domingo, 17 de julio de 2011

Desprestigio y sectarismo

Con su voracidad, el kirchnerismo empujó hacia el abismo a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Hasta dónde llegará?

Cristina y Néstor Kirchner les hicieron un monumento a Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto porque las colocaron en un lugar institucional que nunca habían tenido, pero, también por su voracidad para utilizarlas políticamente, las empujaron al abismo del desprestigio y el sectarismo.

Esa es la etapa que dolorosamente están transitando más las Madres que las Abuelas. Fue desgarrador ver a Bonafini sin poder bajar de la camioneta para participar de la ronda que la hizo famosa y respetada mundialmente. Porque no eran milicos ni fascistas los que le pedían explicaciones y el pago de sus sueldos: eran albañiles nacidos en países hermanos de Latinoamérica. No era una corporación multinacional explotadora la que obligaba a los trabajadores a cortar rutas o a reclamar que alguien los escuche en Santiago del Estero porque el periodismo militante les cerraba los micrófonos. Era la fundación de una institución otrora venerada e intocable que hoy tiene más pesadillas que sueños compartidos. Ni la dictadura logró sentar a Hebe en el banquillo de los acusados. Ni el terrorismo de Estado la puso en la obligación de dar explicaciones ante la Justicia ni recorrer tribunales. Hebe, cansada y enferma, señalada por quien ella definió como su hijo, sólo atina a buscar en Sergio Schoklender a un chivo expiatorio. Pero Kirchner, quien se autoproclamó como su hijo, tiene gran responsabilidad porque le colocó la camiseta partidaria y la llevó a la lógica del toma y daca de las transacciones de los punteros. Un delincuente perverso como Schoklender “choreó” todo, como dijo Hebe, y se transformó en un tripulante de yates y aviones dignos de un capitalista salvaje. Pero fue Kirchner que en su sobreactuación les dio montañas de dinero. Su objetivo fue pagar las culpas por no haber hecho nada durante la dictadura ni la democracia por los organismos de derechos humanos. Y ya se sabe que el dinero muchas veces prostituye las relaciones. Por algo no se recomienda hacer negocios con los familiares. Suele terminar mal, como está terminando esto. Porque en su afán de limpiar su pasado y proteger su declaración patrimonial, el ex presidente le dio edificios para que hiciera lo que quisiera y más de 700 millones sin control a una institución que a duras penas podía organizar su actividad cotidiana. Ese círculo vicioso que llevó su nombre a lo más alto, a la Casa Rosada, a la ONU, termina asfixiando a un grupo de valientes y honradas mujeres que no sabe bien qué camino tomar. Kirchner lo hizo.

El caso de Estela no tiene la misma gravedad porque, por suerte, casi no hubo dinero de por medio. Hubo colaboración militante de sus hijos y empatía ideológica. Pero también Estela cruzó la línea que divide una organización no gubernamental que debe defender los derechos humanos de todos para sumarse a una interna partidaria en donde ella apoyó a Filmus y Hebe a Boudou. Instituciones y mujeres que fueron emblemas en la lucha contra el genocidio autolimitaron su alcance, se achicaron, sectorizaron su pensamiento y acción y dejaron afuera a muchísima gente honrada y combativa que había luchado contra la dictadura pero que, con todo derecho, no quería ser kirchnerista. Causó sorpresa Estela en la Embajada de Francia, tratando de recuperar su actitud cordial y respetuosa con Mauricio Macri, el satán facho votado por la mitad de Buenos Aires que le dio asco a Fito Páez. O saludando a Mirtha Legrand, la madre de la derecha mediática, según Florencia Peña y Federico Luppi. ¿Qué le habrá pasado a Estela? Es imposible creer que dejó sus convicciones en la puerta de la embajada. Parece que tiene que corregir los errores a los que fue inducida por un fanatismo kirchnerista que cree en sus propias fabulaciones y que la agitó hasta hacerla utilizar la palabra “apropiadora” para referirse, aunque sin nombrarla, a Ernestina Herrera de Noble. El delito repugnante de utilizar a los nietos como botín de guerra debería despertar la mayor rigurosidad a la hora de las acusaciones. Más grave fue lo de Cristina, el 24 de marzo del año pasado en la ESMA, cuando arriesgó su investidura al violar el principio de inocencia y la división de poderes para acusar desde la tribuna a la dueña de Clarín de “apropiadora”, casi como una expresión de deseo.

Falta apenas un eslabón para probar que Marcela y Felipe no son hijos de desaparecidos. Elisa Carrió cree que Cristina y Estela deben pedirles perdón a los jóvenes por tanto daño. Pero la realidad es que los más perjudicados, además de la familia de la presunta “apropiadora”, fueron los organismos de derechos humanos que se sumaron a un ataque irresponsable y peligroso.

Muchos están estudiando llevar a la Justicia a paraperiodistas y dirigentes políticos que acusaron falsamente de delitos tan aberrantes. Otros creen que llegó la hora de reformular las entidades humanitarias o fundar otras que rescaten la honestidad intelectual y de la otra, que no se casen con ningún dirigente y que peleen por los derechos humanos de todos. Nombres no faltan. Desde víctimas directas como la diputada Victoria Donda, nacida en cautiverio, hasta madres que mantuvieron su independencia como Nora Cortiñas, pasando por quienes denunciaron la corrupción de este gobierno.

El ejercicio del sectarismo agresivo en casi todos los planos pone entre signos de pregunta el seguro triunfo de Cristina que dan las pocas encuestadoras creíbles. Con todo a favor y con la avenida hacia la reelección despejada, Cristina, a fuerza de tozudez para aislarse y cometer torpezas, levanta preocupaciones en su propia fuerza. La paliza electoral en la Capital, el resultado que arrojó el Banco Nacional de Datos Genéticos, el futuro antikirchnerista de los comicios de Santa Fe y Córdoba: todos marcan el fracaso de una metodología de construcción que ignora representatividades y elige a dedo a hijos y entenados. Si quiere confirmar su triunfo, ella no debería dormirse sobre los laureles. Es urgente que frene de una vez por todas las patoteadas de su gente.

¿Cuántos votos cree Cristina que sumó en Azul con los jóvenes cristinistas atacando a Stolbizer, Donda y otros dirigentes intachables desde lo ético? ¿Cree la Presidenta que Moreno le suma algo con su prepo ilegal para clausurar kioscos? ¿O Alperovich apretando librerías para que no distribuyan un libro? Algo está fallando en la lectura del humor y las demandas sociales. Algo se desmadra cuando uno cree sus propias mentiras. Muchos argentinos repudian cada vez más el mínimo gesto de violencia.
Quien quiera oír que oiga.
Alfredo Leuco

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