domingo, 25 de julio de 2010

Algunas claves del peronismo

Históricamente, el peronismo se presenta ante la sociedad como el partido que toma las grandes decisiones. Las decisiones pueden ser buenas o malas, pero siempre son importantes. Se dice que Perón hizo realidad todas las leyes sociales que los socialistas trajinaban inútilmente en el Parlamento. Es lo que dicen. Según se mire, la afirmación puede ser exagerada, pero como en la metáfora del vaso con agua, también puede ser verdadera; en cualquier caso, nunca es inocente.

Lo que importa es que los derechos sociales se consolidan como institución durante la gestión peronista. Como en la vida nada es gratis, por este beneficio histórico siempre hay un precio que pagar. En este caso, el precio fue soportar el liderazgo de Perón y admitir la existencia de un movimiento obrero corporativo tal como lo había pensado Benito Mussolini. Una mayoría estuvo dispuesta a pagar ese precio; una minoría, no. En todos los casos me estoy refiriendo a militantes preocupados por la situación de las clases populares y de la clase obrera en particular.

Los historiadores suelen debatir si el peronismo representó un avance para el movimiento obrero o un retroceso. El debate no es sencillo, porque tampoco es sencillo ponerse de acuerdo sobre las categorías de “avance y retroceso”. Los partidarios del avance se remiten a los hechos: derechos sociales, organizaciones sindicales, comisiones internas fabriles que -por más controladas que hayan estado- siempre hicieron valer sus reclamos, elevada participación en la renta nacional. Los críticos sostienen que con el peronismo el movimiento obrero perdió autonomía, perdió conciencia social de sus objetivos históricos y quedó sometido a un militar que era un demagogo.

Convengamos que en términos prácticos se impone con más fuerza la opción peronista. A las metas concretas que ofrecen: salarios, vivienda, vacaciones, pleno empleo, la oposición reivindica objetivos ideales de difícil explicitación. ¿Cuáles son los objetivos históricos de la clase obrera? Una pregunta que en los años cuarenta se respondía sola -era el socialismo-, pero que en el 2010 nadie puede contestar satisfactoriamente.

Reitero: una consigna clásica de los peronistas postula que los socialistas hablan pero los peronistas hacen. Los socialistas redactan leyes muy lindas, pero los peronistas las aplican. Ese efecto práctico -que reposa en un clásico discurso antiintelectual-, esa pedagogía eficaz, constituye una de las claves de la vigencia del peronismo y uno de los hilos conductores que explican al peronismo desde sus orígenes hasta la fecha.

Lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, la izquierda y la derecha, todo parecería expresarse a través del peronismo. Fue militar y antimilitar, clerical y anticlerical, izquierdista y derechista, liberal y proteccionista. Digamos que nunca se privaron de nada. En todos los casos, las soluciones más antagónicas y dispares las realizaron cantando la marchita peronista. Y la mayoría de las veces, los mismos que dijeron una cosa no tuvieron demasiados reparos morales en decir exactamente lo contrario en la etapa siguiente. Lo decía en una nota anterior: el ochenta por ciento de los funcionarios kirchneristas fueron eficaces agentes del menemismo, empezando por los Kirchner.

Desde sus orígenes, el peronismo se identificó con la nación. Nunca se pensó como un partido, sino como un movimiento. En ese movimiento, había y hay lugar para todos y la única entrada que se debe pagar para ingresar es la de admitirse como peronista. Su flexibilidad ideológica es asombrosa. Alejados los fantasmas de los “infiltrados” de los años sesenta, hoy “peronista es todo el que dice serlo”, como me explicara un dirigente peronista de toda la vida.

Con los años y algunos contrastes electorales han aprendido que no pueden invocar una mayoría electoral absoluta, pero lo que han resignando en términos de votos lo han capitalizado en términos de poder. El peronismo puede, en sus mejores momentos, obtener el cincuenta por ciento de los votos, pero esa representación carece de relevancia al lado de la representación corporativa e institucional. Desde esta perspectiva, es legítimo pensar al peronismo como el poder real en la Argentina. Su pretensión de ser los únicos capaces de gobernar reposa en esta lectura de la realidad. Toman decisiones porque se han educado para eso y, al mismo tiempo, son los interlocutores y en más de un caso los representantes de una trama abigarrada y contradictoria de intereses materiales que se interpelan en clave peronista.

