jueves, 15 de julio de 2010

NUNCA PERÓN OPTÓ POR POSICIONES DE IZQUIERDA O DERECHA

Sesgar a Juan Domingo Perón pretendiendo encasillarlo en posiciones no peronistas, es no sólo maniqueo y mendaz, sino además de una falta total de conocimiento de su figura, impropio de nadie que intente leer la historia nacional desde posturas científicas.

Feinmann José Pablo, desconoce la verdad o arteramente, y sumándose al coro de ahistóricos, intenta llevar adelante un relato sobre Perón que desconoce o falsea la realidad histórica, de quien fuera en vida y posteriormente a su muerte el más destacado político y estadista de habla hispana del siglo XX, y particularmente de quien fuere el más grande de Hispanoamérica durante ese período y hasta nuestros días.

Como no se anima a denostarlo por todo lo que realizó durante las dos presidencias de mitad de siglo, pretende subiéndose al carro de los cipayos y progresistas que hoy gobiernan la Patria, enlodar la figura del Perón descarnado de su tercera presidencia. Creer que en el libro “Filosofía política de una persistencia argentina” se encuentra la historia científica, es no conocer a Feinmann, pues el relato allí narrado es digno de una ficción.

Quien integra Carta Abierta y es asiduo interlocutor de Néstor Kirchner, avanza otro paso más en el discurso que pretende enlodar a Perón enrrostrándole la creación de la Triple A, y por lo tanto la responsabilidad por los secuestros y muertes ocurridos durante los años del Gobierno democrático encabezado por él y continuado por María Estela Martínez viuda de Perón, hasta los sucesos de marzo de 1976.

Tanto Perón como el Movimiento Nacional Justicialista son verdaderos escollos y molestias para pensadores al servicio de la causa progresista, de quienes llegaron al poder para autoenriquecerse y enriquecer a sus amigos, testaferros o ex compañeros de lucha. No sólo suele publicar voluminosos tomos donde se arroga el conocimiento pleno y la verdad absoluta, sino que además sesga permanentemente la historia y los hechos acaecidos para adaptarlos a su mirada parcializada.

Concebir a éste libro con el carácter de “filosófico histórico” o de “filosofía política” es una verdadera barbaridad, pues Feinmann pretende confundir a una masa de lectores jóvenes o desentendidos de la realidad histórica, ya sea por no haberla vivido, o habiéndola vivido no haber participado de ella, por lo cual no pueden conocer los hechos narrados. Es tal el grado de mendacidad utilizada que raya con el infantilismo.

La soberbia impuesta desde su torva mirada lo lleva a autotitularse como un autor que vende “un fresco histórico y una reflexión filosófica sobre la condición humana a propósito del peronismo”, pretendiendo parcializar al mismo y a su creador y líder en segmentos. En ese seudo análisis de estos segmentos el autor concibe el peronismo y a su creador Juan Perón como particiones estancas faltas de continuidad ideológica, filosófica y de actuación gubernamental.

Esta partición, le permite seccionar el accionar de Perón y del peronismo según una mirada que poco y nada tiene que ver con la realidad; incurriendo en una parcialización imposible de una totalidad unívoca e irrepetible como es el peronismo de Perón. Para no enfrentar el sentimiento arraigado en la casi totalidad del pueblo argentino, de un Perón hacedor de su felicidad y de la movilidad social ascendente, Feinmann nos pretende parcializar al viejo maestro y conductor.

“Yo analizo -escribe el autor- hacia el final qué es lo que pasa con el hombre que se vuelve tan destructivo, cómo pudieron matarse así en Ezeiza, cómo es posible torturar, como pudo ser la bestialidad de la Triple A…”. Y aquí encontramos en José Pablo Feinmann al cipayo y al gorila que siempre llevó adentro aunque él mismo lo desconociese, acaso.

Gorilismo puro y del más rancio, ataca el tercer período como si éste hubiese sido el período de un viejo carcamán ignorante de lo que sucedía, o el de un viejo revanchista que volvía al país no para pacificarlo y reencauzarlo en el camino de la revolución inconclusa y sin derramamientos de sangre. Este ataque no es otra cosa que la justificación tardía y maniquea del pensador de un sector derrotado, aunque tardíamente quizás, por la sapiencia final de un pueblo que supo darse cuenta de a que habían llegado veinticinco años después.

