miércoles, 28 de septiembre de 2011
Mirar con los dos ojos
Dirigentes democristianos, radicales progresistas, socialistas y hasta comunistas (en todas sus sucursales: soviética, maoísta o albanesa) advirtieron a los soldados de Mario Firmenich que llevaban a un sector de la juventud al fracaso y a la muerte. Que el asesinato como herramienta de construcción política era rechazado por Perón y la mayoría del pueblo en general y de los trabajadores en particular y que el militarismo, con su carga de heroísmo romántico, había obnubilado su capacidad de análisis racional de la realidad política. Los crímenes foquistas como el de José Ignacio Rucci, para dar un ejemplo de reflotada actualidad, eran el camino al precipicio y quienes con honestidad intelectual lo marcaban eran condenados por “cobardes” y “por hacerle el juego a la reacción y al fascismo”.
Por suerte, estamos lejos de la parte armada de esa soberbia. Nadie se pone el kirchnerismo al hombro ni cree que Cristina Eterna nazca de la boca de un fusil. Pero algunas formas de abordaje de la realidad, con su mirada por el ojo de la cerradura del dogmatismo, todavía persisten y limitan las posibilidades de aumentar y consolidar este proceso de inclusión social con desarrollo.
La implosión del capital simbólico de las Madres de Plaza de Mayo es el ejemplo más contundente, pero no el único. Hebe y sus alcahuetes de turno condenaron a los que se atrevieron a decirle la verdad y advertirle de la perversidad de Sergio Schoklender.
Y así pasó lo que pasó. Por eso los que acompañaron acríticamente todo ese proceso tienen muy poca autoridad moral para satanizar a Schoklender y responsabilizarlo hasta de la muerte de Gardel. Tarde piaron. Como consecuencia, suenan tan fuera de lugar las acusaciones de Hebe de ratas, víboras y amigos de torturadores y dictadores a los diputados entre los que estaba Ricardo Gil Laavedra, que hizo mucho más por la verdad y la justicia y en contra de la impunidad que muchos de los que hoy son adorados por Hebe, como Amado Boudou o el propio matrimonio Kirchner. A propósito, ¿será posible que nadie considere como una frivolidad menemista y sí como una alegría jauretchiana las guitarreadas electorales de Boudou que llegaron a Tecnópolis el Día de la Primavera con Pappo como excusa?
Lo grave de esa lógica es que los lleva a tragarse sapos gratuitamente. Nada pueden decir los neocristinistas de un señor feudal que condecoró a genocidas y maltrata a los pueblos originarios como Insfrán. Silencio cómplice sobre su fallido intento de proscribir a un cura como Francisco Nazar que está ideológica y éticamente más cerca de Carlos Mugica que de un conspirador anti K. Ese temor al congelamiento patagónico los amordaza y les quita identidad y fortaleza a muchos luchadores democráticos. ¿Nadie en el kirchnerismo tuvo el coraje para denunciar (como sí tuvo Victoria Donda) que no es justo ensuciar el merecido homenaje a los chicos asesinados en la Noche de los Lápices en un palco al lado de Othacehé, intendente de Merlo, facho y patotero si los hay? Conceptualmente similar es imaginar a su colega de Vicente López, el Japonés García como una suerte de tardío Che Guevara para justificar el apoyo con el objetivo superior “de frenar el avance de la derecha macrista”.
El despropósito del juez Alejandro Catania sólo se explica en un clima de época antiperiodístico fomentado con el dinero y desde las usinas oficiales. No poder debatir nada de lo malo que este gobierno tiene le quita credibilidad a la hora de elogiar lo mucho y bueno que se hizo hasta ahora. Es el problema de los periodistas militantes que están obligados a decir una parte de la verdad. Por ejemplo, que la Argentina es el país de mayor crecimiento en el mundo después de China. Pero tienen prohibido decir que está con Venezuela y Ghana en el podio de los de más inflación. Ser periodista es tener esa maravillosa libertad de poder informar y opinar sobre las dos caras de la moneda. Decir que la tasa de desempleo pasó gracias al kirchnerismo del 25% en mayo del 2002 al actual 7,3% y, simultáneamente, recordar que la inequidad social todavía provoca que el 10% más rico tenga ingresos 35 veces superior al 10% más pobre de los argentinos. El que mira con un solo ojo merece un reconocimiento publicitario y no a la libertad de expresión.
Alfredo Leuco
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