nacional? Desinflaría la crispación y recuperaría parte de su imagen positiva. Pero dejaría de ser Cristina. Sería Bachellet, Dilma, Lula o el Pepe Mujica, duros luchadores de los 70, austeros en sus cuentas bancarias y vestimenta, humildes y pluralistas de tiempo completo, combatientes de la corrupción y grandes referentes de los tiempos que vienen porque no dividieron a la sociedad en la que viven. No son ni se creen dioses que deben ser temidos. Pero para muchos, son ángeles democráticos constructores de una sociedad igualitaria.
Alfredo Leuco

domingo, 9 de septiembre de 2012

La Argentina del miedo

Primero le tocó a Daniel Scioli con su periplo mendicante a fin de que el Gobierno le diera los fondos para pagar el medio aguinaldo. Luego le llegó el turno a Mauricio Macri y el problema fueron los subtes. A continuación, el blanco fue José Manuel de la Sota a causa de la disputa con la Anses por los fondos que le debía girar a Córdoba para el pago de las jubilaciones. Ahora le llegó la hora a Daniel Peralta, el gobernador santacruceño. 

Santa Cruz representa el ejemplo del “modelo” creado y manejado por los Kirchner: una provincia endeudada, con gran injerencia del Estado en la economía, un manejo político feudal y abundancia del capitalismo de amigos

A eso llama el kirchnerismo un modelo “exitoso”. Desde que Néstor Kirchner dejó la comarca para acceder a la presidencia, ningún gobernador pudo hacer allí pie firme. El primero que sufrió eso en carne propia fue Sergio Acevedo, que supo ser titular de la SIDE en los días en que Kirchner hablaba de la transversalidad, quien el 16 de marzo de 2006 debió renunciar cuando se negó a ser un títere del entonces presidente. A Acevedo lo sucedió su vice, Carlos Sancho, que sí aceptó ser un títere  del Gobierno central. Tras Sancho llegó Peralta. Su actual gestión ya arrancó mal cuando los representantes de La Cámpora en la Legislatura provincial se le pusieron en contra. Los que conocen la política de Santa Cruz lo tomaron como lo que era: un alerta. Ahora todo está claro. La Presidenta ya no lo quiere más. Exige ahí a alguien de La Cámpora. La pregunta entonces es: ¿aguantará Peralta? A diferencia de alguno de sus predecesores, el gobernador parece dispuesto a resistir. Así que deberá prepararse para aguantarse algún aviso propagandístico denostando su gestión producido por orden del Gobierno y emitido en Fútbol para Todos. El episodio dejó al desnudo la aceitada maquinaria de una operación en la que se utilizó el multimedios oficial y paraoficial, que dio aire a la denuncia acerca de la existencia de una red de espionaje montada desde la Gobernación para efectuar tareas de seguimiento a la Presidenta con fines desconocidos, lo que suena a mucha fantasía. Para su proyecto de permanencia y descendencia política, Fernández de Kirchner necesita que La Cámpora comience a hacerse de alguna gestión provincial a fin de que, con los recursos del Estado, construya poder. Ese es el plan, y Santa Cruz sería ideal como punta de lanza. ¡Qué mejor que un feudo que se maneja desde la Rosada! 

En los “Aló Presidenta” de la semana se avanzó un poco más en el camino hacia el chavismo que el Gobierno viene desandando con prisa y sin pausa. Se repitieron conductas que forman parte de una planificación a la que contribuyen las más de cien personas que trabajan en la Secretaría de Medios. Así, las largas actuaciones de Fernández de Kirchner tienen cada vez más de perorata que de anuncios concretos, en la que se mezcla información cierta con información errónea, y en la que se emiten afirmaciones que no son verdaderas. No es verdad la afirmación de la Presidenta de que los medios no reflejan las buenas noticias que ella proporciona en sus apariciones. No es verdad que no utiliza la cadena nacional para ventilar aspectos de su vida personal o familiar. En realidad, para aspectos de su vida personal o familiar, no sólo utiliza la cadena nacional sino también los recursos del Estado. Esto, en realidad, no es de ahora sino que ya ocurría en tiempos en que Kirchner era presidente. Por otra parte, la Presidenta utiliza la cadena nacional para vilipendiar al que piensa distinto, para amedrentarlo y para avisarle que lo ha mandado a investigar por la Gestafip

Hay que reconocerle a Fernández de Kirchner que en esta tarea tanto de acumulación de poder, así como también de búsqueda del poder “eterno”, viene siendo ayudada eficazmente por sectores de la oposición que todos los días demuestran estar en cualquier cosa. El Gobierno hasta se divierte viendo cómo con cada una de sus iniciativas divide a sus opositores y los mete en un laberinto en el que dejan al desnudo su confusión. El proyecto de habilitar el voto a partir de los 16 años es el último capítulo que ha demostrado la vigencia de esa penosa realidad. En la semana hubo, además, dos afirmaciones que resumen el concepto de poder con el que la Presidenta lleva adelante su gestión. Por su contundencia y por su significado presente y futuro, es imprescindible no olvidarlas. 

La primera de esas definiciones la dio el viceministro de Economía en 6,7,8, el esquicio oficialista con aires “goebbelianos”. Dijo allí Kicillof: “Habría que bajar el precio de la chapa y fundir al señor Rocca, pero no lo vamos a hacer, aunque habló mal de nosotros”.  Es claro, pues, que para el Gobierno cualquier crítica es pecado mortal. Esta definición, además de ser imprudente –qué empresario extranjero o local estará atraído a invertir su dinero en un país en donde un funcionario amenaza con fundirlo–, denota un pensamiento propio de un régimen totalitario. Seguramente habrá cosas para objetarle a Techint, pero si Paolo Rocca no hubiera osado criticar aspectos de la política económica no padecería hoy la ira oficial. 