Derrotados definitivamente, por las propias traiciones internas de sus cúpulas en el 80 del siglo pasado, logran reconstituirse y escondidos detrás de un oscuro personaje patagónico toman el poder con un afán de revancha política, filosófica y dineraria; y ahora cuando por fin el pueblo los descubrió pretenden a través de la pluma del más preclaro de sus pensadores justificar la toma de las armas en los setenta.

Es tan claro el antiperonismo, que su autor se cura en soledad y reconoce “no es un libro peronista”, aunque en ese afán de seccionar al peronismo y a Perón aclara “creo que lo es en la pasión que el autor pone -saliéndose de la interlocución- en ocuparse del peronismo y en que no lo denigra sino que exalta muchas de sus facetas y lo califica como el gran relato de los últimos 50 años de la Argentina.”

Justificando su incorporación al peronismo durante la etapa de la resistencia, o la infiltración llevada a cabo por sectores dirigenciales de la izquierda vernácula, la juventud de la Acción Católica y hasta algunos “servicios” militares, Feinmann busca encontrar etapas que le sirvan para autojustificarse como sector y a nivel propio. “Escribo la historia del peronismo porque ahí encuentro todo, la vida, la muerte, la pasión, todo lo que la historia tiene de fascinante.”

Sectoriza la vida del peronismo, intentando recrear un peronismo de creación ideológica, un peronismo de consolidación revolucionaria y gubernamental, un peronismo romántico en la resistencia, y por fin un peronismo autodestructivo, torturador, asesino y bestial. Estas etapas en que pretende sectorizar aquel movimiento nacional de masas carecen de toda realidad, pues el peronismo es ante todo un Movimiento filosófico y político nacional y popular, antioligárquico y profundamente cristiano en lo social, pero ante todo “pacífico” y democrático casi como ningún otro.

Aseverar hipócritamente que existía un peronismo romántico durante la resistencia “muy rico porque hay contradicciones que surgen y que no se someten al liderazgo opresivo de Perón”, es falaz pues el peronismo de la resistencia -ese que él ni ninguno de sus adláteres integró- respondía ciegamente al Líder, y no sólo respondía sino que además actuaba bajo sus órdenes, recibidas mediante correos que en su gran mayoría se habían entrevistado con el General en su destierro.

“Durante 18 años -señala Feinmann-, Perón se cree el mago ajedrecista de la historia. El viejo dice yo desde Madrid manejo todas las contradicciones del movimiento y entonces manda una carta a los conciliadores, una carta a los negociadores, una carta a los izquierdistas. Hay cartas para todos”; es tal la necesidad de defenestrar la figura del Líder que con una miopía lógica en quienes nunca entendieron al peronismo critica aquello que siempre fue el fuerte de Perón, la “conducción de las masas”.

Perón suele enviar desde el exilio órdenes de diversa índole a los varios sectores de la resistencia, donde fijaba objetivos dentro de la estrategia pensada para jaquear a los gobiernos producto del contubernio o a las dictaduras emergentes de la proscripción peronista; este “juego ajedrecístico” realizado por el General incluyó a los sectores izquierdistas infiltrados dentro de la resistencia peronista.

Aquello que es pura estrategia, para Feinmann y las plumas progresistas -ex infiltrados expulsados por Perón- es contradicción y querer quedar bien con todos. Por eso es que es Perón quien lo decepciona según sus propias palabras “Perón, Perón. No, el peronismo no me decepcionó. El peronismo como historia me sigue fascinando. Ahora, el tercer Perón me parece lo peor, que quede claro”.

Aquí Feinmann retoma el ataque mediante la partición del peronismo y de Perón, desconociendo o tergiversando la continuidad lineal de Perón, por lo tanto, del peronismo. El Perón filósofo y creador de 1943 es el mismo que el del 49, donde desparrama conceptos e ideología en el Congreso de Filosofía o en la Constitución Nacional. Aquél Perón mantiene la continuidad ideológica en el 52 y hasta en el 55/56 cuando desde el primer destierro continúa generando y enviando conceptos y análisis sobre la realidad Argentina, continental y mundial.

