domingo, 13 de febrero de 2011

En modo electoral, ni los perros son perros

Si tiene cuatro patas, mueve la cola cuando está contento y ladra, lo más probable es que sea un perro (o, a lo sumo, una perra). Lo que hicieron esta semana los funcionarios públicos, incluyendo a la señora Presidenta, al querer desconocer la elevada inflación que padece la economía argentina, es describir un perro negando que sea un perro.
La alta inflación se caracteriza por una amplia dispersión de precios para un mismo producto o servicio y por dar lugar a una “puja distributiva” de magnitud.
Con baja inflación, los precios de productos y servicios se “parecen”, independientemente de dónde uno compre. Con alta inflación, en cambio, el precio final de cada producto, depende de las expectativas del costo de reposición que cada vendedor tenga y de lo que cada demandante está dispuesto a pagar, en función de sus expectativas de la evolución futura del precio, etc.
Alta inflación y alta dispersión de los precios van de la mano.
Lo mismo sucede con la “puja distributiva”, expresión que comenzó a dominar la política argentina cuando, en las décadas de los 70 y 80, la inflación se convirtió en nuestra manera de resolver conflictos distributivos. Es cierto, como dice la Presidenta, que con capacidad ociosa y alto desempleo, no hay puja distributiva, porque uno de los sectores “pujantes” tiene muy poco poder (el asalariado). Pero no es menos cierto que con baja capacidad ociosa y elevado empleo, la puja surge cuando se sigue presionando sobre la demanda y la tasa de inflación se acelera. Nadie está dispuesto a perder 20% o más de su capacidad adquisitiva o de su rentabilidad.
Esta semana, a la coincidencia entre dirigentes gremiales, empresarios, organismos provinciales de estadística, economistas y ciudadanos respecto de que en la Argentina hay alta inflación, se sumó el Gobierno. En otro contexto, sería una buena noticia. Para solucionar un problema, primero hay que reconocerlo. Por el contrario, el Gobierno empieza a describir el problema y las consecuencias de la elevada inflación, pero con el objetivo político de encontrar “culpables” distintos a la política económica oficial y generar “ambiente” para medidas que, en el corto plazo, pueden tener algún efecto, pero que, respecto de la solución de la inflación, resultan inocuos o, inclusive, contraproducentes.
El tema inflacionario ha empezado a ganar “momento” en las encuestas de opinión, todavía lejos de la principal preocupación ciudadana, la inseguridad, pero acercándose a las inquietudes económicas que surgieron de la crisis de 2002, en especial, la estabilidad en el empleo. Es probable que la “ilusión monetaria” (considerar los aumentos de salarios sin “descontar” la inflación) esté empezando a diluirse. Es probable que mucha gente empiece a confirmar que su apuesta a “licuar” las cuotas del crédito del año pasado, con los aumentos de sueldo de este año, peligra ante el reciente aumento del resto de los precios.
Por ello, el Gobierno pasó de la “sensación de inseguridad” a un ministerio y ahora, de “no hay inflación”, a “no somos formadores de precios”, “no somos responsables de los aumentos”, “vamos a combatir a los vivos que aumentan con todo lo que esté a nuestro alcance”, “les pedimos responsabilidad a sindicalistas y empresarios, etc”.
El Gobierno no forma precios porque no produce nada, como dice la Presidenta. Entonces, si no produce nada, tampoco es responsable del crecimiento a tasas chinas, del que tanto se vanagloria.
Pero aquí, como en el resto del mundo, la política económica es la responsable, para bien o mal, de los resultados económicos, dado el contexto internacional.
Si la expansión monetaria ronda el 30 por ciento, el gasto público aumenta al mismo ritmo, los ajustes salariales también y la economía está en pleno empleo, no puede haber baja inflación, independientemente de los monopolios, a los que hay que combatir, aún sin inflación.
Pero, por ahora, no espere cambios en la política económica, sino endurecimiento de la política, a secas, más conflictos, controles, prohibiciones. En elecciones, hasta un perro no es un perro.
Enrique Szewach

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