lunes, 10 de diciembre de 2012

Disecación


Para disecar lo que sucede, hay que acudir a una anatomía del disparate. Tras el abortado 7D, hay rasgos tremendos de un modo de ser que explican el doloroso naufragio que viene de sufrir el grupo gobernante. Van por orden alfabético, como ayudamemoria de las características que pautan el accionar del Gobierno desde mayo de 2003.
Se ha querido imponer una decisión de manera tan imponentemente vertical que suscita asombro. Convencida de que su triunfo electoral de hace 14 meses fue una coronación imperial, la Presidenta se sumergió en una cruzada abroquelada en la idea feroz de la autoridad: ordeno y mando. Característica central de su gestión, el autoritarismo devino religión, base sacrosanta e intocable de una fe irracional. Se entiende el porrazo del 7D por ese mecanismo autoritario inflexible con el cual se maneja el Ejecutivo. Marca indeleble de personas emocionalmente vulnerables, el capricho ha sido durante siglos la forma preferida de ejercer el poder por parte de imperios, monarquías, satrapías y emiratos, flujo vital del modo vertical: desde el poder nada es imposible y todo se puede, hasta los antojos más evidentes.
Cuando Néstor Kirchner comparó las luchas de los productores agropecuarios contra la Resolución 125 con la expresión de “grupos de tareas” y “comandos civiles”, mostró un ángulo proverbial del modo de entender y proceder de él y sus seguidores, un desbocamiento descabellado y visceral. Es el mismo Kirchner que en 2004 pidió “disculpas” por los “silencios” de la democracia en materia de derechos humanos, por lo cual después tuvo que pedirle él disculpas privadas, nunca públicas, a Alfonsín. Desmesura colosal determinante, no son espasmos involuntarios. Cuando el castrense Kunkel habla de “golpe” judicial o el precario Alak define como “alzamiento” una decisión judicial, no son tropiezos emocionales pasajeros. Zambullirse irreflexivamente es una clave del kirchnerismo, a suerte y verdad.
Desprovisto de elemental prudencia institucional, el grupo gobernante toma decisiones trascendentes como producto de su desesperación. El legendario “¿qué te pasa, estás nervioso?” es perfecta proyección de su propio mecanismo cotidiano. Vivir en el filo del precipicio, voluntariamente, genera una excitación carente de esperanzas. Para el grupo que gobierna la Argentina, conducir es existir desesperadamente. Todo empapado de ribetes monumentales, cancelada la sana rutina de la construcción silenciosa, el kirchnerismo se instala en el dramatismo y no sale de él. Todo lo que piensa, organiza y ejecuta va a ritmo desmesurado. No gobierna, refunda; no gestiona, estrena; no coordina, impone. Nada de esto puede hacerse desde una –por ellos detestada– normalidad. Viven y descarrilan al ritmo de acordes marciales, en alteración emocional permanente.
En la cruzada emprendida desde 2003 no hay límites ni marcos a respetar. Asumida la impronta castrense de guerra prolongada, ensañarse vilmente contra los “enemigos” es recurso admitido y exacerbado. Todas y cada una son la madre de todas las batallas, por lo que no hay tregua ni consideraciones. Para que estos criterios se asuman y perpetúen, se precisa adoptar y exhibir fanatismo sin respiro. El kirchnerismo y el cristinismo devinieron actos de fe. A la fe no se la discute ni matiza: se la abraza hasta la inmolación suicida.
Vivir y proceder así supone adoptar la ensoñación crónica de una fantasía existencial. De ahí la inicial y luego malograda apuesta a un Eternauta delirante. Esa vocación por mimetizarse con personajes diseñados desde construcciones irracionales define el entero aparato de la construcción kirchnerista, incluyendo una brutal capacidad de mentir y negar hasta lo más evidente. Mecanismo psíquico conocido y por el cual una persona no consigue evadirse de obsesiones persecutorias, el grupo gobernante padece la fijación de su odio visceral al periodismo desde su prehistoria santacruceña. Eso no cambió en treinta años de ocupar administraciones comunales, provinciales y nacionales. Supera largamente los delirios setentistas, cuando las vanguardias sostenían que el pueblo estaba alienado por culpa del adoctrinamiento burgués e imperialista. La fijación kirchnerista es mucho más de lo mismo, un automatismo que asfixia y del que no puede prescindir.
De la mano de esa fantasía indomable, se gobierna en total desapego de la realidad. Si el ‘68 francés consagró un frívolo “la imaginación al poder”, la metálica propuesta kirchnerista gira sobre una equiparable alucinación. En tal sentido, el inolvidable viernes 6D (nube tóxica porteña y diluvios jamás experimentados antes) expone la miseria social de esa imaginación. Con la vida patas para arriba, el Gobierno aguardaba la muerte del Grupo Clarín. Choco, me levanto y embisto. Tropiezo, fracaso y retorno a lo mismo. Marca registrada de un gobierno conceptualmente confesional que se maneja desde la fe ciega a sus preceptos; la obcecación es su manera de ser. Cree que eso es tenacidad. La obsesión es vivencia dominante y cautivante. El Gobierno no ha podido ni tampoco querido manejarse desde una paleta de amplio registro. El obsesionado reitera conductas excluyentes. Alguien o algo dentro de sí ha elegido una opción esclavizante de la que no puede librarse. La obsesión obsesiona, y el obsesionado sólo vive en función de su obsesión.
Una conducta política clavada en la obsesión sólo respira en un clima de insufrible obstinación. Secuestrada la percepción de la realidad y la adecuación a sus preceptos, el grupo gobernante sólo funciona y halla su razón de ser desde la reiteración obstinada. Esto se complementa con prepotencia y torpeza. Una mala praxis común se transforma en desgracia institucional cuando va acompañada de hiriente altanería. Lubricada con un revanchismo asombroso, la gestión oficial revela gran parte de sus pulsiones por su voracidad patrimonial y política inocultable. Finalmente, todo se hace más grave por la pertinaz ideología de añejo voluntarismo que persiste en los métodos y las decisiones del poder. Si el delirio omnipotente del foquismo sesentista era que “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, los actuales tributan a ese desastre que hace medio siglo llevó a la muerte a decenas de millares de jóvenes, sazonada con la locura criminal de la “contraofensiva” montonera, que lanzó al martirologio en 1980 a centenares de militantes convencidos de que estaban alumbrando el futuro. Son 18 estas claves: autoritarismo, capricho, desbocamiento, desesperación, dramatismo, ensañamiento, fanatismo, fantasía, fijación, imaginación, obcecación, obsesión, obstinación, prepotencia, torpeza, revanchismo, voracidad, voluntarismo. Sumadas, dan 7D.
Pepe Eliaschev

No hay comentarios:

Publicar un comentario