Los escritos -cartas, películas- y pensamientos doctrinarios del viejo maestro continúan llegando a Buenos Aires, portados por aquellos discípulos -ellos estaban ajenos a este tipo de correo- que continuaban peregrinando ante su presencia para munirse de sus órdenes y de su estrategia. Quienes siguieron el pensamiento de Perón con capacidad de absorción entendieron permanentemente su mensaje, para nada confuso o contradictorio.

Por el contrario, la claridad conceptual es permanente y dan muestra de ello las Cartas del exilio, y las películas donde Perón le habla a los trabajadores, la juventud, la mujer, etc. Considerar que el Perón de la tercera presidencia, el del hombre descarnado que vuelve a brindarle a la Patria el último y mayor servicio, no fue conciliador es un verdadero despropósito y adoptar una posición mendaz.

Perón, mal que les pese a los infiltrados de ayer y los progresistas de hoy, no volvió para escarmentar, ni a suicidarse políticamente y mucho menos a hacerles el “trabajo sucio a los militares”, sino que por el contrario Perón se ofrece como prenda de paz, ante un pueblo que arrastrado en algunos sectores juveniles por los traidores o infiltrados, camina hacia el desmembramiento realizándoles el juego a los cipayos y a la nueva oligarquía financiera, como se verá abiertamente tras el golpe del 76.

Dirigencias antiperonistas por naturaleza, aliadas a los servicios de inteligencia militares, infiltran los sectores juveniles con el fin final de destruir y cooptar el peronismo; alertado Perón de ello y tras el asesinato de José Ignacio Rucci, su hijo político por excelencia, asume la triste y siempre penosa tarea de reponer el orden en la Patria.

Y es entonces cuando aquellos seudo conversos, muestran su verdadera cara y pretenden patotearlo a Perón el 1º de Mayo en la Plaza cuando insultan y menoscaban la figura de Perón de Evita y la de Isabel su última compañera y esposa. Y aquí hoy vuelven a sacarse la careta a través del libro de Feinmann, “Si viniste a eso te hubieras quedado en España. Y después, el trabajo sucio que empezó a hacer es lamentable. Estoy totalmente en contra -expresa con mendacidad- porque hizo un trabajo clandestino, fuera de la ley.”

Llegamos a lo más intrincado y perverso del mensaje, cuando ellos -a través de la pluma de Feinmann- pretenden emparentar a Perón con la Triple A, y con la lucha facciosa en la que ellos eran partícipes primarios, necesarios y creativos de la misma. No vamos a negar que los sectores ortodoxos de peronismo se suben a ella, equivocadamente corresponden a las acciones armadas de provocación del sector montonero con las mismas metodologías. Pero atribuirle a Perón la conformación de la Triple A es una absoluta hipocresía, además de una muy baja mendacidad.

Perón responde al desorden imponiendo el orden constitucional, a través de las fuerzas policiales y militares subordinadas a los poderes constitucionales del Estado Argentino, y nada más que eso. La ausencia de Perón en el entierro de Mujica se debe exclusivamente a los informes de inteligencia, que prevenían al Presidente de las maniobras montadas por los grupos de la izquierda infiltrada, que ya antes habían asesinado a Rucci e intentado asesinarlo a él mismo en Ezeiza a su regreso en 1973.

Perón siempre hablo de “socialismo nacional”, y alertó que el mundo se volcaba a los movimientos de centro izquierda referenciados en la socialdemocracia europea, nunca habló ni compró la teoría francesa de la “lucha armada” de Regis Debray, teoría exportada por Debray a los integrantes del tercer mundo subdesarrollado y negada su implementación en la Europa centroizquierdista post Mayo del 68.