El otro concepto lo dio la Presidenta cuando dijo que “hay que temerle a Dios y un poquito a mí”. No está claro si se quiso equiparar a Dios, pero que haya habido funcionarios que aplaudieron jocosamente esta advertencia, es patético. No hay registro de que en un acto en la Casa Rosada funcionarios festejen el estar bajo la dominación del miedo hacia quien desempeña la primera magistratura del país. En la Argentina, miles de personas dieron sus vidas detrás del ideal de un país en donde la libre expresión del pensamiento fuera un derecho absoluto. Por ello es que resulta increíble escuchar a la Presidenta, que se dice un adalid del pensamiento progresista, ufanarse de que le teman “un poquito”. Se les teme a los dictadores; se les teme a los déspotas; se les teme a los tiranos. En cambio, a los verdaderos estadistas se los respeta. La Argentina del miedo a expresar un pensamiento distinto al del Gobierno no es ya un eventual riesgo del futuro, sino una penosa e inquietante constatación del presente.
Nelson Castro

martes, 4 de septiembre de 2012

¿Nacionales y populares?


En su último encuentro la gente de Carta Abierta, el centro de intelectuales defensores de las acciones del Gobierno propició una reforma constitucional. Con el claro objetivo de respaldar la re-reelección. Debería ser llevada adelante “por un sujeto constituyente popular, para establecer una barrera antineoliberal”. Proponen los de Carta Abierta “unir los espacios populares y combativos del peronismo con los de izquierda”. Y una vez más arremeten contra las empresas periodísticas y los que en ellas ejercen su oficio calificándolas como pertenecientes a un “bonapartismo mediático”.

La definición es sorprendente, por lo menos relacionado con la prensa. La categoría “bonapartismo” la usó Carlos Marx en su análisis titulado El 18 brumario de Luis Napoleón, del 2 de diciembre de 1851 y también se refirió Engels en su libro El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado. Desde esa postura teórica y política el “bonapartismo” sería la forma de gobierno en la que se desautoriza al Poder Legislativo. Y subordina todo el poder al Ejecutivo, ejercido por una personalidad plena de carisma, que se coloca como representante directo de la Nación y de todos sus intereses y garantiza el orden público.

En esa dirección, que es la postura oficialista, sería bueno preguntar a qué medios se refieren, cuáles son los que tienen todo el poder, como correspondería a su mención de “bonapartismo”. Por supuesto están hablando de los medios críticos, que no hacen concesiones. En los hechos es el propio Gobierno el que se asimila con más propiedad a la categoría de “bonapartista” y no los medios de comunicación que le quitan el sueño a sus funcionarios con las denuncias crecientes de corrupción y de mala praxis en sus decisiones.

El espacio mayoritario en el gran mapa de medios en la Argentina está ocupado por grupos y empresarios que elogian (algunos sobreactuando) la administración gubernamental, en la que no encuentran errores. El periodismo crítico, minoritario, es vapuleado, arrinconado y despreciado informativa y publicitariamente. Y también amenazado con la aplicación de vengativos resortes en manos del Estado.

¿Cuánta dosis de “nacionalismo popular” se impone en la actual administración? Los procesos de concentración y de extranjerización de la economía vienen siendo crecientes y son remarcados por los conocedores a fondo de la estructura productiva. Señalan que la “matriz de producción” actual es la misma que la de la década del noventa. Nada se ha hecho para evitarlo. Setenta por ciento de las más importantes empresas en el país tienen la casa matriz en el extranjero. Todo el esfuerzo exportador generó amplias ganancias a esas compañías. Esa presencia no-nacional ha crecido en la generación del valor bruto de producción del 56 por ciento en los años noventa al 76 por ciento en la actualidad. Esta configuración muestra un carácter dependiente del proceso económico. Como contrapartida, en vez de crecer la inversión empresaria, ha caído, se achicó. Hubo capitales que ingresaron, por supuesto, pero para las industrias ensambladoras, como la automotriz o las electrónicas de Tierra del Fuego, esto no asegura un desarrollo como el país merece.

Si bien la fuga importantísima de divisas empujó al Gobierno al control de importaciones, éste se hizo sin medir las consecuencias y también sin tener en cuenta si beneficiaba o perjudicaba a las líneas de producción nacionales. En su casi totalidad dañó a distintos sectores. La industria sustitutiva no apareció.

La estrategia económica nacional, que debería beneficiar, a criterio de los “nacionales y populares” a las clases y grupos más desposeídos, no lo hace. La inflación alta es otro impuesto más que ataca los bolsillos de los que menos tienen. El aumento del empleo ocultó el proceso de incremento del empleo público mientras el trabajo en negro siguió absorbiendo casi el 40 por ciento del total de la mano de obra. La baja competitividad en nuestras exportaciones (tipo de cambio cada día más atrasado) pone de rodillas a numerosas firmas privadas que optan por frenar la producción y ofrecer menos oportunidades a quienes las buscan. Las estatizaciones, que se van repitiendo, a un gran costo en las cuentas públicas, son consecuencia de ausencia de políticas que no se implementaron, oportunamente, desde el Gobierno. El Gobierno alentó el consumo popular y paralizó los reiterados costos en los servicios públicos con subsidios millonarios que ya no puede mantener ¿A toda esta suma de situaciones se la llama “modelo nacional y popular”?
Daniel Muchnik