sábado, 29 de enero de 2011

El regreso de la patria sindical

Se toma una dosis de un poder sindical ilimitado y otra similar de complicidad oficial, se le agregan cantidades de piquetes y de bloqueos, condimentados por las patotas de siempre, se mezcla todo lentamente mientras se le añaden muchos fondos para las obras sociales, de esos que se consumen sin control, y varias rodajas de una dulce perpetuidad en sus cargos para esos líderes gremiales que supimos conseguir. Finalmente, se bate con energía y se sirve a una temperatura muy caliente para que lo disfruten unos pocos y lo padezca gratuitamente la mayoría de la sociedad.
Así podría ser la receta del indigerible cóctel que ofrece el sindicalismo peronista a la sociedad argentina. Por lo menos la que presentó durante muchas etapas de la historia reciente de nuestro país y que en estas horas parece el trago de moda del verano, a fuerza de noticias tan poco frescas como el asesinato de un gremialista, los nuevos bloqueos contra las cerealeras y contra una distribuidora de diarios, y la batalla campal en el peaje de Parque Avellaneda entre militantes moyanistas y mercantiles.
Ayer no fue un buen día para los que creen que el inmenso poder que se le dio a Hugo Moyano está siempre justificado. Con la excepción del crimen de Roberto Roger Rodríguez, del gremio de obreros de maestranza, del que no se puede acusar al líder de la CGT, en el resto de las protestas que desbordan de ilegalidad y de violencia hay rastros que remiten a la forma en que construyeron su tinglado de poder el dirigente camionero y sus aliados. Y que muchas veces parece dejar mal parado al mismo gobierno que lo apoya. Incluso deja la sensación de que semejante estructura, a la que sólo Moyano parece controlar, condiciona a la presidenta Kirchner y a quien eventualmente la suceda.
El problema, para muchos, es el agotamiento de un modelo sindical rancio, siempre sostenido por el poder político. Un modelo que prohíja dirigencias confiables, aun a riesgo de que ese poder termine como un mero rehén. No es casual que, desde el mismo peronismo, Eduardo Duhalde haya dicho que si gana las elecciones se propone "cambiar cinco o seis leyes" porque en el sindicalismo "hay sectores que han ido ganando derechos que perjudican a los argentinos".
Es cierto que la Corte Suprema le dio un golpe en 2008 con el fallo que permite que cualquier trabajador pueda ser delegado aunque no esté afiliado al gremio: así se le puso límites al monopolio sindical, pero también le abrió las compuertas a dirigencias menos dóciles y que favorecen algo que el historiador y periodista Santiago Senén González llama "la pelea permanente por la representación, en donde todos los temas terminan yendo a las bases para ser discutidos".
Ese es el fenómeno que está estallando entre los delegados de los subtes o de los ferroviarios, donde la dirigencia tradicional pierde predicamento. Cuando se le suman pocos canales de diálogo o una intervención interesada del Ministerio de Trabajo, los procesos suelen terminar en violencia, como sucedió en el duro conflicto de Kraft o en el de los trabajadores tercerizados del Roca, que finalizó con la muerte del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y que desnudó los lazos políticos y económicos de la Unión Ferroviaria y el Gobierno.

Hay varios factores que complican este cuadro: comenzó un año en el que se elegirá el nuevo presidente y en el que el oficialismo no tiene garantizada la victoria, por lo que muchos creen que apenas comienzan los aprestos de combate de muchos sindicalistas para reacomodarse en el poder. También se dará la pelea para determinar quién será el mandamás en el PJ, con la ausencia de un líder excluyente que había acumulado mucho poder, como Néstor Kirchner. El otro escenario que promete efervescencia será el salarial. En marzo se reabrirán las negociaciones paritarias, pero Moyano ya advirtió que "no habrá pisos ni techos" en las tratativas, mientras el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, dijo que hablar de aumentos del 30 o 35%"no aporta racionalidad".
Hay que retrotraerse a los años de Raúl Alfonsín para encontrar al sindicalismo asociado con tanta intolerancia como hoy, pero en esa época, en la que no existían los piquetes, se expresaba con paros y movilizaciones. Hoy este gobierno que reivindica el setentismo ha permitido, aun a riesgo de ser una de sus víctimas, que se fortalezca casi sin límites uno de sus rivales ideológicos de aquellos años: la patria sindical.
Ricardo Carpena

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