“Cuando lo matan, no manda ni una corona al velatorio. Bueno, a mi ese Perón no me gusta. Perón vino y optó por la derecha, pero por la peor derecha, para barrer a la izquierda. Entonces yo digo: ¿a eso vino? El mismo aniquiló su imagen histórica”. Sangra Feinmann, y toda la izquierda infiltrada en el peronismo, al descubrir que Perón “los descubre” y les quita la careta; ellos que creían haberse adueñado de Perón y del peronismo comienzan a comprender que el “viejo” se dio cuenta de adonde querían llegar, y les sale al cruce.

Perón los enfrenta, con las leyes y las armas constitucionales, cosa que ellos no realizan pues atacan arteramente guarniciones militares asesinando soldados conscriptos, no oficiales o suboficiales, sino conscriptos que como el resto del pueblo peronista buscaban la paz y vivir sencillamente. Perón busca aniquilar este cáncer germinado dentro del cuerpo social argentino, utilizando únicamente las armas y el poder que las leyes y la Constitución Nacional le otorgan como Presidente y Comandante en Jefe.

Por fin se saca la careta Feinmann, y abiertamente declama “Perón participó de la idea de la Triple A, no es que dejó hacer. Perón no pudo no estar enterado. Nombra al comisario Alberto Villar. Si alguien me demuestra que Perón no nombró a Alberto Villar al frente de la Policía Federal yo le voy a creer entonces que Perón estaba distraído, pero Perón no podía no saber quién era Villar. No jodamos, lo habían educado los paramilitares franceses, después había estado en la Escuela de las Américas, ¿qué esperaba Perón que iba a hacer Villar? Era un asesino y Perón lo sabía.”

Aquí Feinmann muestra definitivamente su verdadero rostro gorila y antiperonista, propio de las izquierdas vernáculas, las mismas que se plegaron al golpe de la Fusiladora del 55 y aplaudieron los asesinatos de José León Suárez y la Penitenciaría Nacional en el 56. Así como en el 55 los cipayos de derecha e izquierda y la oligarquía financiera pretendieron “borrar” de la memoria colectiva a Perón y al peronismo; hoy los sectores revanchistas, de los mal llamados progresistas, se impusieron la meta de enlodar la figura de Perón utilizando el argumento de que él fue quien creó la Triple A.

Es verdaderamente hipócrita, además de mendaz, llegar a semejante conclusión, y más aún imponerlo como única y excluyente verdad como consecuencia del nombramiento de un jefe policial altamente capacitado y reconocido internacionalmente por su capacitación; tras la muerte de Rucci Perón toma absoluta conciencia de que los grupos enrolados en los sectores mal llamados combativos y que él aceptara como integrantes del peronismo, no tenían ninguna intención de incorporarse a la vida democrática argentina en apoyo o hasta en oposición a su gobierno.

Algunos “vanguardistas” lo acompañaron convencidos de que lo convertían en revolucionario y sólo fueron importantes el tiempo que el pueblo les concedió su abrazo. Como bien dice Bárbaro “si Perón hubiere muerto en el lugar donde Feinmann ubica la virtud, el peronismo estaría tan lejos del poder como los que eligieron esos rumbos. La historia del peronismo se inició en el 45 y todavía sigue vigente. La de las supuestas vanguardias que lo acompañaron sólo tuvo la duración del tiempo de ese encuentro.”

Es entonces que Perón toma la determinación de expulsarlos -cosa que termina realizando en la Plaza de Mayo- y a la vez combatirlos a través de las leyes y de los organismos constitucionales correspondientes, para lo cual cambia la cúpula del Ejército y la de la Policía Federal Argentina. Dentro de ésta reestructuración de mandos es que Perón incorpora al Comisario Alberto Villar, y como bien especifica el libro del “tata” Yofre, le imparte las directivas correspondientes.

Nunca Perón avaló a la Triple A, ni por acción ni por omisión.

Y quien asevere lo contrario es un hipócrita y un mentiroso.

