Cuando en la
sociedad se generaliza la corrupción y el incumplimiento de las
normas, la convivencia se vuelve más azarosa. No hay progreso posible
sin seguridad jurídica.
Carlos Nino, un importante jurista argentino escribió “Un país al margen de la ley”. El subtitulo del libro expresa el sentido de su indagación: “Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino”. El texto trata un tema clásico de la filosofía política -que fue transitado por Aristóteles y Cicerón-: el de la imposible convivencia virtuosa cuando en la sociedad se generaliza la corrupción , la avivada y el incumplimiento de la ley.
Cuando un triste
funcionario cuestionó en le Senado de la Nación, que se agite el
“fantasma de la seguridad jurídica” recordé esas lecturas,
junto con imágenes de las últimas décadas argentinas, en que ese
fantasma -el de la seguridad jurídica- parecía ser la última
esperanza de la decencia. Cuando vivíamos a los saltos de casa en
casa -en algún costado de nuestra alma- queríamos que nos vengan a
buscar soldados con uniforme, porque esa era la señal de que no
éramos víctimas de un operativo por izquierda; estaríamos
formalmente presos, pero no desaparecidos
. Madres y Abuelas querían saber de sus hijos y exigían, que si
hubiesen cometido algún crimen, se los
juzgase con el debido proceso.
En esa época los
que estábamos en la otra JP -la que no tiraba tiros- no sabíamos si
recibiríamos un balazo montonero, de las tres A o de los milicos.
Renegábamos de ambos salvadores que santificaban los fines para
justificaban medios salvajes. La esperanza era Perón cuando
parafraseaba a Cicerón con eso de “para ser libres hay que ser
esclavos de la ley”.
La democracia era
ese comienzo: la soberanía popular y el imperio de la ley.
Pasó el tiempo y el
“fantasma” de la seguridad jurídica no se convierte en realidad
efectiva. Con convicciones parecidas a las del triste funcionario que
habló en el Senado, nunca faltaron intolerantes y transgresores.
Pero pocas veces la concentración
volvió a ser tan frondosa como en las últimas semanas.
Un vicepresidente
dice que el Procurador de la Nación es parte de una familia dedicada
al tráfico de influencias, acusa a un juez de tener una agencia de
noticias judiciales y a dos empresarios los llama conspiradores y
mafiosos. Pero ese mismo vicepresidente no dice que el procurador, el
juez y los dos empresarios tienen nombre y apellido, mientras
que el dueño de la empresa privada que fabrica los billetes
argentinos de curso legal, no tiene ni nombre ni apellido.
Los argentinos
sospechamos que el dueño de la imprenta es
el mismo vicepresidente.
Y la sospecha
seguirá hasta que rindan cuentas.
Con YPF, Nino vería
confirmados sus peores presagios. Una provincia, a cargo de una
pareja de gobernantes, recibe fondos multimillonarios tras la
privatización de la empresa, la privatización fue alentada por esos
mismos gobernantes. Al cabo de los años, y pese a la intervención
de la Corte Suprema de Justicia, la pareja oculta el destino de los
fondos. Esa misma gente, elige a un personaje que se dedica a vender
obra pública en esa misma provincia, para que compre el 25% de la
empresa sin poner un centavo, para eso vacían a YPF. Los argentinos
sospechamos -y la sospecha seguirá hasta que rindan cuentas- que ese
personaje es socio de los gobernantes multimillonarios.
Y ahora, tras el
vaciamiento, echan a los dueños de YPF sin debido proceso. Y a uno
le recuerda a otro “proceso”: cuando
no había procesos porque la vida no tenía valor
. Pero lo más triste no son los sospechados de ladrones -y la
sospecha seguirá hasta que rindan cuentas-.
Lo lamentable es
cómo la sociedad naturaliza la transgresión, tal como naturalizaba
la muerte en los años de plomo.
Todos sabemos que
estos gobernantes mienten una vez por mes con las cifras de
inflación.
También sabemos
que, con cifras mentirosas, ni el crecimiento es tan crecimiento, ni
la inclusión es tan inclusión. Pero naturalizamos la mentira.
Perdemos el
sentido del espanto, frente a dirigentes que perdieron la vergüenza.
Empresarios se dejan
extorsionar por temor a la AFIP, porque ellos mismos son esclavos de
su propio incumplimiento fiscal. Y más de uno prefiere contrabandear
o corromper, antes que enfrentar a otro triste funcionario que dice a
quien quiera escuchar: “al amigo todo, al enemigo: la ley”. Las
empresas extranjeras funcionan igual: se adaptan. Si para vender
informática al Banco Nación, hay que corromper, corrompen, si para
que funcione Skanska hay que truchar facturas, truchan, y si para
seguir operando en el país, Repsol debe aceptar a un “especialista
en mercados regulados”, lo hace.
Son las reglas
del juego. O más bien, es la falta de reglas del juego
. Es la arbitrariedad del poder. Lo que los argentinos no queremos
ver es de esta forma habilitamos a las multinacionales de la droga y
de la trata.
En este cambalache
aparece un llamado de atención: una mujer, la ex esposa del
“no-amigo” del vicepresidente salió a hablar porque tiene miedo.
Y es para tomar
en serio cuando amenazan a una mujer .
La gente de mi generación conoce ese miedo, lo vivió en tiempos
duros. Y ahora lo perciben todos los hogares argentinos acechados por
la delincuencia común. Es una delincuencia que no llega a cargos
públicos, pero espeja la conducta de los dirigentes. Y el poder
parece responder: después de todo, si un presidente constitucional
está sospechado de volar un polvorín entero, ¿qué le hace a un
vicepresidente estar sospechado de amenazar a una mujer? Y la
sospecha seguirá hasta que rindan cuentas.
Pero es la sociedad
la que debe abandonar su propia complacencia y enfrentar la verdad:
no hay progreso posible sin seguridad
jurídica . Tenemos las bases morales
de una sociedad que retrocede … y estamos retrocediendo aunque la
santa soja nos llene de dólares. Más vale recordar a Perón cuando
ya viejo, y de vuelta de sus propias transgresiones, les decía a los
montoneros: “el que roba es un ladrón, y el que mata es un
asesino” … y el que miente es un mentiroso. “Para ser libres
hay que ser esclavos de la ley”.
Luis Rappoport
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