miércoles, 15 de septiembre de 2010

El síndrome del primer emperador

La tentación de reescribir la historia suele surgir en aquellos gobernantes no muy afectos a ceñirse al imperio de la ley; no obstante lo absurdo que parece ser la empresa muchos se han aventurado, y algunos aun hoy, a realizar tal suplantación.
Abundan en el pasado estos, a la postre, fallidos intentos por eliminar antecedentes vergonzantes, por inventarse un protagonismo en heroicas luchas, por borrar personajes que afecten la construcción del nuevo relato, etc.
El ejemplo más cercano en el tiempo fue la manipulación histórica llevada a cabo por el estalinismo en la disuelta Unión Soviética, hechos que se borraban o se reescribían y volvían a ser reescritos, personajes que desaparecían, retornaban, volvían a desaparecer, así la historia oficial se ajustaba según los movimientos en la cúpula de la nomemklatura.
Pero el más paradigmático caso de manipulación (del que nos hemos valido para titular esta nota), ha sido el de Shi Huang Ti, quien no se contentó con falsificar el pasado, llegando al extremo de abolir la historia. Recordemos un poco quien fue este personaje.
En el siglo III AC el territorio chino se hallaba dividido en varios reinos, un grupo de estados feudales que luchaban entre sí permanentemente, sin que ninguno hubiese logrado prevalecer sobre el resto. Cuando el joven príncipe Zheng accedió al trono en el reino de Ch’in, comenzó una campaña de conquistas que culminó con la unificación en un estado de todos los reinos existentes.
Se proclamó entonces emperador dando inicio a una serie de reformas destinadas a consolidar su autoridad y la unidad del nuevo estado; en la escritura, la moneda, los pesos y medidas fueron instituidos sistemas unificados que facilitaban la administración y el control; implantó un nuevo sistema de gobierno en las provincias que integraban el imperio, imponiendo una férrea vigilancia sobre los gobernantes que el mismo designaba.
Para defender las fronteras del reino de las amenazas exteriores comenzó a erigir grandes murallas y armar numerosos ejércitos.
Para enfrentar las amenazas interiores combatió todo disenso y persiguió las ideas que fuesen contrarias a su filosofía absolutista, resultando los seguidores de la doctrina de Confucio especialmente atacados por lo que ésta planteaba respecto a los límites en el ejercicio del poder que debían tener los gobernantes.
Para ocultar aspectos de su pasado que lo avergonzaban y evitar ser comparado con anteriores gobernantes, decidió que la historia debía comenzar a partir de él, tomó entonces el nombre de Shi Huang Ti (que significa primer emperador) y dispuso que todos los libros escritos antes de su reinado fuesen destruidos, así si el pueblo no podía acceder al registro de su pasado, desaparecería la memoria de los anteriores gobernantes y nadie podría compararlo con ellos.
Al quemar los libros y abolir el pasado, pretendía que 3000 años de historia simplemente se desvanecieran en el aire, desaparecieran, para que todo diera comienzo con él.
Cerramos esta breve descripción de antiguos ejercicios de adulteración histórica, que en definitiva no dejan de ser un intento de aniquilar la verdad, con un párrafo de Vargas Llosa tomado del Diccionario del amante de América Latina:
“Organizar la memoria colectiva; trocar a la historia en instrumento de gobierno encargado de legitimar a quienes mandan y de proporcionar coartadas para sus fechorías es una tentación congénita a todo poder.
En una sociedad cerrada la historia se impregna de ficción, pasa a ser ficción, pues se inventa y reinventa en función de la ortodoxia religiosa o política contemporánea, o, más rústicamente, de acuerdo a los caprichos del dueño del poder, el pasado es, tarde o temprano, objeto de una manipulación encaminada a justificar el presente.”

Toda asociación con personajes o situaciones del presente quedan libradas al arbitrio del lector.
Claudio Brunori

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