Conversando con dirigentes sindicales de izquierda que participaron en los acontecimientos de los años cuarenta, me decían que el peronismo reclutó lo peor del movimiento obrero, a los esquiroles y confidentes policiales y -agregaban- algunos traidores de nuestras filas, como fueron los casos de Borlenghi y Bramuglia. Lo que más destacaban es que ese peronismo, que nació golpista, militarista, clerical y represivo, nunca creyó en las banderas que reivindicó luego. El drama personal de Cipriano Reyes, organizador del 17 de octubre y luego encarcelado y torturado por el régimen que contribuyó a inventar, expresa muy bien esa contradicción entre lo que los dirigentes sindicales pensaban del peronismo y lo que el peronismo era en realidad.

La imputación que se le hizo en su momento de fascista fue exagerada pero no arbitraria. La formación ideológica de Perón -admitida por él mismo- fue fascista, pero un dirigente práctico como Perón no iba a atarse a un decálogo de verdades abstractas, sino que iba a intentar traducirlas a la realidad nacional. Y así lo hizo. El peronismo fue en aquellos años el fascismo posible en la Argentina, como muy bien lo sugirió Tulio Halperín Donghi. O, para decirlo en otros términos, el fascismo después de la derrota del fascismo.

De todos modos, su constitución histórica no fue una extravagancia social. En el peronismo, están presentes las tradiciones del clientelismo conservador, del nacionalismo militar, del populismo radical, de las encíclicas papales de su tiempo y de cierto obrerismo sindicalista y socialista. Todas estas experiencias históricas fueron traducidas y modeladas por Perón que sin duda demostró ser un dirigente excepcional, capaz de construir una fuerza política que pretendió ser algo más que un partido político y, de alguna manera, lo logró. El peronismo es un partido político, pero es también una cultura, una manera de vivir los problemas nacionales y una manera de proponer soluciones a esos problemas.

Lo que le permitió sobrevivir a lo largo de los años fue la conjugación del mito con el poder. El peronismo es una fecunda fábrica de mitos nacionales y, al mismo tiempo, una maquinaria implacable de construir poder. Hoy, la mitología se ha debilitado, pero la vocación voraz por el poder se mantiene intacta. Es esa facultad la que le permite adaptarse a todos los escenarios políticos posibles. Un peronista cree en muchas cosas y al mismo tiempo no cree en nada. En esta actitud, hay mucho de cinismo, pero es esa predisposición la que le permite en el siglo XXI ser inusualmente eficaz, porque es un mundo donde todas las certezas parecen haberse debilitado, y mucho más importante que idolatrar las ideologías es idolatrar al poder. Así pensado, el peronismo es la idolatría del poder en un tiempo donde todas las ilusiones se desvanecen. La certeza de que los peronistas nunca creen en lo que hacen y mucho menos en lo que dicen, recorre toda la literatura crítica respecto de esta fuerza política. ¿Menem cree en el liberalismo y la economía de mercado? ¿Kirchner cree en los derechos humanos, la libertad de prensa y la igualdad de los sexos? Atendiendo a sus trayectorias, a lo que dijeron e hicieron, todo hace pensar que no sólo no creen sino que sus personalidades políticas se fundaron en las antípodas de esos ideales. Sin embargo, el neoliberalismo en los años noventa pertenece a Menem y los derechos humanos y la igualdad de los sexos pertenece a los Kirchner.

Los peronistas no creen en lo que hacen, pero lo hacen. ¿Existe otra manera de pensar la política, el poder y la sociedad?, ¿es posible pensar la política desde otra cultura, desde otra perspectiva que no sea el cinismo, la visión descarnada del poder? Existe, expresa a la mitad de la Argentina que ha decidido hace tiempo no ser peronista. La contradicción peronismo-antiperonismo ha sido superada como contradicción que se resuelve por el camino del exterminio de unas de las partes, pero a mi modesto criterio se mantiene vigente como contradicción cultural, como visión ética, como perspectiva histórica, como concepción del hombre e interpretación de valores. En definitiva, se mantiene vigente como dato de la política y como tarea política.
Rogelio Alaniz

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