Feinmann tergiversa y sesga la historia en su relato romántico “Los Montoneros se apropiaron de la JP no sólo por su enlace con Galimberti. Había una fascinación por la lucha armada -aquí sin quererlo asume la crítica posición de la teoría de los dos demonios, defenestrada hasta por su propio sector ideológico-. Siempre me pareció peligrosa. Nunca la compartí. Pero era imposible luchar contra ella. Perón no pudo ser más claro y lo dijo muchas veces: el peronismo enfrentaba al régimen como movimiento de liberación nacional. Dentro de ese movimiento estaban las formaciones especiales. El las nombró así, especiales. Cuando le preguntan a Perón por su solidaridad con quienes están en la lucha armada, él dice: Sí cómo no. Claro que vamos a ser solidarios con todos los peronistas… El necesitaba tanto a Rucci como a los Montoneros. Rucci fue más vivo, jamás le discutió la conducción, jamás quiso compartirla con él. Y los Montoneros tenían que saber que la política del entrismo -por no decir infiltración, lisa y llanamente- tenía un costo: ser parte del movimiento y acatar la conducción de Perón.”

Nada más claro, que definir que el sector Montonero intentaba la infiltración, como deja en claro también que éste sector discutía, o pretendía discutir la conducción del General. Pero si queremos terminar de aclarar esta toma de posición hacia la figura del Líder, pretendiendo enlodarla con la asimilación de que era él el verdadero y último gestor de la represión genocida, debemos terminar de escucharlo cuando dice: “Recién ahora volvemos a tener peronismo, por eso hay tantos conflictos. Antes éramos todos amigos, estábamos todos contra Menem. Pero ahora no, todos nos hemos sacado las máscaras. Ahora hay muchas peleas porque el peronismo vuelve a tocar intereses de clases.”

Justo ahora, cuando aquellos “entristas” se apoderaron del poder y del Partido Justicialista para imponer un modelo de “lucha de clases”, cuando el peronismo nunca buscó la lucha de clases como elemento distractivo tras el objetivo último del enriquecimiento personal y del séquito de acompañantes. Debemos aclararle a estos “entristas” que Perón conformó el peronismo en el encuentro de él con los humildes, y fue de izquierdas para los poderosos y de derechas para los “bien pensantes”, inventor de una tercera posición que comprobó sus aciertos en las caídas de los sueños del imperio bifronte.

La tan remanida referencia a que Perón terminó en la derecha, “como si los que se decían de izquierda -aclara Julio Bárbaro-hubieran dejado algo digno de ser rescatado, como si no siguiéramos todos viviendo de los votos que nos legara el General en la lealtad de su pueblo”. En el 45 lo fundaron los que caminaban en alpargatas, en los 70 lo descubrieron los que aprendían de los libros, y los “de la tinta escrita demasiado tan sólo para intentar explicar el sentido de la lealtad con sudor”

Feinmann es un excelente agente del cipayage más abyecto, un intelectual progresista de la izquierda vernácula que siempre acompañó al antiperonismo genocida, el mismo del 55 y del 56, los socios y causantes del 76 los traidores a la doctrina que intentaron infiltrar sin éxito. Asimismo la “otra” mirada que acaba de hacer su aparición -la del Tata Jofre- también es un relato fruto de escritores que no pertenecieron al peronismo

En el renacimiento de la democracia las miradas de Miguel Bonasso y de Horacio Verbitsky pretendieron imponer una mirada sesgada del pasado, acordes a los tiempos de asombro y de reivindicar a los desaparecidos; la historia y los acontecimientos terminaron por cuestionar -cuando menos- la mirada sesgada de los derrotados militarmente, terminando por ser un periodista muy joven (Ceferino Reato), junto a algunos otros quien les marque la impronta de otra memoria posible.

Es quizás demasiado lo escrito, tanto por los críticos como realmente muy escaso lo que aportaron las mentes propias de esa noble causa popular que es el peronismo; y como dice Bárbaro -con quien suelo disentir- “la mayoría de las narraciones son el fruto de aquellos que nuca nos entendieron o de otros que ni siquiera intentaron hacerlo”.

Unos nos desconocen, los otros nos encasillan como sus enemigos y por lo tanto nos odian, y por último están aquellos que porque nos quisieron infiltrar y el pueblo los corrió, terminan componiendo el sector más revanchista en el odio más profundo.
José Marcelino García Rozado

No hay comentarios:

Publicar un comentario