domingo, 22 de septiembre de 2013

La Presidenta y la devastación de la verdad

"Tengo una vaca que habla, le decíamos a Néstor. Y él nos contestaba: traela que quiero oírla. A Cristina le dicen: doctora, tengo una vaca que habla, y ella les pide un informe. Como los funcionarios le tienen tomado el tiempo, y quieren embarcarla en ese proyecto, le mandan un paper optimista, lleno de contabilidad creativa, y le venden a continuación lo fundamental: un acto, la excusa de una ceremonia militante para hacer un anuncio glorioso y dirigirse directamente a la sociedad. Cristina no resiste esa tentación. Y entonces va al toro con la vaca que habla. En cuanto los periodistas llaman a los expertos y comprueban que las vacas no tienen lenguaje humano, los mismos funcionarios que remaron el asunto preparan el contragolpe: el informe oficial es serio, esos expertos representan intereses espurios y los medios mienten. Una vez más. Puertas adentro, las cosas están saldadas, porque al menos quedó la sensación en el aire de que hay buenas noticias, y porque la refutación no es creíble. Ellos no tienen, en el submarino donde viven, conciencia plena de los papelones, y de cómo va calando hondo en la gente la idea de que macanean con las cifras y con las anécdotas".

El operador de la metáfora vacuna anda como un fantasma errante por la Casa Rosada y sufre por los rincones. Tiene la sensación de que, desde hace por lo menos dos años, su propio gobierno se dedica noche y día a errar en público. Es cuidadoso en separar el famoso "relato" de esta simple compulsión por el traspié discursivo. Una cosa es articular una épica, engañarse y hasta engañar, y otra muy distinta es equivocarse fiero. La acción deliberada y marketinera es discutible, pero forma parte de la política nacional. La negligencia que deja desacomodada todo el tiempo a la Presidenta es una praxis insólita y autodestructiva. Cada semana hay dos o tres ejemplos de este mecanismo según el cual se lanzan datos y números desde el atril que después resultan falsos. El público escucha que la producción lechera bate récords, y se entera a continuación de que desaparecieron más de cinco mil tambos en la "década ganada", que el sector está en condiciones críticas y que cayó la producción un 7 por ciento en los últimos seis meses.El público escucha que Cristina se jacta de haber convertido el Churruca en un hospital modelo, y que inaugura con pompa una sala de traumatología. Dos meses más tarde se conocen por pacientes, por profesionales y por una desgarradora carta de Pipo Cipollatti (operaron allí a su madre) detalles escabrosos sobre la atención que se brinda, y también que la sala inaugurada nunca se habilitó y que en el nosocomio de los policías se robaron hasta los televisores.

A este incesante desprestigio por goteo que se autoinflige el oficialismo se suma, naturalmente, el hecho de que el movimiento nacional y popular tiene en cada caja del supermercado un involuntario militante antikirchnerista. Porque cuando el ciudadano común lee la cuenta inverosímil que aparece en el ticket piensa dos cosas. Que la inflación está subiendo de manera febril y que el Gobierno quiere embaucarlo. Pero ese aspecto ya deja la impericia comunicacional para adentrarse de lleno en el terreno de la manipulación. "El gobierno es un marido infiel -me cuenta un ex funcionario de los Kirchner-. Un día dijo una mentira, y después tuvo que decir otra y otra más, para sostener la primera. Y eso lo obligó, a su vez, a generar una cadena de nuevos camelos, verdades a medias y falsas coartadas. Un enredo que sigue la dinámica del dominó. Una ficha lleva a la otra. Y por el camino truchás la aritmética, escondés lo que no encaja, le arrancás algunas páginas a los libros de historia y hasta borrás a algunos personajes de las fotos. A mí personalmente me pasó: los amigos que me quedan en el Gobierno cuentan que me quitaron de algunas fotos con Néstor y Cristina, o que me difuminaron con photoshop , como se hacía en el estalisnismo con los traidores". A Alberto Fernández, por increíble que parezca, le sucedió lo mismo.

Tal vez el principal problema cultural que dejará el kirchnerismo cuando se marche sea precisamente el tremendo daño que le hizo a la verdad pública. La adulteración de las estadísticas, la naturalización de lo apócrifo y la relativización moral de los hechos, que en la Argentina pasaron a ser una cuestión de fe, dejarán cicatrices y huellas sociales. Cuando la economía marcha bien y el consumo es alto, el pueblo funciona a la manera de un dulce amante: mentime un poco que me gusta. Pero cuando comienzan las dificultades, esas mentiras son afrentas. Para este estado de conciencia actual, los gobiernos populistas acuden siempre al mismo truco. Esta semana, Cristina lo dijo sin eufemismos: "Sería bueno que cada argentino pudiera mirar por sí mismo sin que nadie le lave la cabecita todos los días desde un aparato de caja boba". Su colega Nicolás Maduro explicó, a su vez, que la razón de que Caracas sea la segunda ciudad más violenta del mundo y que ya hayan asesinado a seiscientos presos en las cárceles venezolanas durante lo que va del año, radica en que las películas del tipo del Hombre Araña (sic) resultan muy violentas. La patria es el otro, el culpable también. Y el pueblo, que es tan ramplón, puede ser llevado como res al matadero por los medios y los periodistas, que le lavamos el cerebro. Qué malos somos.

La Cámpora resulta, en ese sentido, un fenómeno donde se condensan muchas de estas devastaciones de la verdad. Los soldados de Cristina han sido adoctrinados para "aguantar los trapos" sin hacer preguntas y para profesar un odio hasta físico por la prensa. Algunos de sus integrantes fantaseaban en la intimidad, hasta no hace mucho, con llevar a cabo todas sus reuniones políticas en la redacción de la calle Tacuarí, que iba a ser allanada y colonizada por la nueva juventud maravillosa. El aparato de propaganda intentó probar a través de ellos que no había mayor epopeya que la obediencia ciega, que representaban la lucha contra las corporaciones y que encarnaban el regreso de la política. El resultado a la vista es que La Cámpora fue un fallido intento por crear una corporación propia que pudiera ejercer la vigilancia y el control mediante políticas de copamiento. Sin preparación para gestionar, el día a día les fue limando el glamour y los fue mostrando asombrosamente ineficaces. Cuando debieron revalidar títulos en el mundo joven, como las universidades, fracasaron de manera estrepitosa. No consiguieron inserción profunda en los barrios humildes. Y su fuerte ambición, regada de soberbia, logró que otros kirchneristas les dieran la espalda. Chocaron con funcionarios, dirigentes, legisladores, intendentes y gobernadores de peso, y se ganaron la tirria de todos. No saben consensuar ni seducir, y en realidad expresan la antipolítica, ese agujero negro donde los propios son "tibios" y los ajenos son "zánganos". Inflexibles revolucionarios de Palermo Hollywood encorsetados dentro de una democracia constitucional en la que no creen, tomaron el 54% como una tarjeta de crédito sin límites. Y al colisionar de frente con las urnas, después de haber sido escondidos durante la campaña porque se transformaron en piantavotos, quedaron perplejos. Se volvieron viejos muy rápidamente. Nadie sabe qué será de los camporistas fuera del invernadero del Estado, donde algunos ganan fortunas. También son, a su modo, víctimas de la mentira y la grandilocuencia. También ellos creyeron que podían reemplazar al PJ. Y que las vacas hablaban.
Jorge Fernández Díaz

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